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LAS MUERTES DE JORGE LONSDALE Y CUATRO GUERRILLEROS DE LA COMISIÓN NÉSTOR PAZ ZAMORA (CNPZ) A MANOS DE LA POLICÍA


Por: Rafael Archondo – Escritor. / Pagina Siete, 15 de abril de 2018. / http://www.paginasiete.bo/rascacielos/2018/4/15/cuatro-crimenes-sin-castigo-176296.html // Fotos: 1) Jorge Lonsdale / 2) Michael Northdufter, italiano, miembro de la Comisión Néstor Paz Zamora (CNPZ), lideró el secuestro del empresario Jorge Lonsdale. / 3) Secuestro.

La madrugada del 5 de diciembre de 1990, el país despertó con zumbidos de balas en la calle Abdón Saavedra. Cuatro guerrilleros y su secuestrado perdían la vida tras una fulminante intervención policial. A casi tres décadas de aquel tiroteo, sabemos qué rol jugaron la familia Lonsdale y la embajada de los Estados Unidos, contamos con los testimonios de los rebeldes y las impresiones fabuladas del excomandante policial. Un rompecabezas cuyas piezas al fin comienzan a coincidir.
Todo ocurrió entre la noche del 4 y la madrugada del 5 de diciembre de 1990. Para entonces, Jorge Lonsdale, dirigente del Club Bolívar y gerente de la embotelladora Vascal, estaba a una semana de cumplir seis meses en poder de la Comisión Néstor Paz Zamora (CNPZ), grupo guerrillero con el que su familia negociaba el pago de un rescate de medio millón de dólares. Pero los billetes no fueron entregados ni Lonsdale liberado, porque la noche previa, uno de los emisarios del grupo rebelde fue obligado, bajo tortura letal, a confesar la localización del secuestrado. Aquel fue el primer asesinato.
Ya con la dirección exacta, la Policía intervino la casa de la calle Abdón Saavedra del barrio de Sopocachi. En el operativo murieron Lonsdale y la mitad de sus captores.
Una fuente de datos nuevos en el seguimiento de esta historia es la novela El Día del Bautizo, publicada en 1995 por el Gral. Felipe Carvajal Badani, entonces Comandante de la Policía. En ella, camuflado por la ficción, el exjefe policial aporta un dato central: tras conseguir, en medio año de tratativas, que los secuestradores reduzcan sus pretensiones de ocho a medio millón de dólares, la familia Lonsdale habría decidido cooperar con las autoridades. Así, el 4 de diciembre, el coronel Germán Linares, responsable de investigar el caso, se enteró por los Lonsdale el lugar y hora en que un enviado de la CNPZ se presentaría para cerrar el trato. De no haber entregado ese dato, otro hubiese sido el desenlace. ¿Por qué obraron los Lonsdale así?, pero sobre todo ¿por qué decidió la Policía precipitar la incursión en la casa en vez de negociar la rendición de los plagiadores? Hoy sabemos que esos interrogantes solo pueden ser absueltos al incluir en el análisis el rol jugado por la Embajada de los Estados Unidos en La Paz.

“EL PERUANO YA HA CONFESADO SU VERDAD”

