Por: ILDEFONSO OLMEDO / JUAN JOSÉ TORO, Santa Cruz de
la Sierra (Bolivia) 23 de Noviembre de 2014. / EL MUNDO DE ESPAÑA.
Estaba en la sombra. La sombra del interior de su
domicilio de Santa Cruz de la Sierra, la laberíntica ciudad de los
siete anillos, lo protegía del sol de noviembre que aquel viernes había dado
una tregua en la capital más grande del oriente boliviano.
Lo vimos desde el otro lado de la reja color verde
claro que protege el jardincillo de la vivienda. No había timbre ni llamador
alguno, así que fue necesario golpear con el candado para advertir de nuestra
presencia. Él se dio la vuelta para mirar quién tocaba, pero la que salió fue
una mujer de edad indefinida con una pañoleta que le sujetaba el cabello.
-Buenas tardes...
-Buenas tardes.
-¿Sí?
-Estamos buscando a don Mario.
-¿De parte de quién?
-El señor que me acompaña está trabajando en un
informe sobre la Operación Milagro y queremos hablar con él.
-Ya. Ahoringa... un ratito, ¿ya?
Y mientras esperamos, hablamos del caos urbano de
aquella ciudad en la que muchas casas, como aquella, tenían dos direcciones en
su puerta. Esa casa, además, tenía dos perros, un mestizo de razas imposibles
de definir y un rottweiler que se limitaban a retozar mientras aguardábamos.
Estaba en la sombra y desnudo de la cintura para
arriba. Por lo que alcanzábamos a divisar desde el otro lado de la reja, era un
hombre que aparentaba su edad, 72 años, con escaso cabello blanco y una
notoria barriga.
A través de la ventana abierta por la que lo veíamos,
él también pudo vernos, y ahí mismo, en la salita de su casa desde donde
podíamos verlo, se puso una polera sin mangas color mostaza y caminó hacia la
puerta.
Cruzó el pequeño jardín en el que todas las plantas
estaban en macetas sostenidas por floreros de hierro soldado y llegó hasta la
reja. Por fin, después de 47 años había salido de las sombras y
estaba frente a nosotros.
-Hola...
-Buenas tardes.
-Buenas tardes, señores...
Abrió la reja, que chirrió como saludando también.
Entramos preguntando si los perros eran mansos y él dijo que sí. Llegamos al
pequeño porche donde había algunos asientos y nos preguntó si queríamos hablar
ahí o adentro, en la salita. "Mejor adentro que está más
fresco".
Entramos, nos sentamos e iniciamos una charla de 23
minutos y 32 segundos con Mario Terán Salazar, el hombre que mató al Che
Guevara.
La confesión
En la salita de su casa no existe un solo retrato de
él en sus tiempos del Ejército boliviano. En la mesita que está frente al sofá
donde se sienta él hay una foto familiar. Allí se puede ver a un Mario Terán
abuelo, rodeado de hijos y nietos, en una evidente actitud patriarcal. Han
pasado 47 años y el sargento Terán, que se jubiló como suboficial mayor y ahora
cumple los 72, juega al escondite con las palabras. Es él. No es él. Verdad.
Mentira. Ésa ha sido su vida desde el 9 de octubre de 1967 en que ocurrió todo.
Por eso una mentira, que enseguida es desvelada, nos ha llevado a su fortín de
verdes rejas. A las primeras, don Mario desmiente a Granma, el periódico cubano
que había voceado el milagro: médicos de la revolución devuelven la visión en
Bolivia al hombre que mató al Che. "No, no... No es como se dice que me
han devuelto la vista. Falso. Yo no estaba ciego, una simple catarata
tenía, y como están viendo me han fregado, me han dejado el ojo [derecho]
colorado".
