Los muertos en la Masacre de San Juan. La COMIBOL elaboró
una lista con las fotos de las víctimas, como un homenaje a los caídos en 1967.
Por: Ricardo Zelaya, Jheny Quiroga, Jaime Soto, Heydi Tarqui
y Freddy Salas / Los autores son estudiantes de Mención Periodismo de la
carrera de Comunicación de la Universidad Mayor de San Andrés, dirigidos
por el docente Edwin Flores Aráoz. / Pagina Siete 23 de junio de 2017.
Medio siglo nos separa ya de las gestas heroicas de los
mineros, de la guerrilla de Ñancahuazú y del mejor cine de Jorge
Sanjinés, quien tuvo la virtud histórica de testimoniar en el celuloide una
época preñada de El coraje del pueblo.
Mirarse en el espejo del pasado puede ser un ejercicio
desconcertante y doloroso. Es lo que le ocurriría, por ejemplo, a la reducida y
casi impotente clase obrera de las minas bolivianas de hoy, si observara su
propio rostro de hace 50 años, en 1967, cuando, en medio de masacres y
persecuciones, desafiaba a la dictadura militar de René Barrientos y abanderaba
con valor, y sacrificio a todo un país en pie de lucha por el sueño socialista.
Y algo parecido debió ocurrirle, seguramente, al más
importante director del cine boliviano Jorge Sanjinés al comparar la crítica
adversa a sus últimas producciones, como Insurgentes o Juana Azurduy con el
revuelo internacional que causó el estreno El coraje del pueblo, en el
que retrató una terrible masacre perpetrada en 1967 contra los mineros del
distrito de Siglo XX.
Y lo mismo debe pasarles a los pocos simpatizantes y
militantes guerrilleros que sobrevivieron a la trágica muerte del comandante
Ernesto Che Guevara en el sudeste boliviano, un 8 de octubre, también hace 50
años, cuando hoy miran a su alrededor y comprenden que ya nunca más podrán
vivir una oportunidad como la que les robó la historia.
Y es que ese año anuda al menos tres momentos clave de
la historia política de Bolivia que hoy aparecen desfigurados por el juego de
espejos del tiempo: la Masacre de San Juan, y la captura y
ejecución del Che -ambas a manos del Ejército boliviano- y la posterior
producción de la película de Sanjinés sobre estos hechos, testimonio invaluable
sobre el modo en que sucedieron.
Una historia de masacres
La historia de los mineros bolivianos en el siglo XX está
plagada, a partes iguales, de luchas memorables y terribles desgracias. ¿Su
pecado? La búsqueda de un horizonte digno y soberano para un país siempre
sometido al atraso y la succión de sus materias primas, atrapado en el círculo
vicioso de un modelo primario extractivista, que aún hoy domina su economía, a
despecho del discurso "socialista” del gobierno de turno.
De muy temprano arrancan las gestas desdichadas de los
mineros que, en la tarde del 4 de junio de 1923, tras organizar su primera
federación única para detener los abusos de los dueños de las minas, recibieron
como respuesta la llamada Masacre de Uncía, en la que -según datos
extraoficiales- más de 400 trabajadores y pobladores del lugar fueron asesinados
por el Ejército a órdenes del presidente Bautista Saavedra.
Tan brutal fue la matanza que no sólo destruyó aquella
primeriza organización sindical en las minas, sino que redujo al silencio a los
mineros por casi dos décadas, pues, para lavar sus manos ensangrentadas, el
Gobierno decretó Estado de sitio durante un año redondo en Uncía y los
distritos vecinos.
Casi 20 años después, a finales de 1942, en la presidencia
del general Enrique Peñaranda, uno de los últimos gobernantes de la "rosca
minera” que dominaba el país antes de la Revolución del 52, los mineros abandonarán
nuevamente sus socavones para desafiar al Estado capitalista.
Ese año, Peñaranda había colocado bajo control militar
a las minas con el argumento de garantizar el suministro de materias primas a
los países aliados contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, pero,
pese a ello, los trabajadores de Uncía, Catavi y Siglo XX salieron a las calles
de sus distritos a exigir un aumento salarial que demandaban desde un año
atrás.
Tras un frustrado intento de arreglo, al que faltaron
los representantes patronales, los mineros declararon huelga en los tres
distritos, lo que dio motivo a Peñaranda para ordenar una masacre fulminante,
primero contra una marcha de mujeres de trabajadores, y luego contra los
propios mineros.
Siete años más tarde, a finales de mayo de 1949, Siglo XX
fue el escenario de uno de los más espectaculares episodios de las luchas
mineras.
Capturados y exiliados los dirigentes de la federación
minera, a raíz de una huelga para exigir el pago de indemnizaciones, un grupo
de obreros, despedido poco antes, contraatacó con el secuestro de 33
funcionarios de la empresa Simón Iturri Patiño, varios ingenieros
estadounidenses entre ellos. La respuesta de fuego y metralla no se dejó
esperar: 2.000 soldados de cuatro regimientos atacaron Siglo XX durante dos
días, ocasionando la muerte de más de 300 personas, incluidos un par de
norteamericanos.
