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AQUÉL SÉLEBRE MOTÍN AÉREO


UN DÍA COMO HOY, 27 DE SEPTIEMBRE DE 1956, PRESOS POLÍTICOS BOLIVIANOS TOMARON EN PLENO VUELO EL AVIÓN EN EL QUE ERAN TRANSPORTADOS, PROTAGONIZANDO UNA DE LAS MAYORES HAZAÑAS AÉREAS DE LA HISTORIA. A CONTINUACIÓN LA HISTORIA DE AQUEL SUCESO, QUE CONSTA EN MI LIBRO: “LA CAÍDA DEL U-2 EN BOLIVIA”.  

Por: Tomas Molina Céspedes. / Este artículo fue publicado el 27 de septiembre de 2014.

MOTÍN AÉREO EN LOS ANDES

 La gélida e inhóspita tierra de Carangas, donde cayó el U-2, como hemos señalado repetidamente, está vinculada a hechos terribles de la política boliviana, que convirtió esa región en una inmensa prisión donde no sólo los verdugos, sino también la naturaleza, castigó severamente a los presos políticos. Curahuara de Carangas, en tiempos del MNR, era sinónimo de tortura, hambre, frío, aislamiento y muerte.   
 Decíamos en el anterior capítulo, que entre los años 1953 y 1956, en Curahuara de Carangas, se instaló un campo de concentración, donde fueron recluidos unos 300 presos políticos de todo el país, muchos de los que, en el intento de fugar hacia Chile, murieron congelados en las montañas de la frontera con ese país.
 En el campo de concentración de Curahuara de Carangas, estuvieron recluidos varios ciudadanos oriundos del cálido departamento de Santa Cruz, para quienes la permanencia en esa fría y alta región, fue un doble castigo. Éstos y los demás presos permanecieron en esta prisión desde fines de 1953 hasta mayo de 1956, cuando el régimen del MNR, por presión de organismos internacionales y, sobre todo, por tener que celebrar elecciones presidenciales liberó a todos los presos políticos para dar legitimidad a su candidato, seguro ganador de dichas elecciones.      
 Los presos cruceños volvieron a sus hogares a fines de mayo y principios de junio de 1956, con heridas en el cuerpo y el alma, por todos los horrores que habían vivido en Curahuara de Carangas. Pero, ni bien pasaron los comicios, en el que por supuesto ganó por amplia mayoría el candidato oficial, la policía política del MNR, nuevamente quiso detener a los ex presos de los campos de concentración, por seguir siendo opositores al partido gobernante. Este intento dio lugar al más espectacular motín aéreo, único en la historia universal, cuya historia es la siguiente.
 A raíz de una marcha de amas de casa en La Paz, que con sus canastas y cacerolas vacías, salieron a las calles el 22 de septiembre de 1956, pidiendo alimentos, el gobierno ordenó una severa represión, viendo en esta manifestación la antesala de un acto subversivo. En aquella época de terror, donde no había derecho a disentir, pedir alimentos en una manifestación era un grave atentado a los postulados de la revolución nacional. Los temidos agentes del Control Político salieron a buscar a sus presas como lobos sedientos de sangre y trabajando con esmero, con sobrehoras y todo, en tiempo récord lograron llenar las celdas de sus agencias en todo el territorio nacional. En la ciudad de Santa Cruz habían sido detenidos cerca de cien enemigos políticos del régimen, los que fueron concentrados en las celdas del Control Político de Santa Cruz llamado “Ñanderoga”, donde fueron sometidos a severo interrogatorio, sin lograr que los detenidos «canten» todo lo que sabían sobre la subversión en marcha, sea porque los verdugos no eran tan exigentes o porque los presos eran desorejados para «cantar». Lo cierto es que San Román, el siniestro Jefe Supremo del Control Político, al enterarse de los pobres resultados de los interrogatorios, montó en cólera y espetó desde La Paz que los presos debían ser conducidos a su presencia de inmediato. San Román, el gélido y despiadado policía, sabía hacer cantar incluso a los sordomudos. Era tan devoto de su inmundo oficio, que incluso se llevaba trabajo a casa, donde en noviembre de 1964, el pueblo que asaltó su vivienda, encontró seis celdas en el sótano del inmueble. La noche era la aliada del inquisidor.    
 La orden estaba dada y los presos debían ser conducidos sin demora a La Paz, por avión, para evitar todo contratiempo. El L.A.B. recibió el encargo y destinó un plateado DC-4 para el transporte de los presos.  Sin embargo, fue en esta empresa aérea, donde se filtró la noticia. Algún empleado del L.A.B., simpatizante o camarada de los presos, siguiendo instrucciones de algún dirigente de F.S.B., dejó un revólver cargado en el bolsillo trasero de uno de los asientos del avión. Entre los presos había gente ligada a la aviación y todos ellos, sin excepción, preferían la muerte a volver a Curahuara de Carangas.         
