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Sábado, 17 Mayo 2014.
Uno de los movimientos sociales más importantes del siglo
XIX y precursor del socialismo, como anota Guillermo Lora, es la Rebelión de
Los Igualitarios, dirigido por Andrés Ibáñez y que se desarrolló en Santa Cruz
entre octubre de 1876 y marzo de 1877, durante el gobierno del Gral.
Hilarión Daza.
La magnitud de sus enunciados federalistas e igualitarios
fueron perturbaron a las clases dominantes cruceñas y del país, y aunque sus
seguidores no eran contrarios al régimen de ese tiempo, dirigido por Daza, éste
castigó con el fusilamiento a los cabecillas de los igualitarios.
Este rebelde y dos de los dirigentes del movimiento fueron
fusilados el 1 de mayo de 1877 y en su memoria reproducimos un fragmento de la
“Historia del movimiento obrero boliviano” de Guillermo Lora. (N.R.)
a) El Club de La Igualdad
Sobre la “Asociación de Voluntarios del Pueblo” de Tarija no
existen casi documentos. No ocurre lo mismo con la revolución de los
igualitarios de Santa Cruz. Pedro Kramer le dedica un capítulo de su libro
sobre el general Carlos de Villegas[1], en cuyo apéndice se reúnen piezas de
mucho valor. No se puede ignorar el folleto anónimo que sobre los objetivos y
desarrollo del movimiento circuló impreso en el exterior[2]los artículos
publicados en “El Eventual” y “El Regenerador”, hoja quincenal que se editó
para extirpar la influencia poderosa de los igualitarios después de aplastada
su revolución[3]. También Plácido Molina se refiere de pasada a esta tendencia
federalista, aunque no añade nada nuevo[4]. En los periódicos de la época se
pueden encontrar abundantes datos al respecto. Los historiadores “serios” se
limitan a callar acerca de este importantísimo acontecimiento social y
político; excepcionalmente Ordoñez López y Luis S. Crespo se detienen a
relatarlo.
Andrés Ibáñez había reunido a sus parciales en un Club y
eran conocidos bajo el nombre de los “igualitarios”.
El Club de la Igualdad sostuvo una acalorada e importante
polémica con su principal oponente alrededor de los nombres de los candidatos a
la Presidencia de la República en las elecciones de 1876, la oportunidad
permitió no sólo aclarar las ideas que agitaban el ambiente, sino sacar a
primer plano la táctica que se estaba empleando en la lucha diaria.
Era indiscutible la fuerza numérica de los “igualitarios” y
por esto recibieron invitaciones para apoyar a tal o cual candidato.
Antonio Vaca Diez publicó en “El Cometa”[5]de la ciudad de
Santa Cruz una larga carta dirigida al Club de la Igualdad, en la que se le
incitaba a pronunciarse en favor de José María Santiváñez, candidato a la
presidencia de la República.
El planteamiento fue discutido en asamblea pública y mereció
respuesta también de igual naturaleza. Nadie desconoció los merecimientos de
José María Santiváñez y más bien fueron subrayados con energía; sin embargo, el
Club de la Igualdad, “por unanimidad del numeroso concurso de más de quinientos
de sus miembros declaró que adhería sus sufragios electorales a la candidatura
del señor general don Hilarión Daza”, según reza la nota firmada por el
Presidente Melquiades Barbery y los Secretarios Juan Serrano y Udalrico Peinado.
“El Cometa” relató con humorismo y despecho el desarrollo de
dicha reunión: “El mismo Presidente ha hecho la elección del candidato a la
Presidencia de la República”.
Los “igualitarios” partían del principio de que, de una
manera general, el país correría la misma suerte “con Hilarión Daza o con José
María Santiváñez”, sin embargo dieron sus votos por el primero. Un cálculo
equivocado les empujó a creer que cogidos de la casaca del jefe castrense
podrían cobrar preeminencia política. Aparentemente el club comulgaba con el
programa electoral de Casimiro Corral, muchas de las ideas de éste eran de su
agrado pero antes de permanecer fiel a sus ideas, prefirió sacar ventaja
momentánea de la coyuntura política. Bien pronto los seguidores de Ibáñez se
rebelarían contra el orden constituido y Daza supo darle golpes de una crueldad
incomparable.
