Revista Análisis – 1970.
Por vez primera, además, la historia boliviana presentaba
una unanimidad de criterios, en la cual fuerzas armadas y gobierno se sentían
comprometidos en un solo sentido. Es algo que se debe, sugestivamente, a dos
factores casi invisibles: el Movimiento Nacionalista Revolucionario y la
presencia durante más de quince años en Bolivia del general Vicente Rojo, que
fuera jefe de Estado Mayor de los ejércitos republicanos españoles en 1936-39.
Son las dos vertientes -unidas a las circunstancias del momento latinoamericano-
en que abreva la revolución. Si el MNR sacudió violentamente las estructuras
económicas de un país que se regía aún en 1952 por esquemas incaicos y
coloniales, la presencia de Rojo al frente de la escuela militar permitió
formar a la generación que hoy gobierna Bolivia en una estructura liberal, casi
socialista, plenamente identificada con su pueblo. En realidad, el golpe que
destituyó a Paz Estenssoro en 1964, -de acuerdo con lo manifestado a ANÁLISIS
por un general de la revolución- no fue más que "el reingreso en la
historia de un ejército popular, que había tardado 12 años en rehacerse y que,
necesariamente, debía oponerse a la corrupción en que había caído el MNR".
De alguna manera, las fuerzas armadas, aniquiladas en 1952 por las huestes mineras
que las hicieron desfilar por las callejuelas de La Paz con las gorras al
revés, tomaron el poder para repudiar a un gobierno que no había cumplido con
sus propios postulados, pero reconociendo todo su valor a éstos. No extraña
entonces que algunos ideólogos de la revolución ovandista se consideren
sucesores de los revolucionarios del 52.
Los obstáculos revolucionarios son numerosos. El principal
de ellos, quizá, fue el señalado por el comandante en jefe del ejército, Juan
José Torrez, durante una disertación en Cochabamba a la cual asistieron
representantes de todos los partidos políticos, incluido el comunismo prochino:
"Nosotros -dijo Torrez- hemos sido para la opinión pública el freno al
poder popular, los promotores de la represión, los mismos que ahora tomamos al
parecer otras banderas y pedimos apoyo. No podemos exigir al pueblo que
comprenda que en estos años y en silencio hemos entendido cosas que antes no
entendíamos. Las guerrillas también tuvieron su papel: nos sacudieron, nos
moralizaron y nos devolvieron la fe".
Breve historia de Indias.
Sumergida en sus mesetas o en los profundos valles del
Altiplano, la historia boliviana trascurrió desde la colonia fuera del proceso
que occidentalizó al continente. Un pueblo frustrado recorriendo estrechas y
pobres callejuelas e inclinado sobre una tierra semiárida debía engrosar
terroríficas estadísticas: mortalidad infantil del 99 por mil; cuarenta años de
duración media de la vida; 68% de la población mayor de quince años analfabeta;
160 dólares el ingreso anual per cápita, el más bajo de Latinoamérica.
La población vivía marginada de los procesos políticos. De
vez en cuando, impulsados por una rabia ancestral y por dirigentes que los
utilizaban en pro de sus intereses, los bolivianos explotaban en las calles de
La Paz, en las minas de Oruro y en la campiña cochabambina. Entonces eran, la
sangre derramada, los tiroteos interrumpidos, el cadáver de Villarroel
despedazado en las calles, el suicidio de Unzaga de la Vega y los constantes
exilios. Cuando la tormenta amainaba, el pueblo volvía a las minas, al campo y
al hacinamiento de los viejos mercados de La Paz. Entonces, las cosas seguían
su curso como en un Macondo desesperanzado y caliente.
En 1952 se produce en Bolivia la mayor explosión social de su
historia: Víctor Paz Estenssoro llega al poder en andas de mineros, el ejército
es deshecho y se nacionalizan las minas de estaño, primera fuente de divisas
del país. La nacionalización fracasa en sus efectos: el precio del mineral baja
en el mercado mundial y los revolucionarios de 1952 deben volver a los
préstamos de Estados Unidos. Simultáneamente, el MNR se resquebraja: por un
lado Víctor Paz, el ídolo indiscutido; por otro, las ambiciones de Hernán Siles
Zuazo; las fuerzas mineras son manejadas a su arbitrio por Juan Lechín y Walter
Guevara Arce, uno de los más brillantes intelectuales bolivianos, ensaya un
Movimiento Nacionalista Revolucionario auténtico que lo conduce, tras un primer
fracaso electoral, a la oposición violenta. En este campo encuentra a la
Falange Socialista Boliviana, una agrupación católica de derecha, con fuerza en
Cochabamba y las Universidades. La violencia parece cosa común en Bolivia y el
segundo período de Víctor Paz termina con el golpe de 1964. El pueblo, ajeno
como siempre a todo lo que sucede en las altas esferas políticas.
