Por: Emilio Hurtado Guzmán – La Paz, 17 de enero de 2011.
LA CONQUISTA KARAI DE LA CORDILLERA
La conquista karai (blanca-mestiza) de la Cordillera
Chiriguana, se reinicia en 1840 después de la Guerra de la Independencia, con
la ocupación de tierras para la crianza de ganado vacuno en territorio
indígena. Se observan desde entonces serios conflictos entre
guaraní-chiriguanos y ganaderos karai. Desde 1842, además, se extiende la
fundación de misiones franciscanas desde el río Parapetí hacia el sur y el
oeste que buscan evangelizar a los nativos.
El establecimiento de haciendas ganaderas se intensifica
principalmente en la segunda mitad del siglo XIX con el auge de la plata.
Grandes señores, como Aniceto Arce –quien sería presidente de Bolivia–,
vinculados a la economía de la minería, también se convierten en poderosos
terratenientes estableciendo sus haciendas en la Chiriguanía. Por su parte, el
Estado sienta presencia en ésta región con el ejército, que resguarda los
intereses de los hacendados y misioneros, y reprime a las comunidades
indígenas.
El despojo de las tierras más fértiles del territorio
chiriguano es cada vez más agresivo. La ocupación de tierras de cultivo de maíz
de las comunidades por parte de los colonos y sus ganados, provoca la reacción
de los indígenas, quienes asaltan las haciendas quemando potreros, destruyendo
cabañas y establos, y robando animales. Como respuesta, los karai protagonizan
sanguinarias masacres –como la de Karitati en 1840–, donde mueren hombres,
mujeres y niños de las comunidades.
Hartos de los abusos y de la ocupación de sus tierras,
distintas parcialidades chiriguanas deciden emprender una guerra intensa para
expulsar a los karai. Es la Guerra de 1874-75, que se inicia con una ola de
asaltos a las haciendas, luego se protagonizan asaltos a las misiones y
valerosas batallas como las de Igüembe. Pese a tantos esfuerzos y pérdidas
humanas la derrota es inevitable para los indígenas. Los karai se hacen con
mayores extensiones de tierras echando a los vencidos de sus aldeas.
Después de la Guerra de 1874-75, centenares de chiriguanos
expulsados de sus tierras y aldeas, deambulan en pequeños grupos buscando
comunidades indígenas libres en tierras menos fértiles para incorporarse a
ellas y mantener su libertad, aunque esto les signifique vivir en la extrema
pobreza. Otros, se resignan a acogerse a una misión franciscana buscando la
protección de los curas para no ser esclavizados por los hacendados. También,
muchos chiriguanos irremediablemente se convierten en esclavos de los karai,
pues habían caído prisioneros durante la guerra. Por último, estaban aquellos
que, despojados de sus tierras, al no encontrar una fuente de subsistencia, se
resignan a ser empleados como peones de hacienda y así se someten a las duras condiciones
de servidumbre.
Pese a la penosa situación de los chiriguanos tras la
derrota, cuya propia subjetividad parecía haberse transformado definitivamente,
es decir, de ser un pueblo orgulloso y libre, pasaban a ser un pueblo sumiso y
dominado, ésta no sería la última guerra que protagonizarían para expulsar a
los karai. Estaría el esfuerzo final, como un último grito desesperado al mundo
entero de lo que fueron los guaraní-chiriguanos: iyambaé, una nación que no
admite dueños ni patrones. Esta guerra sucedida en 1892, estaría dirigida por
un joven chamán, Apiaguaiqui Tumpa. Esta es su historia.
LA LECCIÓN DE UNA MADRE
Apiaguaiqui fue hijo de una cuña y de un ava cualquiera, no
de estirpe como señalan absurdamente algunos. No se sabe nada de su padre,
posiblemente fue muerto en la Guerra de 1874-75, como muchos ava que lucharon
por expulsar a los karai hacendados del territorio ancestral indígena para
liberarlo de las condiciones de opresión que trajeron estos.