Cuando revolucionariamente llegó Ibáñez a la Prefectura y
Comandancia General del Departamento de Santa Cruz, levantó la bandera federal
y muchas de sus proclamas ostentaban principios socialistas. El federalismo no
era una novedad y ni siquiera se puede decir que tenía una filiación
exclusivamente progresista, se encontraba flotando en el ambiente. Muchos
pueblos, pretendiendo salir de su tremendo atraso y dar una respuesta adecuada
al extremado absorcionismo de la sede del Gobierno, reivindicaban el derecho de
tomar en sus propias manos el manejo de sus intereses, prescindiendo de la
excesiva centralización. “Han tenido lugar en Santa Cruz —dice Pedro Kramer—
los más serios movimientos federales de Bolivia”.
El socialismo de los igualitarios —ciertamente que muy
particular y confuso— se denuncia en la siguiente afirmación que aparece en el
mensaje de Andrés Ibáñez, fechada el 3 de octubre de 1876: “La igualdad con la
propiedad, es el desideratum de los pueblos. Esforcémonos por aproximarnos a él
y nos presentaremos más dignos de la nación”. No traducía ciertamente la
influencia marxista, sino más bien la de algunos utopistas y de Proudhon.
Después de la derrota del movimiento se pudo comprobar que
los terratenientes no se alarmaron tanto por el levantamiento armado, que bien
pronto percibieron que estaba definitivamente perdido, como de la tremenda
persistencia de las ideas propaladas por Ibáñez y señalaron que el mal radicaba
en que los igualitarios, debidamente organizados como estaban, eran capaces de ganar
todas las elecciones. En Santa Cruz hay otra faz de la dominación igualitaria
—dijeron los periódicos antiibañistas— que no debe perderse de vista y es la
que se ha manifestado en el sufragio popular. “Tres o cuatro años ha que se
eligen municipios y diputados de entre los individuos del círculo igualitario;
ya los hombres patriotas y que componen la parte sensata de la población, no
pueden hacer triunfar a candidatos que representen los intereses del país”.
Los parciales de Ibáñez fueron acusados de comunistas y de
propagar doctrinas disociadoras de las instituciones tradicionales como la
propiedad, la familia, el Estado, etc. “El Regenerador”, por ejemplo, escribía
“hace algún tiempo que una fracción de la sociedad cruceña, calificada
ingenuamente, con el nombre de partido igualitario, ha propagado doctrinas
disociadoras en esta Capital”. Se dijo que sólo la ingenuidad de algunas
conciencias dio lugar a que fuesen arrastradas “por el sendero torcido de sus
malos designios”.
Andrés Ibáñez nació en Santa Cruz el 30 de noviembre de
1844. Sus padres fueron Francisco Ibáñez y Velasco y Carmen Santiváñez Gil.
“Estudió derecho en Sucre y se tituló de abogado en la misma capital, cuando
tenía 24 años de edad. Contrajo matrimonio con la señorita Julia Serrano, nieta
del gran tribuno José Serrano...”
“Establecido de nuevo en su ciudad natal, Andrés Ibáñez
instaló su despacho de abogado, mas no con el propósito de lucrar
profesionalmente, sino para consagrarse a la defensa gratuita de los pobres. Su
vocación socialista lo llevó a velar por una clase desvalida y explotada, sin
otro incentivo que el de sentirse servidor de una causa que latía en su
conciencia y que ya tomaba formas de esbozo de programas favorables a las
mayorías nacionales”.[6]
b) Algunos apuntes sobre la revolución igualitaria
Los igualitarios, seguidores de Andrés Ibáñez, fueron dueños
de Santa Cruz durante ciento sesenta días y su revolución duró siete meses.
Estos datos son suficientes para considerar tal movimiento como uno de los más importantes
de la historia social del siglo XIX y constituye, indiscutiblemente, el
antecedente directo del socialismo boliviano.