Sosteniendo tranquilamente la mirada, sin apenas
parpadear, intentamos ver en el soldado agazapado que se sienta a poco más de
un metro de nosotros a aquel sargento de la confesión por escrito. El mandado
que dio testimonio secreto para la superioridad del día de la matanza en la
mísera escuela de La Higuera donde el héroe de la revolución cubana
dio con sus huesos, y su sangre, en la tierra: «Cuando llegué, el Che estaba
sentado... Al verme me dijo: "Usted ha venido a matarme". Yo me
sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Yo no me atrevía a disparar. En
ese momento vi al Che grande, muy grande. Sentía que se me echaba encima y
cuando me miró fijamente me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido
podía quitarme el arma. "Póngase sereno, usted va a matar a un
hombre". Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré
los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che cayó al suelo con las piernas
destrozadas, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Yo recobré el
ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y
en el corazón...".
¿Es ciertamente él? Hasta tres nombres de Mario Terán
se han dado, en lo que parece una ceremonia orquestada de la confusión o el
camuflaje, para poner identidad al sargento que mató al guerrillero Ramón (el
Che): Mario Terán Ortuño, Mario Terán Reque y Mario Terán Salazar. Tenía
entonces 25 años, corta estatura (no más de 1,60), nariz chica, piel cobriza y
ojos claros. El señor Mario es pequeño y el poco pelo que le resta ha
emblanquecido con el tiempo.
-¿Es cierto que usted formaba parte del grupo que
detuvo al Che?
-No es cierto. Habíamos dos o tres Marios Teranes (sic)
en el Ejército, pero con diferentes apellidos maternos...
-En estos años otros periodistas [Jon Lee Anderson, el
gran biógrafo del Che entre ellos] han venido a intentar hablar con usted...
-Puede ser, pero nunca he tenido charlas con nadie...
-Ha escrito, en cambio, Douglas Duarte, que llegó de
Brasil, que un día usted terminó reconociéndole que era el hombre que mató el
Che pese a que durante dos días le mantuvo que usted se llamaba Pedro Salazar.
También le dijo: "Sólo yo sé cómo es vivir con esto. No puedo ni quiero
hablar".
-[Carraspea levemente antes de responder...] No.
-Porque, de serlo, a usted no le importaría reconocer
que sí, que es el hombre que lo mató.
-...No [es casi un susurro].
-Pero usted sabe, porque es Historia, que fue el
sargento Mario Terán quien, cumpliendo órdenes ["saluden a papá"
fueron las palabras en clave], disparó al Che en la escuelita de La
Higuera.
-Como les digo, somos dos, tres Marios Teranes.
-¿Y usted no es él?
-No soy yo...
-Le enseño, señor Mario, una foto... [en ese momento
le mostramos la única imagen conocida hasta hoy del sargento que mató al mito,
tomada dos meses después de la ejecución]
- Sí, soy yo...
Cochabamba. Diciembre de 1967. "Allí me la
tomaron, en la puerta de la escuela... Había varios que insistían en quererme
fotografiar y hablar conmigo. Y justo salí a la calle. Y bueno, ya. Me posé y
es la única foto...".
A sangre fría
Aquel retrato recorrió el mundo como la pólvora. La
periodista francesa de Paris Match que la logró, Michèle Ray, tiempo después
esposa del cineasta Costa Gavras, mostró el rostro del verdugo y un scoop (30
de diciembre de 1967) con dinamita: el Che fue asesinado a sangre fría. Y así
tituló el libro que terminaría escribiendo al poco la bella Michelle: In cold
blood.
La misma foto que le mostramos a Mario Terán Salazar
(ésa ante la que respondió sin titubeos: "Sí, soy yo") recibe al
instante la autentificación del capitán Gary Prado, el oficial que capturó al
Che: "Es él..."
-¿Está seguro? ¿Éste es Mario Terán, el hombre que
mató al Che?
-Sí. Y no se le puede culpar de lo ocurrido. Las
circunstancias le llevaron a eso, no más... Cuando le sacaron esa foto le hice
una recomendación: "No te metas en este baile, ¡carajo!". ¿Por
qué le aconsejé que se quedara callado? Para que no hubiera venganza contra
él... Y me hizo caso.
