La Tarija de antaño tenía personalidad, tenía bien definidas sus reglas,
normas, tradiciones y fe, era una ciudad en la que todo habitante tenía
designado su espacio y desde entonces ya se hablaban de clases o estratos
sociales, aunque estos no muy definidos o marcados y mucho menos merecidos,
según relata Agustín Morales, en su libro “Estampasde Tarija”.
Para Morales, las diferencias sociales eran mínimas, pero pese a ello no se
podía negar que existía cierta división de clases, no muy marcadas como en
otras ciudades, pero sí notorias. Afirma que no se podía hablar de gente de
abolengo, o alta alcurnia, aunque las principales familias poseedoras de bienes
y fincas, constituían lo que se llamaba como “la capa pudiente” y se
caracterizaba por apellidos conocidos entroncados entre sí.
“La sociedad”
Ellos formaban una urdimbre social que las unía en aquello que la gente común
identificada como “de la sociedad”, confundiendo este amplio concepto para un
grupo reducido o algo así como pequeña élite.
Aquella gente no era orgullosa ni poseedora de títulos, rancia nobleza o
privilegios, simplemente se destacaba por los apellidos conocidos de claro
origen español, posiblemente descendientes de los colonizadores. Se trataba de
gente sencilla en su mayoría, y si es que alguna diferencia la distinguía, era
que poseían una buena casa y alguna finca en el campo, que tampoco podía
decirse le daba riqueza, era simplemente “gente acomodada”.
Esta gente era la que habitaba principalmente la parte central de la ciudad y
tenían casas grandes, amplias; incluso algunas de dos pisos, pero sin ningún
estilo destacado y casi todas con su buen jardín en el patio principal. En esos
domicilios se jactaban por las plantas ornamentales y sus flores, sus lindos
naranjos y toda la vegetación que rodeaba el patio. Cuenta que incluso, la
mayoría de estos hogares tenían un segundo patio, huerta o huertillo, más al
fondo, donde se encontraban los infaltables corrales para aves, animales
domésticos y cuadrúpedos.
“Esta clase social no vivía espléndidamente ni poseía lujos; cuando mucho
contaba con un espacioso salón alfombrado, piano, amplio comedor,
salas-dormitorios, su buena habitación para cocina y horno, así como bien
provista despensa. En casi todas las casas se acostumbraban amplios corredores
o galerías decorados con macetas y plantas”, describe Morales.
Así, de esa forma el autor de Estampas de Tarija, afirma que en aquellos
tiempos en Tarija no había ricos. Según él sólo había “pudientes”. Ahora bien,
relata que aparte de los señores Navajas, Trigo, Blacud, Paz y algunos más que
fueron comerciantes o prestamistas, pocos podían ser considerados como ricos,
porque los más apenas tenían fincas rústicas que les proveían para la despensa
y proporcionaban poca renta para vivir holgadamente.
Esta “sociedad” fue más característica entre las mujeres, pues eran las que
procuraban guardar las diferencias, debido a un falso orgullo femenino que por
pertenecer a tal o cual familia o vivir en el centro, se consideraban en cierto
modo algo mejor que el común de las gentes.
En cambio entre los hombres esta distinción casi no existía, pues estos no tenían
a menos reunirse con cualquier persona de las demás capas sociales y hasta
habían muchos “caballeros” que llevaban una doble vida, alternando a ciertas
horas sólo entre sí en el Club Social o lugares céntricos, para luego en otras
reunirse con las simpáticas mujercitas de polleras o “machos” conocidos como
“cholitos”, pero que sean hábiles para los juegos (taba, gallos, caballos) y
las “guitarreadas”, acompañadas de rica chicha o generosos vinos.
Entre los muchachos, especialmente aquellos que tenían entre ocho y 12 años,
nunca hubo diferencias sociales de ninguna clase, incluso en el vestir casi
todos eran iguales. Donde había una absoluta amalgama era en la escuela y en
los juegos infantiles; porque los menores, en su sana inocencia, no podían pensar
y mucho menos obrar con diferencias de clases.
“Todos fuimos iguales y nos caracterizábamos por el barrio donde vivíamos; tan
completa la diferencia hacia las capas sociales que inclusive muchos hijos de
las sirvientas alternaban con los patrones en un mismo plano de igualdad; muy
bien me acuerdo a este respecto de los amigos ‘camión’, el ‘sapo’ de los Arce,
el negro ‘cocoliche’ de los castellanos y varios otros”, relata.
La clase media
Morales explica que después de esa “sociedad” existía una clase intermedia que
estaba constituida por la gente de menos recursos; que si bien tenían sus casas
más modestas, chicas o pequeñas propiedades, no gozaban de rentas como para
poder vivir de ellas sin mayores preocupaciones.
