La Guerra del Chaco dejó muchas historias, una de ellas es
la de Daniel Oropeza el soldado que se enlistó bordeando los 15 años.
El relato que sigue se refiere a un hecho de armas,
realmente ocurrido e inédito hasta hoy. Es La Historia de una muerte. Los
nombres, los lugares y los hechos son auténticos.
Es un acontecimiento de valor, de sangre y de muerte que
sucedió en la Guerra del Chaco, y que muy bien pudo haber tenido un desenlace
impensado 31 años después de la contienda.
Fue en 1934 cuando Bolivia, después de varios reveses en
campaña, necesitaba de combatientes en el frente de batalla, entonces el joven
cochabambino Daniel Oropeza Alcócer —mi padre— bordeando los 15 años se alistó
de voluntario, sin más experiencia en el manejo de las armas que sus jornadas
de cacería en la campiña valluna. Ese pletórico contingente de jóvenes fue
conducido a Guaqui, La Paz, donde recibió una corta, pero intensa instrucción
militar. Ese fue el único entrenamiento que se les ofreció antes de ser
dislocados a la zona de operaciones.
Guaqui, Viacha, Oruro, Uyuni y la estación militar de Mojo,
en Potosí, fue el fin del trayecto ferroviario, desde donde apresuradamente
fueron transportados hasta Villamontes y de ahí al escenario del conflicto.
Luego de varias jornadas a pie, y ya en el frente; el
soldado Oropeza recibió la orden de cubrir un puesto de centinela en la zona
del sector Cayoja. Él recuerda aún las enérgicas y reiteradas instrucciones:
— ¡Cuidado se duerma! Éste es un sector muy vigilado por los
“pilas”. ¡Cuidado se duerma! Manténgase muy atento. Le increparon cuando le
instalaban sobre un árbol que hacía de esquina a una senda abierta a brazo y
machete.
Era un típico día del Chaco: caluroso como todos. El sol en
el cénit, el cansancio de varios días de marcha, el hambre la sed y la tensión
empezaban a hacer su trabajo de adormecimiento en el centinela que cumplía su
primera misión, en inminente contacto con el enemigo.
En medio de tanto silencio, un ruido llamó su atención. Fue
el sonar de la maleza. Fue algo raro, inexplicable y que puso más tenso el
ambiente de la hirviente mañana en el Chaco. Aguzó los sentidos y trató de
entender lo que habría estado pasando. Pero el cansancio le dominó, se sintió
adormecido, embotado.
Por instinto se escupió las manos y se frotó los ojos.
Reaccionó y escudriñó el monte que le rodeaba. Todo era silencio y él vivía esa
ansiedad.
De pronto… detrás de un matorral, al final de la senda observó
con nitidez una cabeza que giraba de izquierda a derecha. Sin duda era un
“pila” que estaba agazapado; esperando el momento de saltar sobre la presa
divisada.
Pero, pese al abundante ramaje, ese movimiento de cabeza
delató al atacante y el centinela sabía con certeza que era el enemigo tratando
de pasar en camuflaje.
El soldado se tensó aún más y preparó el fusil Máuser;
apuntó con cuidado y disparó totalmente seguro que debe hacerlo.
Alertados por el ruido del disparo al romperse la calma
llegaron presurosos los jefes del campamento boliviano que le increparon:
— ¿¡Por qué ha disparado!?
Mudo y pálido, respondió señalando con el dedo el lugar del
fin de senda. Solo señaló, pues la impresión que causó en ese joven de 15 años
su primer disparo al enemigo fue totalmente traumática.
En efecto era un satinador paraguayo. Un hombre ya maduro de
gran estatura y fuerte complexión, yacía tendido cuán macizo era con la cabeza
destrozada por el impacto de bala.
— Este carajo era el “pila” que cargaba con nuestros
centinelas, bramó un superior.
Y cayeron en cuenta que el cuatrero venía de haber liquidado
a dos de ellos e iba en pos del tercero.
Los satinadores, también llamados cuatreros, sin ser tropa
regular, eran diestros rastreadores paraguayos que incursionaban con sigilo y
gran conocimiento del terreno en las líneas bolivianas liquidando centinelas.
Les pagaban por esas acciones. Es la guerra.
Revisados los documentos del caído cuatrero, se trataba de
N. Gonzales; nacido en Villa Hayes (Paraguay). Entre sus pertenencias había una
ametralladora de mano, una pistola pequeña, una daga y un machete más filo que
una navaja. Y entre sus ropas, la fotografía de una señora y dos niños varones.