Además de certificarnos que el hombre que salió de la
sombra y desnudo de cintura para arriba de su casa con rejas verdes era el
mismo, 47 años después, que mató al Che como le ordenaron, Gary Prado no
esconde que siguen siendo amigos: "Fui su instructor en la Escuela de
Sargentos durante años. Llegó a suboficial mayor, su grado máximo, y se jubiló.
Lo veo ocasionalmente aquí en Santa Cruz".
El clavo del Che
Cuando, en 1987, el hoy general retirado Gary Prado
Salmón escribió La guerrilla inmolada. La campaña del Che en Bolivia [le
compramos por 100 bolivianos la tercera edición, que nos firma], hacía ya 20
años de "los sucesos de La Higuera". Hoy nos recibe en su casa de
Santa Cruz, donde está confinado en "detención domiciliaria" desde
mayo de 2010, por su supuesta implicación en el denominado caso Terrorismo.
Acusaciones que pesan sobre él: terrorismo y alzamiento armado, por su presunto
papel de principal asesor de Eduardo Rózsa (a quien muchos llamaban El Che de
la derecha). Él lo resume así: "Alguien se quiere quitar el clavo conmigo
por la cuestión del Che. Pura venganza".
Gary Prado, que en 1967 tenía 28 años y llevaba uno de
capitán, será siempre recordado como el hombre que apresó al Che. "Lo
entregué vivo... y luego lo mataron", se explica. También sabe de primera
mano quién terminó ejecutando la orden: uno de sus soldados, Mario Terán
Salazar. "Tengo la versión correcta de la ejecución que me contaron los
propios participantes. Fue así. Cuando el coronel Joaquín Zenteno recibe por
radio la orden ("Saludos a papá", fueron las palabras en clave), hizo
llamar a los suboficiales y sargentos que había en La Higuera (tres
suboficiales y cuatro sargentos). Les transmitió la orden y pidió voluntarios.
Los siete se ofrecieron, y entonces Zenteno señaló con su índice a dos: usted,
a Willy; y usted, indicó con el dedo a Mario Terán, al Che. Hay que ponerse en
el lugar y en el momento. Teníamos soldados muertos también y estábamos
con mucha adrenalina allí toditos. Así que cogieron sus carabinas M2, se
dieron la vuelta y entraron a los cuartos donde estaban los prisioneros. No
hubo palabras ni despedidas ni discursos. No correspondía. Después han
aparecido versiones, que si apunte bien, que si va a matar a un hombre... El
propio Mario Terán no ha hecho nunca una declaración pública. Lo demás son elucubraciones.
Ha habido en todos estos años un gran esfuerzo para crear el mito...".
La idea de Gary Prado es que el Che, después de que
Fidel Castro hiciera pública su carta de despedida, cuando aún estaba en el
Congo, donde renunciaba a todos sus cargos y derechos que la Revolución le
había otorgado, inició su aventura en Bolivia con la intención de quedarse en
la zona del río Ñancahuazú hasta vencer o morir. "No tenía a dónde ir. Fidel
le había obligado a un exilio forzoso y clandestino en Praga de varios meses,
hasta permitir su retorno encubierto a La Habana para, elegido el personal y
organizado el programa de apoyo, iniciar su aventura en Bolivia. Y aquí la
guerrilla fue prácticamente abandonada a su suerte". Vencer o morir. Y no
venció.