El MNR, sin embargo, había realizado algo; el analfabetismo
comenzó lentamente a disminuir y la reforma agraria otorgó títulos de propiedad
de la tierra a numerosos campesinos. Entonces la historia entró en juego.
Acostumbrados durante siglos -desde los famosos "lupus" incaicos- a
trabajar colectivamente los campos, los campesinos bolivianos no supieron qué
hacer como propietarios. Comenzó a crearse una infraestructura educativa
tendiente a enseñar al campesino a trabajar su tierra. Fue el gran poder de
Barrientes y su gran desequilibrio: mientras abrazaba a los campesinos, en 1965
y 1967 masacraba malamente a los mineros rebelados contra un famoso Código que
los condenaba a 16 horas de trabajo diario por 80 dólares mensuales. Ireneo
Pimentel, viejo líder minero de la primera época del MNR, recuerda aún esos
hechos y por ello ha brindado su apoyo al gobierno de Ovando, pero sin
compromisos de ningún tipo. Está muy cercana la alianza del actual presidente con
Barrientes cuando ocurrieron aquellas masacres.
También está muy cercana la actuación de Ovando como
comandante en jefe de las fuerzas armadas contra las guerrillas de Ernesto
Guevara y de los hermanos Peredo. Aunque solo fueron apoyadas, y vergonzantemente,
por el comunismo proruso, éste avala ahora a Ovando demostrando una vez más que
la piel de camaleón brinda muy buenos negocios a los viejos bolcheviques.
El interregno Siles
La muerte accidental de Barrientes desató los primeros
chispazos de lo que hoy vive Bolivia. Contra la opinión violenta de algunos
líderes campesinos, que pretendían a Ovando en el poder, las fuerzas armadas
prefirieron la constitucionalidad: sabían que en las próximas elecciones Ovando
triunfaría fácilmente ante la atomización de todas las agrupaciones políticas.
Un alto jefe militar boliviano manifestó a ANÁLISIS la semana pasada:
"Siles cometió dos errores garrafales: en primer término se rodeó de gente
incapacitada para gobernar el país, ignorando las constantes secretas del
pueblo; en segundo lugar, elogió en demasía al "Inti" Peredo, sucesor
del "Che", un día después de su muerte". Para las Fuerzas
Armadas, aun reconociendo la honestidad de algunos líderes guerrilleros, cuando
éstos mataban a civiles y a soldados se convertían en vulgares delincuentes.
La misma fuente manifestaba que, de todos modos, la
revolución estaba en camino desde 1964, cuando se derrocó al MNR. "Lo de
Barrientos -dijo- no era más que un interregno, la primera etapa revolucionaria
que necesariamente debía poseer menores aristas radicales. Pero la revolución
ya estaba decidida. En Bolivia, el ejército ha estado unido siempre al pueblo y
hasta los civiles intelectuales estudian en el Instituto de las Fuerzas
Armadas, desde que éste se fundara con Vicente Rojo".
Los actos revolucionarios
El 26 de setiembre de 1969, el secretario de Siles Salinas
debió huir atravesando los barrios de La Paz en bicicleta. El presidente se
exilió en Chile y el gobierno semimilitar extendió su poder por todo el
Altiplano. Al lado de militares barrientistas como el canciller César Ruiz
Velarde, se sentaron en el gabinete hombres jóvenes social-cristianos, como
Marcelo Quiroga Santa Cruz, ministro de Minas; Alberto Bailey Gutiérrez,
ministro de Información, y Baptista Gumucio, a quien se acusa de marxista.
"Esta revolución -declaraba Ovando- es irreversible y porque lo es no
puede olvidar un solo minuto su compromiso y su identificación con la clase
trabajadora". El pueblo boliviano ya había escuchado esas palabras antes,
a través de una frustración de siglos. El gobierno llenó de carteles
revolucionarios las paredes de las ciudades. Algunos dirigentes sindicales y
estudiantiles lanzaron manifestaciones a las calles en apoyo de la revolución.