Tal vez de 10 y 12 años, respectivamente.
Fue el primer tiro en la guerra del soldado Daniel Oropeza.
Fue su bautismo de fuego, fue su bautismo de sangre, su bautismo de muerte.
Esta su primera baja y este sector, Cayoja, marcaron cual braza candente sus
impresiones sobre la vida, la muerte y la guerra.
Superado el tremendo trance emocional de su primera acción
de armas relataría más tarde: “En los siguientes combates buscaba la muerte.
Pues en la guerra, la muerte huye de quien le persigue y persigue a quien le
huye”.
El soldado Oropeza actuó en los combates de picada Santa
Cruz, la retoma de Caigua, la retoma de Tarairí y otras acciones. En la
victoriosa defensa de Villamontes fue comandante de pieza de ametralladora
pesada, una Vickers número 333. Detalle que nunca olvida.
Fue ascendido al grado de Sargento; por orden del Comando de
Cuerpo Número 983/35 de 2 de mayo de 1935.
Fue destinado al Regimiento Santa Cruz 9 de Infantería y al
Regimiento Ayacucho 8 de Infantería.
Con frecuencia relata sus impresiones sobre la experiencia
que le ha tocado vivir desde sus 15 años. Son reflexiones en las que remarca el
significado del porqué los hombres y los pueblos tienen que pasar por pruebas
tan duras como una guerra.
Concluida la contienda del Chaco, fue destinado como
comandante del Puesto Militar en Peña Colorada. El Palmar, frontera con la
Argentina.
El 6 de marzo de 1936 fue desmovilizado por “minoridad”
(entiéndase menor de edad). Contaba con 17 años.
Tiempo después, habiendo sido Sargento en la guerra, ingresó
a la Escuela de Clases que por entonces funcionaba en Sucre, egresando como
Sargento Profesional, e inició su larga y activa carrera militar de 42 años de
servicio y más de 30 destinos.
En las Fuerzas Armadas —hace décadas—, los suboficiales,
luego de vencer cursos de especialidad en artillería, armas de acompañamiento,
infantería, caballería y transmisiones ascendían al grado de subtenientes y
continuaban la carrera militar.
Fue entonces que en 1966, el capitán Daniel Oropeza fue
becado a Panamá, a la otrora Escuela de las Américas, centro de formación
militar donde concurrían, como su nombre dice, oficiales de todo el continente
para estudiar diferentes materias de uso castrense.
En una de esas jornadas de especialización ocurrió el
siguiente encuentro:
— ¿Ud. Es boliviano?
— Si mi capitán. ¿Y Ud. Es paraguayo?
— Si mi capitán.
— ¡Ah! Respondió el capitán Daniel Oropeza. Y soy
excombatiente de la Guerra del Chaco.
— Mi padre murió en esa guerra. Era satinador, y según
supimos más tarde fue un francotirador quien le voló la cabeza. Dijeron que fue
en el sector Cayoja, lugar en que él actuaba, donde perdió la vida.
— Sí, ha debido ser así para ustedes que han combatido.
— ¿Y de dónde es su familia mi capitán?
— Somos de Villa Hayes, en el Paraguay.
— ¿Y cómo apellida?
— Gonzales…. Soy el capitán Gonzales del Ejército paraguayo
a sus órdenes.
Tensión total entre los dos capitanes. Cada uno habrá sacado
sus conclusiones del cruce de preguntas y respuestas que acababa de ocurrir
entre ellos. El destino había hecho su parte en esta historia.
El capitán Daniel Oropeza quedó convencido de que se trataba
del mayor de los dos niños, cuya fotografía vio después de haber dado de baja
al satinador Gonzales; quien precisamente había sido natural de Villa Hayes.
Baja ocurrida a principios del año 35 en el sector Cayoja por un disparo de
fusil que le voló la cabeza.
En la actualidad, el mayor Oropeza Alcócer a sus 95 años,
(cumplirá 96 el 11 de diciembre) es uno de los últimos oficiales beneméritos de
la Guerra del Chaco que tienen las Fuerzas Armadas de Bolivia. Si es que no es
el último.
No tiene si no el pensamiento de que la patria que él
defendió en tiempo de guerra y sirvió con devoción en tiempo de paz sea fuerte,
respetada y próspera.
Es el mensaje que transmite con enérgica voz, clara y serena
hacia su numerosa descendencia y a quienes lo visitan con frecuencia en
Cochabamba.
Por Daniel Oropeza E. Publicado el 08 de junio de 2014, en
el periódico "La razón".
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