Apiaguaiqui, era entonces un niño que apenas superaba los 10
años, cuando fue llevado por su madre de una aldea a otra buscando la triste
subsistencia del indígena que es vencido. Por un tiempo, también sufrió las
condiciones de servidumbre, primero ayudando a su madre, quien fue sirvienta en
la casa de hacienda de José Manuel Sánchez, el más rico ganadero de la región
de Yohay, luego como pastor de cabras en la hacienda del mismo karai. Allí
sufrió el maltrato y vio cómo su gente era sometida a los crueles castigos del
cepo de tortura y los latigazos. Los esclavos y peones, cuando cometían una
leve falta contra el patrón, eran aprisionados de pies y manos con pesados
cepos y expuestos al sol por varias horas y hasta días sin alimento. Cuando la
falta era mayor, eran sometidos a crueles latigazos en el cuerpo, algunas veces
hasta provocarles la muerte.
Su valiente y joven madre, resignada por un tiempo al
insulto y al acoso del patrón, no estaría dispuesta a brindarle una vida de
esclavitud a Apiaguaiqui. Una noche su fuerza maternal le hizo huir de aquel
infierno tomando a su hijo de la mano. Esta actitud sería realmente ejemplar y
aleccionadora para Apiaguaiqui. Supo entonces que la libertad había que
conquistarla por las propias manos.
LA MASACRE DE MURUKUYATI
Apiaguaiqui y su madre nuevamente erraban entre las pobres
aldeas indígenas buscando integrarse a una de ellas y obtener el alimento para
sobrevivir, cuando por fin se establecieron en Murukuyati. Era una pequeña
aldea ubicada en la vertiente oriental del Aguaragüe, conformada por algunas familias
chiriguanas que, expulsadas de su territorio por los hacendados, se habían
establecido allí buscando tierras marginales donde sembrar su maíz y vivir en
libertad. Para Apiaguaiqui y su madre, después de haber sentido en carne propia
los abusos de los karai en las haciendas, Murukuyati les pareció un pedacito de
la Tierra sin Mal que antes fuera el extenso territorio ancestral chiriguano,
ya en esos días lleno de la maldad karai.
La pequeña chacra comunal no abastecía lo suficiente, pero
ahora todos los esfuerzos en trabajo era de todos y para todos los comunarios,
no así para un patrón que los humillaba y maltrataba. Ahora podían darle
descanso reparador a sus cuerpos. Las últimas horas de la tarde se observaba un
ambiente festivo escuchándose música interpretada con los temimbi y los
tambores. Apiaguaiqui bailaba junto a los demás jóvenes hombres y mujeres, o
jugaba el tradicional juego de pelota llamado tóki con los de su edad. Los más
adultos, parlanchines y alegres, jugaban sus tradicionales juegos de azar como
el tshúcareta.
Por las noches, todos se congregaban alrededor de los
ancianos, los arakua iya (dueños del saber), quienes transmitían los valores
ancestrales narrando la historia de los Tumpa, creadores de todos los seres, y
de los Iya, sus dueños protectores, y la historia de los antepasados,
brillantes mburuvicha (capitanes) y valientes quereimba (guerreros) y sus
victorias contra el cobarde karai durante la época de la colonia española.
Apiaguaiqui que casi tenía 14 años, asimilaba con claridad las enseñanzas de
los arakua iya y reflexionaba sobre su propia experiencia de cambio de vida
desde que llegó a Murukuyati, así, en su mente y su corazón se iba formando con
ímpetu los deseos de luchar por liberar a su pueblo de las cadenas de la opresión.
Aunque pese a las estrecheces económicas, los chiriguanos de
Murukuyati sentían estar viviendo bien porque gozaban de libertad, su felicidad
no duraría por mucho tiempo, sería aplacada con la masacre. Un día llegó a la
aldea el oficial del ejército Eduardo Cuellar, junto con cuatro soldados,
enviado por don Pedro Zárate, poderoso señor hacendado y Delegado del Gobierno
de la República para la distribución de tierras conquistadas a los indígenas.
