Por Manuel P. Villatoro Fuente: Diario ABC 8 de Septiembre
de 2016.
Esta semana se han cumplido 50 años de la llegada del
guerrillero a Bolivia, el último país que en el que combatió y la región que le
vio morir.
«El odio como factor de lucha, el odio intransigente al
enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo
convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros
soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un
enemigo brutal».
Esta es una de las citas más famosas de Ernesto Guevara, más
conocido en todo el mundo como el Che Guevara. Un guerrillero que, tras
participar en un golpe de estado contra el gobierno cubano de mano de los
hermanos Castro y marcharse al Congo para combatir contra el estado, decidió
viajar a Bolivia hace 50 años en un intento de iniciar una gigantesca
revolución latinoamericana.
En este país fue, precisamente, donde encontró su final. Una
muerte que le llegó después de enfrentarse junto a 16 guerrilleros desnutridos
a más de 200 rangers entrenados por la CIA y el ejército americano. La batalla
se sucedió el 8 de octubre de 1967 y, aunque supuso su captura y su posterior
asesinato, fue una contienda en la que el Che logró resistir a la élite del
ejército boliviano. Los mismos hombres que, en palabras de uno de sus biógrafos
más conocidos (Reginaldo Ustariz) consideraban que «los guerrilleros son casi
superhombres, no le tienen miedo a la muerte, usan pecheras a prueba de balas».
Bolivia...
El Che llegó a Bolivia el 5 de noviembre de 1966. La primera
anotación en su diario la hizo apenas dos días más tarde, cuando ya había
arribado a la casa de campo que había adquirido uno de sus compañeros en
Ñacahuasú y que haría veces de cuartel general. «Hoy comienza una nueva etapa»,
afirmó entonces el guerrillero. «Por la noche llegamos a la finca. El viaje fue
bastante bueno. Luego de entrar, convenientemente disfrazados, por Cochabamba,
Pachungo y yo hicimos los contactos y viajamos en jeep, en dos días y en dos
vehículos».
Acababa de comenzar la última campaña militar de nuestro
protagonista. Una operación a la que, según han afirmado a lo largo de los años
sus allegados, se aventuró sabiendo de antemano que era imposible la victoria.
«Entre un suicidio y un sacrificio. El Che no fue a Bolivia para ganar, sino
para perder. Es un místico. Quiere morir. No anunció su suicidio, ni siquiera
lo pensó claramente», determinó en una entrevista Jules Régis Debray, uno de
los compañeros del Che.
A nivel oficial, su finalidad (así como el de la veintena de
cubanos que le acompañaban en principio) era fomentar la revolución en el país.
Todo ello, combatiendo desde la selva y reclutando cada vez a más y más
guerrilleros. Un objetivo que, a día de hoy, parece inalcanzable para el
general Gary Prado. El mismo hombre que terminaría capturando a Guevara en
octubre del año siguiente.
«El Che se equivocó al contradecir lo que él mismo había
escrito. En su libro de la guerra de guerrillas dice “en un país donde se mantengan
las formas democráticas, al menos con apariencia, es imposible hacer la
revolución”. Aquí teníamos un gobierno democrático, elegido, con un gobernante
popular como era Barrientos, el Congreso funcionaba y había libertad de prensa.
Y el Che vino a hacer la revolución. ¿Cómo lo explica usted?», afirmaba el
militar en 2006 en declaraciones al diario «Página 12».
El mes siguiente el Che pareció recuperar algo del furor
guerrero que había perdido en el Congo tras la derrota de su guerrilla. Así lo
dejó claro en una anotación en su diario: «Mi pelo está creciendo, aunque muy
ralo, y las canas se vuelven rubias y comienzan a desaparecer; me nace la
barba. Dentro de un par de meses volveré a ser yo». Casi se podría decir que
volvía a sentirse como aquel veinteañero que se hizo un hueco junto a los
hermanos Castro. También le ayudó a mejorar el ánimo el que multitud de
bolivianos y cubanos fueran llegando poco a poco a la base para unirse a su
contingente. Todo parecía ir bien.
... y el primer revés
Sin embargo, los guerrilleros sufrieron su primer revés en
diciembre de 1966 cuando Mario Monje (líder del Partido Comunista de Bolivia
-PCB- y el encargado de suministrarles hombres, armas y alimentos) se personó
en el campamento del Che con malas noticias. «A las 7.30 llegó [...] la noticia
de que Monje estaba allí... La recepción fue cordial, pero tirante; flotaba en
el ambiente la pregunta: ¿a qué vienes?», explicó Guevara en su diario. La
finalidad del político no era otra que reclamar el liderazgo militar de aquella
fuerza. O eso, o el Che perdería el apoyo de su partido. Con todo lo que ello
significaba.
