Por: José Miguel de Pujadas Guzmán - Periodista, El Ciudadano de Chile / http://www.elciudadano.cl/columnas/historia-y-doctrina-la-guerra-del-pacifico/09/24/
Desde la culminación, en 1883, de las acciones militares desarrolladas entre
Chile y los países de Bolivia y Perú durante la Guerra del Pacífico, la
historia se ha escrito en más de una versión. La aprendida de manera
sistemática a través de generaciones en nuestro país nos ha enseñado los hechos
como suele hacerlo la narrativa de los victoriosos y, en general, como se
articulan los relatos destinados a establecer una visión, la propia, como la
verdad final y definitiva, en descrédito de otras interpretaciones. Así, y a lo
largo de las décadas, la educación impartida en las aulas chilenas a niños,
niñas y jóvenes ha entregado una historia oficial simplificada didácticamente,
obviando en este reduccionismo aquellos elementos de análisis que pudiesen
permitir conclusiones distintas. A través del adoctrinamiento se uniforma la
opinión de la comunidad nacional en torno a la defensa de determinadas ideas,
creencias y valores comunes, erigiendo un altar patrio en el cual poder
reverenciar toda esta imaginería de efemérides escolares (bandera, escudo y su
lema Por la razón o la fuerza como discutible declaración de principios, himno;
exaltación de la figura del héroe mártir, de la derrota épica transfigurada
gloriosamente en triunfo moral, por sobre hitos victoriosos como los de
Huamachuco o la captura del Huáscar en Angamos, que no se conmemoran; etc.)
Dentro de este marco lógico, los revisionismos no tienen mayor cabida al
momento de poder aportar miradas complementarias, entregando elementos de
juicio diferentes, muchas veces desconocidos por acción u omisión del ente
narrador, de manera de evitar eventuales interferencias en la transferencia
informativa del discurso oficial de la historia, que pudieren alterar el
contenido y propósito del mensaje. Por lo mismo, dichas obras resultan
nutrientes para la expansión del conocimiento y del despertar de la conciencia
colectiva de una sociedad. Esa especie de proscripción que le ha otorgado la
exclusión de las mallas curriculares, y que nos señala no ir más allá de la
instrucción recibida, oculta terrenos donde yacen otras historias que la
oficial ha preferido olvidar y no contar. Una masacre perpetrada en contra de 3
mil obreros en huelga ante su situación de explotación laboral, por ejemplo, no
parece ser un hecho menor como para no merecer un espacio destacado dentro de
la historia de un país. Sin embargo, en el nuestro ha sido -y sigue siendo-
así. Haciendo el parangón en términos informativos, y guardando al mismo tiempo
las proporciones con el ejemplo citado anteriormente, la costumbre tendiente al
ocultamiento de ciertos temas continúa: los medios de comunicación vinculados
al poder empresarial otorgan casi nula cobertura a las demandas sindicales por
mejoras laborales, especialmente si afectan la imagen de grandes grupos
económicos con incidencia en lo político. Sencillamente, lo que no sale en los
grandes medios o en la bibliografía tradicional nunca sucedió.
En alguna ocasión, un profesor universitario de Historia de Chile comenzó la
clase inaugural del curso advirtiendo a sus alumnos, recién egresados de la
enseñanza media, que para aprender era necesario desaprender. En ese proceso,
el desarrollo del juicio crítico para analizar los hechos conocidos, así como
para indagar sobre aquellos no contados, resulta indispensable para la
comprensión cabal de nuestra actualidad. Qué la ha determinado, cómo se explica
su dinámica de relaciones sociales. Por qué somos lo que somos -y lo que no
somos- como país. Si lo que vivimos hoy como sociedad respecto de ciertas
prácticas político-empresariales corruptas es algo nuevo o si, lejos de ser una
señal de los tiempos, se trata más bien de una tradicional habitualidad,
extendida con paso elegante y aristocrático a través de los años.
En tal sentido, el rescate de la memoria permite descubrir, tras las guirnaldas
nacionalistas que decoran toda guerra, un rostro más verdadero de las mismas.
Mientras la asepsia de la narración criolla nos habla de la guerra “del
Pacífico”, en Bolivia y Perú aquel conflicto bélico es recordado con un
apellido distinto: “del salitre”, nombrando la riqueza que desató los apetitos
chileno-británicos y las acciones militares, apoyadas por capitales ingleses,
destinadas a adueñarse del entonces llamado “oro blanco”. Mediante una mirada
panorámica que desde los hechos de nuestro pasado nos permita comprender las
razones de nuestro presente, cabe preguntarse: ¿En qué medida la defensa de
capitales privados, llevada a cabo por el Estado con el uso de la fuerza armada
inclusive, ha respondido a una lógica histórica determinada por relaciones de
poder que hoy son rechazadas y condenadas, ética y judicialmente, en tanto
práctica impropia y su naturaleza delictiva?
A la luz del actual escenario en el que la ciudadanía ha logrado ir adquiriendo
la lucidez necesaria para comenzar a comprender de qué forma, y con qué
efectos, se relacionan de manera incompatible el resguardo de intereses
privados con la función del servicio público, la lectura en perspectiva de los
hechos adquiere un carácter revelador para entender cómo, desde la ampliación
de la mirada, hemos sido determinados como sociedad desde nuestra construcción
como país. Algunos investigadores han hecho al respecto un aporte importante,
al acreditar documentadamente episodios que, debido a su carácter, pasan a ser
datos relevantes de la causa: la situación de morosidad mantenida por el
presidente chileno de la época, Aníbal Pinto, con el banco cuyos dueños eran
los mismos de la compañía salitrera afectada por el alza tributaria impuesta
por el gobierno boliviano a la concesión que permitía explotar el mineral en su
territorio; el lobby llevado a cabo por los prestamistas y empresarios mineros
en sucesivas visitas a La Moneda, a fin de demandar la intervención militar del
Estado chileno en la defensa de estos intereses; el envío de un acorazado a las
entonces costas bolivianas de Antofagasta, como medida de presión al gobierno
de ese país tendientes a hacerlo reconsiderar las acciones emprendidas contra
los capitales chilenos, y que detonó finalmente la declaración de guerra; la
condonación de la deuda al mandatario luego del apoyo prestado por el Estado
chileno para la defensa de la causa patrimonial de la empresa privada, en
retribución a su gestión. Todos estos, elementos que sin duda configuran una
secuencia abiertamente cuestionable, y en la que queda planteado un evidente
conflicto ético, de proporciones que hoy resultarían escandalosas.
Por ello, la reflexión respecto de qué es lo que una sociedad defiende, en
definitiva, al asimilar y actuar en concordancia con los principios y valores
doctrinarios impartidos por el relato de la historia oficial, no parece
antojadiza, sino de absoluta pertinencia en el momento que vive el Chile del
presente.
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