Este tenía la orden de realizar trabajos de agrimensura e inspeccionar la
calidad de la tierra. En ese afán, sin ningún respeto y prepotentemente
estropeó los cultivos de maíz indígenas. Curichama, mburuvicha de Murukuyati,
lo hizo detener y desarmar, también a sus soldados, obligándolo a abandonar sus
tierras. Cuellar, sintiéndose humillado, fue con Zárate y no sólo le informó lo
que había pasado sino que agregó que los de Murukuyati planeaban una rebelión
de gran alcance contra los blancos.
Zárate inmediatamente organizó una expedición de castigo.
Con varias decenas de soldados una noche, cuando todos dormían, atacó
Murukuyati asesinando a balazos a hombres, mujeres y niños y quemando las
cabañas. La mayoría fueron masacrados en sus lechos sin darles tiempo a
defenderse, algunas mujeres sobrevivientes fueron llevadas brutalmente como
esclavas junto a sus pequeños hijos. Sólo Apiaguaiqui y un ava que recién se
había integrado a la aldea pudieron escapar en la oscuridad de la noche.
Apiaguaiqui, estaba lleno de dolor, se sentía impotente ante la irremediable muerte
del ser que más amaba y admiraba, su madre. Era el mes de noviembre de 1877.
APIAGUAIQUI TOMA CONCIENCIA DE LIBERTAD
Vagando por el bosque dos sentimientos encontrados
inquietaban al adolescente Apiaguaiqui. Su corazón lleno de dolor le incitaba a
vengar la muerte de su madre, lo que en aquellos momentos era un suicidio.
Matar al señor Zárate no cambiaría su situación ni la de los suyos, por el
contrario en el intento podría encontrar la misma muerte. Por otro lado, su
memoria lo empujaba a recordar las palabras de los ancianos de Murukuyati,
ahora muertos. Entonces, quiso ser un guerrero, unificar a las comunidades
libres, a los ava oprimidos de las haciendas y de las misiones y emprender una
guerra para expulsar a los karai. Ese sería el mejor homenaje a su santa madre.
De esta manera, se dio cuenta que le faltaba mucho por aprender de los
inteligentes mburuvicha, de los sabios arakua iya y de los poderosos ipaye
(chamanes). Así, tomo conciencia de que para liberar a su pueblo, la paciencia
y adquisición de sabiduría y conocimiento serían sus mejores aliados.
Apiaguaiqui ya no era el mismo, había madurado de golpe, comenzó de esta manera
su propia preparación rigurosa en camino a la liberación chiriguana.
LA ESCUELA DEL JOVEN LÍDER
Encontró acogida en la aldea de Bororigua, asiento del
mburuvicha guasu Machirope. Pronto se acercó a Machirope y gano su confianza, a
tal punto de que se convirtió en su mensajero. Aprendió política de él
asistiendo a las Asambleas comunales e intercomunales, también conoció la
cultura karai. Se informaba de lo que sucedía entre los karai y los indígenas
llevando los mensajes de aquel mburuvicha guasu a otras aldeas en las cuales se
extendía su influencia. En esos trajines conoció a un viejo ipaye muy respetado
llamado Güirarayu.
Los ipaye jugaban un papel importante en la vida de los
chiriguanos. No sólo curaban las enfermedades y dolencias corporales; por sus
conocimiento del más allá profetizaban lo que iría a suceder en el futuro, por
eso durante la guerra no se tomaba una decisión sin escucharlos y su presencia
entre los quereimba era de vital importancia para la victoria.
Un día Apiaguaiqui agradecido se despidió de Machirope y se
fue a vivir con Güirarayu, de quien se convirtió en su aprendiz. Pasaron los
años y llegó a ser un excelente ipaye. Ahora se sentía preparado para
convertirse en mucho más que un mburuvicha guasu (capitán grande), se sentía
capaz de unificar a su pueblo e ir contra los karai. Para él había llegado el
momento de actuar.