«Cuando el pueblo sepa que esta guerrilla está dirigida por
un extranjero, le volverá la espalda, le negará su apoyo»
«La conversación con Monje se inició con generalidades pero
pronto cayó en su planteamiento fundamental resumido en tres condiciones
básicas: 1º) El renunciaría a la dirección del partido, pero lograría de éste
al menos la neutralidad y se extraerían cuadros para la lucha. 2º) La dirección
político-militar de la lucha le correspondería a él mientras la revolución
tuviera un ámbito boliviano. 3º) El manejaría las relaciones con otros partidos
sudamericanos, tratando de llevarlos a la posición de apoyo a los movimientos
de liberación», determinó el Che en su diario. Guevara no estaba dispuesto a
tolerar ser apartado del mando, así que rechazó la propuesta.
Monje se retiró entonces del campamento, y con él el apoyo
del Partico Comunista de Bolivia. «Cuando el pueblo sepa que esta guerrilla
está dirigida por un extranjero, le volverá la espalda, le negará su apoyo.
Estoy seguro de que fracasará porque no la dirigirá un boliviano sino un
extranjero. Ustedes morirán muy heroicamente, pero no tienen perspectivas de
triunfo», afirmó. Con todo, lo que si logró Guevara es que los combatientes
bolivianos que se habían unido al grupo (la mayoría provenientes del PCB) no se
retiraran en masa tras la negativa de Monje a apoyar la guerrilla.
Hambre, sed y descubiertos
En febrero comenzó, como bien señaló el Che en su diario, la
etapa propiamente combativa de sus hombres. «Probaremos a la tropa», determinó.
A partir de entonces empezó el calvario de aquellos desdichados. Un total de 53
guerrilleros que, en los meses siguientes, tuvieron que enfrentarse a la sed,
al hambre y a las enfermedades. Todo ello, sumado a las continuas caminatas
ordenadas por Guevara con el objetivo de explorar el terreno y tender trampas
al ejército boliviano partidario -lógicamente- del gobierno. Unas misiones que
(a pesar de ser exitosas inicialmente en lo que se refiere a dar más de un
susto al enemigo) desgastaron sumamente a la tropa.
«Los últimos días de hambre han mostrado una debilitación
del entusiasmo», afirmó el Comandante en su diario (entrada de «Análisis de
febrero»). La situación llegó a ser tan precaria que los soldados tuvieron que
matar un caballo enfermo que se habían encontrado para poder alimentarse. Una
decisión nefasta que les llevó a sufrir una epidemia de «descompostura
estomacal». El mes siguiente tampoco fue demasiado bueno en lo que se refiere a
la alimentación de los combatientes. En una ocasión, incluso, tuvieron que
alimentarse de una cotorra y una paloma cazadas al vuelo. «Yo tengo comienzo de
edemas en las piernas», añadía el Che posteriormente.
Ya fuera por el cansancio, por la ineptitud, o por el
hambre, los guerrilleros acabaron cometiendo algunos errores que llevaron al
ejército boliviano a estrechar el cerco sobre la zona del país en la que
operaban. Una nefasta noticia que se vio aumentada (si cabe) por la ayuda
enviada al gobierno de Bolivia por parte del eterno enemigo de Cuba: Estados
Unidos. El mismo país que, contra el que Guevara había cargado en multitud de
ocasiones (entre ellas, durante un discurso en la ONU) por considerarlo
capitalista y un perpetuo opresor de latinoamérica.
A la caza del Che
El momento en el que EEUU empezó a involucrarse realmente en
el conflicto fue el 20 de marzo, cuando viajaron (en palabras de la «Fundación
Che Guevara») a Bolivia cuatro oficiales (dos de ellos de la CIA) para empezar
a empaparse de lo que realmente sucedía en la zona. Una semana después se
inició una «activa participación» de la embajada norteamericana y de su
servicio secreto en el país. Todo ello, después de que se corroborara que era
el Che quien dirigía las hostilidades.
La noticia, como era de esperar, hizo que el ejército
boliviano se movilizase en masa para dar caza al revolucionario más buscado de
la época. «Las radios siguen saturadas de noticias sobre las guerrillas.
Estamos rodeados por 2.000 hombres en un radio de 120 kilómetros, y se estrecha
el cerco, complementado por bombardeos con napalm», escribía el mismo
comandante en su diario. Por si fuera poco, Guevara carecía de noticias de Cuba
(desde donde Fidel Castro había cortado de forma drástica la ayuda -ya de por
si exigua- a la guerrilla) y los heridos y enfermos se amontonaban.