Esta “clase media” estaba constituida por empleados públicos y particulares,
pequeños negociantes y artesanos destacados. Él cataloga a su familia como
parte de este sector de la sociedad, aunque dice que eran pocas las ocasiones
en que él notaba alguna diferencia social con la capa superior.
“Solo nos separaban los escasos recursos de nuestros padres; fuimos la clase
pobre, pero no proletaria, una clase media que posiblemente era auténtica
heredera de los primeros pobladores españoles, estaba esparcida por toda la
ciudad”, define.
El “grueso” del pueblo
Y por último, se encontraba aquella capa social más extensa, aquella que era
constituida por vendedores, artesanos y trabajadores modestos que formaban el
“grueso” del pueblo y habitaban en los barrios de San Roque, parte del Molino,
“Las Panozas”, “La Pampa” y los “extramuros” de la ciudad. En este grupo social
las mujeres se caracterizaban por vestir de polleras y los hombres llevaban el
traje más sencillo.
En su mayoría, los trabajadores considerados artesanos tenían sus talleres en
tiendas sobre las calles principales, caracterizándose ciertos lugares por
ocupaciones o gremios, así en la primera cuadra de la calle Camacho, abundaban
los talabarteros, oficio muy cotizado porque se usaban mucho los arreos de
cuero como monturas, estribos, frenos, alforjas, etc. En la siguiente cuadra de
la misma calle abrían sus talleres los plateros o joyeros.
En las cuadras adyacentes a la plaza principal tenían sus talleres los
peluqueros, fue una profesión mixta, porque mientras esperaban a los barbudos,
cosían polleras, siendo por consiguiente “peluqueros-polleros”.
Otra secta artesanal frondosa estaba constituida por los sastres, parece que
desde remotos tiempos se había trasmitido por generaciones el oficio dentro de
una sola familia, porque casi la mayoría de las sastrerías fueron de “Maestros
Sánchez”, pero el patriarca de todos era don Martín.
Los zapateros tenían sus talleres en zonas un poco más alejadas del centro y
había que visitarlos porque se acostumbraba mandar hacer zapatos “a medida”. Luego
venían los carpinteros, que según recuerda Morales, no eran muchos. También
estaban los lateros u hojalateros, con sus talleres esparcidos por los barrios
y finalmente estaban los hombres que eran considerados, los más fuertes y
musculosos, los herreros, que tenían sus talleres en zonas un poco alejadas del
centro.
“No puedo decir que existía en la Tarija de antaño una señalada división
social, pues la gente en su generalidad era sencilla, bondadosa, cordial,
siempre dispuesta a la sana conversación, intercambio de noticias y franca
amistad”, advierte.
En su mayoría estaban vinculadas, sino por la sangre o parentesco, por aquella
buena costumbre de unirse espiritualmente mediante el compadrazgo, vínculo
fraterno que tenía mayor solidez que el mismo parentesco consanguíneo; fue
común el nombrarse o hacerse compadres o comadres con cualquier motivo;
bautismos, confirmaciones, matrimonios, evangelio de la iglesia y por la torta
o regalos, si hasta existían días especiales para hacerse compadre do comadre mediante
el intercambio de regalos sencillos, de modo que la mayoría se llamaba
recíprocamente “cumpa” entre los hombres y más aún las mujeres casi todas
resultaban “comadres”, y para esto sí que no habían diferencias sociales.
Los chapacos
Finalmente, no considerados como una clase o estrato, estaban los chapacos, a
los que Morales describe como gente buena, sencilla, modesta pero no tonta.
Eran aquellos que frecuentaban la ciudad, procedentes de las campiñas y
comarcas próximas, como Tomatas, El Rancho, El Monte, Yesera, Santa Ana, San
Jacinto, San Gerónimo, San Luis, Tablada y Tabladita, Tolomosa y Tolomosita,
Churquis y Guerrahyaco, La Victoria y no así de las provincias..
El autor de Estampas de Tarija los describe en generalidad como personajes de tez
trigueña, altos, de cabellos negros y buena complexión, barba llena. Las
mujeres regularmente simpáticas, pero no tanto como las de la provincia Méndez,
blancas y muy buenas mozas.
Los hombres venían de la ciudad trayendo sus productos cargados en costales
sobre caballos o burros y también traían leña liadas con sogas de cuero,
siempre en burros. Era gente respetuosa, tímida y acostumbrada a no
desprenderse de sus acémilas.
EL PAÍS DE TARIJA (13 de abril de 2017)
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