El profeta se encamina La primera oportunidad que ejerció su
poder para curar enfermedades, fue sanando a Ayemoti, neófito de la misión de
Cuevo, quien padecía una enfermedad aparentemente incurable. Éste se convirtió
en su primer discípulo. Entonces, Apiaguaiqui comenzó a profetizar por todas
las aldeas, y en reuniones secretas entre los peones de hacienda y neófitos de
las reducciones misionales. Era el año de 1889. Demostraba sus poderes curando
las enfermedades y practicando la ventriloquia. Con esta última, hacía creer a
sus seguidores que él tenía el poder de hacer hablar a los animales. Llamaba a
todos a la unión para ponerse en pie de guerra. Les decía que había llegado el
momento de expulsar a los invasores, les pedía confianza asegurando que él les
protegería de las balas haciendo que estas se derritan antes de llegar a sus
cuerpos, o que si morían alcanzados por una bala resucitarían pronto.
La admiración de su gente creció a tal punto que recibió el
nombre de Tumpa, es decir espíritu grande que había bajado de entre las
estrellas para liberar a su pueblo. Ya en la plenitud de su fama se estableció
en Ivo.
IVO ENTRE EL DESTINO FATAL DE LA SERVIDUMBRE Y DE LA GUERRA
Después de la Guerra de 1874-75, los mburuvicha de Ivo y
Cuevo emprendieron una larga y desesperada gestión ante las autoridades
gubernamentales y eclesiales para convertir a sus poblados en misiones, con el
fin de no ser gobernados por los hacendados, perder sus tierras y convertirse
en peones. Cuevo fue escuchado y pasó a depender de la misión de Santa Rosa en
1887, cuando gran parte de sus tierras de cultivo ya estaban cercadas como
propiedades karai. Sin embargo, Ivo no fue escuchado, entonces este pueblo se
dio cuenta que el único camino para no ser sometido a una vida de servidumbre y
maltratos era el camino de la guerra. Esta disposición hizo que Apiaguaiqui lo
elija como el centro del último gran movimiento por la liberación del pueblo
chiriguano del siglo XIX.
LA GUERRA DE 1892
En grandes Asambleas donde participaban mburuvicha y mburuvicha
guasu de las regiones del Pilcomayo-Sur, Cordillera Central, Kaipipendi-Yuty,
Alto Parapetí, Parapetí-Charagua y otras, se decidió dar inicio a la guerra en
los días de carnaval de 1892. Sin embargo, un suceso precipitó el inicio de la
guerra. La noche vieja de 1891, el corregidor de Ñuumbyte (Cuevo) violó y
asesinó a una jovencita chiriguana, pariente de Asukari de Ivo. La furia de los
chiriguanos se vino llegar cuando el asesino no recibió ningún castigo por
parte de las autoridades. Era el colmo de los abusos karai.
La guerra se dio inicio el 7 de enero con el ataque
quereimba a una tropa dirigida por el teniente Sanz, quien fue sorprendido por
una lluvia de flechas en la quebrada de Mandiyuti. Grupos de guerreros
chiriguanos distribuidos por toda la Cordillera, asaltaron haciendas en la zona
de Camiri y Lagunillas, en el Alto Parapetí incendiaron las casas de las
familias Franco y Chávez, varias propiedades fueron tomadas en la Cordillera
Central y en las cercanías de Ivo.
La movilización militar fue general en la Cordillera y en
Santa Cruz. El coronel Mercado de Saipurú fortificó sus tropas con voluntarios
de Gutiérrez y Charagua, y con 100 flecheros neófitos de las misiones del Gran
Parapetí. El cuartel de Choreti fue reforzado con peones obligados por sus
patrones a asistir a la guerra. En la ciudad de Santa Cruz el prefecto Gonzales
reclutó a 150 milicianos. El obispo Belisario Santisteban en esta ciudad exigió
rezar y realizar misas en todas las iglesias en contra de “los paganos” “indios
infieles sublevados en la provincia Cordillera”.
El 13 de enero se protagonizó una primera batalla en
Kuruyuki. El coronel Frías de Sauces con un ejército nada uniforme de soldados,
voluntarios y neófitos flecheros, enfrentó a los quereimba de Apiaguaiqui. Frías
tuvo que emprender la retirada al verse incapaz de vencer a sus enemigos.
