Por: Tomas Molina Céspedes. // Foto: hombres que protagonizaron aquel motín aéreo.
El occidente orureño fue escenario de varios acontecimientos sumamente importantes en la historia de nuestro país, por esa razón hoy les traemos esta reunión de crónicas de un corto periodo de tiempo, para ello echando mano de la pluma de Tomas Molina Céspedes. Disfrutenlo.
EL CONDOR NEGRO
El jueves 28 de julio de 1966 en el cielo de Curahuara de Carangas irrumpió una extraña ave negra de gran tamaño. Eran las 4 de la tarde cuando los escasos pobladores de esta región montañosa eternamente fría de Oruro, quedaron paralogizados ante la aparición de este monstruo alado, que como en una gran pantalla de cine proyectaba su enorme figura en el cielo andino siguiendo un rumbo caprichoso. Absortos, con la vista clavada en el cielo, los llameros, recolectores de paja brava y cultivadores de quinua que se encontraban en el lugar, dejaron sus faenas para seguir con la vista la trayectoria del extraño visitante celeste, mientras un viento frío lamía la altiplanicie pedregosa y los techos de paja de las casuchas esparcidas por aquí y por allá.
Si bien los ojos de los pobladores del lugar están acostumbrados a ver el vuelo majestuoso de cóndores y águilas que habitan la región, esta era la primera vez que el cielo de Curahuara de Carangas ofrecía un espectáculo tan soberbio, sobrecogedor y único con un gran cóndor negro en las alturas volando en dirección Oeste.
La nave negra, en vuelo solitario y silencioso, parecía ir al encuentro del cerro Llaquera, que como gigante se alza entre las demás montañas del macizo andino. Nada le hizo variar su rumbo hasta que se estrelló cerca a la cumbre del grande cerro causando tremenda explosión. Pasado el natural desconcierto, los pocos espectadores de este extraño suceso, corrieron casi instintivamente en dirección a la cumbre del Llaquera, distante a unos cinco kilómetros. Los primeros en llegar al sitio fueron los campesinos Tomás Rocha y Rosendo Atahuichi, quienes encontraron aún humo y llamas en el lugar del impacto y gran cantidad de fierros retorcidos, latas y tornillos esparcidos en un radio de 800 metros, llegando a la conclusión de que se trataba de una nave caída del cielo. Después, en oleadas sucesivas llegaron al lugar los demás moradores de la región. Todos, en una especie de extraño rito, empezaron a recolectar los pedazos de la nave siniestrada, cuya piel o fuselaje era de color negro azabache.
“Sí, es un avión”, dijo uno de los moradores y todos estuvieron de acuerdo con que se trataba de un avión caído. A unos 300 metros hacia arriba, del lugar de impacto, fue encontrado uno de los motores de la nave. Después, encontraron otro motor a 500 metros más abajo del siniestro. En la búsqueda, cuando ya terminaba el día y las sombras del atardecer inundaban el lugar, encontraron pedazos de cráneo humano y un brevet chamuscado con el nombre del piloto Cap. Robert Davis Hickman.
Terminada la faena de recolección de restos de la nave, los campesinos allí reunidos, decidieron denunciar el hecho a las autoridades de Oruro, ciudad distante a 85 kilómetros al Este del Llaquera. Y, colocando en una bolsa los pedazos del cráneo y algunas tuercas del avión siniestrado, los emisarios de Llaquera partieron rumbo a Oruro. (Págs.17 y 18 del libro)
CAMPO DE CONCENTRACIÓN EN CARANGAS
Decíamos que la historia de la caída del U-2 en la provincia de Curahuara de Carangas de Oruro, engrana con acontecimientos penosos de nuestra historia ocurridos en ese departamento montañoso y agreste de Bolivia.
Una de las páginas más terribles, dolorosas y degradantes en la historia de Bolivia, es la existencia de campos de concentración conscientemente planificados y creados, para aislar, humillar y martirizar al adversario político. Ningún otro país de Sur América tiene un antecedente similar. Hubo en Bolivia y la región gobiernos dictatoriales, con policías secretas y matones, que encerraron y torturaron a los presos políticos en locales conocidos, sea cárceles o celdas de castigo policiales, donde los presos eran recluidos por tiempos cortos y donde podían ser visitados por sus familiares. Pero campos de concentración, especialmente creados por Decreto Supremo, en los lugares más inhóspitos y fríos, alejados de las ciudades, con carencia total de servicios y vigilados por matones profesionales, sólo existieron en Bolivia.
El terror desatado en Bolivia, luego del 15 de abril de 1952, fue atroz, demencial e injustificado. Víctor Paz Estenssoro, que no había combatido durante las jornadas valerosas de la Revolución de Abril, que nunca estuvo preso ni fue torturado en su larga vida política, vuelto del exilio dorado en la Argentina, donde vivió cómodamente a costa del General Perón, creó campos de concentración en los lugares más agrestes y desolados del altiplano boliviano, para castigar a sus adversarios políticos y a sus propios compañeros disidentes.
Los tiranos, generalmente se cuidan de no dejar testimonios de su crueldad a la historia. Paz Estenssoro dejó la constancia de la creación de campos de concentración en el Decreto Supremo No 02221, que establece con precisión los lugares donde deben ser recluidos los contrarrevolucionarios “con carácter eventual y mientras se construya una penitenciaria militar”. Y, ¿cuáles fueron estos lugares? Corocoro, Uncía, Catavi y Curahuara de Carangas. ¿Cuánto duró la eventualidad? Casi cuatro años.
En estos campos del odio político fueron encerrados y martirizados unos 2.000 jóvenes, desde mediados de 1952 hasta agosto de 1956, cuando Hernán Siles Zuazo, el nuevo Presidente, luego de jurar a su cargo, ordenó su clausura definitiva por constituir una afrenta nacional.
Muchos prisioneros políticos, en su intento de fuga y desesperación de llegar a la frontera con Chile, murieron unas veces baleados por sus perseguidores y otras de frío, en las altas montañas de la zona. Este es el caso, por ejemplo, del ex cadete Nivardo Montero.