La batalla final
El 8 de octubre de 1967, cuando llegó la hora de la
batalla final del Ejército boliviano con el ya acorralado grupo guerrillero del
Che, el sargento Mario Terán Salazar estaba allí, moviéndose entre las
quebradas del terreno. Amanecía cuando el subteniente Carlos Pérez, al frente
de la compañía A estacionada en La Higuera, y en la que figuraba Terán, pidió
al capitán Prado que verificara la información del campesino Honorato Rojas: la
presencia de 17 hombres extraños en las quebradas de las proximidades, del
Churo y la Tusca. Pronto comenzó el combate. Murieron el grueso de los
guerrilleros y muchos soldados. Desde las alturas del terreno, Gary Prado
dispuso a sus hombres para cortar la huida a quienes intentaran escapar de la
encerrona, con fuego de mortero y ametralladora. Cuando el Che, herido y
jadeando por el asma, asomó la cabeza quebrada arriba, tras una subida por un
paredón, su suerte estaba echada. «Mi capitán, mi capitán, aquí hay dos [el
propio Che y el boliviano Simón Cuba Willy], los hemos agarrado», gritó un
soldado. Eran las 15.30 horas del 8 de octubre en la quebrada del Churo, a tres
kilómetros del poblado de La Higuera. Palabra de Gary Prado:
-¿Quién es usted?- pregunté al más alto antes de
pedirle que me mostrara la mano izquierda para verificar la cicatriz que sabía
que tenía en el dorso. Llevaba una boina negra con el emblema del CITE,
uniforme de soldado completamente sucio, una chamarra azul con capucha y el
pecho casi desnudo, pues la blusa no tenía botones...
-Soy Che Guevara-me respondió en voz baja-, me
destrozaron el arma cuando su ametralladora empezó a disparar. Supongo que no
me van a matar, valgo más para ustedes vivo que muerto... ¿No le parece,
capitán, una crueldad tener a un herido amarrado?
Lo teníamos atado a un pequeño árbol, y entonces me
mostró la pantorrilla. Y vi que tenía un proyectil. "Desátenle las
manos", ordené. Fue cuando me pidió agua, y yo que me acordé de Himmler y
algunos jerarcas nazis que se suicidaron con una cápsula de veneno al ser
apresados, le di de beber de mi propia cantimplora, evitando la suya.
Le ofrecí luego tabaco. "Es muy suave ese Pacific... ¿tiene alguien
Astoria?", se dirigió a mis soldados.
La radio PRC-10 que Gary Prado llevaba consigo no
tardó en transmitir a Vallegrande la captura del Che: "Tengo a Papá y
Willy. Papá herido leve. Combate continúa. Capitán Prado".
Cuando capitán y guerrillero abatido se vieron por
última vez, el Che tenía los ojos cerrados y la mandíbula abierta. Lo ataban a
los patines del helicóptero que lo llevaría a Vallegrande, y Gary Prado tomó su
verde pañuelo militar y se lo ató en la cabeza al Che para encajarle la
quijada. Llegó a su destino con la boca cerrada y, "seguro que por el
viento", los ojos abiertos y más grandes que nunca. "Él me
seguía con la mirada. Unos ojos grandes, vivos. Yo iba para un lado y me
miraban, iba para el otro lado y me miraban", cuenta la enfermera Susana
Osinaga, a la que se encomendó que lo lavara, afeitara y peinara. Hasta le
enfundó un pijama limpio, y tan reluciente quedó -frente a sus compañeros,
amontonados a los pies de los fregaderos de la lavandería del hospital Nuestro
Señor de Malta, inmundos, con expresión de fieras vencidas-, que enseguida el
teniente coronel Andrés Selich ordenó revestirlo con sus ropas ensangrentadas.
Las ya históricas fotos de Freddy Alborta del Che difunto en Vallegrande dan fe
de todo ello. Y de la expectación que arrastró hasta el último momento: más de
un millar de personas visitó la lavandería aquel 10 de octubre de 1967.
Los 'rolex' del Che
De lo ocurrido un día antes queda también este
diálogo, que Gary Prado ha incorporado a su libro. Él y el Che.
-Capitán, hay algo más que puede hacer por mí, aunque
no sé cómo decirlo.
-Dígalo, no tenga reparos.
-Tenía conmigo dos relojes, uno mío y otro de uno de
mis compañeros, que me fueron quitados por los soldados cuando veníamos hacia
aquí.
El capitán Gary Prado, cuenta él mismo hoy, reaccionó
rápido. Él no había autorizado aquello, y sabía quiénes habían acompañado al
Che herido desde El Churo, donde fue capturado y maniatado a un árbol, hasta La
Higuera. "Salí y los hice llamar de inmediato. Efectivamente tenían
los relojes, dos Rolex Oyster Perpetual, de acero inoxidables, idénticos....
