El 15 de junio de 1999 la princesa Sayako fue la primera
persona de la familia imperial en visitar Bolivia (Foto: Correo del Sur)
Por: JUAN JOSÉ TORO / Fragmento de la nota publicada en el
periódico Correo del Sur el 30 de abril de 2016.
La decisión que tomaron varias familias japonesas en 1954 de
trasladarse a Bolivia debió necesitar de bastantes huevos. Japón continuaba
devastado por los efectos de la Segunda Guerra Mundial y sus autoridades
coordinaban una migración planificada con el fin de reducir la población de
entonces. Bolivia era uno de los países elegidos en América Latina. Durante el
primer gobierno de Víctor Paz Estenssoro se acordó el ingreso de una
determinada cantidad de familias que recibirían tierras y se establecerían en
el oriente boliviano que, por entonces, estaba prácticamente deshabitado.
Pero una cosa era decidir y otra muy distinta cumplir la
decisión. La única manera de cubrir los miles de kilómetros que separaban a
Japón de Bolivia era siguiendo una larga ruta marítima que partía en el puerto
de Yokohama y terminaba en el de Santos, Brasil. Había dos rutas: la del oeste,
que cruzaba el océano Índico, y la del este, que iba por el Pacífico. En ambos
casos la travesía duraba más de 40 días, que los migrantes aprovechaban para
aprender el español y estudiar los datos disponibles del país en el que
vivirían.
Una vez en Santos, se descansaba unos días para emprender
otro largo viaje con rumbo a Santa Cruz. Y ni siquiera allí terminaba la
travesía porque había que internarse en la selva hasta llegar al lugar que les
había asignado el Gobierno. Los primeros inmigrantes terminaron su viaje el 15
de agosto de 1954, cuando se establecieron a orillas del río Grande, en la
colonia que bautizaron como Uruma. Era selva pura así que se abrieron paso a
punta de machete. En los claros construyeron precarias casas con pilares de
troncos y techos de palmera. Ni bien se habían establecido, se enfrentaron a su
siguiente desafío: los bichos. Las que parecían simples picazones se
convirtieron en enfermedades y estalló la epidemia. La colonia tuvo que
desocuparse y las casas se quemaron para acabar con el virus.
El Gobierno boliviano les asignó un nuevo lugar, también
cerca del río Grande, unos 80 kilómetros al noreste de Santa Cruz de la Sierra.
En recuerdo de la prefectura japonesa que dejaron en manos de los
estadounidenses, los inmigrantes la bautizaron como Okinawa.
Más migrantes
Los japoneses establecidos en Okinawa necesitaban comer así
que, tras verificar la productividad del suelo en el que vivían, comenzaron a
sembrar arroz. Después de cubrir sus necesidades, vieron que podían ofrecer el
producto en Santa Cruz pero, para ello, necesitaban un camino así que
resolvieron construirlo. Su esfuerzo posibilitó que el consumo del cereal se
difunda primero en Santa Cruz y luego se extienda a toda Bolivia.
Mientras los inmigrantes de Okinawa comenzaban a sembrar
arroz y algodón, la migración planificada continuaba.
El 15 de mayo de 1955 llegaba otro grupo humano pero a un
lugar más distante de Santa Cruz, a 124 kilómetros. Un total de 14 familias que
sumaban 88 integrantes se establecían en San Juan de Yapacaní. Al igual que sus
predecesores, levantaron las viviendas con sus propias manos y comenzaron a
cultivar arroz.
En agosto de 1956 se firmó un convenio entre los gobiernos
de Japón y Bolivia legalizando el ingreso y establecimientos de los inmigrantes
que recibieron 25 hectáreas de tierra por familia. En 1957 llegó el grupo más
numeroso hasta entonces: 159 personas de 25 familias que estaban resueltas a
labrarse un destino en las fértiles tierras del oriente.
Más productos
En sus primeros años, los inmigrantes japoneses debieron
tolerar tanto el clima como los peligros de la selva. Domaron el monte y, poco
a poco, serpientes, tigres y capivaras fueron retrocediendo.
Al verificar la productividad del terreno diversificaron su
producción y, además de arroz y algodón, sembraron yuca y maíz. También
comenzaron a experimentar con un producto desconocido para los bolivianos: la
soya.
Se organizaron de tal forma que su producción fue creciendo,
al igual que sus tierras. Actualmente cada familia no posee 25 sino 250 hectáreas,
en las que se produce una variedad de alimentos —incluidos frutales— y la
avicultura, que también se masificó en Bolivia gracias al trabajo de
descendientes de los japoneses.
Y los huevos
Trabajando en sus parcelas en un sistema que admite hasta
tres generaciones, en familias en las que hasta los abuelos cumplen una función
productiva, los japoneses vieron que las tierras de su alrededor también eran
ocupadas por migrantes pero bolivianos. Familias de Potosí, Oruro y Cochabamba
trabajaban parcelas pero, además de la siembra de alimentos, se dedicaban a la
ganadería.
