Por: Ricardo Sanjinés Ávila - El autor escribió Únzaga, la
voz de los inocentes. una intensa biografía del líder falangista. / Este
artículo fue publicado en el periódico Pagina Siete el 8 de mayo de 2016.
La vida de Únzaga permanece cubierta por una espesa bruma de
dudas sobre sus propósitos e ideología. Sus adversarios políticos lo borraron
de la historia al considerarlo incompatible con el proceso de la Revolución
Nacional, salvo en el papel de "enemigo” y catalogaron a su partido, FSB,
entre las tendencias totalitarias del siglo XX. Pero nadie puso en duda su
honestidad y patriotismo.
ENTRE GUERRAS
A lo largo del medio siglo XX, la suerte de Bolivia estuvo
unida al poder político y social de una minoría criolla, patriota y honrada
pero colonialista, expresada en los partidos Liberal y Republicano, atados
ambos a la actividad minera andina, mirando desdeñosos al mayoritario
componente quechua, aymara y camba.
La guerra con Paraguay por el dominio de regiones
petroleras en el sudoriente, juntó en las trincheras a blancos, mestizos e indígenas.
Allí Únzaga perdió a su hermano y entre los grandes militantes falangistas
estuvieron el coronel Manuel Marzana, héroe de Boquerón, y el mariscal
Bernardino Bilbao Rioja, defensor de Villamontes.
Del Chaco salieron las ideas que animaron a la logia militar
Razón de Patria (Radepa, fascista, 1934), el Partido Obrero Revolucionario
(POR, trotskista, 1936), la Falange Socialista Boliviana (FSB, socialcristiana,
1937), el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR, estalinista, 1940)
y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, nacional-socialista,
1941). Los hombres de todas esas siglas querían transformar socialmente el
país.
La alianza Radepa-MNR-FSB, tomó el poder (1943),
pretendiendo incorporar a los indios en la vida nacional.
Eran los años de la II Guerra Mundial y los aliados
EEUU-URSS desbarataron tal revolución, considerándola "pro-nazi”. El
presidente Gualberto Villarroel fue asesinado por hordas del llamado Frente
Antifascista y el poder regresó al esquema anterior liberal-republicano al que
se sumaron los comunistas.
LA REVOLUCIÓN
Siles Zuazo y Únzaga de la Vega lucharon juntos contra el
restaurado régimen colonial y compartieron el exilio en Chile (1950), pero
inopinadamente se divorciaron el 9 de abril de 1952, cuando los movimientistas
tomaron el poder detrás del general Antonio Seleme, para luego entregarlo a
Víctor Paz Estenssoro, quien concretó la Revolución con la reforma agraria, la
nacionalización de minas y el voto universal.
Pero las fallas morales de algunos de los gobernantes, el
control de la justicia para tapar negociados, la sumisión del aparato electoral
buscando el poder eterno y una represión inédita a cargo del célebre Claudio
San Román, caracterizaron al régimen revolucionario, dividiendo al país en dos
bandos irreconciliables.
El aliado de ayer, FSB, se puso al frente y después de un
agrio cara a cara Paz versus Únzaga este se convirtió en un perseguido. El
Gobierno abrió campos de concentración en Corocoro, Uncía, Catavi, Curahuara de
Carangas y habilitó centros de tortura como el de Ñanderoga en Santa Cruz. Por
las celdas pasaron miles de bolivianos y otros tantos sufrieron prolongado
exilio, entre ellos doña Rebeca, la anciana madre de Únzaga. En ese tiempo,
"derechos humanos” era un tema exótico.
Únzaga volvió para las primeras elecciones con voto
universal (1956), en las que un fraude gigantesco reprodujo el poder para
el MNR. El gobierno del presidente Paz Estenssoro dejó una inflación
incontrolable como herencia al nuevo presidente Hernán Siles Zuazo y este debió
acordar un proceso de estabilidad con el FMI. Óscar Únzaga ofreció apoyo que
Siles rechazó, sometido anímicamente por la corriente pazestenssorista. Cercado
en una casa al pie del Montículo por milicianos que tenían la orden de
asesinarlo, Únzaga fue salvado por el vecindario y tuvo que volver al exilio.
RESISTENCIA CRUCEÑA
Mientras tanto, Santa Cruz reclamaba atención a sus
necesidades y aspiraciones ante los oídos sordos del Gobierno. En 1956, 47
jóvenes cruceños, presos en las celdas del Control Político por reclamar
regalías petroleras para su departamento, fueron embarcados en un avión del LAB
para su trasladado a Curahuara. En pleno vuelo, redujeron a sus custodios y
desviaron el vuelo a Salta, Argentina, donde los recibieron como héroes.