-Acá tiene sus relojes. Nadie se los quitará- le dije
volviendo a la escuela.
-Me temo que son muy notorios... Preferiría que me los
guarde usted hasta cuando pueda recuperarlos o para que se los haga llegar a
los míos cuando sea posible. ¿Me haría ese favor?".
El suyo, el del Che, que para ello tomó una
piedrecilla del suelo de su celda, lo marcó haciéndole una cruz en la parte
interior. En su casa de Santa Cruz, el hoy retirado general Gary Prado asoma
una sonrisa de orgullo y remata. "El único que no se quedó con nada
[del Che] fui yo". La célebre pipa, "creo que sí", la retuvo en
prenda Mario Terán.
La maldición
Desaparecer, esa fue la orden que Prado, y de alguna
forma los oficiales bolivianos que participaron en la captura y muerte del Che,
dieron a Mario Terán. ¿La maldición del Che? Lo crea o no Gary Prado, que no
cree en ella, hasta siete involucrados en los sucesos de La Higuera y
Vallegrande han muerto de forma violenta. El mismísimo presidente, René
Barrientos Ortuño, el que dio la orden de ejecución, falleció cuando el
helicóptero en el que volaba se desplomó cerca de Cochabamba, la ciudad donde
nació Mario Terán. Aún hoy, aunque es pura especulación, hay quien dice que fue
un atentado y no un accidente.
El coronel Joaquín Zenteno, el que eligió a Mario para
que ejecutara al Che, fue ultimado en París en 1976 por un comando
guevarista. Aunque quizás el vértigo corría ya por la sangre de Terán desde el
15 de julio de 1969. En esa fecha, militares del segundo Ejército de Liberación
Nacional, en el que se enrolaron algunos del primero (el del Che), invadieron
la hacienda con que fue premiado Honorato Rojas, el campesino que condujo al
Ejército hasta la guarida de la guerrilla, y lo mataron con varios disparos en
la cabeza. Fatalidad tras fatalidad, la lista se fue alargando: el 10 de
octubre de 1970, el teniente coronel Eduardo Huerta, el superior inmediato de
Mario Terán, perdió la cabeza, decapitado, en un coche con un camión en la
carretera que liga Oruro con la Paz. Y otra vez la sospecha de que hubo un
plan, no sólo un accidente, para liquidarlo. Más lejos, en Hamburgo, encontró
la muerte Roberto Quintanilla, el militar que habría propuesto cortar la cabeza
del cadáver del guerrillero y habría intervenido en la amputación de las manos
como le pidió el presidente. Era 1971 y Quintanilla, entonces cónsul de
Bolivia, se tropezó con una mujer que le descerrajó tres tiros. En el bolsillo
le dejó una nota: "¡Victoria o muerte!". Horas después, un telegrama
enviado a periódicos bolivianos reivindicaba el atentado en nombre del ELN.
En 1973, Andrés Selich, quien habría dispuesto y
ejecutado la desaparición del cadáver del Che (no fue encontrado hasta tres
décadas después), terminaría linchado por sus compañeros de armas.
Finalmente, el 2 de junio de 1976, el entonces
presidente depuesto de Bolivia, Juan José Torres Gonzales, fue secuestrado y
posteriormente asesinado por un comando que habría actuado en el marco de la
Operación Cóndor. Hoy, en el libro Jaque Mate: Cayó el Che, el Instituto
de Investigación Histórica Militar (IIHM), del Ejército boliviano, afirma que
fue Torres, en 1967 Jefe de Estado Mayor, quien sugirió ejecutar al Che para
evitar mayores problemas de los que el juicio a Régis Debray ya le había
causado a Bolivia.
E incluso la lista podría haber crecido si antes, en
1968, cuatro seguidores brasileños del Che no hubieran errado en su objetivo.