No puede haber la menor duda de que la corriente federalista
fue uno de los elementos fundamentales de la tendencia federalista.
Andrés Ibáñez había recibido como herencia de su padre un
enorme ascendiente sobre las masas y -según “El Eventual”- supo identificarse
con ellas. Entre las causas que hicieron posible el levantamiento del primero
de Octubre se señalan la influencia que ejercieron sobre la población “las
doctrinas igualitarias y socialistas que predicaban Andrés Ibáñez y demás
demagogos correligionarios” y la reunión de los igualitarios en un club, “en el
cual sus corifeos los alucinaban con falsas promesas”.
Según los historiadores Ordoñez López y Luis S. Crespo,
desde principios del año 1875, Andrés Ibáñez se constituyó en caudillo
revolucionario, “que constantemente amagaba el orden público”. Derrotado en los
campos de Trompillo, en marzo de 1875 y en Porosos, en noviembre del mismo año,
“continuó amagando la ciudad de Santa Cruz hasta fines de mayo de 1876, en que
se presentó en la ciudad y secundó la revolución del general Daza”.
Las cosas ocurrieron así. A fines de septiembre de 1875 las
autoridades cruceñas mandaron a tomar preso a Andrés Ibáñez y se preparaban a
remitirlo a la ciudad de La Paz, para ponerlo a disposición del gobierno. El
primero de octubre se sublevó el piquete de soldados que debía conducirlo,
dando muerte al Comandante General, coronel Ignacio Romero.
El folleto publicado en la ciudad de Tacna sostiene que eran
las ocho de la noche del primero de octubre de 1876 cuando la columna de
guarnición de la ciudad de Santa Cruz disparando tiros al aire, se amotinó al
grito de “¡Viva la unión, viva el doctor Andrés Ibáñez, queremos plata, viva el
general Hilarión Daza!”, penetrando luego a la prisión en la que se encontraba
el caudillo, desde el 29 de agosto. En libertad Andrés Ibáñez fue nombrado por
una asamblea popular Prefecto del Departamento, así se obró bajo el supuesto de
que el Gobierno del general Daza no iba a desmentir la medida.
El atronador ruido de la fusilería hace suponer al pueblo
que ha sido ejecutado Ibáñez y corre a la Plaza de Armas, al verlo la multitud
lo vitorea y aclama.
El dos de octubre, Ibáñez convocó al pueblo, por bando leído
en todas las esquinas de la ciudad, a un comicio, y el acta por el que se
“designó a las autoridades políticas y militares y se les concedió facultades
precisas de la situación, está suscrita por más de setecientas firmas”.
El mitin se realizó en la capilla del Colegio y por la
“Protesta” firmada por varios ciudadanos “honorables” el primero de abril de
1877, nos informamos cuál era su composición social: “aquella reunión fue
compuesta en su totalidad, con raras excepciones, de hombres de las masas
populares, e instrumentos de la voluntad del caudillo Ibáñez”. Entre los
firmantes aparecen muchos de los que en su momento juraron fidelidad a Ibáñez.
Los artículos publicados en “El Eventual” informan que los
artesanos supieron movilizarse entusiastamente detrás de su líder Andrés
Ibáñez. “Apenas unas cuantas personas notables, que, numéricamente hablando, no
merece la pena de tenerse en cuenta, pudieron tomar parte con Ibáñez en su
rebelión”. Las familias acomodadas abandonaron inmediatamente la ciudad y se
dice que la emigración adquirió tales dimensiones que los artesanos, ya no
pudieron vender sus mercancías y se vieron empujados a la miseria. El periódico
enfatiza que los Ibañistas eran “holgazanes, gente poco respetuosa de la
propiedad ajena, delincuentes o bien intimidados”. Temerariamente se asegura
que a la reunión en la que Ibáñez fue nombrado Prefecto sólo concurrieron “dos
o tres timoratos y los igualitarios, quienes acordándole el nombramiento que
apetecía, le autorizaron, además, para proporcionar fondos necesarios al
chanceleo de la tropa sublevada”.