Fue el primer secuestro aéreo de la historia universal. El
nombre de Únzaga alcanzó renombre internacional.
En 1957, el presidente del Comité Pro Santa Cruz, Melchor
Pinto Parada, inició la lucha por las regalías del 11%. El gobierno de Siles
dijo que esa exigencia se fundaba en "el egoísmo camba”, exacerbando a los
cruceños. El petróleo boliviano exaltaba intereses brasileños y argentinos en
pugna.
Un alzamiento en la región petrolera podría desembocar en
una guerra civil que en el peor de los escenarios amenazaba cambiar la
fisonomía geográfica de la región. Únzaga creía que si FSB asumía la conducción
revolucionaria, sólo cambiaría el Gobierno garantizando la unidad nacional,
otorgando las regalías que Santa Cruz demandaba. Con esas ideas reingresó al
país en octubre de 1957, con la cobertura de Luis Mayser. El industrial Ramón
Darío Gutiérrez lo recogió en un avión en la frontera, alojándolo en una
estancia.
El Comité Pro Santa Cruz convocó a un cabildo. El Gobierno
decretó el estado de sitio prohibiendo manifestaciones públicas; hubo
enfrentamientos y se produjeron las primeras muertes. Siles se dio cuenta de la
gravedad de la situación y recibió a una comisión constituida por el director
de El Deber, Lucas Saucedo; la presidenta de la Unión Cruceñista Femenina,
Elffy Albrecht; el intelectual Humberto Vásquez Machicado; y el líder de
la Unión Juvenil Cruceñista (UJC), Carlos Valverde. Tras negociar dos semanas,
se aceptaron las regalías del 11%.
Pero un incidente con agentes del Control Político,
que dieron muerte al universitario Jorge Roca, quebró esa paz. El
Gobierno dispuso la intervención de milicias armadas, el comando del MNR
realizó atentados dinamiteros y Únzaga movilizó a los falangistas. Hubo una
batalla sangrienta en la antigua avenida de Circunvalación y los milicianos
se rindieron en la tarde del 8 de noviembre. Santa Cruz había vencido,
pero el riesgo de un enfrentamiento continuaba latente.
TEREBINTO
Moviéndose en la clandestinidad, Únzaga se trasladó a La Paz
desde donde se puso a la cabeza de un levantamiento combinado que estalló en
Santa Cruz con Mario Gutiérrez en mayo de 1958. La delación hizo abortar la
acción en La Paz y los rebeldes, luego de tomar la capital oriental, debieron
entregarla a la UJC, que se había mantenido al margen del alzamiento
falangista. Acusando a Melchor Pinto de una supuesta "asonada
separatista”, el Gobierno ordenó "recapturar” la ciudad.
El domingo 18 de mayo de 1958, 4.000 campesinos de Ucureña
fueron movilizados en camiones y aviones con la misión de "escarmentar a
Santa Cruz”. Saquearon casas, destruyeron bienes, violaron mujeres y mataron.
Un grupo de jóvenes fue sometido a suplicio inaudito en Terebinto y antes de
asesinarlos les sacaron los ojos con cuchillos, extrajeron las vísceras y
amputaron sus genitales en escenas de horror que han sido recogidas en libros,
periódicos e informes oficiales.
UN AÑO DE CLANDESTINIDAD
Mientras doña Rebeca vivía escondida en Miraflores, Óscar
permaneció clandestino en Sopocachi, en la casa de Lidia Pinto Landívar y su
madre María Landívar viuda de Pinto, en la plaza España. De ese refugio sólo
estuvieron enterados Gonzalo Romero y Wálter Alpire. Lidia era hermana del
capitán Saúl Pinto y sobrina del doctor Melchor Pinto Parada. La señora María
era el discreto correo entre Únzaga y Alfredo Ovando, jefe de Estado
Mayor del Ejército.
Autocensurada la prensa (hordas movimientistas habían
saqueado y destruido los periódicos La Razón de La Paz y Los Tiempos de
Cochabamba), los falangistas se jugaban el pellejo en la edición prohibida de
su periódico Antorcha que circulaba de mano en mano y emitían riesgosas
emisiones de radio desde distintos lugares del territorio nacional. Dos
diputados falangistas, Jaime Ponce Caballero y Wálter Vásquez Michel,
recibiendo instrucciones de su jefe en complicados sistemas de mensajeros
secretos, desplegaban acciones en el Parlamento defendiendo el petróleo para
evitar que sea explotado por intereses extranjeros.
En marzo de 1959, Únzaga cambió de refugio, instalándose en
la calle Batallón Colorados, donde llegó subrepticiamente el coronel Rafael
Loayza, por cuya cabeza el Gobierno ofrecía recompensa. Llevaba un plano con
una secuencia de acciones en un espacio de 30 manzanas del centro paceño. Era
el esquema del golpe final.
En un encuentro a medianoche en el templo de Don Bosco, el
director general de la Policía, Julián Guzmán Gamboa,
comprometió a Únzaga la potencia del regimiento de carabineros Aliaga que
disponía de 600 hombres, ametralladoras pesadas, piezas de artillería, enlaces
por radio y unidades motorizadas.
En esos días el coronel Armando Escóbar Uría había realizado
viajes de consulta al interior de la república, estableciendo que "las
Fuerzas Armadas con una casi completa unanimidad pedían el cambio de gobierno”.
En la noche del lunes 30 de marzo, en una casa de la calle Capitán Ravelo, se
reunieron Óscar Únzaga y el general Alfredo Ovando. Trabajaron a puerta cerrada
hasta las tres de la mañana y aprobaron el plan de acción revolucionaria que se
llevaría a efecto en abril próximo.
ABRIL DEL 59
El mes comenzó con una tormenta social. El movimiento
campesino estaba dividido y su expresión más sangrienta era la rivalidad
Cliza-Ucureña. El Gobierno había descongelado los precios de las pulperías de
Comibol, las radios mineras entraron en acción y se declaró el estado de
emergencia. Hubo ocultamiento de artículos, especulación en los mercados y la
pobreza se extendió. La situación fue arrastrando a los trabajadores de la
banca, petroleros, ferroviarios y magisterio.
El 9, séptimo aniversario de la Revolución Nacional, obreros
y mineros se negaron a participar en la marcha organizada por el
Gobierno, que se limitó a empleados públicos y campesinos acarreados en
camiones.
Transmisión por Radio Illimani, comida, alcohol... El mismo
espectáculo de todos los años expuesto ante un público desmotivado. En
determinado momento, entre las columnas que marchaban a desgano surgieron voces
que gritaron "¡mueran los nuevos ricos!” y la manifestación degeneró en
choques entre marchistas. El Presidente acusó a la "prensa reaccionaria y
vendepatria”. Era el momento de la rebelión.
PROPÓSITOS
Aunque no hacía cargos personales al presidente Siles Zuazo,
Únzaga juzgaba la conducta moral de muchos líderes del MNR, así como el
enriquecimiento ilícito a la sombra del Estado. El gobierno falangista partiría
de una premisa ética: probidad y transparencia en la administración de los
recursos públicos y decencia en el comportamiento de los gobernantes.
Convocaría a una convención nacional para reimplantar el
principio de independencia de poderes, garantizando la libertad de prensa,
desmontando el aparato de represión y las milicias armadas, liberando a las
Fuerzas Armadas y la Policía de la militancia política obligada.
Consolidaría la Reforma Agraria como un régimen de derecho
que tienda a elevar los niveles de producción y consumo, con el acceso de
cualquier boliviano a la tierra y a su justa adquisición. En vez de rifles
habría riego, semilla, tecnología, facilidades para comercializar.
Gonzalo Romero, ministro secretario, dirigiría una gran
campaña social por la que todo joven egresado de cualquier carrera
universitaria quedaba automáticamente reclutado para convertirse en
formador del "nuevo hombre boliviano”.
Postulaba una república donde la educación sea el rasero que
iguale a todos los habitantes; desde la parvularia hasta la universitaria, para
formar ciudadanos conscientes, con energía de trabajo, responsables y dueños de
una elevada conducta moral y patriótica. Enarbolaba las banderas de la
autonomía universitaria, en casas de estudios superiores donde se forjara el
alma nacional, se estimulara el estudio de las ciencias, la tecnología y
las artes.
Proclamaba el respeto a quien hace fortuna con el trabajo
honrado, defendía la libertad de empresa sujeta a una justa ganancia, la
reinversión de un porcentaje de utilidades, el establecimiento de una normativa
de inversiones ecuánime, que atraiga capitales y garantice la propiedad privada
en función social.
Respetaría los convenios internacionales, pero invocando el
derecho internacional de posguerra, consideraba inadmisible la "renuncia
ad infinitum” del territorio marítimo boliviano contenida en el Tratado de 1904
con Chile, apelando a la moral cristiana para rectificar ese crimen y
proclamaba la reintegración marítima como tarea fundamental de la política
exterior boliviana y no como un artificio de política interna.
Planteaba batalla contra quienes pretendiesen prohibir las
religiones, pero admitía la libertad de abrazar cualquier religión o ninguna y
la independencia del Estado respecto a la fe. Creía en la familia, como célula
mayor de la organización social del país, planteando su protección bajo el
axioma de que la calidad de las familias proyecta la fortaleza espiritual de
las naciones.
Admitía una sola jerarquía: la del intelecto con
honorabilidad. Afirmaba que los capaces intelectual, espiritual y moralmente
debían estar a la cabeza de los países y no los antivalores antagónicos a tales
categorías.
DETALLES FINALES
En su nuevo refugio de la calle Batallón Colorados, el jefe
falangista aprobó detalles del plan final con Julián Guzmán Gamboa y
Alfredo Ovando Candia. El lapso hasta el domingo 19 será decisivo.
Ovando facilitará la acción en el cuartel Sucre, las armas del regimiento
Escolta se entregarán a los combatientes en los atrios de San Francisco y San
Agustín y estos confluirán sobre el Palacio Quemado, Congreso, Legislativo,
Cancillería, Prefectura. El levantamiento civil en el resto de la ciudad será
rápido y contundente. Aviones de la FAB al mando de Barrientos exterminarán los
reductos milicianos en El Alto.
Tomada la central telefónica, toda la potencia de fuego del
regimiento Calama asegurará la ciudad y al anochecer, las Fuerzas Armadas
tomarán control del país.
Pero la noche del sábado 18, el ministro de Gobierno, Wálter
Guevara, conocía lo que iba a suceder, aunque ignoraba la hora. Únzaga
había sido traicionado.
¡A LAS ARMAS!
Aquel domingo 19 de abril, Óscar Únzaga cumplía 43 años.
Pasó la noche anterior en la casa de su prima Cristina. El dirigente
universitario Fausto Medrano era el enlace entre el exterior y el cuartel
general falangista de la calle Larecaja 188.
A las 11:00 comenzaron las acciones. Producida la toma de
Radio Illimani (Roberto Freire) se propaló la noticia: "El gobierno del
MNR ha caído y FSB se alzó en armas”. Únzaga y sus acompañantes se sintieron
emocionados.
El Control Político quedó bloqueado a punto de metralla
(Jaime Gutiérrez). Los falangistas llegaron a la central telefónica (Raúl
Portugal), pero su portón estaba cerrado con cadenas. El cuartel Sucre fue
tomado sin bajas (Wálter Alpire), estaban las armas, pero no había municiones.
El plan se alteró, pues no había aún armas para tomar el centro metropolitano,
ni se intervino la red telefónica que exigía el director general de la Policía.
A las 11:30, el país y el Gobierno estaban enterados por
radio Illimani de que "había tomado el poder un Comando Supremo
Revolucionario presidido por Óscar Únzaga e integrado por los generales
Alfredo Ovando y René Barrientos y el coronel Julián Guzmán Gamboa”. Pero nada
de eso había sucedido aún.
El presidente Siles puso a salvo su familia y citó a sus
ministros en el cuartel de San Jorge. Acudió también Ovando y, receloso,
el mandatario se negó a acompañarlo al Comando del Ejército, ordenándole volver
al Gran Cuartel de Miraflores. Luego Siles, que era hombre valiente, decidió
constituirse en el Palacio Quemado. En el trayecto fue atacado el automóvil pero
era un blindado y el Presidente llegó a la plaza Murillo indemne.
Enterado minuto a minuto de lo que sucedía, Ovando
movilizó un destacamento al cuartel Sucre, en tanto se combatía en San
Francisco y los falangistas intentaban tomar las oficinas de Tránsito, donde
existían algunas ametralladoras. Súbitamente la transmisión de radio Illimani
fue cortada, dejando a Únzaga en el limbo.
A las 12:20 el contingente militar enviado por Ovando llegó
al cuartel Sucre, los falangistas respiraron aliviados.
Grande fue su sorpresa cuando los uniformados les intimaron
rendición y, con los brazos en alto, dispararon sobre esos 24 jóvenes y los
remataron con un tiro en la cabeza. Sólo salvaron sus vidas Mario Gutiérrez
Pacheco, que hacía de centinela fuera del recinto y logró huir, Víctor Sierra
con una decena de disparos en el cuerpo a quien dieron por muerto, además del
dirigente campesino Luciano Quispe, escondido detrás de un turril.