Pretendían matar a Gary Prado y terminaron equivocándolo con un compañero que
estudiaba con él en la Escuela Militar de Río, al que liquidaron de ocho tiros.
Un detalle que no consignan los cultivadores de la maldición
del Che es que el hijo de René Barrientos, César Barrientos Galindo,
también cayó en desgracia porque terminó drogadicto. En agosto de 2004 fue
detenido y encarcelado por haber robado un automóvil y cometido delitos menores
para financiar su adicción... Los detractores de la supuesta maldición creen
que todos esos casos son coincidencia. El que más, Gary Prado, en silla de
ruedas desde que una bala perdida terminara seccionándole la columna vertebral
en 1981.
Desde 2005, y eso es ya Historia, el país lo gobierna
Evo Morales. Al conquistar la presidencia decoró la pared de su gabinete con un
retrato del Che hecho con hojas de coca meticulosamente sobrepuestas... Mario
quedó definitivamente al otro lado de la Historia, como el anverso invisible e
innombrable de ese retrato. La sombra.
Los tres marios
"Habíamos tres Marios Teranes en el
Ejército...", es la letana que, a cada pregunta, repite el hombre que
nunca estuvo ciego. Por ley, pudo jubilarse "tras más de 30 años de
servicio", con algún ascenso. Llegó a suboficial mayor de Infantería.
-¿Es decir, que durante toda su vida le han confundido
con el otro?
-Seguramente.
-¿Con el que mató al Che Guevara?
-Seguramente.
-¿Y eso no le ha perjudicado a lo largo de estos 47
años? Que lo confundan con él, que lo busquen...
-No... Es lo que les puedo informar, no más.
-¿Recuerda, en todo caso, cómo vivió usted, dentro del
Ejército como estaba, la muerte del Che?
-Como estaba alejado del sector de Ñancahuazú y La
Higuera, vivíamos nuestra vida normal. Pero sí, sentíamos lo que estaba
ocurriendo... sentíamos.
En realidad sí hubo tres Marios. Y ahí la herida.
Ocurrió la víspera. Pero la tragedia entre los uniformados que acompañaban a
Terán arranca meses antes, el 4 de abril de 1967, cuando a la compañía de
Mario, la A del Regimiento Manchego de Bolivia, le tocó incursionar en la zona
del río Ñancahuazú, en el sudeste boliviano. Su misión es triste y
sobrecogedora: recoger los cadáveres de los compañeros emboscados 13 días atrás
por un grupo de guerrilleros encabezados por Ernesto Che Guevara. Los
cuerpos no habían podido ser recogidos por voluntarios de la Cruz Roja
debido a que ya habían entrado en estado de descomposición y no había bolsas de
plástico para transportarlos. Unos días más tarde, en otra emboscada, su propio
comandante, el mayor Rubén Sánchez, sería tomado prisionero para ser liberado
después por la guerrilla con el encargo de transmitir un mensaje al pueblo
boliviano cuyo contenido jamás fue revelado.
Debido a ello, la compañía fue desmantelada y
rearticulada. Al llegar octubre, estaba bajo el mando del capitán Celso
Torrelio Villa. A esa altura, el Ejército ya había logrado algunas victorias
contra los guerrilleros, capturado a Régis Debrey y Ciro Bustos y aniquilado al
grupo de Juan Vitalio Acuña Núñez (Joaquín) mientras que el del Che Guevara
estaba acorralado en la quebrada del Churo.
Eran la s 13.00 del domingo 8 de octubre de 1967 y las
compañías A y B, esta última comandada por el capitán Gary Prado Salmón,
ejecutaban la Operación Yunque y Martillo. La compañía A tenía la misión de empujar
al grupo guerrillero contra el yunque de Prado.
"Son las 13.00 horas, los soldados se encontraban
nerviosos, avanzando lentamente sobre un terreno fragoso, observaban
cuidadosamente la maraña del monte, las grandes rocas y la arena de las sendas
en busca de huellas, o algo que los alerte sobre una posible emboscada",
relata el sargento Bernardino Huanca, que dirigía una patrulla de la compañía
B.
