Mina "La Salvadora" a principios del siglo XX.
Pese a todos los peligros Simón I. Patiño estuvo de vuelta en su mina aun antes
del combate del Crucero de Paria. La inactividad lo consumía de impaciencia en
Oruro y tenía el temor de que los Artigue aprovechasen de su ausencia para
ocupar nuevamente "La Salvadora". El 25 de marzo de 1899 escribió a
su amigo Arturo Fricke: "Ayer he tenido que escapar del ingenio, porque no
tenía dinero para hacer el pago de jornales. El sábado el señor Pereira sólo me
dio 200 bolivianos, con oferta de que el domingo, bien temprano, me mandaría el
resto de los 300. Pero no lo hizo así, sin embargo de que mandé a reclamarle hasta
el aburrimiento. Mi gente en la mina ha recibido adelanto, pero la del ingenio
nada. Esto es atroz, don Arturo. Así se desprestigia mi trabajo que está en
camino de organizarse bien".
Un día el arriero que llevó los sacos de barrilla a Oruro volvió trayendo en
sus mulas a una joven y sus tiernos hijos. Era Albina Rodríguez Ocampo, la
muchacha que Patiño eligió como esposa y con quien se casó en 1889, cuando ella
tenía 16 años y él 29. La joven había comprendido cuán dura era la tarea y la
soledad de su marido en la montaña y venía a ayudarle y acompañarle. Aún más,
había vendido las pocas alhajas que poseía y traía consigo unos miles de
bolivianos para que se pagasen los jornales atrasados y se emprendiesen nuevos
trabajos.
Patiño se conmovió hasta las lágrimas con el heroico gesto de su esposa.
—"No debías haber venido" —le dijo sollozante—. "Yo me habría
bastado solo... ¡Y tus joyas...! Has hecho como la reina de España... ¡Algún
día te construiré un palacio!".
Albina Rodríguez de Patiño se acomodó sin titubeos al nuevo régimen de su
existencia. Además de sus labores maternales y domésticas dentro de la pequeña
casa que su esposo había mandado construir cerca de la mina, ayudó a la palliri
Saturnina Sarco en la selección de los trozos de roca que tenían metal y
colaboró en su molienda con el rústico guimbalete de piedra. Cuando su esposo
viajaba a Oruro, Colquechaca y otros puntos ella quedaba a cargo de la mina con
el laborero Menéndez. Pero no podía entrar al socavón. Era mejor respetar el
tabú de que el ingreso de una mujer en los interiores de la montaña hacía
desaparecer las vetas. Las vetas de "La Salvadora" eran de por sí
mezquinas y veleidosas.
Cierto día en que los esposos Patiño estaban ocupados en su merienda oyeron que
el capataz Menéndez venía corriendo hacia ellos dando grandes voces. A poco
ingresó a su aposento lleno de excitación.
—"Don Simón venga a ver lo que hemos encontrado... Debe ser plata pura.
¡Es una veta ancha!".
Al escuchar la palabra plata el corazón de Patiño se estrujó de angustia.
¡Quién sabe si era la veta que Juan del Valle buscó tres siglos antes! Un
hallazgo así habría sido providencial en la era de la plata, pero no en 1900.
Hasta 20 años atrás habría sido una herejía para un minero boliviano maldecir
la aparición de plata. El la maldecía si estaba metida en su
"Salvadora". La montaña de Llallagua no podía burlarse de quien la
trabajaba con tanta dedicación. ¿Por qué iba a dar estaño a Sainz, Minchin, los
Bebin y otros y no a él? ¡La Pachamama no podía ser tan cruel!
Patiño ingresó al socavón, seguido de Menéndez, llevando con mano temblorosa la
pequeña lámpara que alumbraba su camino. Le parecía que los latidos de su
corazón retumbaban en la montaña. Llegó exhausto de emoción al paraje donde sus
peones Mariano Muruchi, Daniel González, Ceciliano Miranda y Julián Frías
estaban sentados de cuclillas, masticando coca, al lado de los pedazos de roca
desprendidos con los disparos de dinamita.
"Hijos —les dijo, recogiendo unos trozos— si esto es estaño tendrán una
prima y haremos una challa a mi vuelta. Ahora iré a Huanuni para hacer examinar
qué clase de metal hemos encontrado".
—"Tatay —exclamó uno de los barreteros— vamos a encender unas velas al
Ckollo Auqui para que todo resulte bien".
Patiño partió en su mula rumbo a Huanuni, llevando las muestras en sus alforjas
y en el alma una gran ansiedad.
Albina de Patiño se arrodilló frente a un crucifijo y rezó:
—"¡Que no sea plata, Dios mío, que sea estaño!".
El ensayista del laboratorio de análisis de la empresa "Penny, Duncan,
Harrison y Compañía", de Huanuni, dio el resultado a Patiño:
—"Le felicito. No es plata. Es estaño de muy alta ley. Una muestra ha dado
47 por ciento, otra 56% y la tercera 58%. Nunca he visto una cosa semejante.
Usted podrá ensacar y vender ese mineral sin necesidad de hacerlo pasar por un
ingenio".
La noticia del prodigioso descubrimiento circuló de boca en boca y fue tema de
animada conversación en Oruro, Uncía y otros distritos mineros. El dueño de
"La Salvadora" enfrentó la situación con filosófica serenidad. Su
cambio de suerte no era el fruto de la casualidad, sino el resultado de seis
años de trabajo y sacrificios, de su fe y tenacidad, de la concentración de sus
esfuerzos, de meter en la mina todo lo que tenía, de la ayuda de su esposa. La
montaña les había quitado todo lo que poseían y ahora se los devolvía.
Sergio Oporto maldijo su mala suerte.
Fuente: Llallagua: Historia de una Montaña de Roberto Querejazu Calvo.
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