Sufrió 3 muertos y 20 heridos.
La madrugada del 21 de enero, Apiaguaiqui con 1000 quereimba
de a pie y 300 de a caballo atacó el cuartel de Santa Rosa con el fin de
tomarlo. Sin embargo, el traidor Mandeponay, mburuvicha de Macharetí, había
advertido al coronel Frías de este ataque. Los defensores del cuartel
enfrentaron al ejército chiriguano, preparados, distribuidos estratégicamente
para disparar desde distintos puntos de las instalaciones castrenses. Después
de una corta batalla, desconcertados los de Apiaguaiqui emprendieron la
retirada sufriendo 40 bajas.
LA BATALLA DE KURUYUKI
A los pocos días el cuartel de Santa Rosa recibió refuerzos
de Santa Cruz. El coronel Gonzales tomó el mando de un ejército de 1690
hombres, bien dotado de municiones y armas. Este ejército se encaminó a
Kuruyuki.
Apiaguaiqui y sus quereimba, pintados sus rostros de negro y
rojo con plumas sobre la cabeza, la mayoría armados con arcos y flechas, y unos
pocos con armas de fuego, esperaron a sus enemigos listos para la batalla,
mientras los mburuvicha enardecían el ánimo guerrero con sus palabras épicas.
La batalla se realizó el 28 de enero. Se dice que los
chiriguanos lucharon con un valor sorprendente. Muchos caían muertos, pero esa
no fue razón para que disminuyera la moral. Los gravemente heridos continuaban
usando sus arcos y flechas sin importarles su estado fatal. Estaba claro que en
la conciencia colectiva prevalecía el deseo de vivir en libertad o morir antes
de volver a verse dominados por los karai. Sin embargo, la desventaja en armas,
municiones y hombres era demasiado grande para ellos. El ejército karai fue
ganando terreno. La derrota chiriguana se tradujo en alrededor de 900 muertos y
800 heridos. Apiaguaiqui pudo escapar junto a los pocos sobrevivientes.
Gonzales, hizo un rastrillaje para liquidar a los heridos y
tomar prisioneros a sus mujeres y niños, a quienes luego hizo mandar a los
siringales de la Amazonía como esclavos. A mediados de febrero llegó el coronel
Melchor Chavarría, Delegado del Gobierno de la República, quien emprendió una
expedición de exterminio de todo prófugo chiriguano, cometiendo crueles
castigos y violaciones en las comunidades; ejecutó a más de 1200 prisioneros. En
estas circunstancias Apiaguaiqui fue entregado a los karai por uno de sus
seguidores.
La tarde del 29 de marzo de 1892, en la plaza de Monteagudo
donde se congregó a todo el pueblo, Apiaguaiqui fue sometido al tormentoso
suplicio en la más dolorosa soledad. Los detalles de este suplicio no se
conocen con claridad. Dicen que lo empalaron; es decir, que le clavaron un palo
por el ano hasta que este salió por su boca, posiblemente para que, por
vergüenza, ningún chiriguano se atreva a contar su historia y se enorgullezca
de su valentía. Sin embargo, leal a sus ideales, Apiaguaiqui soportó la
humillación y el dolor, y no pidió perdón ni clemencia en ningún momento.
Pronto comenzó a oscurecerse el día, los últimos rayos de sol que se suelen
observar tras las montañas de la Cordillera Chiriguana se desvanecían poco a
poco junto con los últimos suspiros de Apiaguaiqui, la última esperanza de la
liberación chiriguana frente al Estado republicano colonial.
Fuentes consultadas
Pifarré, Francisco. Los Guaraní-chiriguano. Historia de un
pueblo. CIPCA, La Paz, 1989. Saignes, Thierry. Historia del pueblo chiriguano.
Plural editores, 2007. Sanabría Fernández, Hernándo. Apiaguaiqui-Tumpa. Los
amigos del libro, La Paz – Cochabamba, 1972. Varios autores. Chiriguano. Jürgen
Riester editor, 1995.
--------------------------
Links relacionados:
No hay comentarios:
Publicar un comentario