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MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN DE OSCAR UNZAGA DE LA VEGA


Por: Carlos Romero – Periodista. 

Los pueblos son susceptibles de esplendorosa grandeza y de hondas caídas, porque es el hombre, en definitiva instancia, el que forja el perfil de las Naciones, con esencias de diverso grado espiritual, moral o intelectual. 
La economía o la técnica no construyen la historia por si mismas, por cuanto el poder creador radica únicamente en el ser humano. De ahí la imposibilidad de las fatalidades históricas. Lo que existe innegablemente son "épocas históricas", en las cuales el hombre puede ser "interiormente conmovido y alternado en sus necesidades morales y relaciones íntimas, en su voluntad de vivir, en los deseos de sus sueños y en sus neurosis", al decir: de Freyre. Por ello las épocas históricas pueden estar unas consteladas de voluntad constructiva, progreso y decoro plenas, otras de opresión, miserias materiales y atraso, en las cuales una sociedad queda atrapada por esos mismos sistemas que se autocalifican como "revolucionarios" o que en la nomenclatura política se conocen como mesiánicos. Es entonces cuando las instituciones jurídicas, políticas y sociales pierden toda significación y la libertad desaparece, hasta el punto de sugerir su ausencia definitiva. 
Estos regímenes aparecen como mensajeros de la independencia económica, que es paralela a la lucha contra el imperialismo y a la exaltación del nacionalismo, y como únicos intérpretes y realizadores de las reformas sociales. Para ello empiezan por no aceptar ninguna forma de discrepancia o siquiera de diálogo y pretenden restar a los pueblos su capacidad de discernimiento: luego alientan las conductas exitistas, prestas a justificar o exculpar la opresión y, finalmente esparce la inseguridad y dan franquía a la violencia de las pasiones. Para incitar el odio, facilitan su tarea contraponiendo intereses de clase, rencores raciales o pugnas regionales. Los modos políticos que se inspiran en la democracia occidental se encuentran en desventaja porque sus objetivos y su última finalidad, que tienen rigor ético son abrumados por la falacia o por esos complejos psicológicos que la mayor parte de las veces, se disimulan bajo la apariencia de sugestivos esquemas de interés mayoritario.
Conviene subrayar que la trama en que se asienta el despotismo, además de estar constituida por estos elementos desintegradores está dotada de todas las posibilidades de expansión, por aquellos sistemas que alientan la libertad y preconizan los derechos esenciales del hombre, los cuales a su vez, carecen de las defensas activas, necesarias para evitar su propia destrucción. Cuando la libertad se desvanece no hay alternativa para el ser humano, y su vida, individual o colectiva, se degrada, porque la moral privada y pública pierde su vigencia. Por ello no es una simple coincidencia que los hombres de bien asuman, bajo cualquier circunstancia , de tiempo y de espacio, la dura faena de recobrarla, ejercitando esta misión a veces, más allá de las fronteras de un pueblo que padece la opresión. 
Quienes luchan por la libertad, para recuperarla o para no perderla, además de ser los grandes combatientes de esta época de paradojas, parejamente están desembocando en un elevado magisterio. Porque la libertad entraña una militancia y una vocación. 
A esta estirpe de hombres capaces de estimular en el alma de los pueblos el sentido de la libertad y de la dignidad, perteneció Oscar Unzaga de la Vega, figura de extraordinaria jerarquía moral, que honra a Bolivia. Su ejemplaridad cívica no es más que una porción de una vida plena de virtud. Por eso su prematura desaparición, entraña un infortunio para mi Patria. 
Oscar Unzaga de la Vega fue un– ser de extremada fragilidad física, sin embargo, asumió la responsabilidad de tomar voz y caución por quienes no aceptaron el liberticida, generado por una entidad proclive a los mayores excesos. Esa responsabilidad importaba una; existencia áspera, llena de incomodidades, sacrificios y riesgos: La resistencia a una tiranía es paralela a una vida en la clandestinidad, a tensiones anímicas, a esfuerzos corporales, a alimentos frugales, cuando los hay. ¿Cómo se puede explicar que Unzaga desafiara un aparato represivo, que llevó a Bolivia los métodos más modernos y persuasivos para sofocar cualquier brote opositor? ¿Cómo pudo integrar una organización de hombres y mujeres, de toda condición social y levantar un pueblo que había sido puesto de rodillas, no sólo por la violencia de la policía política, sino talvez principalmente por la defección de vastos sectores, cuyas complacencias y silencios culpables retribuidos, claro está, con inmediatos y abundantes éxitos económicos o burocráticos, hicieron posible la prolongada permanencia del único ente político. 