Aquella madrugada del miércoles 5 de diciembre resultó intensa para la Policía aunque el trajín se desató la noche previa. A las 20:30, en la calle 21 de Calacoto, agentes del Centro Especial de Investigaciones Policiales (CEIP), unidad autónoma de combate a la subversión, comenzaron a pisarle los talones al ciudadano peruano Evaristo Salazar. Al ver que ningún enlace de los Lonsdale acudía a la cita, el emisario tomó un taxi rumbo a Sopocachi. La Policía pensó que si lo seguían, éste los llevaría hasta su escondite. Como no fue así, 15 minutos antes de las diez, Salazar fue arrestado dentro de la whisquería J&B. Las horas siguientes serían de cosecha.
Seis meses después del irresuelto plagio, los investigadores sujetaban la punta del hilo que los llevaría a desenredar  aquel ovillo. Gobernaba el país el otro Paz Zamora: Jaime. Su ministro del Interior era Guillermo Capobianco. La CNPZ, que retenía a Lonsdale desde el lunes 11 de junio, se había atrevido a reivindicar al hermano guerrillero del Presidente, ese que bajo el nombre de “Francisco” murió de inanición en Teoponte. 
El peruano detenido aquella noche era uno de los dos hombres que el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) de su país había enviado a Bolivia. Dante Llimaylla reconoció en 2006 que su dirección nacional transfirió dinero y asesoramiento a la CNPZ. En sus palabras:  “Ellos no hubieran podido hacerlo solos, no por incapacidad sino por falta de experiencia. El arte de la guerrilla no es innato, se aprende en el día a día”. Cinco años más tarde, el MRTA vengaría la muerte de Salazar ejecutando el secuestro de otro industrial, Samuel Doria Medina, uno de los ministros de Paz Zamora.
El CEIP no admitía demoras. Cada instante en que los secuestradores no recibían avances sobre la ansiada recompensa, se hacía inminente la ejecución del cautivo. Las horas entre el 4 y el 5 de diciembre serían las últimas de Evaristo Salazar. Un secuestro que parecía resuelto desde el momento de la localización del grupo terminaría inexplicablemente en un baño de sangre.
Cinco días después, desde el Ministerio del Interior reconocían que Salazar había muerto. Perdió la vida “en su condición de detenido”, dijeron. Admitieron que aquella muerte se produjo “en circunstancias aún no determinadas”. “Con la misma severidad con que se llevaron a cabo las investigaciones y las acciones anti terroristas, de igual modo se actuará con los excesos que pudieran producirse en el accionar de los organismos de seguridad del estado”, advertía el comunicado oficial.
Después de un inicio formal de juicio contra dos uniformados, todo quedó en promesa.
“Politraumatismos”. Así resumió en la autopsia el Dr. Antonio Tórrez Balanza la causa de la muerte del militante emerretista. El 7 de enero de 1991, el teniente coronel Carlos Antezana Cuéllar, aseguró que 15 minutos antes de la una de la madrugada, y “como resultado del interrogatorio”, Salazar habría proporcionado dos direcciones en las que podía localizarse a Lonsdale. Coronando la faena, a las 4:45 horas de aquel 5 de diciembre, Linares, jefe del CEIP, conversó con el ministro Capobianco: 
— “El peruano ya ha confesado su verdad”, le dijo. 
— “Le ordeno que ingrese a la casa”, instruyó el Ministro.
La instrucción fue cumplida. Pero en su declaración informativa, Linares comenta: “Lo interesante es que a mí me ordena ingresar a la casa, yo soy investigador, no agente, no soy una persona tal vez preparada para estas situaciones”.
Según la novela de Carvajal, Linares entregaba un reporte diario a la embajada de los Estados Unidos, responsable de financiar y dirigir los pasos del CEIP. Su relación con la delegación diplomática era de estricta dependencia. Según el general novelista, la intervención del 5 de diciembre fue ejecutada por el CEIP sin siquiera informar a la comandancia policial, la cual concurría desprevenida, esa mañana, a una peregrinación en honor a la Virgen de Copacabana, patrona de la institución.
La descripción de Carvajal, arropada por la ficción, ilumina el caso como nunca antes. Estados Unidos había logrado organizar un enclave dentro de la Policía. Desde allí, la Embajada decidía y operaba, prescindiendo de los mandos jerárquicos de la institución. Linares debía entregar resultados a los norteamericanos, quienes además de financiar a su personal y darle equipamiento, le prometían becas y ascensos. Entre junio y noviembre, el CEIP estaba frenado por la decisión de los Lonsdale de apartar a la Policía de las tratativas con la CNPZ, pero una vez levantado el velo, Linares ingresaría en escena como un elefante en cristalería.  