Estas dificultades llevaron al comandante a tomar la
decisión de dividir sus fuerzas para que fueran más operativas. Un gran error,
como explicaba Gary Prado en 2006 al diario latinoamericano: «Se equivocó en
elegir a Bolivia, ese fue su primer gran error. El segundo gran error que
cometió fue dividir sus fuerzas. La falta de previsión lo llevó a eso. Hay un
momento en que la guerrilla se divide en dos grupos [...] y nunca más vuelven a
encontrarse los dos grupos. Eso es un error infantil. Nunca más se encontraron.
Deambularon en el bosque de un lado a otro hasta que fueron derrotados por
separado»
Más y más CIA
Y mientras, los estadounidenses no paraban de enviar agentes
de la CIA a Bolivia para entrenar al ejército en labores de contraguerrilla y
ofrecer a los soldados un armamento más moderno del que disponían. Entre el
mismo, fusiles Garand capaces de disparar en modo de repetición (en lugar de
tiro a tiro). «La CIA tomó el control de las oficinas del correo y de la
central telefónica de La Paz. En esos momentos, el despliegue militar de las
[…] divisiones norteamericanas sumaba más de 4.800 efectivos para luchar contra
una guerrilla de apenas 30 personas», afirma la Fundación Che Guevara en su
dossier.
Pocos meses después, en septiembre, los instructores
norteamericanos terminaron el entrenamiento de nada menos que 640 soldados de
élite del ejército boliviano especializados en el combate en la jungla y la
lucha contra la guerrilla. Los denominados rangers. «El 18 de septiembre, el
vicepresidente de Bolivia, Luis Adolfo Siles Salinas y los instructores
militares norteamericanos clausuraron el curso de entrenamiento de rangers. […]
El acto de graduación concluyó con el desfile de los rangers con los uniformes y
las boinas verdes al estilo de los utilizados por el ejército norteamericano»,
completa la fundación.
La batalla final
Entre hambre, enfermedades, sed y accidentes. Así se
desarrolló el siguiente mes en la partida guerrillera del Che hasta la llegada
de octubre. Para entonces la situación era sumamente precaria ya que, como
explicó en una entrevista posterior Dariel Alarcón Ramírez (alias «Beningno»,
uno de los guerrilleros que todavía quedaban en la partida de Guevara), más de
la mitad de los combatientes se encontraban indispuestos.
El 7 de octubre, cuando el comandante hizo las últimas
anotaciones en su diario, apenas quedaban 16 combatientes a sus órdenes. Todos
desnutridos. Y estos tenían pisándoles los talones a 1.800 soldados enemigos.
El día 8 llegó el horror para el Che. Aquella jornada,
mientras los guerrilleros caminaban por la quebrada del Churo (una región
cercana al pequeño pueblo de La Higuera), fueron descubiertos por un soldado
boliviano disfrazado de campesino: Pedro Peña. Habían sido cazados.
El militar, como alma que lleva el diablo, corrió para dar
el aviso a Carlos Pérez Panoso, jefe de una sección de la compañía A del
ejército (acantonada en las proximidades de la zona). Inmediatamente, la
maquinaria castrense se puso a funcionar. «Panoso se puso en contacto por radio
con los jefes militares […], con dos compañías de rangers que tenían 145
hombres cada una y un escuadrón con 37», explica la Fundación Che Guevara.
La suerte estaba echada para los guerrilleros. Al instante,
Gary Prado (al mando entonces de 70 hombres -el resto del contingente se había
separado del grupo en labores de patrulla-) dividió a sus subordinados en dos
grupos y ordenó crear un cerco alrededor del grupo de guerrilleros. El
objetivo: que no pudieran escapar de la región vivos.
«Los guerrilleros padecían sed y hambre, tenían un ropaje
formado por andrajos»
El Che, por su parte, organizó la defensa basándose en el
factor sorpresa y en la idea de que sus combatientes (hambrientos y febriles)
pasasen desapercibidos. No podía estar más equivocado. Y es que, pronto se
unieron a los hombres de Prado otros tantos militares dispuestos a acabar con
los guerrilleros. En total, a las nueve de la mañana había un total de 195
hombres.
Y todos ellos descansados y llenos de energía. «Los
guerrilleros padecían sed y hambre, tenían un ropaje formado por andrajos, y se
sentían cansados después de haber pasado una mala noche», afirma Reginaldo
Ustariz en «Che Guevara. Vida, muerte y resurección de un mito».