Mineros y guerrilleros
Luego de tres gobiernos nacionalistas y en medio de la
primera dictadura militar posrevolucionaria, la famosa Masacre de San Juan, que
sobrevino 18 años después, al amanecer del 24 de junio, después de
"la noche más fría” de 1967, fue punto culminante en esta historia de
sangre y valor.
Tres meses antes de esa noche, el 26 de marzo, el país
había enmudecido al filtrarse la noticia de que un grupo guerrillero al mando
del Che Guevara se hallaba en la semidesértica zona de Ñancahuazú, al sud este
de Bolivia, donde las estribaciones de la Cordillera de los Andes se unen a las
llanuras del Chaco.
Los guerrilleros, que no pasaban de un centenar y
habían empezado a operar en condiciones adversas, fueron gradualmente diezmados
y acorralados por el Ejército boliviano a lo largo de medio año de escaramuzas,
cuyo corolario fue la derrota de un último grupo dirigido por Guevara en
persona.
En medio de la odisea guerrillera, mineros de Huanuni
y otros distritos, guiados por dirigentes trotskistas y maoístas idearon, a
mediados de junio, apoyar a la tambaleante guerrilla con la entrega de una
"mita” (salario de un día) de todos los trabajadores de la minería
nacionalizada.
Con el fin de materializar la idea, programaron un ampliado
nacional para el día 24 de junio en el nivel 411 de uno de los socavones de
Siglo XX.
La reunión, que nunca se hizo, sirvió de pretexto al
dictador Barrientos, doblemente preocupado por las actividades guerrilleras y
la declaratoria de "territorio libre” que habían hecho dos semanas antes
los mineros de Huanuni y que amenazaba contagiarse al resto de la minería, para
preparar una masacre en regla que resolviera ambos problemas al mismo tiempo.
A las 4:50 del 24 de junio, después de la noche de San
Juan, cuando los mineros festejaban la llegada de los delegados a Siglo XX, al
calor de tradicionales "ponches”, té con té y fogatas, unidades de élite
del Ejército rodearon y atacaron el distrito, sorprendiendo a los obreros
desarmados, en su mayoría dormidos y embriagados.
"Se escucharon disparos de fusiles,
ametralladoras y explosiones de dinamita -escribió poco después el político e
historiador Guillermo Lora- las hordas represivas descendieron por las faldas
del cerro San Miguel, con intermitentes disparos que continuaron hasta las 6:30
de la mañana (…). Al aclarar el día (…) las sirenas de las ambulancias
estremecían el ambiente y centenares de heridos y decenas de muertos eran
recogidos y llevados a Catavi (donde se encontraban la morgue y el hospital
Albina Patiño)”.
El cine como la vida misma
Fue precisamente esa matanza la que inspiró, cuatro años
después, el rodaje de El coraje del pueblo de Sanjinés, quien, insatisfecho con
el carácter artificial del cine contestatario de su tiempo y de sus propias
películas, apostó por filmar como actores a los propios sobrevivientes de la
tragedia, y en los mismos lugares donde la vivieron.
"Se eliminó la intervención de actores y se dio
paso a la participación popular que permitió, a su vez, la práctica de un cine
de realización horizontal, con una participación muy grande (…) de grupos
o personas que creaban directamente, al mismo tiempo que la obra se hacía. Las
experiencias humanas y políticas del pueblo son fuerzas vitales creativas. El
nivel de conciencia política del proletariado minero boliviano, por ejemplo, es
de tal magnitud que sus posibilidades de participación consciente son
inconmensurables”, explicó el director en su libro Teoría y práctica de un cine
junto al pueblo.
La película no sólo impactó al público de diversos
países, sobre todo en Europa, por su inquietante realismo, sino que significó
una verdadera revolución en la forma de hacer cine, que luego sería el sello de
la marca Sanjinés.
Y aunque luego el realizador filmó una estela de películas
impecables, hasta La nación clandestina, de 1989, para luego aterrizar en un
periodo "oscuro” de su filmografía, ninguna pudo alcanzar el orgullo de
ser "una de las 20 películas más bellas de la historia del cine”, conforme
calificó en 1974 el crítico francés Guy Henebelle.
El tiempo, implacable
Y es que el tiempo, esta vez como nunca, no ha pasado en
vano. Lejos quedan las colosales luchas de un proletariado minero capaz de
"hacer temblar” gobiernos y que hoy apenas sobrevive mendigando una ayuda
estatal que nunca llega.
Lejos está también el sueño continental del Che, cuyo rostro
brincó desde la historia a los frívolos estampados que usan los adolescentes en
sus poleras, sin saber bien de quién se trata.
Y lejos queda el cine del Sanjinés revolucionario, que no
dejó de hacer buen cine porque le faltara capacidad, sino porque los hombres, y
sobre todo los artistas, no son, en buenas cuentas, más que hijos de su tiempo.
Eusebio Gironda, uno de cinco principales "actores
reales” de El coraje del pueblo, y últimamente asesor del presidente Evo
Morales, no se hace muchas ilusiones: "El papel de los obreros en la
historia del país se acabó hace muchos años. Ahora las cosas han cambiado; es
una clase diminuta que ya nunca va a tener la misma influencia, y menos tomar
el poder”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario