Por: Luis S. Crespo – El Diario, Revista Nuevos Horizontes, 23
de Enero de 2018.
Producida la llamada guerra federal entre conservadores y
liberales de Sucre y La Paz por la capitalía de la república y el liderazgo en
el país, después del combate de COSMINI donde fueron derrotados los escuadrones
Sucre y Monteagudo del ejército constitucional, los jefes, oficiales y soldados
que no habían caído o no habían querido caer prisioneros, y algunos de los
heridos que aun podían tenerse sobre su ca-balgadura torcieron bridas y
ga-loparon desesperadamente con dirección a Ayo Ayo, para seguir de aquí camino
a Oruro. Pero a muy poca distancia del campo de acción, empezaron a ser
perseguidos y acosados por numerosos grupos de campesinos que los atacaban sin
piedad in-tentando asaltarlos o derribarlos de sus cabalgaduras.
Los que mejor montados es-taban, lograron avanzar hasta
Panduro y Caracollo, donde se encontraron con la columna Ra-
mírez que venía de Oruro a Viacha; pero algunos otros, por
el mal estado de sus cabalgaduras, por el cansancio o porque los heridos no
podían galopar demasiado, no pudieron escapar al ataque de las hordas indígena,
ingresaron al pueblo de Ayo Ayo, en cuyo templo se encerraron, con la esperanza
de que no tardarían en llegar de Viacha algunas fuerzas en su auxilio.
Los campesinos en número más crecido y capitaneados por
Villca Zárate, se precipitaron sobre el pueblo, pensando hacer presa segura de
todos los que se habían refugiado en el templo. Se situaron en las calles
cercanas a la plaza, incendiaron seis o siete ca-sas, robaron, destruyeron todo
lo que encontraban a su paso y dieron muerte a algunos vecinos, entre ellos a
Lorenzo Blacutt, Gregorio Luna y otros. Luego estrechando más el campo de
acción, cercaron la manzana donde estaba la iglesia y la incendiaron
íntegramente.
Los que estaban asilados en el templo, llenos de terror ante
la magnitud del asalto, no supieron que hacer. Algunos de ellos, los más
serenos, se situaron en la torre y desde allí empezaron la cacería de los
sitiadores, a tiro certero, con el propósito de amedrentarlos y dispersarlos,
mientras los otros, y los sacerdotes, oraban y pedían a la providencia los
salvase de tan apurado trance. Pero los campesinos lejos de intimidarse, y
enfurecidos más bien con la muerte de sus compañeros, y embrutecidos por el
alcohol, prendieron fuego al templo y de una oleada derribaron la puerta. Se
introdujeron allí, y sin oír nada, se apoderaron uno a uno, del coronel Jose
Avila, del teniente coronel Melitón Sanjinés, del capitán Andrés Loza y de
todos los que allí se encontraban, y los sacaron a empellones al cementerio,
donde les dieron una muerte cruel y tormentosa.
Faltaban aun los sacerdotes. Don Juan Fernández de Córdova,
capellán de uno de los escuadrones derrotados en el Crucero, don José
Rodríguez, cura de Viacha y don Francisco Gómez, cura de Ayo Ayo, que ha-bía
acudido al templo, en demanda y cuidado de los heridos, se había revestido de
los ornamentos sagrados, teniendo uno de ellos, Córdova, la custodia del
Santísimo Sacra-mento en la mano, se colocaron en el tabernáculo, creyendo que
esta actitud seria respetada por la horda. Más todo era en vano. Los campesinos
enfurecidos aún más y con la sangre hasta los tobillos, se lanzaron sobre los
sacerdotes, los despojaron de sus vestiduras, y los condujeron también al
cementerio, donde los victimaron igual que a los otros... No hubo piedad alguna
con ninguno.
EN EL TEMPLO NO QUEDABA NINGUNO
En el cementerio y en la puerta misma de la iglesia se veía
un hacinamiento de cadáveres, descuartizados y horriblemente mutilados. Una
escena de horror indescriptible.
Eran veintitrés cadáveres o restos de cadáveres de jefes
antiguos y meritorios, de ancianos sacerdotes y de jóvenes distinguidos de la
sociedad chuquisaqueña.
En el mismo cementerio, en la plaza y en las calles
próximas, hallábase también tendidos más de ciento cincuenta indígenas muertos
a bala por los que se habían encerrado en el templo.
Casualmente, el escuadrón Junín derrotado en Corocoro, llegó
a las cercanías de Ayo Ayo, en los mismos momentos en que se realizaba la
masacre, pero ignorante de estos sucesos, y no pudiendo entrar al pueblo por la
actitud hostil de los del lugar, siguió su camino al cuartel general de Viacha.
Tres días después, apostó en Ayo Ayo el capitán general don
Severo Fernández Alonso, a la cabeza de sus fuerzas militares... Encontró en el
cementerio el hacinamiento de cadáveres en medio de charcos de sangre que ya
empezaba a coagularse. Profunda-mente consternado ante este horroroso espectáculo,
mando lavar y dar cristiana sepultura a aquellos restos humanos.
Cuentase que en medio de su consternación, el doctor Alonso
dijo al ver el cadáver del cura Fernández de Córdoba “Hay que vengar esta
sangre inocente”.
¡Así murieron esos meritorios jefes y distinguidos jóvenes
de la sociedad chuquisaqueña, victimas del abandono en que los dejaron sus
superiores!
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