A pesar de ello, Guevara no estaba dispuesto a rendirse. «El
Che lo organizó todo, no dejó nada al azar: él organizó la defensa, hizo
exploraciones, previó todas las cosas, hacia dónde teníamos que ir y, si
ocurría un desbande, dónde teníamos que reagruparnos», determina Beningo en una
entrevista concedida para el libro «Che Guevara. Vida, muerte y resurrección de
un mito».
Tras algunos minutos, dividió a sus escasos hombres en
cuatro grupos, a los que ordenó esconderse en espera del ataque enemigo. Por
entonces el reloj marcaba las nueve de la mañana. En las siguientes cuatro
horas apenas se escucharía nada. Se sucedió una calma desconcertante por parte
de ambos bandos. En ese tiempo, los guerrilleros se mimetizaron con la
vegetación, y los soldados no se decidieron a atacar.
«Superhombres»
En palabras de varios soldados del ejército boliviano,
podrían haber atacado, pero esperaron tanto tiempo porque sentían verdadero
pavor a los guerrilleros. Les consideraban «superhombres» equipados con
chalecos antibalas y armas de última generación. Desconocían sus condiciones
reales de vida. A la una y media, no obstante, comenzó el combate. El tiroteo
se hizo entonces insostenible.
En la batalla, extrañamente, los guerrilleros lograron hacer
multitud de bajas entre sus enemigos. «Cuando yo estoy arriba, disparando
contra ellos, en uno de los momentos más intensos del combate, oigo claramente
que el radista transmitía, probablemente a la jefatura de la compañía: "Mi
teniente pide permiso para retirar la tropa, mi teniente pide permiso para
retirar la tropa; estamos teniendo muchas bajas, estamos teniendo muchas
bajas..."», afirma Benigno.
Según los campesinos presentes en La Higuera, multitud de
jefes militares se escondieron en su cuartel general para escapar de las balas
de los guerrilleros. «Tal acusación es correcta, ya que [muchos oficiales]
fueron al encuentro de Gary Prado Salmón solo después de las cinco y media de
la tarde, cuando el combate ha terminado», afirmó Ustariz. A pesar de ello, el
ejército terminó cargando contra los hombres del Che entre un ensordecedor
tronar de fusilería, ametralladoras pesadas, y disparos de mortero.
En ese momento el Che decidió (en palabras de otro de sus
guerrilleros, Pombo) dividir a sus fuerzas en dos grupos. Uno de ellos, formado
por los enfermos. ¿Cuál era su objetivo? Lograr que pudiesen escapar: «Uno de
los aspectos, al que hay que prestar más atención para comprender cómo
ocurrieron las cosas, está dado por las concepciones humanas del Che. Porque es
por eso, por su compañerismo, por sus sentimientos para con los que venían
enfermos, y por su tenía capacidad de combatir y, desplegando la reducida
fuerza con que contaba, garantizar que los enfermos pudieran salir del cerco».
En palabras del miembro del contingente, este acto hizo que
quedase cercado y que no pudiese, posteriormente, retirarse.
El Che, a partir de entonces, combatió hasta el último
cartucho. «Herido en una pierna, el Che continuó combatiendo hasta que se
inutilizó su carabina y se agotaron las balas de su pistola», se añade en el
dossier de la fundación. Posteriormente, antes de las tres de la tarde, Guevara
decidió que poco podía hacer para frenar el aluvión de militares que le estaban
cercando y subió junto a uno de sus hombres -Willy Cuba- a una loma para tratar
de huir.
Para su desgracia, allí se topó con la sección del sargento
Bernardio Huanca. Este, al darse de bruces con el Che, le propinó un terrible
culatazo y le capturó. Guevara, entonces, espetó lo siguiente a sus captores:
«Yo soy el Che Guevara, valgo más vivo que muerto». Así acabó la carrera
guerrillera del comandante más famoso de su época. Posteriormente, y a eso de
las cinco y media, el ejército decidió retirarse del teatro de operaciones. Al
fin y al cabo, ya tenían a su presa más preciada. Una presa que iba esposada y
vigilada por varios soldados.
Así fue el último combate del Che. Un guerrillero que, para
muchos, compró su propio féretro cuando decidió combatir en Bolivia y,
posteriormente, se negó a abandonar la lucha armada aún cuando sabía que iba a
ser derrotado «Cuando se ve que la cosa ya no va, ¿para qué persistir? Si usted
lee el Diario del Che y habla con Benigno (compañero del Che en la campaña de
Bolivia), esos últimos días son totalmente surrealistas. Sabían que el ejército
se les estaba viniendo encima. En vez de dispersarse y decir bueno, hasta otro
día camaradas, dejamos los fusiles, nos compramos un pantalón y una camisa, nos
sacamos la barba y sálvese quien pueda. No, siguieron marchando», añade Prado.
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