"Al mediodía llega al frente la noticia. Callan los
cañones. Se incorporan los soldados, muy de a poco, y van emergiendo de las
trincheras. Los haraposos fantasmas, ciegos de sol, caminan a los tumbos por
campos de nadie, hasta que quedan frente a frente el regimiento Santa Cruz, de
Bolivia, y el regimiento de Toledo, del Paraguay: los restos, los
jirones...".
Así relata, con mucho dramatismo literario, el recientemente
fallecido escritor uruguayo Eduardo Galeano, el momento en que finalizó el
combate entre los ejércitos de Paraguay y de Bolivia, luego de tres años de la
Guerra del Chaco, al mediodía del 14 de junio de 1935, en un desolado camino
entre Villamontes a Boyuibe.
"Las órdenes recién recibidas prohíben hablar con quien
era enemigo hasta hace un rato. Solo está permitida la venia militar; y así se
saludan. Pero alguien lanza el primer alarido y ya no hay quien pare la
algarabía. Los soldados rompen la formación, arrojan las gorras y las armas al
aire y corren en tropel, los paraguayos hacia los bolivianos, los bolivianos
hacia los paraguayos, bien abiertos los brazos, gritando, cantando, llorando, y
abrazándose ruedan por la arena caliente...".
Esa es la descripción de Galeano, en su obra Memoria del
fuego, se basa en los testimonios de un autor boliviano Roberto Querejatzu
Calvo (Masamaclay. Historia política, diplomática y militar de la Guerra del
Chaco) y del propio presidente de la época, Daniel Salamanca, (Documentos para
una historia de la Guerra del Chaco), que coinciden con el relato que también
hacen los excombatientes paraguayos.
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