  A las cuatro de la mañana del 27 de septiembre fueron despertados los presos y conminados a formar en el patio. Desde dos ventanas opuestas del edificio les apuntaban dos viejas ametralladoras, con sus largas cintas de proyectiles colgando,  listas a vomitar su mensaje de plomo. Tito García, Jefe Regional del Control Político, revólver al cinto y pistola ametralladora en la mano, rodeado de su guardia servil, empezó a seleccionar a los presos más peligrosos. Estos ajenos al viaje, creyeron que se trataba de una selección para eliminarlos, como había ocurrido años antes en Chuspipata y Caracollo. Más de uno imploró quedarse en el grupo mayor de presos, siendo transferidos al grupo de los seleccionados a patadas. Quiso el destino que en este grupo de seleccionados quedaran  el capitán de aviación Saúl Pinto, el mecánico Aurelio Aguayo y el radioperador Mario Diamont.
 A las 5 a.m. los 47 presos elegidos para conversar con «San Román» en La Paz fueron trasladados al aeropuerto, con fuerte escolta policial. Muchos de ellos, de acuerdo a su peligrosidad, tenían las manos amarradas a la espalda. Por la filtración de la noticia, en el aeropuerto había gran cantidad de familiares de los presos, que al verlos se abalanzaron para despedirlos. Una camarada se acercó al retirado Coronel de Ejército Andrés Saucedo Lanza y simulando un largo abrazo le dijo al oído que detrás del asiento 18 había un revólver. La noticia exaltó al militar, quien eufórico ni bien la recibió se acercó a Saúl Pinto y le transmitió el plan. La noticia empezó a correr entre todos los presos. A tiempo de subir por la escalinata del avión, Saúl Pinto preguntó con fingida despreocupación a la aeromoza por el nombre del piloto. «Es el Capitán Estenssoro, «El Hueso», fue la respuesta. 
 A las 6:30 a.m. el avión empezó a carretear por la pista. El Coronel Saucedo se había sentado detrás del asiento 18. Junto a los presos viajaban seis agentes al mando de un tal Zoilo Villarroel, todos ellos armados de metralletas, quienes cometieron el error de sentarse juntos y ajustarse con los cinturones de seguridad, por sugerencia de sus presos, muy posiblemente porque todos ellos por primera vez viajaban en avión. La mayoría de los presos no se abrocharon los cinturones de seguridad, o tal vez simularon hacerlo, y estaban en apronte listos para cumplir las órdenes del Coronel Saucedo.  Cuando la nave remontaba el cielo cruceño y los agentes se encontraban desprevenidos, convencidos de que la seguridad de sus presos era total en semejante altura, el Coronel se paró súbitamente de su asiento y los encañónó con energía a todos, mientras diez presos caían súbitamente sobre ellos arrebatándoles sus armas e inmovilizándolos.
 Controlada la situación en el salón de pasajeros, Saucedo, Pinto, Aguayo y Diamont se dirigieron a  la cabina de la nave, donde el primero apuntando a la cabeza del sorprendido piloto y sus ayudantes les conminó a entregar la nave a la nueva tripulación. Lo primero que hizo Aguayo fue desconectar toda comunicación con el exterior, como si el avión hubiese desaparecido, mientras Pinto enfilaba el avión rumbo al norte argentino. 
 En La Paz los controladores del tráfico aéreo estaban desconcertados. No podían explicarse y menos explicar al Jefe del Control Político allí presente, que la nave no daba señales de su ubicación. Los minutos pasaban lentamente ante el visible nerviosismo de los operadores aéreos, que tartamudeaban para responder cada pregunta del exigente policía, cuya voz y órdenes heladoras ponían los nervios en tensión.   
 El plateado DC-4 ingresó a territorio argentino y el operador del aeropuerto de Salta recibió el pedido de un aterrizaje de emergencia. Este dio parte a sus superiores, estos a su vez al gobierno, de allí se filtró la noticia a la prensa y pronto las radios y los teletipos informaban al mundo entero sobre el espectacular desvío. 
 Mientras el pueblo de Salta recibía como a héroes a los 47 presos fugados de Bolivia, en La Paz se realizaba una urgente reunión de gabinete. La noticia tenía efectos demoledores para el régimen, pues era la comprobación de las muchas denuncias que circulaban a nivel internacional sobre la reciente existencia de campos de concentración y de una policía política sanguinaria en Bolivia. 
 Todos los presos recibieron generoso asilo en la Argentina y todos ellos comenzaron una nueva vida lejos de San Román y sus matones de triste memoria.
 Al respecto de este suceso, debemos señalar que la historia universal sólo registra tres hazañas aéreas, exitosas y únicas: La primera ocurrió en septiembre de 1943, cuando en plena guerra fue depuesto el Duce Mussolini y trasladado secretamente por los facciosos a un edificio del  Gran Sasso, a 2.914 metros de altura, de donde lo rescató, por órdenes expresas de Hitler, un Comando Alemán dirigido por el Capitán Skorzeny, que llegó hasta allí en un planeador. La segunda hazaña aérea es la ocurrida en Bolivia, el 27 de septiembre de 1956 y la tercera hazaña ocurrió en el aeropuerto de Entebbe, Uganda, en julio de 1976, cuando un Comando judío rescató a rehenes de dicho aeropuerto. 
 Pero, la toma de un avión en pleno vuelo, como la que protagonizaron los presos bolivianos, es un caso único en la historia. (DEL LIBRO: "LA CAÍDA DEL U-2 EN BOLIVIA")

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