La revolución se hizo bajo la bandera Federal y con la
esperanza de que fuera prestamente secundada por el resto del país. Nada de
esto ocurrió. Los igualitarios permanecieron —mejor sería decir languidecieron—
aislados y para mantenerse en el poder no les quedó más recurso que imponer a
la población una serie de contribuciones, conducta que volcó a parte de la
población en contra del movimiento. Algo que merecía plantearse desde su
iniciación en la palestra nacional, murió estrangulado en los límites
provincianos.
El caudillo Andrés Ibáñez tomó en sus manos la tarea de
extender el levantamiento a las provincias. Se encaminó a Vallegrande, dejando
como Comandante al paraguayo María Fabio, que, según Molina, cometió una serie
de excesos.
Ante tan temerario levantamiento, el Gobierno central
reaccionó prestamente. Comenzó decretando el estado de sitio contra Santa Cruz
y envió una misión militar punitiva al mando del general Carlos de Villegas,
que el 28 de mayo de 1877 ingresó a la ciudad oriental sin hacer un solo
disparo.
El 3 de marzo de 1877, Ibáñez, al anoticiarse de que las
fuerzas gubernamentales ya estaban en Samaipata y que otros efectivos se
descolgaban desde el Beni y algunas provincias, abandona Santa Cruz y marcha
con algunos parciales que permanecieron fieles hasta el último momento con
rumbo a Chiquitos. La columna estaba formada por más o menos trescientos
igualitarios mal armados, pero sí bien comandados. El caudillo estaba animado
por la esperanza de poner iniciar desde la selva o las planicies infinitas la
guerra de guerrillas y acaso retomar la capital más tarde. Descontaba que las
fuerzas regulares no podrían dar con él, sobre todo teniendo en cuenta que
estaban dirigidas por gentes del altiplano.
No bien Andrés Ibáñez abandonó el escenario de su actividad
política, el oficialismo, los propietarios y la “gente bien” se apresuraron en
catalogarlo como comunista peligroso y exigieron su destrucción física, Un
periódico decía: para “cortar el cáncer socialista que tan funestamente
principia a inficionar la sociedad boliviana, comenzando por Santa Cruz” era
preciso aplicar la receta tantas veces ya aplicada en el país, “castigar a los
que publiquen, en el futuro, ideas igualitarias, o las difundan de palabra en
reuniones”. Además, era preciso perseguir y cazar al caudillo.
El Presidente Hilarión Daza instruyó que los rebeldes sean
tratados de manera despótica, con mano dura y que, luego de ser enjuiciados
sumaría y verbalmente, se los pase por las armas. Ibáñez y sus compañeros
—informa Kramer— se retiraron hacia la frontera brasileña”. Con el objeto de
terminar con ellos marchó Villegas a través de los bosques en su persecución,
logrando encontrarlos en San Diego.
Las tropas que obedecían a Villegas se esmeraron en
demostrar una hostilidad sin límites: a todo prisionero que caía en sus manos
lo “ajusticiaban”, conforme se desprende del Diario de la expedición y que fue publicado
por “El Regenerador”[7].
Los perseguidores de los igualitarios fugitivos llegaron el
28 de abril de 1877 al pueblo de Santa Ana (Misión de Guarayos), donde
apresaron a Benjamín Urgel, que fue fusilado de inmediato porque lo
consideraron espía de Ibáñez. El día 30 sorprenden a José Manuel Chávez —del
famoso Chávez de las jornadas cruceñas— e inmediatamente lo asesinan porque
suponen que venía enviado por el caudillo para inquirir noticias. Los
altiplánicos difícilmente vencen los curiches y logran arribar a San Diego,
localidad donde capturan a algunos, “aunque se escapó el célebre paraguayo que
había tiranizado tanto la vida pacífica de los cruceños; no obstante con los
individuos tomados quedaron satisfactoriamente cumplidos sus deseos”. Todos ellos
fueron pasados por las armas la madrugada del Primero de Mayo. En San Miguel,
el 5 del mismo mes, fueron sentenciados a la pena capital el que fuera
Gobernador del Distrito Federal Nicolás T. Ramos, el cura de Concepción Efraín
Barbery y “el facineroso José Montenegro”. Generosamente fue regada la sangre
de los igualitarios por los numerosos piquetes que salieron en persecución de
Andrés Ibáñez, pues lo transcrito corresponde únicamente las fechorías
cumplidas por una de las secciones de soldados.