“En estos penales –dice René López Murillo– ser un ex militar era suficiente para concentrar todas las iras retenidas de los revolucionarios ¡Qué no se hizo con los militares! Cualquiera pudiera pensar que estos campos de concentración eran secretos; al contrario, “el ideólogo” se jactaba de ellos. “Un motín –decía– por insignificante que sea significa un riesgo a la vida. Porque nos damos cuenta de ese riesgo es que nos vemos en la necesidad de detenerlos…”
La frase “mientras se construya una penitenciaria militar” le facilitó retener a más de dos mil “asesinos potenciales” durante todo su primer período” (110)
Gente vinculada al propio MNR y a la oposición señala uniformemente que Paz Estenssoro incluso contrató matones extranjeros, como el chileno Luis Gayán Contador, que llegó a ser Comandante General de la Policía Boliviana y al nazi Klaus Barbie, el célebre “Carnicero de Lyón”, para planificar y administrar dichos campos.
El escritor Néstor Taboada Terán, señala que el criminal de guerra Klaus Barbie fue asesor de VPE en la creación de campos de concentración. Por la eficiencia con la que cumplió su trabajo afirma que Barbie “trató a Bolivia peor que a Lyon”. (111)
Barbie y su familia llegaron a Bolivia el 23 de abril de 1951 (112), un año antes de la Revolución de Abril, y no se descarta que estaba vinculado a los grupos nacionalistas nazis de la Argentina, con los que estaba relacionado Paz Estenssoro antes de su regreso a Bolivia.
Por otra parte, el escritor José Antonio Llosa, en la biografía del ex Presidente René Barrientos Ortuño, dice: “La terrible maquinaria de represión fue organizada por Paz Estenssoro, que contó para tal objeto con la colaboración de expertos extranjeros como Francisco Lluch y Valentín Gonzales (“El Campesino”), comunistas españoles con brillante hoja de servicios en la materia durante la Guerra Civil Española…” (113)
Tristan Maroff, acota: “Los presidentes arbitrarios del pasado quedan santificados ante este régimen sombrío… ¿Y qué han sido los campos de concentración, durante el primer gobierno de Paz Estenssoro?… Los presos vivían en estado de angustia, de opresión y de tortura, vigilados por esbirros feroces y soportando el hambre y la suciedad, como en los campos de Siberia, en tiempos de Stalin. Eso fue Bolivia durante los primeros años de la revolución paz-estenssorista. Más tarde, el Jefe fue enviado como embajador ante el Gobierno de S.M. británica y exhibió su esposa infinita variedad de joyas, luciéndolas como una princesa del Oriente, en tanto que el Jefe aprendía a fumar en pipa y leía manuales de economía. Este era el resultado de la “revolución nacionalista” que había dejado al país en cueros”. (114)
Relatar los horrores vividos en los campos de concentración, en el período 1952-1956, es tarea descomunal. Basta señalar que en ningún período de nuestra cruel vida política, desde la fundación de la República, ningún Presidente hizo tratar con tanta crueldad a sus adversarios políticos. Testimonios de esta barbarie vivida en Bolivia, se encuentran en varios libros, entre los que resaltan los siguientes: “Yo Fugué de un Campo de Concentración“, “Bolivia Cementerio de la Libertad” y “Los Restaurados” de René López Murillo, “Laureles de un Tirano” de Hernán Barriga Antelo; “Entre los Hombres Lobos de Bolivia” de Mario Peñaranda Rivera; “Campos de Concentración en Bolivia” de Fernando Loaiza Beltrán; “Infierno en Bolivia” de Hernán Landívar Flores; “Bolivia Cementerio de la Libertad” de Alberto Ostria Gutiérrez; “Terror y Angustia en el Corazón de América” de Julián Montellanos; “Oráculo Marxista en los Andes” de Mario Padilla A.; y “13 Años de Resistencia” de Alfonso Kreidler Rivero.
Lo asombroso es que los líderes principales del MNR, como Hernán Siles Zuazo, Walter Guevara Arze y Juan Lechín Oquendo, en las memorias que dejaron y las entrevistas que concedieron, condenan esta violencia por INJUSTIFICADA y señalan los esfuerzos personales que hicieron ante Paz Estenssoro, para lograr un mejor trato a los adversarios, sin éxito alguno. Si estas gestiones no se cansan de resaltar los líderes históricos de este Partido, es de imaginar lo que dicen los demás dirigentes, aquellos que fueron Ministros y Embajadores, por ejemplo. Así, Mario Sangines Uriarte, fundador del MNR y varias veces Ministro de Paz Estenssoro, en su libro de memorias titulado “SIEMPRE”, cuenta en detalle las gestiones que hizo él y muchos altos miembros del MNR, ante su Jefe Paz Estenssoro, para pedirle un mejor trato a los prisioneros de los Campos de Concentración, sin lograr conmoverlo. Es tanta su convicción de que se cometieron graves atropellos en aquellos campos, que en las páginas 418 a 448 de su libro, transcribe los nombres y apellidos de unos 500 presos políticos, con especificación de los Campos de Concentración y otros lugares de represión en los que se encontraban.
El propio Lechín, sobre el reclamo que le hizo a Paz Estenssoro acerca de la crueldad con la que trataba a los presos políticos, reproduce esta conversación en sus Memorias:
“¿Por qué, Víctor, campos de concentración?” Me miró con sus ojos saltones y con frialdad me respondió: “Juan, es que tú no estás sentado aquí”, y me señaló la silla presidencial. Insistí: “Víctor, no hay ejército, los carabineros están contigo, las milicias están contigo, la gente armada está contigo, ¿Quién podría arrebatarte el poder? No hay nada que temer”
En 1956, inmediatamente de instalado el parlamento, luego de las elecciones presidenciales de aquél año, algunos de los diputados electos de la Falange Socialista Boliviana, cuya militancia fue la que llevó la peor parte en la represión desatada, a la cabeza del General Bernardino Bilbao Rioja, máximo héroe de la campaña del Chaco, presentaron un Juicio de Responsabilidades contra Paz Estenssoro y sus matones, que fue archivado por influencias del acusado.