Sin la menor concesión a la amistad, u otra forma de sentimiento cordial, puede decirse que Unzaga, en los últimos años de su vida particularmente, constituyó la expresión de las más finas calidades espirituales de Bolivia. Su tremenda voluntad para absorber todas las fatigas. inherentes a su azarosa vida de cruzado de la verdad, la justicia y la libertad, no debe ni puede entenderse sino como una rotunda afirmación del deseo de un pueblo de vivir dentro de la norma republicana y democrática Cabe decir, dentro de una estructura institucional que asegure el imperio del derecho; que no permita el atropello a la justicia; que no ampare el delito que es el latrocinio y el crimen, que garantice a la persona humana, a la cual se vejó, torturó, escarneció y asesinó en campos de concentración, cárceles y siniestros organismos, creados ex profeso; que no convierta a la función pública en instrumento de lucro personal; que no dilapide los recursos nacionales, fundando oligarquías de burócratas y mercaderes que no vendan los recursos naturales del país, para beneficio de gestores administrativos, abogados adictos y funcionarios interesados. 
Que no promueva la organización de hordas armadas, bajo rótulos falaces, para destruir la vida y la propiedad de los adversarios políticos, que no estimule la delación; que no convierta a las entidades fiscales en agencias demagógicas; que no falsifique la voluntad sindical, por medio de pandillas de actuación discrecional y "dirigentes" pagados; que no explote la miseria del campesino con "reformas" inoperantes que no han elevado su nivel de vida; que no simule la adhesión mayoritaria mediante estatutos electorales, que imponen resultados comiciales falsos y anti¬democráticos; que no atropelle a pueblos ilustres, como el de Santa Cruz con miras a disociar la integridad nacional; que guarde el decoro del país y no rebaje su soberanía, obra de los fundadores de Bolivia. 
En esto consistía su prédica patriótica y en ello radicaba su pasión por lograr una comunidad culta en la cual fuera posible la convivencia civilizada de todos los bolivianos. Esta pasión, refulgía en su mirada afiebrada, intensa, humana. Desinteresado de los bienes materiales, jamás sucumbió a la tentación del poder económico o político. Fue un hombre sensible para entender y tratar de resolver las angustias populares, que nunca las explotó en su beneficio. Unzaga fue un idealista antes que un ideólogo y es posible que ahí radicara el secreto de su indiscutida figura de conductor; logró la adhesión mística de multitudes y sus amistades personales llegaron hasta el renunciamiento mismo de la vida. Pareciera que los pueblos conforman estas cimeras personalidades en esas épocas turbulentas, en esos años trágicos y grises, en los que el sensualismo, la codicia y el insensato afán de lograr otros menguados y transitorios éxitos hacen presa de seres elementales, y por ello arrogantes para inspirarse en la conducta de los grandes héroes civiles. 
Este hombre modesto, próximo a la humildad, esa; humildad auténtica y no orgullosa, de franciscana pobreza, pleno de rectitud, saturada de sinceridad es, apenas desaparecido, el símbolo de la verdad y la dignidad. Vivió su propia vida y murió su “propia muerte”, según el ideal rilkeano. No fue la suya una muerte común, sino la de un predestinado, que hizo vibrar las más recónditas fibras conciénciales y emocionales de su país y que esta mostrando a América que allá en las andinas serranías, en el altiplano, en los valles y en el llano boliviano no hay más que un pueblo avasallado, doliente y malherido. Si, Oscar Unzaga de la Vega fue un Jefe de Partido, un líder político, cuyo prestigio rebasó el ámbito de la Patria, el instante de su muerte se ha convertido para ella en una de las más límpidas estampas de la pu¬reza idealista, de la grandeza moral, de la nobleza humana. 
El vital tributo gravitará en la historia de Bolivia y en la libertad de una Nación.

La Paz, Abril 1964.
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Don Carlos Romero, digno y prestigioso periodista, conocido dentro y fuera del país por sus conceptos claros y justos sobre los diversos problemas del país, en ocasión de cumplirse un aniversario más de la muerte del líder máximo de F.S.B. Dn. Oscar Unzaga de la Vega, le dedicó este artículo como homenaje a esa figura excelsa que perdió la Patria. 
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Para más: Historias de Bolivia.

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