Los collas del viejo mercado de La Paz ni deben haber vuelto su cabeza para
mirarlas ni deben haber abierto más sus oídos para escuchar el dulce cancionero
de la justicia social. Era la misma canción con distintas voces, el mismo ritmo
que habían bailado muchas veces sin conocerlo íntimamente porque ellos no eran
los protagonistas de la historia sino el telón de fondo, la folklórica
coreografía donde se movían las comparsas de los barrios lujosos de las
ciudades.
Sorpresivamente, sin embargo, algo les llamó la atención: el
Código Minero era eliminado, se nacionalizaba la Gulf Oil Company, se
comenzaban a construir algunas escuelas; los viejos títulos de la Reforma
Agraria comenzaban a ser entregados. Algo estaba sucediendo y aún no se sabía
si ese algo era bueno o malo pero era distinto. Ovando hablaba de un frente
antiimperialista con Cuba y Perú, desmentía al día siguiente y volvía a hablar
del mercado andino y de reanudar relaciones con La Habana. Para collas y
campesinos, La Habana queda lejos del mundo. Juan Ayoroa, ministro de gobierno de
Ovando, lo señalaba la semana pasada a ANÁLISIS: "El drama, el gran drama
de Bolivia, es la verticalidad, la falta total de participación popular en las
decisiones políticas". El pueblo, como todos los pueblos de la tierra,
quiere comer bien todos los días, con una pizca de libertad. Pero ni la
libertad tiene precio en Bolivia, un país donde solo participan los elegidos
del festín político. Y no es que la haya o que no la haya. Es que lo mismo da.
Sin embargo, los políticos quedaron descolocados: eran demasiadas
medidas radicales en muy poco tiempo. Así, en lo interno, se fue creando en
estos cinco meses un amplio abanico de ideologías que aún no están bien
asentadas:
• Frente de la Revolución Boliviana: era un partido fuerte
cuando vivía Barrientos y estaba integrado por el Partido Social-Demócrata de
Siles Salinas, el Movimiento Popular Cristiano, el Partido de Izquierda
Revolucionario y el Revolucionario Auténtico de Walter Guevara Arce. Se ha
manifestado tanto contra el régimen como contra la nacionalización.
• Partido Liberal y Unión Republicana Socialista:
agrupaciones de derecha contra el gobierno.
• Partido Comunista prochino: contra la nacionalización y
contra el gobierno.
• Movimiento Nacionalista Revolucionario: el viejo tronco se
ha dividido en tres sectores, uno de ellos liderado aún por Víctor Paz, que
constituye la mayor fuerza opositora. El grupo de Carlos Serrate Reich se ha
colocado en una posición centrista y el de Jorge Alderete intenta un
acercamiento con Ovando sosteniendo que es la continuación de 1952.
• Falange Socialista Boliviana: el sector más fuerte se
opone al gobierno desde una posición derecliista católica, pero un grupo
comandado por Héctor Borda negocia un frente con el MNR de Alderete.
• Partido Revolucionario de Izquierda Nacional: obedece las
directivas del ex líder minero Juan Lechín, apoya críticamente al gobierno y
mantiene relaciones aún con Víctor Paz, en su exilio de Lima.
• Partido Demócrata Cristiano: Expulsó a dos dirigentes que
forman parte del gabinete, pero en general tanto la vieja guardia como la
juventud tienden a un acercamiento hacia el oficialismo.
• Acción Revolucionaria Nacionalista, dirigido por el
ministro de Trabajo, Mario Rolón Anaya. Había formado la agrupación para
candidatearse en las elecciones pero al seguir desempeñando su ministerio debió
abandonar sus ambiciones personales.
La gama de ideologías y la numerosa cantidad de agrupaciones
permite sacar una primera conclusión: los partidos políticos no deben poseer
mucha fuerza real si se tiene en cuenta que Bolivia posee solamente cuatro
millones de habitantes. Contra la oposición de tan numerosos grupos, Ovando
solo podía ofrecer para defender sus reformas y evitar su eliminación, el apoyo
total de las Fuerzas Armadas. Al parecer lo ha logrado, pero es necesario
señalar que la victoria, obtenida la semana pasada se debió en gran parte al
comandante en jefe, Juan José Torrez, compañero de promoción e íntimo amigo del
presidente. Es muy probable que haya debido convencer a sus pares de las buenas
intenciones de los jóvenes ministros civiles del gabinete. Sobre todo, de la
calidad intelectual y moral de Alberto Bailey y de Quiroga Santa Cruz,
evidentemente los númenes de la nacionalización de la Gulf Oil Company.