Este importante y extenso documento, en el que se acusa a Paz de la comisión de diversos delitos, con referencia a los campos de concentración, señala:
“Víctor Paz Estenssoro sumió a Bolivia en una época de terror sin precedentes convirtiendo el territorio nacional en una sombría prisión, donde miles y miles de ciudadanos opositores han soportado crueles padecimientos y torturas… La oposición fue privada de todos los derechos democráticos para la expresión de sus ideas y desenvolvimiento de sus labores políticas, al extremo de que sus manifiestos ocasionaban la persecución y encarcelamiento de centenares de ciudadanos, sin proceso de ninguna naturaleza. Entonces, abolido todo régimen de Derecho, la ciudadanía no contaba más que con el supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión, facultad reconocida por la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
“Los sistemas de persecución, allanamiento de domicilios sin orden judicial previa, la violación de correspondencia y papeles privados, el asalto, el robo y saqueo de la propiedad privada, el régimen carcelario, los trabajos forzados, el régimen alimenticio e higiénico sub humano, las torturas, flagelaciones, intimidaciones mediante amenazas de fusilamientos y linchamientos, el apresamiento de mujeres y niños, los rehenes y finalmente los asesinatos de los presos políticos, constituyen el baldón de oprobio y condenación eterna de todo cristiano al nefasto régimen de Víctor Paz Estenssoro… Esta macabra tragedia ha sumido a Bolivia en una noche de sufrimiento, llanto y miseria durante cuatro años, teniendo como escenarios los famosos y tristemente célebres campos de concentración de Curahuara de Carangas, Corocoro, Catavi, Uncía y todas las cárceles de la República…
“Las personas, luego de ser detenidas, con allanamiento de sus hogares, eran conducidas a las oficinas de Coordinación y Control Político. Allí eran sometidas a un sui géneris interrogatorio que consistía en torturas refinadísimas que sobrepasan por su crueldad y sadismo la imaginación humana, equiparables en algunos casos, sólo a aquellas que registran las leyendas de los pueblos orientales. En efecto, los verdugos emplearon armas de fuego, laques que servían para golpear e introducir en el recto, armas cortantes y objetos similares de mortificación en los oídos y las uñas, cigarrillos para quemar el cuerpo, máscaras vomitivas, pinzas depiladoras, aplicación de corriente eléctrica hasta en los órganos viriles; este era el lenguaje en que se planteaba el interrogatorio, se redactaban las confesiones y se obtenía la firma del acusado”.
“Después de interminables días y noches de calabozo, en ayuno, sin abrigo ni cama, llegaba la fecha de ser conducido a mejor destino: La cárcel o los campos de concentración, según haya dispuesto el fatídico juego de los dados en la mesa de los déspotas”.
“El régimen carcelario estaba de antemano preparado hasta en sus últimos detalles, recibía a los presos sin ceremonia, abriendo sus puertas para tragarlos en inmundas y oscuras celdas y cerrarse pausadamente, aislando a sus “huéspedes” por interminables años. Se completaba la obra con la incomunicación y el silencio permanentes; para lo cual se clausuraban las ventanillas de luz y aire de las celdas. Todo estaba reglamentado, hasta el tiempo para las necesidades corporales. Pero, la vida se hacía monótona, sin lectura ni otra distracción espiritual, los sicarios se encargaban de llenar ese vacío con periódicas represiones violentas de castigos corporales, que salpicaban de sangre los muros de la prisión, pretextando mal comportamiento o supuestos planes de fuga, como ocurrió las noches del 14 de enero y 5 de junio de 1954, en el Panóptico Nacional”.
“También llegaba la hora, amarga por cierto, de salir a los campos de concentración, trasladados como bestias en vagones metálicos herméticamente cerrados, sin alimento alguno, permaneciendo en ellos hasta cinco días, como en el caso del traslado de presos de los campos de Uncía y Catavi al de Curahuara de Carangas, el 3 de junio de 1954. Una vez en destino los detenidos recibían la “bienvenida” con carreras de resistencia y profusión de golpes, que llegaron a causar la muerte, como en el caso del falangista Félix Mena el año 1955 en el campo de concentración de Corocoro”.
“El régimen de los campos de concentración, difería de las cárceles. Allí se concentraba a los presos en una promiscuidad y hacinamiento indescriptibles, ambiente propicio para las infecciones, enfermedades y la mortificación permanente de los parásitos, alimentación de hambre que aniquilaba los organismos, dando origen a la avitaminosis general y a enfermedades orgánicas que lesionaron y dejaron tullidos de por vida a jóvenes que habían entrado pletóricos de salud; trabajos forzados como la reconstrucción del estadio de Corococo, la habilitación del camino carretero de Patacamaya, embaldosamiento de la plaza de Curahuara de Carangas y el aprovisionamiento permanente de combustibles en una radio de 5 a 8 kilómetros de los lugares de prisión, todo ello bajo estricta vigilancia y el látigo de los verdugos”.
“Esto no era suficiente, la disciplina ordinaria no satisfacía ni cumplía sus objetivos, era necesario el flagelamiento en cuerpo desnudo, como en el caso de dos de los acusantes, la permanencia en calabozos inundados de agua y los trotes diarios de dos horas con los enfermos en primera línea hasta la inanición de un 70 por ciento, que cubrían el suelo con sus cuerpos para ser castigados brutalmente en ese estado; las curaciones de fuerza para los enfermos que como prescripción y tratamiento de sus dolencias eran obligados a realizar marchas forzadas, actividades a plan de golpes como ocurrió en el caso de una epidemia de disentería el 20 de febrero de 1955 en el campo de concentración de Curahuara, constituían la nota corriente de la rutina carcelaria, circunstancia que justifica el que un prestigioso diario brasileño calificara a Curahuara como la “sucursal del infierno”.
“La sistemática persecución del régimen pasado no ha hecho diferencias del prestigio y mérito personales, edad, sexo ni otra condición; así se han visto casos de auténticos héroes que escribieron las páginas más brillantes en los campos de guerra internacional, como el del General Bernardino Bilbao Rioja, héroe máximo de Kilómetro Siete, vencedor de Cañada Strongest y Defensor de Villamontes, quien, como recompensa a sus eminentes servicios ha sufrido treinta meses de encarcelamiento, por un régimen que dice llamarse nacionalista; el Coronel Manuel Marzana, Héroe Máximo de Boquerón corrió la misma suerte y así decenas de meritorios personajes…” (115)
Señalamos que los jefes históricos del MNR sostenían que la violencia desatada era injustificada y es verdad. La Revolución de Abril recibió un grandioso apoyo del pueblo y la militancia del MNR estaba armada, consiguientemente todo un pueblo armado estaba para defender las conquistas de la Revolución.
