Por: Ricardo Aguilar es periodista de La Razón /
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico La Razón de La Paz el
1 de marzo de 2015.
La historia chilena del siglo XIX deja a sus gobiernos al
menos con una capa de polvo que pone en duda la honorabilidad del Estado chileno
para con sus vecinos. Más aún, en el pasado reciente también se puede ver
ejemplos de deslealtades que tienen un aire de familia con relación a esa
insistencia con que Chile, aun antes de la Guerra del Pacífico, buscaba a
Bolivia para que sea nuestro ejército el que invada Tacna, Arica y Tarapacá
cuando aún eran provincias peruanas, según la investigación y los documentos
del libro El Presidente Daza (Enrique Vidaurre, Biblioteca del Sesquicentenario
de la República, 1975).
“La política de aquel país del sudoeste (Chile) dirigió
perseverantes insinuaciones a los hombres públicos y a los gobiernos de Bolivia
en el sentido de ceder a Chile territorios hasta el río Loa a cambio de una
protección marítima para indemnizar con la posesión de la zona comprendida
entre dicho río Loa y el morro Sama (ese momento territorio peruano)”, escribe
Vidaurre.
Quien inició las insinuaciones bélicas chilenas al país fue
el ministro Plenipotenciario de Chile en Bolivia, Aniceto Vergara Albano. En
tiempos de Mariano Melgarejo, el secretario de este diplomático, Walker
Martínez, logró ganarse la simpatía de Melgarejo. Su proposición consistía en
que Bolivia ceda a Chile la totalidad de su litoral a cambio de dinero y armas
para que el país invada la provincia peruana de Tarapacá. El gobierno de
Melgarejo, si bien no realizó ningún pacto, vio por conveniente ceder tres
grados geográficos en favor de Chile en el Tratado de Límites de 1866.
La segunda proposición, aun antes del tratado de 1866, es
hecha al diplomático Juan Muñoz, quien recibe de ese mismo Ministro
Plenipotenciario (Vergara Albano) la siguiente oferta: “Que Bolivia consintiera
en desprenderse de todo derecho a la zona disputada desde el paralelo 25 hasta
el Loa, o cuando menos hasta Mejillones inclusive, bajo la formal promesa de
que Chile apoyaría a Bolivia del modo más eficaz para la ocupación armada del
litoral peruano hasta el morro del Sama, en compensación del que cedería a
Chile, en razón de que la única salida natural que Bolivia tenía al Pacífico
era el puerto de Arica”.
La siguiente vez que se sabe de un ofrecimiento de ayuda
para invadir Perú a cambio del Litoral boliviano data del intento de golpe que
el general Quintín Quevedo hiciera contra Tomás Frías en Antofagasta en 1875.
Quevedo, exiliado en Valparaíso (Chile), debía desembarcar y hacer una
revolución con apoyo chileno.
Esto se conoció por medio de las cartas de Juan Muñoz
a Zoilo Flores, ministro Plenipotenciario de Bolivia en Perú, fechadas el 20 de
abril de 1879.
Muñoz cuenta que el presidente chileno, Federico Errázuriz,
en 1875 propuso a Quevedo apoyo y disimulo en su aventura desestabilizadora a
cambio de parte del Litoral boliviano además de ayudarle, “con todo el poder de
Chile, en la adquisición del litoral de Arica e Iquique”.Para esto —sigue
Muñoz— Errázuriz pidió al intendente de Valparaíso, Francisco Echaurren, dar a
Quevedo “el apoyo más decidido” para su expedición.
Esta revolución fue sofocada sin complicaciones por Ladislao
Cabrera. El ejército, encabezado por el entonces coronel Hilarión Daza, llegó a
Antofagasta cuando ya se había reducido la revuelta.
Ya durante la guerra, Chile sería aún más insistente en el
mismo planteamiento, pidiendo la deslealtad boliviana para con su aliado, Perú.
A dos meses de iniciada la invasión chilena, el agresor
insistió en su propuesta, esta vez a través del chileno Justiniano Sotomayor,
propietario minero en Corocoro (Bolivia) y hermano del entonces jefe del Estado
Mayor de Chile, Emilio Sotomayor.
Sotomayor escribe una carta a Daza, quien está en aprestos
bélicos en Tacna. En esa misiva se lee: “El Perú es el peor enemigo de
Bolivia”; “Ahora o nunca debe pensar Bolivia en conquistar su rango de nación,
su verdadera independencia, que por cierto no está en Antofagasta sino en
Arica”, recopila Vidaurre.
A tres días de esta carta a Daza, Sotomayor insistió con
otra en la que se lee: “Para Bolivia no hay salvación, no hay porvenir, no hay
esperanza de progreso, mientras no sea dueña de Ilo, Moquegua, Tacna y Arica”.
Incluso lanza una amenaza para que Bolivia traicione al Perú: Chile, al ganar
la guerra, obligaría al Perú a hacer las paces bajo los términos que Chile
escoja, “entonces quedará Bolivia imposibilitada para recuperar su antiguo
litoral y aún para pensar en conquistar jamás a Tacna, Arica e Ilo”.
Daza rechaza las propuestas con indignación, haciendo
públicas las dos misivas en la prensa peruana y enviando copias al presidente
peruano Mariano Ignacio Prado.
Entonces Chile pensó que quizá otro emisario podría tener
mayor éxito con Daza. Eligieron a un estudiante boliviano con excepcionales
relaciones en Chile: Luis Salinas Vega, a quien pidió el canciller chileno
Domingo Santa María que transmita a Daza el proyecto de que Bolivia invada a
Perú.
Tras oír a Salinas, Daza preguntó cómo podría hacer para entenderse
con Chile, a lo que Salinas contestó que a través de Gabriel René Moreno, que
ese momento vivía en Chile (mucho después, en el juicio que se le siguió, se
determinó que no hubo traición a la patria por parte de este escritor).
Salinas volvió a Santiago y comunicó el resultado de la
reunión, y Chile pidió a Moreno que entregue en Tacna a Daza las “Bases” de
seis puntos para un acuerdo. Ese documento decía: 1. Se reanudan las relaciones
amistosas y cesa la guerra, considerándose a los ejércitos bolivianos y
chilenos como aliados en la guerra contra Perú; 2. Bolivia reconoce la
propiedad de Chile del territorio entre el paralelo 23 y 24 (es decir el
Litoral boliviano); 3. “Como Bolivia a menester” de una parte del territorio
peruano, Chile “no se opondrá a su ocupación definitiva (...), por el contrario
le prestará la más eficaz ayuda”; 4. La ayuda consistirá en proporcionarle
armas, dinero y “demás elementos necesarios” para el ejército boliviano; 6.
Celebrada la paz, Chile dejará a Bolivia todo el armamento necesario para
defender el territorio que haya arrebatado a Perú.
Daza contestó negativamente a Moreno y otra vez hizo pública
la pretensión chilena. Años después, Moreno se justificó diciendo que el acto
que realizó lo hizo en el convencimiento de “servir justamente a Bolivia”.
Estas proposiciones a las que Vidaurre califica de “negras
deslealtades” pueden tener en la actualidad cierto paralelo con dos
circunstancias más recientes: cuando Chile retuvo armamento boliviano durante
la guerra con el Paraguay en los años 30; y cuando Chile favoreció a Inglaterra
con el uso de sus puertos y aguas para que invada las islas Malvinas y haga la
guerra a la Argentina.
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