Las tensiones internas. Estos dos ministros, juntamente con
Mariano Baptista Gumucio y el de Gobierno, Juan Ayoroa, son la médula
revolucionaria. Nacidos casi juntos y educados en los últimos veinte años de
historia boliviana, pueden muy bien condenar al MNR y a Barrientos, ya que
fueron extraños a ellos. Quizá para balancear a estos guagua ministros, como
los llaman en su país, Ovando mantuvo en su gabinete a un sector conciliador
integrado por los de Economía, Edmundo Valencia; de Asuntos Campesinos, León Kolle
Cueto; de Trabajo, Mario Rolón; de Hacienda, Antonio Sánchez de Lozada. Tras
éstos se mueve, con rango ministerial, el coronel Carlos Hurtado, presidente de
la Corporación Minera Boliviana (COMIBOL), un auténtico y poderoso Estado
dentro del Estado. Si los cables de las agencias internacionales se han
encargado de definir a los hombres de la revolución, también advirtieron
sensibles discrepancias entre los miembros del gabinete. No se vaciló en
señalar a los guagua ministros como pretendiendo formar una república
socialista en Bolivia. En los últimos quince días los rumores acrecieron su
volumen. Se dijo, incluso, que los altos mandos de las Fuerzas Armadas estaban
deliberando sobre las actitudes gubernamentales, fundamentalmente las de sus
ministros civiles. Algo de cierto hubo. Sin duda alguna, la audacia que
caracteriza a los jóvenes intelectuales puede desbarrancarse. Pero
paradójicamente ha sido el mismo Ovando quien más ha arriesgado en el juego de
las declaraciones, debiendo a menudo contradecirse.
Los militares se reunieron en La Paz no solo a deliberar.
También escucharon a los hombres del gobierno. Según un alto oficial no hubo
control: "Las Fuerzas Armadas en Bolivia -dijo a ANÁLISIS- no van a
controlar al gabinete ni al presidente. Simplemente, como autoras de la
revolución, quieren enterarse de los planes, pero la última decisión siempre
estará en manos de Ovando". Dadas las características de la historia del
Altiplano, esto parecía increíble.
Sin embargo, el comunicado final de los altos mandos
permitió entrever que también esta larga tradición estaba terminando, al menos
por el momento. Un observador de la conferencia militar manifestó, incluso, que
Marcelo Quiroga Santa Cruz, el hombre de la nacionalización de la Gulf,
"había causado muy buena impresión a los mandos". Es, sin duda
alguna, un círculo vicioso: si los jóvenes intelectuales de izquierda son
eliminados del gobierno -como llegó a aventurarlo alguna agencia de noticias-,
la revolución se queda sin ideología porque son ellos los que han marcado su
camino. Además, el acto revolucionario pasaría a la simple categoría de
cuartelazo y seguramente las fuerzas opositoras se lanzarían nuevamente a otra
etapa de violencia.
Promesas y hechos.
Por ahora, de esa ideología han salido numerosas promesas y
algunos hechos significativos, como la nacionalización de la Gulf. Para un
pueblo que no cree en ninguna promesa, los hechos deben sucederse rápidamente a
menos que la revolución pretenda estrangularse a sí misma. Cumplida la etapa de
nacionalización, a pocos días del golpe militar, se ha entrado en el problema
de la comercialización del gas y el petróleo que produce el Altiplano. Y en
este sentido, aún se está en la etapa de las promesas. Si bien las
negociaciones con la Argentina para la construcción del gasoducto Santa
Cruz-Yacuiba se encaminan hacia su concreción exitosa, no sucede lo mismo con
la comercialización del petróleo. Se han barajado posibilidades de futuros
compradores: Brasil, Perú, Rusia, incluso la Argentina, pero no hay aún nada concreto.
La Argentina reemplazó solidariamente la garantía de la Gulf ante el Banco
Mundial, y adoptó frente a las dificultades del país hermano una actitud
comprensiva dictada por sentimientos obvios pero también por sus propios
intereses: nada de lo que ocurre en la casa del vecino nos es extraño, y sus
problemas pueden afectarnos.
