Fuente: Charcas y Murillo - Tomo I, del escritor Enrique Rocha Monroy. 2010. //
Foto 1: General Hilarión Daza.
Como pocos presidentes, Hilarión Daza fue signado por el destino. Durante su
gestión se desataron los jinetes del Apocalipsis. Primero, sobrevino una sequía
en 1877, que ocasionó, tan sólo en los valles cochabambinos, veinte mil muertos
por la hambruna y testimonios desoladores de niños mendigos en busca de
grillos y otras alimañas para alimentarse. La sequía produjo una epidemia de
paludismo, que se originó en los Yungas y atravesó el territorio nacional hasta
Tarija. Hubo un terremoto en el puerto de Cobija, en 1878, que borró del mapa
esa localidad hasta nuestros días, y, en 1879 aconteció la invasión chilena y
la ocupación arbitraria de nuestro Litoral, también hasta nuestros días.
Por este motivo, cualquier otro matiz sobre su gestión de gobierno se opaca
ante el examen de la conducta del Primer Mandatario y Capitán General en el
manejo de un riesgo tan grande para la Nación como lo fue la Guerra del Pacífico.
EL EPISODIO DEL CARNAVAL DE 1879
El alegato mejor documentado, contra su administración, fue escrito por el
historiador contemporáneo Roberto Querejazu Calvo, en su libro “Guano, salitre
y sangre”, y se refiere a los acontecimientos tragicómicos que vivió el país
durante el carnaval de 1879. Ya en el festejo de su cumpleaños, en enero de
aquel aciago año, Hilarión Daza había sido objeto de honores militares,
corridas de toros, saraos y festejos populares, que duraron del 14 al 25 de
enero. No se disipaba aún el humo de la cohetería ni los vapores de la
borrachera, cuando, el 22 de febrero, se inició el carnaval con un gran baile
en el Teatro Municipal, no obstante que ocho días antes, tropas chilenas habían
invadido Antofagasta. La versión que da Querejazu del episodio es verosímil,
pues se basa en documentos existentes en el archivo de Relaciones Exteriores,
según los cuales hubo comunicaciones preventivas -los días 10 y 11 de febrero-
y las noticias que llegaron a partir del día 15 fueron publicadas, como
trascendidos, en periódicos de La Paz, Cochabamba y Sucre.
El sábado 22, llegó un relato pormenorizado de la ocupación de Antofagasta,
enviado por el Cónsul en Tacna al Presidente Daza, pero éste difundió la mala
noticia tres días después, la noche del 25 de febrero, al término de los
festejos carnavaleros. “El General Hilarión Daza supo, pues, una semana antes
del Carnaval de los preparativos de Chile para invadir la costa boliviana y, el
sábado 22, que Antofagasta y Caracoles habían sido ocupados. No comunicó a la
nación los datos que poseía. Prefirió que los pueblos del interior los
ignorasen y que en La Paz circulasen rumores vagos. Prefirió que todos, al
igual que él, se entregasen al frenesí carnavalero, en circunstancias en que la
República perdía, a manos de un usurpador, una porción de su territorio. Sólo
interrumpió su propio divertimiento, dándose por enterado de la tragedia, la
última noche de las festividades; seguramente porque otro mensajero llegó a la
casa donde estaba de parranda, con noticias de las que se enteraron todos los
presentes”, escribe Querejazu. Sin embargo, le reprocha aún más no haber
reforzado la guarnición de los cuatro puertos con la debida anticipación
“aunque no fuese sino para que la piratería chilena no fuese tan fácil... y la
muerte de Abaroa menos solitaria”.
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