El Ejército había sido anulado, es decir NO HABÍA EJÉRCITO; en todas las ciudades de Bolivia se formaron Comandos Zonales Armados, Milicias Mineras, Campesinas y Obreras Armadas, no funcionaba el Parlamento, no había libertad de prensa, la Policía Nacional que apoyaba al régimen estaba armada hasta los dientes, los Partidos Políticos proscritos, las minas nacionalizadas y los latifundios extinguidos. En fin, el poder total estaba concentrado en manos del Presidente de la República, que además era el Jefe del Partido.
Entonces NO SE JUSTIFICABA de ninguna manera represión tan sañuda contra unos cuantos idealistas, que se alzaron sin medios y en algunos casos sin armas, contra los abusos cometidos por las milicias armadas del régimen.
Se dirá que los ex Barones del Estaño financiaban la subversión. Falso de toda falsedad. Ni siquiera gente del régimen se atreve a hacer semejante afirmación, porque los barones del Estaño, fueron indemnizados –gracias a las gestiones de los EE.UU.–, en condiciones sumamente favorables, que ni ellos mismos esperaban.
La Segunda Guerra Mundial había terminado y el estaño perdió su valor de metal estratégico. Toda la maquinaria que había servido para proveer a los aliados del metal estratégico, durante la guerra, estaba obsoleta. Los Barones del Estaño debían reducir su personal y los beneficios sociales eran millonarios, además de los problemas sociales que debían enfrentar. Entonces, la nacionalización de las minas fue el mejor negocio que hicieron los grandes mineros, cuyos negocios para 1952, se habían internacionalizado, con inversiones en todo el mundo, como es el caso de Patiño. Entonces, en condiciones tan favorables en las que se encontraban, resultaba un extravío financiar a la débil oposición, para lograr la devolución de sus minas.
Roberto Prudencio, alto dirigente del MNR y docente universitario, exiliado a Chile por defender la autonomía universitaria, en un manifiesto dirigido al pueblo de Bolivia en 1956, condena a los Barones del Estaño, por no ayudar al pueblo boliviano a “defenderse del tirano Paz Estenssoro”.
“Mucho debe ciertamente Paz Estenssoro y su gobierno a los “barones del estaño”, –dice Prudencio– para saber que en la ocasión el silencio es lo mejor, pues éstos lejos de defender el derecho universal de propiedad, prefirieron el contrato en la sombra que les garantizara un porcentaje en la venta de los minerales. Pensaron que era mejor olvidarse de las injurias recibidas y de la lealtad a los destinos de una tierra a la que le debían sus fortunas, para convertirse, como se han convertido, en los usufructuarios de la situación. Pues, aunque parezca paradoja, los únicos favorecidos con la nacionalización de las minas, han sido los grandes mineros. Por virtud de aquel contrato el Estado ha tomado para sí las fatigas y los problemas de la producción y del trabajo, dejando el beneficio a los mineros, que ahora, por la elevación de los costos, habrían tenido que trabajar a pérdida y recurrir a sus reservas, como lo hicieron en otras ocasiones, mientras hoy reciben sus porcentajes sin problemas sociales y sin esfuerzo alguno. Lo que ganan las empresas lo pierde hoy el Estado y el pueblo de Bolivia. A eso ha conducido una de las grandes reformas del gobierno”. (116)
Hernán Siles Zuazo, el hombre que liderizó la Revolución de Abril, que se jugó la vida preparando la gran insurrección, fue más generoso con el adversario. Consolidado el triunfo, no hizo apresar ni matar a nadie. Simplemente dijo que llegó la hora de la reconstrucción nacional e instó a sus compañeros a deponer odios y ver con optimismo el futuro. El mismo día que se posesionó de Presidente, el 6 de agosto de 1956, abolió los campos de concentración.
“En este mi primer acto de gobierno –dijo Siles– tiendo la mano amistosa a todos los bolivianos sin hacer distinción partidaria alguna…” Al día siguiente –dice Alfonso Crespo–, envió al Congreso un proyecto de ley de amnistía general. Antes había ordenado la clausura de los campos de concentración de Curahuara de Carangas y Corocoro. Varias centenas de presos políticos retornaron a sus hogares, luego de meses o años de cautiverio” (117)
Siles que hizo la Revolución, exponiendo su vida, fue más generoso con sus adversarios, que Paz Estenssoro, que usufructuó y abusó del poder sin haber sido jamás encarcelado, torturado ni interrogado. (Págs. 68-77)
MOTÍN AÉREO EN LOS ANDES
La gélida e inhóspita tierra de Cuarahuara de Carangas, donde cayó el U-2, como hemos señalado repetidamente, está vinculada a hechos terribles de la política boliviana, que convirtió esa región en una inmensa prisión donde no sólo los verdugos, sino también la naturaleza, castigó severamente a los presos políticos. Curahuara de Carangas, en tiempos del MNR, era sinónimo de tortura, hambre, frío, aislamiento y muerte. Y, como si un sino fatal quisiera herir más a esa agreste tierra, quiso el destino que una de sus montañas, como poderoso imán, atrajera a su cumbre al U-2 donde se hizo añicos.
Decíamos en el anterior capítulo, que entre los años 1953 y 1956, en la región de Curahuara de Carangas, se instaló un campo de concentración, donde fueron recluidos unos 300 presos políticos de todo el país, muchos de los que, en el intento de fugar hacia Chile, murieron congelados en las montañas de la frontera con ese país.
En el campo de concentración de Curahuara de Carangas, estuvieron recluidos varios ciudadanos oriundos del cálido departamento de Santa Cruz, para quienes la permanencia en esa fría y alta región, fue un doble castigo. Éstos y los demás presos permanecieron en esta prisión desde fines de 1953 hasta mayo de 1956, cuando el régimen del MNR, por presión de organismos internacionales y, sobre todo, por tener que celebrar elecciones presidenciales liberó a todos los presos políticos para dar legitimidad a su candidato, seguro ganador de dichas elecciones.