RETAR A LA MUERTE

La hora final acechaba. Los miembros de la CNPZ celebraron una reunión intensa poco antes de la tragedia. Aquella noche, en la casa de la Abdón Saavedra, el italiano Michael Northdufter, un joven aspirante al sacerdocio que fungía como el “cerebro” de la organización, les propuso que quien quisiera abandonar la casa, lo hiciera en ese momento. Abría las puertas para toda deserción que no fuese la suya. Inés Paola Acasigüe Parada, 19 años, hermana de Julio, otro de los allí presentes, fue la primera en rechazar la invitación con una entereza que puso en jaque al resto. Al ver que la persona más vulnerable optaba por quedarse, los demás, con excepción de dos, habrían imitado su gesto. El grupo quedaba así casi entero, listo para abandonarse a la fuerza de los acontecimientos. Horas más tarde, éstos se tornarían siniestros.
En el caso de Llimaylla primó también el compromiso con lo obrado: “En la reunión se les dijo ¿saben qué muchachos?… ya tenemos a la Policía encima, entonces son dos cosas: o dejamos en libertad al secuestrado y nos vamos todos, o resistimos hasta el último. Dejarlo al secuestrado es asumir una derrota, quizás de la que nunca nos vamos a levantar. Hay que elegir”, dijo. Fue entonces que decidieron retar a la muerte.
Paola le dijo al documentalista Pichler, que Michael Northdufter, 28 años, nacido en Tirol del Sur, Italia, tenía miedo a morir: “Él sabía que era el primero que iba a morir cuando llegara la Policía”.  Agregó que la CNPZ no tenía “una cabeza”, “todos éramos iguales, pero de alguna manera siempre hay un líder”. “Él era el que representaba, pero no porque se hubiera impuesto o porque nosotros le hubiéramos puesto un cargo sino porque se dio; siempre en un grupo hay una persona que sobresale y en este caso era él”. 
El documental de Pichler es clave para entender por qué la familia demoró tanto en sellar un acuerdo económico con la CNPZ. Paola lo plantea sin titubeos: “(Lonsdale) tenía problemas con su familia.
Entonces como que les hemos hecho un favor, o sea, todo salió mal. A la familia se le hizo un favor porque había problemas con los hijos por la cuestión de la herencia. El mismo Lonsdale dice: mi familia no va a pagar…”.  Llimaylla lo ratifica: “representaba supuestamente a la transnacional Coca-Cola, entonces podía proveernos de fondos, pero él sabía que lo iban a matar, se ponía mal, se ponía a llorar”. La novela de Carvajal corrobora el dato cuando en boca de un guerrillero coloca la siguiente frase: “Estamos perdiendo el tiempo con su familia, parecería que no quieren verlo de retorno”. 
Esa madrugada, Lonsdale y sus seis custodios se preparaban por igual. Dante describe la escena:
“Las demás horas fueron tensas, nos distribuimos las responsabilidades; el primer piso lo llenamos de colchones, de papeles, colocamos cerca gasolina, colocamos en determinados lugares algunas municiones sin cargadores, se distribuyeron las pocas armas y esperamos”.

