Por: Rafael Archondo, Oxigeno Digital, 1 de Noviembre de
2017.
"Carajo, ese no era el plan y todo puede terminar en el
fracaso”. Las palabras sonaban más ásperas que de costumbre desde la ronca voz
del coronel Alberto Natusch Busch. A las 11 de la noche del 31 de octubre de
1979, los regimientos Tarapacá, Ingavi y Lanza salían rodando de sus cuarteles
para ocupar los sitios estratégicos de la sede de Gobierno.
Vestido de civil, Natusch contemplaba la escena
enfurecido. Todas las ideas conspirativas llegadas hasta sus oídos en los
últimos meses le habían sugerido retrasar el golpe hasta fines de noviembre,
cuando el Parlamento tuviera por decisión deponer al presidente Wálter Guevara
Arce, pero sobre todo cuando la IX Asamblea de la Organización de Estados Americanos
(OEA), que había sesionado hasta la víspera en La Paz, hubiera perdido brillo y
dejado de ser el orgullo mayúsculo del gobierno interino del momento.
Guillermo Bedregal, el entonces subjefe del MNR y
protagonista central del golpe de noviembre, nos pinta esa escena en su libro
Doy la cara (1995). Otras versiones históricas y el sentido común confirman la
precipitación del proyecto sedicioso. El cruento levantamiento militar del 79
fue uno de los desatinos más dolorosos de la historia del país. La Asamblea
Permanente de los Derechos Humanos tiene registrados 208 muertos, 207 heridos y
124 desaparecidos, saldo macabro de las jornadas desencadenadas hace casi
cuatro décadas, en un día de Todos Santos.
Natusch, citado por Bedregal en su libro, sabía muy bien que
una movilización militar en ese momento no sólo era inoportuna, sino
"absolutamente irracional”, pero los tanques ya estaban estremeciendo los
adoquines durante el asalto de la madrugada.
Unas horas antes, la plaza San Francisco había recibido a
miles de personas convocadas para celebrar en verbena popular uno de los
mayores triunfos de la diplomacia boliviana. El 26 de octubre, cinco días
antes, 25 cancilleres americanos habían resuelto recomendar negociaciones para
que Bolivia obtenga "una conexión territorial, libre y soberana con el
océano Pacífico”.
En el entonces hotel Sheraton de La Paz (hoy Radisson), en
homenaje a la naciente democracia boliviana y en nítido repudio al régimen de
Pinochet, la OEA enarbolaba como suya la causa marítima boliviana; mientras
Chile reaccionaba con visible mal humor ante la resolución.
Pero la rabia chilena iba a tener corta vida. Para vergüenza
del país anfitrión, los cancilleres visitantes tuvieron que subir al aeropuerto
escoltados por los tanques. El gobierno democrático que habían respaldado con
tanto cariño estaba siendo derribado. Desde Santiago vino la burla fulminante
para subrayar que en Bolivia no hay un interlocutor válido para negociar nada.
Detrás de las barricadas, el pueblo se encargaría de devolver el poder a los
civiles, pero ya el agravio estaba consumado.
Los golpistas
Los datos recogidos sobre el cuartelazo revelan que la
salida de las tropas fue adelantada porque el presidente Guevara había empezado
a desmontar la conjura.
Los rumores sobre la conspiración estaban desde hace semanas
sobre el escritorio presidencial y fue Guevara en persona quien convocó a
Natusch para pedirle que cesara los preparativos.
A sólo cuatro días de la acción militar, el coronel
desmintió públicamente el "ruido de sables”, pero Guevara no se quedó con
los brazos cruzados y dispuso el cambio del comandante del regimiento Ingavi,
uno de los golpistas.
Natusch -cuenta Bedregal- había minimizado la importancia
del relevo, pero al parecer, los demás conspiradores de uniforme actuaban por
cuenta propia y decidieron anticipar el golpe antes de que Guevara terminara de
desmantelar los mandos sediciosos.
En De cerca, el mejor programa de entrevistas de la
televisión boliviana, Carlos D. Mesa Gisbert tuvo, años después,
como invitado a Guillermo Bedregal, autor de una biografía de Paz Estenssoro y
canciller del golpe de noviembre.
