Por: Carlos D. Mesa G. / Extracto del blog personal de
Carlos D. Mesa G.carlosdmesa.com /
Publicado el 4 de diciembre de 2012.
Nueve de la noche del 21 de julio de 1978, Palacio Quemado.
Hugo Banzer acaba de pronunciar entre lágrimas su discurso de renuncia a la
presidencia, y entrega el mando por un par de horas a una Junta Militar de
transición.
Desde Santa Cruz, el Gral. Juan Pereda Asbún le ha hecho
conocer un ultimátum amenazando con atacar la sede de gobierno si no le entrega
el mando de la nación. A las once y treinta, dos horas y media después, Pereda
irrumpe en Palacio y jura a la presidencia. Se ha consumado un golpe de Estado
que abre el periodo de mayor inestabilidad de nuestra historia. Entre ese 21 de
julio y el 10 de octubre de 1982, en algo más de cuatro años, Bolivia tuvo ocho
presidentes y una Junta Militar.
Pereda fue parte de una maquinaria autoritaria que acabó
descompuesta y desacreditada. Su paso por la historia fue fugaz y se diluyó en
las propias insuficiencias de un modelo político que estuvo apoyado –es
habitual- en el caudillismo y giró en torno a una curiosa combinación de
dictadura militar personalista y el soporte de dos partidos históricos. Nacido
en La Paz en 1931, ingresó al Colegio Militar de Aviación y llegó a ocupar el
cargo de comandante de la Fuerza Aérea. Apoyó el golpe de Banzer en 1971 y lo
acompañó durante su gobierno. Fue primero ministro de Industria y luego
ministro del Interior en la etapa de “apertura” del régimen. Pero el momento
definitivo de su vida pública se dio cuando Banzer decidió elegirlo como su
sucesor. Su contendor más importante era Alberto Natusch. Si Natusch hubiese
sido escogido por el dictador, probabalmente la historia ulterior habría
cambiado radicalmente, no sólo por el papel trágico que le tocó protagonizar a
Natusch en 1979, sino porque era claramente una figura militar e intelectual de
mucha mayor envergadura que Pereda, quien fue en realidad una figura de
transacción en el seno de unas Fuerzas Armadas en el papel surrealista de votar
a nivel de grandes y pequeñas unidades por el candidato oficialista en las
elecciones de 1978.
A Pereda le tocó emprender una candidatura arropada por un
grupo de técnocratas jóvenes que se formaron en el banzerismo y que intentaron
sin éxito vender una imagen democrática del continuismo con la formación de la
precaria Unión Nacionalista del Pueblo (UNP), para enfrentar la vigorosa
coalición liderada por Hernán Silez Zuazo, el entonces Frente de la Unidad
Democrática y Popular. El artificio no funcionó. La mayoría del país estaba
harta de la dictadura y Banzer no pudo transferir a su delfín el respaldo
minoritario pero nada desdeñable que aún tenía. Pereda carecía del carisma y la
personalidad que un desafío como este requería. El desenlace fue un esperpento,
el fraude electoral más escandaloso de toda nuestra historia, al punto que el
número de votos contados superaba en más del 2% al número de inscritos ¡Más
votos que votantes! El proyecto del banzerismo fue derrotado por el entusiasmo
que generó la UDP que recibió una avalancha de votos (como había ocurrido en
1951 con el MNR) que la maquinaria oficial no había previsto. Pereda tenía que
pagar la factura. Las elecciones fueron anuladas porque simplemente el descaro
del engaño había sido demasiado grosero.
El Gral. De aviación que se sentía ya Presidente no lo
toleró y decidió tomar el gobierno por la misma vía que lo había hecho su
antecesor, el Golpe de Estado. No lo acompañaban ni un proyecto ni un programa.
Huérfano de la estructura administrativa de la dictadura, propuso un
balbuceante camino hacia una nueva elección y la ejecución de inciertasd
medidas para frenar la crisis que los dos últimos años del banzerismo habían
generado. Era una cáscara sin contenidos, un aterrizaje forzoso en el poder sin
proyección alguna. No era siquiera más de lo mismo. Lo que hizo fue abrir la
caja de Pandora. Los demonios de un militarismo desesperado y la incapacidad de
los líderes políticos por consolidar la lucha por la recuperación democrática
de modo claro, llevaron al país a la etapa más caótica de una historia
republicana ya de si turbulenta.
Apenas cuatro meses después de ese absurdo manejo electoral
que devino en golpismo, el 24 de noviembre de 1978, Pereda fue expulsado del
Palacio por David Padilla, otro militar, pero con un compromiso más claro por
la democracia que, sin embargo, no alcanzó para frenar el descalabro. Ese día
Juan Pereda Asbún desapareció para siempre de la vida pública. Las brumas de
esos pocos días se disolvieron como se disolvió su figura que, como siempre en
estos casos, fue librada a su suerte por quienes habían llegado en tumulto al
hall principal de la casa de gobierno una fría noche de julio.
Treinta y cuatro años después, el día de su muerte, los
medios de comunicación redactaron breves notas y le dedicaron unas pocas
imágenes al militar que había soñado con heredar al dictador más longevo del
siglo XX y terminó su vida mezclado en la sordidez de las páginas de
escándalos. Fue solo un sueño, un mal sueño para él y para un país que tendría
que soportar todavía los terribles avatares antes de comenzar el periodo más
largo de vida democrática que hayamos conocido.
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