En la tarde el Gobierno retomó radio Illimani matando a
varios de los que la intervinieron, llevando preso al que leyó las proclamas,
Roberto Freire, mientras fuerzas combinadas de milicianos y militares leales al
Gobierno batían los últimos puntos críticos. Al terminar la tarde, el grupo de
Jaime Gutiérrez daba la batalla final en San Francisco en la que murió la
mayoría, y cayó herido su líder. Empezaron los apresamientos.
EL DRAMA FINAL
En la casa de la calle Larecaja 188, permanecen Únzaga,
Gallardo, Achá, Álvarez y Medrano, asistidos por Cristina de Serrano y sus
hijas María Eugenia, de 16 años, y María Renée, de 13 años. A las 19:00,
María Eugenia y María Renée divisan en la calle un grupo de hombres con
pasamontañas y fusiles. "¡Los milicianos!”.
Tras segundos de estupor, todos se ponen de pie. Únzaga y
Gallardo toman sus armas. Óscar, sereno, quema un papel. Los milicianos
ingresan a la casa haciendo disparos. Los cuatro conjurados se esconden al
interior del cuarto de baño de los suegros de Cristina.
Desde la ventana del baño Únzaga y sus acompañantes ven a
los milicianos en la calle armados de ametralladoras. "Estamos vendidos”,
dice Achá y pregunta: "¿Nos defenderemos?”. La respuesta de Únzaga es
negativa. "No podemos comprometer a la familia que nos cobija…”.
Los milicianos han llegado ya al departamento apuntando con
sus armas a Cristina y María Renée que lloran a gritos. Empieza la requisa,
fracturan cerraduras, abren cajones, revisan el comedor y pasan al living,
donde están María Eugenia y Fausto Medrano haciéndose pasar como enamorados.
Los milicianos allanan el dormitorio de los niños, se aproximan al comedor,
sólo falta el dormitorio de sus abuelos y los que están a oscuras dentro del
baño sienten los pasos de los milicianos a pocos metros. Los fogonazos de tres
disparos rompen la penumbra. Y mientras todos aguantan la respiración… los
milicianos dicen "aquí ya no hay nada más que hacer” y deciden irse.
¡Milagro! En el living Cristina, sus hijas y el dirigente universitario Fausto
Medrano rezan agradeciendo a Dios. ¡Óscar se ha salvado! Pero la alegría les
iba a durar muy poco.
Achá sale y encuentra a Cristina. "Dios mío, nos
salvamos…”, dice ella. Achá le responde "Sí, señora, pero Óscar y
Gallardo están heridos”. Cristina ingresa desesperada al cuarto de baño,
todo está a oscuras, tropieza con un cuerpo, se inclina y toca con la mano un
tobillo todavía tibio. Es Óscar Únzaga tendido de espaldas y casi a su
lado René Gallardo, los dos con las cabezas destrozadas y ensangrentadas.
Escenas dolorosas se suceden. Las mujeres, llorando en
silencio, afrontan la situación. Sin fuerzas ya, extenuados y en crisis, los
tres últimos camaradas de Únzaga y Gallardo -Achá, Álvarez y Medrano-, hombres
fogueados en mil combates, huyen sintiéndose huérfanos.
Al lado de los cadáveres están dos armas, la pistola Mauser
calibre 32 de Únzaga y el revólver Smith Wesson calibre 38 de Gallardo.
Cristina y dos niñas se enfrentan al drama de no saber qué hacer en el final de
un día sangriento, con dos muertos en casa y uno de ellos nada menos que el
jefe del alzamiento.
Horas después recogen los cadáveres y empieza la otra
batalla médico-legal para establecer la causa de esas muertes. "Suicidio”,
establece inicialmente la autopsia. Pero la cabeza de Únzaga muestra la
trayectoria de dos balazos y entre sus dedos de la mano derecha hay una colilla
de cigarrillo a medio consumir.
Un nuevo misterio se inscribió en la larga lista de crímenes
políticos. Sucedió un 19 de abril de 1959, cuando Óscar Únzaga cumplía 43
años. Sus camaradas recuerdan hoy el centenario de su nacimiento.
Ambrosio García, cercano a Únzaga.
Óscar Únzaga de la Vega nació hace 100 años y murió el día
que cumplía 43 años.
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