Los presos cruceños volvieron a sus hogares a fines de mayo y principios de junio de 1956, con heridas en el cuerpo y el alma, por todos los horrores que habían vivido en Curahuara de Carangas. Pero, ni bien pasaron los comicios, en el que por supuesto ganó por amplia mayoría el candidato oficial, la policía política del MNR, nuevamente quiso detener a los ex presos de los campos de concentración, por seguir siendo opositores al partido gobernante. Este intento dio lugar al más espectacular motín aéreo, único en la historia universal, cuya historia es la siguiente.
A raíz de una marcha de amas de casa en La Paz, que con sus canastas y cacerolas vacías, salieron a las calles el 22 de septiembre de 1956, pidiendo alimentos, el gobierno ordenó una severa represión, viendo en esta manifestación la antesala de un acto subversivo. En aquella época de terror, donde no había derecho a disentir, pedir alimentos en una manifestación era un grave atentado a los postulados de la revolución nacional. Los temidos agentes del Control Político salieron a buscar a sus presas como lobos sedientos de sangre y trabajando con esmero, con sobre horas y todo, en tiempo record lograron llenar las celdas de sus agencias en todo el territorio nacional. En la ciudad de Santa Cruz habían sido detenidos cerca de cien enemigos políticos del régimen, los que fueron concentrados en las celdas del Control Político de Santa Cruz llamado “Ñanderoga”, donde fueron sometidos a severo interrogatorio, sin lograr que los detenidos "canten" todo lo que sabían sobre la subversión en marcha, sea porque los verdugos no eran tan exigentes o porque los presos eran desorejados para "cantar". Lo cierto es que San Román, el siniestro Jefe Supremo del Control Político, al enterarse de los pobres resultados de los interrogatorios, montó en cólera y espetó desde La Paz que los presos debían ser conducidos a su presencia de inmediato. San Román, el gélido y despiadado policía, sabía hacer cantar incluso a los sordomudos. Era tan devoto de su inmundo oficio, que incluso se llevaba trabajo a casa, donde en noviembre de 1964, el pueblo que asaltó su vivienda, encontró seis celdas en el sótanos del inmueble. La noche era la aliada del inquisidor.
La orden estaba dada y los presos debían ser conducidos sin demora a La Paz, por avión, para evitar todo contratiempo. El L.A.B. recibió el encargo y destino un plateado DC-4 para el transporte de los presos. Sin embargo, fue en esta empresa aérea, donde se filtró la noticia. Algún empleado del L.A.B., simpatizante o camarada de los presos, siguiendo instrucciones de algún dirigente de F.S.B., dejó un revolver cargado en el bolsillo trasero de uno de los asientos del avión. Entre los presos había gente ligada a la aviación y todos ellos, sin excepción, preferían la muerte a volver a Curahuara de Carangas, sucursal de infierno en la tierra.
A las cuatro de la mañana del 27 de septiembre fueron despertados los presos y conminados a formar en el patio. Desde dos ventanas opuestas del edificio les apuntaban dos viejas ametralladoras, con sus largas cintas de proyectiles colgando, listas a vomitar su mensaje de plomo. Tito García, Jefe Regional del Control Político, revólver al cinto y pistola ametralladora en la mano, rodeado de su guardia servil, empezó a seleccionar a los presos más peligrosos. Estos ajenos al viaje, creyeron que se trataba de una selección para eliminarlos, como había ocurrido años antes en Chuspipata y Caracollo. Más de uno imploró quedarse en el grupo mayor de presos, siendo transferidos al grupo de los seleccionados a patadas. Quiso el destino que en este grupo de seleccionados quedaran el capitán de aviación Saúl Pinto, el mecánico Aurelio Aguayo y el radioperador Mario Diamónt.
A las 5 a.m. los 47 presos elegidos para conversar con "San Román" en La Paz fueron trasladados al aeropuerto, con fuerte escolta policial. Muchos de ellos, de acuerdo a su peligrosidad, tenían las manos amarradas a la espalda. Por la filtración de la noticia, en el aeropuerto había gran cantidad de familiares de los presos, que al verlos se abalanzaron para despedirlos. Una camarada se acerco al retirado Coronel de Ejército Andrés Saucedo Lanza y simulando un largo abrazo le dijo al oído que detrás del asiento 18 había un revolver. La noticia exaltó al militar, quién eufórico ni bien la recibió se acercó a Saúl Pinto y le transmitió el plan. La noticia empezó a correr entre todos los presos. A tiempo de subir por la escalinata del avión, Saúl Pinto preguntó con fingida despreocupación a la aeromoza por el nombre del piloto. "Es el Capitán Estensoro, "El Hueso", fue la respuesta.
A las 6:30 a.m. el avión empezó a carretear por la pista. El Coronel Saucedo se había sentado detrás del asiento 18. Junto a los presos viajaban seis agentes al mando de un tal Zoilo Villarroel, todos ellos armados de metralletas, quienes cometieron el error de sentarse juntos y ajustarse con los cinturones de seguridad, por sugerencia de sus presos, muy posiblemente porque todos ellos por primera vez viajaban en avión. La mayoría de los presos no se abrocharon los cinturones de seguridad, o tal vez simularon hacerlo, y estaban en apronte listos para cumplir las órdenes del Coronel Saucedo. Cuando la nave remontaba el cielo cruceño y los agentes se encontraban desprevenidos, convencidos de que la seguridad de sus presos era total en semejante altura, el Coronel se paró súbitamente de su asiento y los encañó con energía a todos, mientras diez presos caían súbitamente sobre ellos arrebatándoles sus armas e inmovilizándolos.
Controlada la situación en el salón de pasajeros, Saucedo, Pinto, Aguayo y Diamónt se dirigieron a la cabina de la nave, donde el primero apuntando a la cabeza del sorprendido piloto y sus ayudantes les conminó a entregar la nave a la nueva tripulación. Lo primero que hizo Aguayo fue desconectar toda comunicación con el exterior, como si el avión hubiese desaparecido, mientras Pinto enfilaba el avión rumbo al norte argentino.
En La Paz los controladores del tráfico aéreo estaban desconcertados. No podían explicarse y menos explicar al Jefe del Control Político allí presente, que la nave no daba señales de su ubicación. Los minutos pasaban lentamente ante el visible nerviosismo de los operadores aéreos, que tartamudeaban para responder cada pregunta del exigente policía, cuya voz y órdenes heladoras ponían los nervios en tensión.