LLUVIA DE BALAS

Al alba, el Ministro del Interior, Guillermo Capobianco, aparece en la televisión incapaz de disimular su rostro compungido. Solemne, anuncia que la casa ha sido localizada y rodeada. Luego añade el saldo: los guerrilleros han acabado con su presa. Minutos después el Presidente se hace responsable de todo. La Comisión que lleva su apellido yace aniquilada. Tres de los seis integrantes han muerto, los hermanos Acasigüe y el peruano Llimaylla quedan como testigos de esos estruendosos minutos.
Los cadáveres de Michael Northdufter, Osvaldo Espinoza Gemio y Luis Caballero Inclán aparecen destrozados, alineados para las fotos que horas más tarde exhibe la primera plana de La Razón cuya edición extraordinaria se esfuma en media hora. 
En la calle Abdón Saavedra, los vecinos arrebatados fueron testigos de la matanza. En el periódico Hoy, uno de ellos afirma haber escuchado a Luis Caballero gritar que dejen de disparar porque ya estaban rodeados. Mientras los tres sobrevivientes corrían hacia la calle, los otros tres buscaron huir hacia la casa contigua. Ante la comisión de derechos humanos de la cámara de diputados, Llimaylla dijo: “si estamos aquí es gracias a las casualidades que se dan, por ejemplo, de la presencia del reportero de canal 4 y del señor diputado Lanza, porque de lo contrario creemos que hubiéramos sido aniquilados igual que nuestros compañeros”. Gregorio Lanza había corrido al lugar para negociar la entrega de los jóvenes1  pero sus invocaciones no fueron escuchadas. La hipótesis es que Caballero, Espinoza y Northdufter fueron detenidos en la casa de al lado, obligados a reingresar, ascendidos al segundo piso y conminados a saltar mientras se les disparaba a quemarropa. Un simulacro de combate. El médico forense detalla que a Michael le dispararon con un arma de grueso calibre a un metro de distancia. Su rostro, totalmente desfigurado, lo prueba.
En el documental, el peruano afirma que Lonsdale cayó abatido por las mismas balas: “Lo primero que hacen es poner un francotirador frente a la casa. Entonces, en cuanto comienza la refriega, de un tiro bajan la ventana, todo y cortina se viene abajo. Acto seguido le disparan a Lonsdale, a una parte del cuerpo le llega. Después entra gente de comando y lo aniquilan. Los demás chicos no sabían qué hacer. Yo salgo corriendo a la ventana, me fijo y había policías por todo lado, ya apuntando. Yo les digo ‘no salgan’, y los chicos se van por ahí. Los han agarrado vivos, los han acribillado y nosotros corrimos mejor suerte porque también nos iban a matar”.  En la novela policial, su autor asegura que Caballero y Espinoza le dispararon a Lonsdale por órdenes de Northdufter, quien después le habría dado el tiro de gracia. Carvajal lo imagina así, Llimaylla estuvo presente.
El aporte de Carvajal al esclarecimiento del caso resulta ahora medular. En diciembre de 1990, para todo lo concerniente al caso Lonsdale, la Policía boliviana había sido reemplazada por el CEIP. El ministro Capobianco, el embajador Robert Gelbard y el coronel Germán Linares se habían convertido en los guionistas de esta trama. En ese lapso final de la Guerra Fría, Estados Unidos buscaba impedir que el Perú trasvasara su guerra a su frontera sur y, quién podría dudarlo, logró su meta. Sin embargo, al hacerlo se llevó por delante la soberanía de Bolivia debilitando a su vez la salud de nuestra democracia. Los abusos a los derechos humanos en aras de la lucha anti terrorista no cesarían en los años venideros y conservarían su epicentro en el gobierno de Paz Zamora.
[1] Gregorio Lanza, junto al ex sacerdote jesuita Rafael Puente, fue parte de los esbozos de un frente guerrillero. Puente admite en 2006 que conoció a Northdufter: “Nos preparábamos para lo que en aquel momento creíamos iba a ser algo así como una guerra de liberación de Bolivia”.
Nota de la editora. El coronel Germán Linares tuvo un recorrido ciertamente contradictorio pues en 1984 había participado en el secuestro del presidente Hernán Siles Zuazo  (1982-1985)  en aquel  intento de golpe de Estado. Era vicepresidente Jaime Paz Zamora. Lo insólito es que después, precisamente durante el gobierno de Paz Zamora (1989-1993), Linares fue jefe del CEIP. No se sabe muy bien qué es de él actualmente, salvo datos escuetos. El exministro Guillermo Capobianco tiene hoy 73 años, vive en Santa Cruz de la Sierra, y en 2014 publicó el libro Memorias de un militante. En una entrevista, hace algunos años, dijo que el caso Lonsdale había “marcado su vida”. El exembajador estadounidense Robert Gelbard tiene 74 años y está jubilado.
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