Bedregal dice ahí que Natush era "un tipo
excepcional, de una gran calidad humana, de una gran honestidad”. Luego
asegura que el golpe estaba planificado para mediados de diciembre y que fueron
los militares los que adelantaron las acciones. Habría sido sorpresa. Bedregal
fue despertado aquella madrugada por una llamada del coronel Natush: "Guillermito,
los muchachos ya han salido”. El astuto político y "lacayo
intelectual de Paz Estenssoro (él mismo lo dice), sintió pavor en ese
momento. Se vio "obligado” a "dar la cara” y acompañar a ese corto
gobierno de 16 días.
¿Por qué se dio el golpe? Bedregal lo ratifica con Mesa con
una sinceridad increíble. Dice que el presidente Guevara "empezó a
buscarse tipos raros en su gobierno. Hay toma y daca en la política, pero
Guevara organizó un gabinete híbrido con gente que no tenía nada que ver con
todo el proceso democrático que se había gestado. No había una lealtad
indispensable para con el MNR y para con el MNRI.
Entonces todo el mundo estaba disgustado, el país político
se puso frente a Guevara porque él quería hacer a su modo su gobierno”.
El pecado del presidente derrocado fue no repartir ministerios entre
movimientistas, cosa que Natush hizo pródigamente.
El doctor Paz
El gabinete de Natusch fue posesionado al amparo de las
hileras de tanques que ocupaban la plaza Murillo. 10 de los 15 ministros eran
civiles, entre ellos, tres del MNR, cinco del MNRI y tres independientes. La
pregunta más insistente en las primeras horas del día era si el derrocamiento
de Guevara contaba con la venia del doctor Víctor Paz, jefe del MNR.
Como es natural, Bedregal emplea varias páginas de su libro
para afirmar que sus acciones eran respaldadas por Paz. Éste se habría reunido
con Natusch no sólo para avalar la febril labor conspirativa de sus hombres,
sino para recomendar que el golpe tuviera lugar a fines de noviembre, después
de que el Parlamento, de mayoría movimientista, le hubiera retirado su
confianza a Guevara.
"Doctor, el movimiento se ha producido. No como
inicialmente estaba previsto, pero yo cumplí mi parte, ahora le toca a usted”.
Esas habrían sido las palabras telefónicas de Natusch, ya instalado en el
Palacio, en la mañana del 1 de noviembre. Desde el otro lado de la línea, Paz
le habría prometido respaldar el alzamiento.
Horas después -siempre según Bedregal- el jefe del MNR
habría recibido una severa advertencia del embajador norteamericano en La Paz.
Desde la Casa Blanca, el experimento sólo obtendría repudio.
Raudo, el comité político nacional del MNR se reunió para
evaluar los sucesos. Allí, Paz habría dejado a Natusch en la estacada. Al
salir, Bedregal le habría preguntado: "Jefe, entonces todo este trabajo de
meses, todos los compromisos y desvelos, ¿son un error?”. La respuesta de
Paz: "No doctor, el objetivo de fregar a Guevara lo hemos cumplido”. En
efecto, semanas después Guevara era reemplazado por Lidia Gueiler.
¿Pero para qué fregar a Guevara? Las razones aparecen
en el libro de Bedregal y también en el de Ana María Romero de Campero (Ni
todos ni tan santos, 1996), quien fuera ministra de aquel gabinete depuesto por
los tanques. Ella cuenta que un Bedregal febril y autosuficiente buscaba, en
1979, la entrega de varios ministerios al MNR. Sin embargo, Guevara optó por
gobernar con personas sin militancia.
Al parecer el MNR exigía respaldo gubernamental en los
comicios venideros, los de 1980, pero el Presidente no era fácil de
subordinar. En 1989, como una forma de compensación partidaria, fue el
acompañante de fórmula de Gonzalo Sánchez de Lozada, el sucesor de Paz, pero
esa ya es otra historia en la que Bedregal termina nuevamente marginado por el
hombre al que "había que fregar”.
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