Ese punto del petróleo es de vital importancia para la
marcha de la revolución, y por ello los próximos meses pueden dar una idea de
hasta dónde puede llegar. Por dos razones. La primera la explicó Alberto Bailey
a un enviado de ANÁLISIS en Bolivia: "Necesitamos demostrar al pueblo que
la nacionalización no solo era una medida necesaria políticamente, sino también
conveniente desde un punto de vista económico". Es decir, eludir el acto
gratuito que invalidaría toda la revolución. La otra causa es evidente: de no
poderse comercializar el petróleo y crear en base a él una infraestructura
industrial, Bolivia seguirá dependiendo del estaño para su supervivencia. En el
comercio mundial siempre se corre el riesgo del ingreso de los excedentes
norteamericanos de ese metal.
Otro aspecto aún no resuelto es la conducta definitiva a
seguir con la Gulf. La deliberación tiene un plazo concreto: el 17 de abril,
otorgado por la enmienda Hickenlooper. Solo habrá indemnización por el capital
fijo invertido pero la cuestión varía según sean el monto exacto y las formas
de pago que se adopten. En este punto, tampoco parece haber acuerdo entre los
sectores radical y moderado del gabinete. Por otra parte, el gobierno aún
permanece derrotado en un aspecto: no ha conseguido que la empresa William
Harvey se haga cargo de los compromisos adquiridos para la fundición del estaño
concentrado boliviano. La semana pasada, un enviado especial del presidente Ovando
a Inglaterra volvía a La Paz sin una respuesta definitiva de los empresarios.
Un nuevo partido
Políticamente, la revolución no tiene más respaldo que los
hechos que produzca. Si la nacionalización no fue totalmente condenada por la
prensa, no ocurrió lo mismo con la Ley de Prensa sancionada hace pocos días. Si
bien representa un instrumento que favorece a los periodistas, para el católico
Presencia y el conservador El Diario significa lisa y llanamente la eliminación
de la libertad empresaria. En Bolivia no se ha desarrollado una ofensiva tan
consistente como en Perú por esa ley, pero las razones hay que buscarlas
solamente en el poco poder tanto político como económico que la prensa posee.
Mientras tanto, en fuentes del gobierno se comentaba la
posibilidad de formación de un partido político de la revolución. La cautela
gubernamental para concretar este propósito respondería a la firme intención de
no repetir el trámite de Barrientos, con el Movimiento Popular Cristiano, un
tipo de estructura política de las que los bolivianos llaman de
"buscapegas": para repartir cuñas y puestos.
Si el presidente Ovando se lanza realmente a la formación de
un instrumento político para trasformar el paternalismo populista de su régimen
en participación popular, deberá irremediablemente salir al paso con medidas
concretas esperadas por sectores mayoritarios. Además, deberá encontrar la
forma para que el apoyo conseguido se manifieste públicamente, de un modo vivo,
capaz de hacer pensar que el partido no surge de la nada.
Numerosos observadores no creen que por el momento Ovando
intente la creación de esa agrupación oficialista. El ejemplo brasileño con la
ARENA está muy cercano, tanto como su fracaso. Es más, corre el peligro de que
la oposición se vertebre en unidad. Además, un partido político exige de alguna
manera, Parlamento para manifestarse y no parece estar en el ánimo de los
revolucionarios el parlamentar con nadie por el momento.
En el plano internacional, las últimas declaraciones de
Ovando en pro del reconocimiento del régimen castrista pueden crear una
escisión profunda dentro del bloque andino. Por un lado, Venezuela, Chile y
Bolivia en pro de gestiones ante Castro. Por el otro, un Perú que no se ha
manifestado, estudiando con "mucha cautela su posición, y una Colombia
que, cargada de problemas políticos y militares, ha rechazado de plano toda
connivencia con La Habana. Si las guerrillas, sin duda alguna, han dejado de
ser peligrosas para Rafael Caldera tras la ruptura de Douglas Bravo con Castro,
para Lleras Restrepo son más peligrosas que nunca: en el próximo abril
electoral colombiano no solo se juega el triunfo de su candidato sino su futuro
mismo para los comicios de 1974. Por lo menos hasta abril, entonces, las
palabras de Ovando aparecen solamente como una maniobra diversionista, que
define en alguna medida a su régimen pero que no lo compromete totalmente con
una ideología. Sin duda alguna. Ovando, lleno de contradicciones de todo tipo,
no tiene la cautela de sus colegas peruanos que parecen estar en la misma
revolución que él pero que, tras el estallido inicial, han preferido hacer una
"revolución silenciosa".
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