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SOBRE NUESTROS "REPETES"

Fuente: Masamaclay: historia política, diplomática y militar de la Guerra del Chaco. De: Roberto Querejazu Calvo. // Foto: 1934, un soldado boliviano resguardaba un alijo de armas durante la Guerra del Chaco. (Foto de Kurt Severin / Three Lions / Getty Images)


El apodo de "repete" que calificó al soldado raso boliviano, lo provocó el soldado indio, de natural sobrio, pero capaz de engullir cualquier cantidad de alimento si se presentaba la oportunidad. Cuando en alguna ocasión los cocineros, después de servir el rancho, ofrecieron hacer repetir lo que había sobrado en los turriles que servían de ollas, se acercó con su plato pidiendo en su medio castellano: "Yo repete, yo repete".
El paraguayo llamaba "boli" al boliviano. En Bolivia se conocía al paraguayo de "pila". Al principio de la guerra se observó que algunos soldados enemigos no iban calzados. El "pie desnudo" era "pata pelada" en la jerga popular y fue degenerando a "pata pelada" y "pata pila", hasta terminar en "pila".
El teniente coronel Carlos Soria Galvarro hizo esta cabal descripción del combatiente indígena: "Sereno, impenetrable, de sensibilidad embotada, falto de conocimientos geográficos hasta la total ignorancia, esclavista, subyugado por el patrón, por el soez mando del corregidor y la artera y repugnante expoliación del cura rural, ¿qué podía saber de lo que era la guerra con el Paraguay?… Fue arrancado de su pasividad primitiva y conducido a los cuarteles para cambiar su rudimentaria vestimenta por el uniforme de soldado. Luego, acaso por primera vez, venció distancias en montón dentro de carros de ferrocarril, cruzando el altiplano y hubo de caminar hacia el llano chaqueño o a pie, fusil al hombro, con los ojos azorados, descubriendo un nuevo paisaje que pasmaba su febril fantasía, bajo el castigo del hambre y de un sol tórrido, desfalleciente por los nuevos usos a que había sido sometido como "repete"… Más por sumisión que por convencimiento, se improvisó miliciano y venció enfermedades, luchó contra alimañas y pudo llegar frente a un enemigo a quien no conocía ni le guardaba odio ni rencor. Y a la voz de mando de sus superiores, juguete de su propio destino, combatió, muchas veces con bravura, porque en él se despertaba de improviso el hombre primitivo, cruel y sanguinario; otras por instinto de vida y las más de las veces por obedecer la voz de mando… Y así la guerra fue sacrificada y absurda, con un ejército compuesto en gran parte de indios del altiplano, señores de la sierra, domadores de la montaña y en el valle profundo pobres pinjagos de carne humana, con el espíritu a rastras por el temor estupendo a la selva enmarañada e inviolada".
El mayor paraguayo Antonio E. Gonzáles, dice en su libro: "Aun con las trabas que pesaban sobre él, fue un gran soldado… En general el soldado boliviano, de una u otra raza, era sufrido, abnegado y valiente… No era cruel, pero sí indiferente al dolor ajeno. En la defensa era temible…, en el ataque actuaba con empuje feroz. Agachaba la cabeza y avanzaba bajo el fuego de ametralladoras a trote vivaz y rápido. Apenas existía fuerza humana capaz de detenerlo".
El "repete" justificó la frase del conde Keyserling: "Jamás conocí almas tran broncíneas como las de aquellos habitantes de las grandes alturas". Hans Kundt dijo del soldado boliviano: "Ha defendido la causa sagrada de la Patria vestido de harapos, mal alimentado, con munición escasa, separado de los suyos por distancias enormes y con la casi seguridad de encontrar su tumba en el desierto del Chaco".
Tal vez nunca en la historia de los conflictos internacionales, estuvo la naturaleza del hombre sometida por tanto tiempo a un esfuerzo tan penoso como el que se exigió a combatientes de esta campaña. Sed y hambre, calor de 40 grados a la sombra e intenso frío al soplar el viento Sud, disentería, avitaminosis y paludismo sumados al peligro de alimañas, fusiles y ametralladoras asechando en la maraña. Durmiendo en agujeros sobre el duro suelo, la arena o el barro, sin más protección que una frazada, haciendo marchas forzadas bajo el azote de un sol inclemente o la lluvia, combatiendo sin relevo, reducidos al denominador común más bajo en la escala humana, sirviendo de carne de cañón en los errores de comandos ineptos.
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