Los japoneses y sus hijos admitieron que la crianza de
animales era una buena alternativa, pero optaron por la avicultura y empezaron
a criar gallos y gallinas con el fin de aprovechar sus huevos.
Así, al igual que el arroz y el maíz, los huevos de los
japoneses comenzaron a llegar a los mercados de Santa Cruz y de allí salieron
con rumbo a los del resto del país. El problema de siempre era la falta de
caminos; entonces, ellos los construyeron y se encargaron de su mantenimiento.
Con la ayuda de la Federación de Asociaciones de Ultramar,
los inmigrantes mantenían y arreglaban las vías hasta que en 2003 se inauguró
el esperado tramo asfaltado hasta San Juan de Yapacaní. Fue el paso definitivo
hacia la producción masiva de alimentos, en la que los huevos jugarían un papel
preponderante.
El sistema de trabajo de los japoneses fue el cooperativo y
permitió que hacia 1971 se consiguiera la personería jurídica, dando nacimiento
a la Cooperativa Agropecuaria Integral San Juan de Yapacaní (Caisy). En la otra
colonia se consolidó la Cooperativa Agropecuaria Integral Colonias Okinawa
Ltda. (Caico). Por su parte, la Federación de Asociaciones de Ultramar fue la
base para la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA, por sus
siglas en inglés).
Actualmente, Caico y Caisy son respetadas marcas en la
producción de alimentos pero, si de huevos se trata, la segunda no tiene
parangón ya que aglutina a 100 socios que representan 100 granjas productoras
de 25 millones de unidades de huevos, el 20 por ciento de la producción
nacional.
Y como no solo de huevos vive el hombre, los descendientes
de los inmigrantes japoneses han importado también sus recetas, con las que son
capaces de preparar varios platos a base de huevo. Flan, sushi, paellas y
ensaladas pueden diversificar la dieta de cualquier familia.
¿Hay novedades? Siempre. En San Juan de Yapacaní ahora se
siembra macadamia, una nuez de arbusto originaria de Indonesia, que sirve para
la industria del perfume y también se puede consumir directamente. En Caisy la
procesan para el consumo humano y la cubren de chocolate antes de embolsarla o
encajonarla. El producto es innegablemente delicioso y ya se encuentra en los
supermercados del país.
Como al resto de los productores del oriente boliviano, a
los residentes de Okinawa y Yapacaní les han afectado los embates naturales de
los últimos meses, pero ellos están acostumbrados a las adversidades y lo más
probable es que los superen con solvencia. Es que, al final, la agropecuaria es
nomás cuestión de huevos.
Pollitos en masa
“Si el pollo es criollo, es de Yapacaní”. La afirmación se
desvanece ante la realidad que se vive en las granjas de Caisy. Pero contiene
otras verdades.
Los socios de Caisy crían miles de gallos y gallinas que son
los que producen sus famosos huevos. Se selecciona a pisadores (sementales),
que se destinan para la reproducción, y a las ponedoras, que son encajonadas de
a dos en largos cobertizos donde ponen huevos durante por lo menos dos años. Al
cabo de ese tiempo, su productividad declina así que son vendidas para
alimento.
“Toda carne de gallina que encuentre en Santa Cruz es
gallina de acá”, explica divertido uno de los descendientes de japoneses. “Locro,
picante o hamburguesa… seguro que salió de acá. Hasta en las salteñas, así que
no le venden salteñas de pollo sino salteñas de gallina”.
Pero no son gallinas criollas. Aunque la reproducción es
natural (a un gallo le asignan unas siete gallinas), los huevos destinados a
pollos son enviados a incubadoras, de donde salen los pollitos que son
alimentados con productos balanceados y crecen con luz artificial. Luego viene
la selección y… a poner se dijo. Y después… a la olla se dijo.
Japoneses en Bolivia
La importancia de la presencia japonesa en Bolivia dio lugar
a la conformación de asociaciones nikkei (nombre con el que se designa a los
migrantes de Japón y su descendencia), que no solo existen en Santa Cruz sino
también en Pando, Beni y La Paz.
Esas organizaciones son la Asociación de Descendientes
Boliviano-Japoneses de Trinidad, la Asociación Boliviano-Japonesa de
Rurrenabaque, el Centro Cultural Boliviano Japonés de Riberalta, la Asociación
Nikkei de Descendientes Japoneses de Guayaramerín, la Asociación Nikkei de
Pando, la Sociedad Japonesa de La Paz, el Centro Social Japonés de Santa Cruz,
la Asociación Boliviano-Japonesa de San Juan de Yapacaní, y la Asociación
Boliviano-Japonesa de Okinawa.
Los descendientes de japoneses mantienen las tradiciones y
cultura del país de sus padres y abuelos. Así como su idioma, que es enseñado
en las escuelas de sus colonias.
Grande la raza Japonesa personas muy educadas y trabajadoras.
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