El plateado DC-4 ingresó a territorio argentino y el operador del aeropuerto de Salta recibió el pedido de un aterrizaje de emergencia. Este dio parte a sus superiores, estos a su vez al gobierno, de allí se filtró la noticia a la prensa y pronto las radios y los teletipos informaban al mundo entero sobre el espectacular desvío.
Mientras el pueblo de Salta recibía como a héroes a los 47 presos fugados de Bolivia, en La Paz se realizaba una urgente reunión de gabinete. La noticia tenía efectos demoledores para el régimen, pues era la comprobación de las muchas denuncias que circulaban a nivel internacional sobre la reciente existencia de campos de concentración y de una policía política sanguinaria en Bolivia.
Todos los presos recibieron generoso asilo en la Argentina y todos ellos comenzaron una nueva vida lejos de San Román y sus matones de triste memoria.
Al respecto de este suceso, debemos señalar que la historia universal sólo registra tres hazañas aéreas exitosas y únicas: La primera ocurrió en septiembre de 1943, cuando en plena guerra fue depuesto el Duce Mussolini y trasladado secretamente por los facciosos a un edificio del Gran Sasso, a 2.914 metros de altura, de donde lo rescató, por órdenes expresas de Hitler, un Comando Alemán dirigido por el Capitán Skorzeny, que llegó hasta allí en un planeador. La segunda hazaña aérea es la ocurrida en Bolivia, el 27 de septiembre de 1956 y la tercera hazaña ocurrió en el aeropuerto de Entebe, Uganda, en julio de 1976, cuando un Comando judío rescató a rehenes de dicho aeropuerto.
Pero, la toma de un avión en pleno vuelo, como la que protagonizaron los presos bolivianos, es un caso único en la historia. (Págs.78-82)
ESCAPE MORTAL
La triste historia política de Bolivia está invadida de sucesos trágicos. Las víctimas de ayer son los verdugos de hoy. Los que no dejan gobernar hoy, con demandas desmedidas, mañana serán acosados con la misma moneda, mientras el país y el pueblo finalmente son los únicos arruinados. Aquí no estamos contentos con nadie, a todos les hacemos la guerra, sean doctores, militares, licenciados o indígenas. En la política boliviana reina la más absoluta intolerancia y maldad. El rival político es un salvaje opositor y el gobernante de turno un terrorista de Estado. En la feroz lucha política el perseguido de ayer es el Saulo de hoy. Y, como la disputa por el poder se libra generalmente en la parte andina de Bolivia, los escapes de los jefes sediciosos descubiertos o derrotados, generalmente es por la ruta de Oruro, para alcanzar la frontera de Chile. En esta ruta de cóndores, cerros majestuosos y llanuras interminables no todos sobreviven. Las cruces que se encuentran en el camino, son atalayas que alertan al fugitivo sobre los riesgos que oculta la alta montaña.
En la feroz lucha política, del pasado y del presente, llegar a la frontera con Chile es salvar la vida o perderla, es una especie de ruleta rusa. Los que no mueren congelados en la blanca cordillera, mueren alcanzados por las balas de sus perseguidores o sucumben de hambre y sed extraviados en la planicie de cactus y rocas. El hermoso Sajama, con su blanco y majestuoso penacho, paisaje de postal, es confortante apreciarlo desde un cómodo jeep, avión, tren o cuando uno hace turismo en el lugar, pero no para tenerlo de guardián de escape, porque ese paisaje agreste puede ser lo último que quede grabado en las retinas del fugitivo.
En junio de 1954, en pleno invierno, un ex cadete, un muchacho llamado Nivardo Montero, natural de Tarija, de 21 años, con la valentía propia de la juventud, osó fugar de la prisión política de Cuarahuara de Carangas y en el intento, tratando de cruzar la cordillera para llegar a Chile, murió congelado por el escaso abrigo que cubría su cuerpo. Otros, que intentaron la hazaña, la culminaron exitosamente como los sobrevivientes de la guerrilla del Che, pero otros infortunados, no obstante haber alcanzado la frontera e ingresado a territorio chileno, fueron atrapados por sus implacables cazadores, como aconteció con Cnl. Miguel Brito, cuyo escape tuvo un triste fin.
En diciembre de 1943, plena Segunda Guerra Mundial, mediante golpe de Estado, asumió el poder el Mayor de Ejército Gualberto Villarroel, jefe de la Logia Militar RADEPA, que formó un gobierno Militar-Civil con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), ambos, tanto RADEPA como el MNR, de tendencia fascista.
En 20 de noviembre de 1944, luego de un malogrado golpe de Estado, el gobierno de Gualberto Villarroel, como reflejo de su tendencia totalitaria, ordenó el fusilamiento en Oruro de cuatro de sus adversarios comprometidos en el fracasado golpe. Las víctimas eran militares y civiles: Los coroneles Fernando Garrón y Eduardo Paccieri y los ingenieros Humberto Loaiza Beltrán y Miguel Brito. La orden se ejecutó a las 6.15 de la mañana, en un páramo frío y oscuro cercano a Caracollo. Los preparativos de la vil ejecución tuvieron lugar a la luz de dos potentes faroles de un automóvil y un camión en los que habían sido trasladados los inmolados y sus verdugos.
Noche antes, o sea el 19 de noviembre de 1944, los principales jefes militares y civiles del fracasado golpe, habían logrado fugar de Oruro en un camión con dirección a la frontera con Chile. En la madrugada del 20 de noviembre habían alcanzado la frontera, pasando por Llanquería y el cerro Piñapinaya, después de infinitas penurias. A horas 13 del 20 de noviembre llegaron a Caquena, población chilena distante a 10 kilómetros de la frontera. Ellos eran el General Ovidio Quiroga, el Coronel Melitón Brito Miranda, el Tte. Coronel Luís A. Olmos, el Mayor Armando Pinto y los Sres. Héctor Diez de Medina y Alberto Brito Miranda. Los perseguidos que creyeron haber dejado atrás el peligro, extenuados como estaban, decidieron descansar hasta el día siguiente, sin pensar en la mano larga y sanguinaria de la logia contra la que habían osado alzarse. Y, cuando menos lo esperaban, fueron sorprendidos con la terrorífica presencia del Cnl. Francisco Barrero y su guardia pretoriana. Fue tal el pánico y el temor de los perseguidos de ser masacrados a su regreso a Bolivia, que uno de ellos prefirió pegarse un tiro en la cabeza, antes de entregarse.