No hay por qué extrañarse de que el gran Ibáñez hubiese sido
también fusilado. El parte respectivo dice:
“En la madrugada del día de la fecha (1º de mayo de 1877),
fue sorprendida la cuadrilla que capitaneaba don Andrés Ibáñez, habiendo caído
éste en nuestro poder, igualmente que sus codelincuentes Francisco Javier
Tueros, José María Prado, Manuel Valverde y otros siete más de menor
importancia... Participando a usted igualmente que los cómplices y espías del
expresado Ibáñez: Benjamín Urge y Cecilio Chávez también fueron apresados.
Todos los anteriores fueron ejecutados inmediatamente, previo el Consejo de
Guerra verbal respectivo”.
En el número once de “El Eventual” se encuentra la
aseveración de que la trágica muerte de Ibáñez “ha devuelto la tranquilidad a
los habitantes de Santa Cruz, que no creían seguros su vida e intereses, si el
cabecilla comunista no desaparecía”.
Así concluyó un poderoso movimiento, que nació directamente
entroncado en las masas y que ensayó atrevidas e importantes reformas sociales.
Suficiente recordar que Barbery, cuando cumplía las funciones de miembro del
Concejo Municipal, proyectó la creación de un banco de préstamos para los
artesanos pobres, que la Comuna debía establecer asignando la suma de
bolivianos cinco mil. ¿Influencias de Proudhon o del Reglamento de la Junta
Central de Artesanos? Poco importa que “El Cometa” hubiese ironizado el proyecto:
“Aquel hizo una lectura de cada uno de los artículos y su explicación, fue
aprobado por un sí que salió de la boca de los artesanos... ¡Qué chiste!”
El aislamiento quitó perspectivas a los igualitarios, que
tan orgullosamente encabezaban sus papeles con su grito de guerra de “¡Viva la
Igualdad! “ Por otro lado, su socialismo era demasiado difuso y acaso no
correspondía a los sentimientos de la mayoría de la población. La consigna viva
y actual era la Federación, pero tampoco podía prosperar en los estrechos
límites de Santa Cruz. Fue suficiente la movilización de parte del ejército
para aplastar a los sublevados. Lo incomprensible es que Ibáñez no hubiese
aniquilado a los oficialistas utilizando las guerrillas y sacando ventajas del
terreno. Tal vez mejor que nadie comprendió que el levantamiento de octubre no
tenía posibilidades de prosperar. El artesanado no permitía el desarrollo del
socialismo, ni como idea ni como práctica. Más tarde, será el proletariado el
que retome en sus manos bandera tan gloriosa.
Tomado de: Lora, Guillermo. Historia del movimiento obrero
boliviano, 1848-1900. Tomo I. La Paz, Los amigos del libro, 1967. pp.423-434
[1]Pedro Kramer, “General Carlos de Villegas (estudio
histórico biográfico), La Paz, 1898.
[2] “Defensa de la revolución del doctor Andrés Ibáñez”,
Tacna, 1877.
[3]“El Regenerador”, publicación quincenal”, Santa Cruz. El
número uno apareció el 28 de julio de 1877.
[4] Plácido Molina, “Observaciones y rectificaciones a la
Historia de Santa Cruz de la Sierra. Una nueva República Sudamericana”, La Paz,
1936.
[5]“El Cometa”, N° 6, Santa Cruz, 30 de abril de 1870.
[6]Heberto Añez, “Semblanza de un revolucionario”,
“Presencia”, La Paz, 6 de agosto de 1967.
[7]60 J. H. G., “Diario de la Fuerza Expedicionaria que
marchó a la provincia Chiquitos, en persecución de la pandilla capitaneada por
Andrés Ibáñez”, en “El Regenerador”, Santa Cruz, 26 de julio de 1877.
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