Mario Terán estaba en la patrulla de la A, liderada
ese día por el subteniente Carlos Pérez, y debió tener su familia en su mente
más que nunca ya que su esposa, Julia, estaba en los últimos meses de su
embarazo. Debido a la campaña, no había podido obtener un permiso que le
permitiera acompañarla, así que debía resignarse a saber de ella mediante
cartas.
"De pronto, un soldado quedó paralizado por
fracción de segundos -prosigue Huanca-. Ha detectado al enemigo. Grita '¡Sapos!'
y repite excitadamente '¡Allí están los sapos!' disparando simultáneamente su
carabina automática. El grito y los disparos provocaron una movilización
general. Segundos después truenan los morteros. Gary Prado ha ordenado
abrir fuego contra el fondo de la cañada. Cinco granadas estallan en la
quebrada. Es el principio del fin".
Terán estuvo en primera línea. Aquel, que fue el más
duro combate en el que intervino, lo marcaría por el resto de su vida. No sólo
por el fuego y la sangre que vio aquel día, sino porque dos amigos que se
habían hecho entrañables para él, los dos llamados también Mario, murieron ante
sus ojos. En eso no miente el jubilado que habla con nosotros: hubo tres
Marios.
Tan importante debió de ser ese episodio de los tres
Marios que el IIHM del Ejército de Bolivia lo describe así: "El sargento
Mario Terán, en su progresión por el Churo, chocó con la vanguardia del grupo
subversivo, que se encontraba en ese punto. Lanzó su ataque con admirable
decisión. Terán, muy cerca de sus hombres, vio caer muertos a dos de
sus soldados, Mario Characayo y Mario Lafuente. Este hecho le impactó
profundamente en lo más íntimo de su ser, y muy pronto sería motivo de una
decisión dramática".
Esa decisión dramática sería matar al Che Guevara. Por
eso, tal vez, dio un paso al frente cuando llegó la orden de ejecución desde
La Paz en nombre del presidente René Barrientos: "Saluden a Papá".
Llegó por radio. A las 9.00 horas del 9 de octubre. Mario la recibió tiempo
después. Y la ejecutó "a la una con 10 de la tarde", si se cree lo
que dejó por escrito en su diario el agente de la CIA Félix Rodríguez, llegado
para verificar la identidad del apresado.
Enarca la ceja Gary Prado cuando se le refiere la
declaración por escrito de Mario Terán dos años después de la matanza [su
confesión secreta, dada a conocer por el general Luis Reque Terán en Argentina
al periodista César Peña en 1978, al que mostró un dossier top secret que
incluía 357 folios y 400 fotos]. "No sabía...". Para el capitán
Prado, Mario Terán nunca ha confesado, nunca ha hablado. Él se lo pidió.
Tal fue así que el nombre de Mario Terán Salazar se
diluyó hasta hoy. Fue el Bono Dignidad, una paga de 250 bolivianos (unos 36
dólares) que Evo Morales reparte entre los mayores de 65 años, lo que le
empujó a registrarse y dar completa su filiación, incluyendo dirección en
Santa Cruz. Un rastro.
El hijo del comerciante
Don Mario nació en Cochabamba el 9 de abril de 1941.
Cuando vino al mundo, su padre, Vicente Terán, tenía 46 años y su madre,
Candelaria Salazar, contaba con 45. Su nacimiento fue inscrito a mano en la
página 27 de un libro de actas que tiene el sello del Registro Civil de
Bolivia. Por la letra, las anotaciones son confusas y debajo del nombre de su
padre se puede leer la palabra "comerciante". Junto al sello están
dos firmas y sólo en una se puede reconocer "VTerán". La segunda
es más bien un garabato y se presume que pertenece a la madre.
Aparentemente, ese registro manual fue la única
certificación del nacimiento de Mario Terán Salazar durante 37 años. El 2 de
agosto de 1978, cuando ya habían pasado más de 10 años de la muerte del Che, su
inscripción de nacimiento fue regularizada mediante una orden judicial. En esa
fecha, su esposa, Julia Peralta Salas, lo registra bajo la partida 143.