Era tanta la soberbia y la impunidad con la que actuaba el gobierno de Villarroel, que al día siguiente todas las radios y la prensa, hacían conocer un lacónico comunicado firmado por el My. Jorge Eguino, Director General de Policía, que textualmente, decía:
“Hasta el momento han sido fusilados por haber sido los principales dirigentes en el movimiento sedicioso, los siguientes: Gral. Demetrio Ramos, Cnl. Fernando Garrón, Cnl. Paccieri, Sr. Humberto Loaiza Beltrán, Sr. Rubén Terrazas y Sr. Carlos Salinas Aramayo. El Cnl. Melitón Brito se suicidó en la población de Caquena, habiendo conseguido fugar el Gral. Ovidio Quiroga. Se encuentran detenidos en Charaña, para su traslado a esta ciudad, los Sres. Tcnl. Luis Olmos, My. Armando Pinto y Sr. Héctor Diez de Medina”.
El Presidente Gualberto Villarroel nunca admitió ni condenó los crímenes y abusos que se cometieron en su gobierno. Con su silencio y pasividad justificó los abusos de sus camaradas. Esta es su culpa ante la historia.
“Algunos de los compañeros de célula de Villarroel –dice el escritor Mariano Baptista Gumucio--, eran efectivamente paranoides sanguinarios” (“Biografía del Palacio Quemado”, pág. 258, 1984. Por su parte Tristán Marof, refiriéndose al gobierno de Villarroel, señala: “Para gobernar hay que poseer un plan interno y una política externa madura. No había. Todo estaba hecho de retazos, de improvisaciones, de audacias. Los gobernantes eran los jóvenes oficiales de la RADEPA, resentidos de la derrota del Chaco y los intelectuales “movimientistas” enemigos de la feudal burguesía, porque no les invitaba a sus recepciones y porque no daba cotización a su talento… Entonces decidieron matar, imponerse derramando sangre, porque existe una creencia fatal desde los siglos en que ha sido creado el mundo de que el MIEDO es el mejor sistema de gobierno y el más fácil…”. (“Víctor Paz Estenssoro”, pág. 41)
Hubo otros excesos en el gobierno de Villarroel que lo convirtieron en impopular y sanguinario, dando comienzo a su declinación y prendiendo los motores de la despiadada maquinaria política que dos años después terminaría con el colgamiento del Presidente Villarroel en plena Plaza Murillo de La Paz, una de las páginas más vergonzosas y tristes de nuestra historia.
Así, el perseguido de ayer es el verdugo de hoy. Llanquería, Carangas, Sajama, Sabaya, Pisiga son hitos de amparo o expiación, porque nadie en estas tierras del Alto Perú está libre de transitar furtiva y rápidamente por esa ruta de cóndores que conduce a la vida o a la muerte. (Págs. 83-87)
FUGA POR CARANGAS
La provincia de Curahuara de Carangas, como las baldosas de un piso multicolor, concentra hechos dramáticos diversos que parecen ser la síntesis de la triste historia política de Bolivia. Sus montañas, con sus cuestas y bajíos, son testigos mudos de sucesos que conmovieron al mundo. Ahí está la dramática fuga de los sobrevivientes de la guerrilla del Che, que atravesaron ese inhóspito territorio, buscando salir de Bolivia y salvar sus vidas de una muerte segura.
El guía de aquella mortal expedición, Efraín Quicañez Aguilar, acaba de publicar la memoria de aquella espectacular fuga por una ruta que partiendo de Oruro, se adentró en la altiplanicie fría y desértica de Curahuara de Carangas, pasando por Llanquera y la serranía de Piñapinaya donde se estrelló el U-2.
En su libro “PAN COMIDO”, Efraín Quicañez Aguilar cuenta que en su condición de dirigente del Partido Comunista de Bolivia, asistió a una reunión clandestina de su Partido, a inicios de 1968 en la ciudad de La Paz, donde se tocó el tema de los cinco guerrilleros sobrevivientes del Che, que estaban a cargo de dicho Partido, y sobre cómo sacarlos de Bolivia, tema que preocupaba grandemente a los dirigentes de dicho Partido. Al respecto Quicañez, dice: “En uno de los intervalos del encuentro, los compañeros conversaban y tomaban café formados en grupos; en uno de ellos hablaban Monje, Jorge Sattori y yo. Los dos primeros buscaban alternativas de lugares por dónde sacar a los guerrilleros sobrevivientes. Se les notaba muy preocupados y daban la impresión de tener “brazas que quemaban entre las manos”. Al percibir esta preocupación, no sé si por inoportuno o metiche oficioso, les dije: - ¿Por qué se preocupan? Y lancé una frase afortunada o desafortunada: - “Pero si eso es pan comido”. Sorprendidos, ambos compañeros, me preguntaron: -¿Cómo se haría eso? Y sin mayores detalles les respondí: - “por la frontera con Chile”. Incrédulos reiteraron la pregunta: -¿Pero, cómo? Insistí en que la operación podía realizarse sin mayores inconvenientes en un vehículo. Entonces el compañero Mario llamó a Kolle: -“Flaco, ven aquí tienes la solución”…
Después Quicañez cuenta la forma como se organizó la expedición, conformada por tres cubanos: Harry Villegas Tamayo “Pombo”, Dariel Alarcón Ramírez “Benigno” y Leonardo Tamayo Nuñez “Urbano” más dos guías bolivianos él y Estanislao Villca Colque””Tani”. Luego del relato de interesantes pasajes de la gran aventura, Quicañez dice que salieron de Oruro la noche del 5 de febrero de 1968, rumbo a la frontera con Chile, en plena temporada lluviosa. A continuación algunos trozos del relato:
“Los cinco –dice—formamos un solo grupo. La caminata fue difícil en el terreno anegado y resbaladizo, con el agua hasta las rodillas, el aire frío y el cielo nublado y con lluvia.
El compañero Pombo resbalaba y caía, y en una de ellas perdió su pistola. Ayudamos a buscarla, metiendo las manos al agua, sin resultado. Renunciamos la búsqueda y así perdimos accidentalmente un arma que disminuyó nuestra capacidad de defensa. Proseguimos con la marcha a veces sobre terreno no anegado pero resbaladizo.
