Por: Augusto Céspedes
Poco después el presidente Saavedra lo nombró Ministro de
Relaciones Exteriores. Se proponía entonces que Chile devolviese a Bolivia un
puerto de los que le había quitado mediante la guerra de conquista. Poco antes
Franz Tamayo, como delegado de Bolivia ante la Liga de las Naciones, planteó el
caso y Jaimes, como diputado criticó su actuación.
Característicamente boliviano esa -y es- Franz Tamayo,
aunque la incomprensión ambiente le reputaba griego porque había escrito “La
Prometheida”, tragedia lírica (Nota marginal: el potencial autóctono de Tamayo
desborda, con mayor caudal que los modernistas con quienes guarda ciertas
semejanzas, de las formas antiguas que utiliza. Tamayo es como un gigantesco
buen constructor, que tiene que deformar con sus anillos patéticos las presas
clásicas para asimilarlas para sus terribles fauces).
De haber conocido entonces a Spengler yo habría visto en
Jaimes lo apolíneo y en Tamayo lo dionisíaco. Lo cierto es que se en-frentaban
dos seres de especie superior, familiarizados con los dioses. A un diputado
vulgar y silvestre -David Alvéstegui- que pretendió ter-ciar en la polémica,
Tamayo le atajó que era “un falderillo en una pelea de leones”.
Más que de leones parecía de caballeros la pelea, llevaba
entre dorados niveles de cultura, con las armas de citas filosóficas e
históricas. Al iniciar el encuentro, ante numerosísimo público, el poeta
interpelante invitó a emplear en el debate, más que el reglamento, la táctica
caballeresca de la batalla de Fontenoy. “Tirad primero, señor ministro”,
profirió y gentilmente esperó de pie la primera andanada. Ninguna alusión
personal, nada de insultos, solo debates de ideas.
Sin embargo, poco a poco los gentil hombres olieron la
pólvora. Tamayo, que hacía sutiles desarrollos de mago, lanzaba también interrupciones
vivaces y pérfidas. En cierto momento empleó una reticencia referente a la
incapacidad emocional para defender los derechos nacionales cuando el amor
patrio se ha esfuma-do... posiblemente... en la larga ausencia de la patria
nativa... Jaimes sintió el flechazo y desde la testera que ocupaba extendió la
mano, con elegante ademán de sereno esgrimista y dijo: “Señor Diputado, cuan
pronto habéis olvidado que estamos en la batalla de Fontenoy...”. Fulminante,
Tamayo replicó: “Batalla de la que pro-meto que no ha de salir vivo el señor
ministro”.
Con algunos rasguños, salió vivo, sin embargo porque la gran
mayoría parlamentaria rechazó los fundamentos de la interpelación. Se dedicó a
la diplomacia. Paseó su prestigio y su apostura por Santiago de Chile, por
Washington, Río de Janeiro, como ministro de Boli-via, hasta que en 1928 a
causa de una discordia con el presidente Siles, envió a éste un arrogante e
injurioso cablegrama, haciendo abandono del cargo.
INVIERNO EN TUCUMÁN
Muy pocos años había vivido en su patria boliviana. De
regreso al terruño tucumano reanudó su vida de catedrático.
Todo en él ya era pasado, la misma historia de Tucumán que
escribía. El remoto suceso del modernismo se disipaba como las deidades que
desaparecen en los sueños de la vida conclui-dos.
Sobre Tucumán, sobre la Argentina, sobre Bolivia soplaban
otras ráfagas, con color a pe-tróleo.
Personaje de una etapa de nuestra América, arquetipo humano
de un ciclo agotado, cuando Jaimes Freyre murió en 1933 ya estaba olvida-do por
las hadas de sus bosques hiperbóreos. Pero no hay duda de que, como gran poeta
americano, tuvo el homenaje de los dioses agrí-colas del naranjo y de la caña
entre un rumor lejano de viento de ventisqueros andinos.
De Khana, Revista Municipal.
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