Curiosamente, se modifica su fecha de nacimiento porque se mantiene la del 9 de
abril, pero se cambia el año a 1942.
Por alguna razón, Mario manejó el dato de 1942 incluso
en el momento de contraer matrimonio. Se casó el 21 de julio de 1965 en
Montero, provincia Obispo Santistevan del departamento de Santa Cruz, con
Faustino Fernández como testigo. En la partida de matrimonio ya figura su fecha
de nacimiento como 9 de abril de 1942. Su esposa, Julia Peralta Salas, aparece
como nacida el 21 de julio de 1945 y declara que se dedica a labores de casa.
La casilla de "ocupación" del contrayente está en blanco.
Mario y Julia tuvieron seis hijos. El primero se llama
como él y actualmente tiene 49 años; el segundo es Víctor Hugo, 47 años, que
tiene como domicilio la Arboleda de Fátima, en Santa Cruz, pero parece vivir
con su padre porque está en su casa a toda hora. Tiene vitíligo y se encarga de
espantar a los periodistas que intentan entrevistar a su padre. En 2007
amedrentó al reportero Douglas Duarte y repitió su actitud con nosotros cuando
volvimos al día siguiente. «Yo trabajo con el Gobierno, para que sepás»,
advirtió en tono amenazador.
El resto de su filiación está integrada por mujeres:
Ana María (45 años), Ana Karina (43), Janet (34) y Abigaíl (20). En el caso de
Janet también hubo rectificaciones en su partida de nacimiento porque en la
original aparece como Yanet.
Una de sus hijas, probablemente Ana María, la que nos
atendió primero, no ocultó su nerviosismo mientras hablábamos con su padre. En
algún momento de la conversación le preguntó, desde adentro, a qué hora se
desocuparía y él respondió "enseguida" pero haciendo prevalecer su
condición de jefe de familia.
Mario es el abuelo. Alguna vez -aunque a nosotros
también nos lo niega durante el encuentro- ha contado que viajó al
extranjero. A Estados Unidos, Virginia exactamente, donde se localiza Langley,
la sede de la CIA, aunque él dijo que trabajó allí de jardinero. También a
España, donde viven al menos dos de sus hijas.
El invasor idolatrado
-¿Y ahora, pasado todo este tiempo, qué piensa hoy del
Che?
-Para mí, y para la mayor parte, ha sido un invasor...
Tenía otras ideas que con su guerrilla quería inculcar en otra gente, en la
gente boliviana... Y no como lo idolatran ahora. ¡Tanta gente ha caído!
-¿Habla con sus hijos del tema?
-No, nunca.
-¿Alguno de los seis que ha tenido ha seguido la
carrera militar?
-No... Y me da alegría que a ninguno le haya llamado
la atención la carrera militar.
-¿Ha visto alguna película de las que hay sobre el Che,
ha leído algún libro o asistido a alguna obra de teatro sobre el personaje,
sobre el mito?
-No, nunca, no... Nunca me ha interesado seguir cuanto
se decía del Che. Yo tenía ideas diferentes... Nunca he sido un seguidor.
-Entonces, ¿insiste usted en que había dos o tres
Mario Terán en el Ejército boliviano?
-Sí, así, mismos nombres pero con diferentes apellidos
maternos... Aunque Mario Terán Salazar sólo hay uno. Yo...
Con un "ojalá les vaya bien" y un apretón de
manos, Mario se levanta y da por concluido el encuentro. Las mujeres de la
familia, desde otra habitación, llevaban ya un tiempo apremiándole... Han sido 23
minutos y 32 segundos cara a cara con el hombre, "el soldadito
boliviano", que mató con dos ráfagas de fusil al guerrillero Ramón, al
jefe. A Ernesto Che Guevara.
***El resto de la historia ya es conocida. El Che se
hizo icono, "santo". A Mario, sin más, se lo tragó la tierra.
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