Aproximadamente a la medianoche arribamos con esfuerzos hasta las orillas del Río Desaguadero. Divisamos una “casucha” rústica y pequeña, aquí nos esperaba “Andrés” junto a dos barqueros que él contrató… Reanudamos la marcha. Alcanzamos la serranía y caminamos por un lugar de cactus, paya brava y thola, diferente a la pampa altiplánica. Bajamos y subíamos las serranías por entre piedras que dificultaban el avance. En todo el día no llovió. El turno era del sol. En algún momento vimos a lo lejos rebaños de ovejas y llamas, pero no a los pastores… Al día siguiente nos levantamos muy temprano, tomamos un té y continuamos la caminata… Cometimos un grave error al ingresar a la población de Sabaya, rompimos la regla de seguridad… Otro descuido capital fue el no haber previsto que en Sabaya, un pueblo fronterizo, no haya algún medio de comunicación que sirviera para alertar cualquier incidente, un aparato telegráfico por ejemplo… Hay que aclarar que no llevábamos mochilas; no era conveniente portarlas porque en aquellos años los campesinos no acostumbraban usarlas. Cargábamos nuestras escasas pertenencias en frazadas amarradas a la espalda como lo hacen los campesinos… Aliviados por el peso emprendimos nuevamente la marcha cuesta arriba. La tarde había avanzado bastante y la noche no estaba lejana. Empezó a nublarse presagiando lluvia. Alcanzamos la cumbre y empezamos la bajada con mucha dificultad por el pedregoso terreno, y al tocar fondo volvimos al ascenso por otra serranía. Así caminábamos buena parte de la noche cuando la madre naturaleza comenzó a castigarnos con una torrencial lluvia que no nos dejó hasta bajar de la serranía y seguir por la planicie. El terreno, por suerte, no era resbaladizo como en las pampas de Challacollo. Nos agrupamos codo a codo para compartir el mismo nylon que llevábamos y caminar juntos. Suponíamos que nadie se atrevería a perseguirnos bajo ese torrencial aguacero. Caminábamos en condiciones desventajosas, pero teníamos en mente alcanzar la frontera con Chile para salvar nuestra integridad física, nuestra propia vida.
Al final de la planicie topamos con el pie de otra serranía y allí encontramos una “lacaya” casi totalmente destruida y sin techo. Nos metimos a ella, con el nylon cubrimos la falta de techo y sin disponer de ninguna medida de seguridad, confiados en que el mal tiempo seria nuestra aliada de la persecución, caímos agotados por el cansancio.
No sé qué tiempo dormimos pero despertamos al clarear el día nublado y con llovizna persistente. El banco de niebla densa impedía una vista profunda. Recogimos nuestras pocas pertenencias y emprendimos marcha arriba.
Al llegar a la cima, más o menos a media mañana, escuchamos el ruido de motores y de inmediato sintonizamos la radio para escuchar noticias. Evidentemente, se informaba que un pequeño grupo de guerrilleros prófugos se encontraba en la zona fronteriza con Chile y que AVIONES con tropas militares de paracaidistas sobrevolaban la región, donde presumiblemente se encontraban los prófugos y en cualquier momento serían localizados y apresados.
El mal tiempo reinante nos castigó duramente e hizo que nuestra caminata sea penosa pero al mismo tiempo nos favorecía bastante. La intensa lluvia evitó la persecución y la densa niebla el salto de los paracaidistas.
En un momento los aviones sobrevolaron el lugar en donde permanecíamos. El ruido de motores se perdió en la distancia. Ya más sosegados, buscamos agua para calmar lar sed… La marcha en esta última etapa se nos hizo pesada. Además de la dolencia de Benigno, los otros dos empezaron a sentir los efectos de la altura por falta de oxigeno y ya presentaban dificultades para respirar. Todos tenían los síntomas del sorojchi (mal de altura)… Por la noche seguimos caminando hacia la falda de un cerro con casi nula orientación sobre el territorio. El artífice de la caminata nocturna fue Tani. Su intuición y, principalmente, su sentido de orientación nos llevo por buen camino.
Ya estábamos por la ladera del cerro y en la medida en que el día ya se anunciaba, nosotros también estábamos alcanzando el final de la serranía. Cuando el sol se mostró íntegro, hicimos un alto y ante nuestra vista se mostraba una planicie y, a unos 500 metros de distancia se observaba un promontorio formado por piedras apiladas y mucho más al fondo un conjunto de casitas.
No podíamos establecer si estábamos todavía en territorio boliviano o chileno. Decidimos explorar el área por razones de seguridad, descubrimos unas huellas de herradura y sospechábamos que policías o militares de la frontera estarían patrullando en procura de dar con nosotros. Antes de que termine el día necesitábamos saber en qué lugar nos encontrábamos exactamente. Había una sola manera de averiguar; dirigirnos hacia las casitas que vimos.
El compañero Tani debía ir solo al caserío. Acordamos que enviaría una señal de avanzar para saber si las casas estaban del lado chileno de lo contrario retornaría sin más. Tomada esta decisión, él se dirigió al lugar sin llevar nada. Entre tanto, los demás nos acomodamos detrás de unas rocas para observar desde allí sin ser vistos.
Vimos que Tani llegó y conversaba con los lugareños. Al poco rato, alejándose un poco de la gente, nos hizo la señal de avanzar rápido. Apresuradamente, recogimos nuestras cosas y avanzamos primero a aquel promontorio de piedra en donde nos acurrucamos para ver si no dejábamos atrás extraños en el lugar y enrumbamos a prisa al caserío.
Un lugareño nos informó que al pie del cerro en donde estuvimos era territorio boliviano y el promontorio de piedras era un mojón que marcaba el límite de la frontera entre Bolivia y Chile. Saberlo nos dio un inmenso alivio. Después de tanto batallar contra la naturaleza y la persecución habíamos alcanzado nuestro objetico y colmado nuestro sacrificio con el éxito anhelado…”
Esta vez la provincia de Cuarahuara de Carangas no fue escenario de tragedia, sino de escape exitoso de cinco compañeros del Che. (Págs. 89-94)
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