Por: Alfonso Gumucio / Febrero de 2015 / Extracto de
su blog: gumucio.blogspot.com.
Para quienes hemos investigado sobre la historia del
cine boliviano en base a testimonios de sobrevivientes y unas pocas
descripciones que encontramos en la prensa de la época, la oportunidad de ver
el mediometraje es un verdadero privilegio, pues todo lo que uno pueda haber
imaginado no se compara con la experiencia de poder analizar el discurso
fílmico tal como lo organizó el cineasta.
Cuando releo las siete páginas que le dediqué a la
película en mi Historia del cine en Bolivia (1980), que parecen surgidas
de la nada, recuerdo sin embargo que tuve e dedicarle mucho trabajo para
conseguir y procesar la información. Cada frase y cada párrafo se construyó con
base en una labor detectivesca.
Mi fuente principal fue el testimonio del propio hijo
de Luis Bazoberry García, que a mediados de los años 1970 ejercía como dentista
en la calle Comercio. Para que me contara sobre su padre sin prisas me sometí
voluntariamente a largas sesiones de tortura. Dejé en su consultorio varias
muelas, entre ellas las del juicio, que me tuvo que arrancar con anestesia
general porque no querían desprenderse de mi maxilar.
Valió la pena el padecimiento, no solamente por la
información que obtuve, sino porque sesión tras sesión fui convenciendo al Dr.
Bazoberry que no vendiera la película de su padre a Estados Unidos, como tenía
planeado hacerlo. Le habían ofrecido varios miles de dólares, no recuerdo bien
si 15 mil o 20 mil, que en esa época era una suma atractiva. Nadie en Bolivia
se había interesado en comprarle la copia que tenía en su poder. Lo convencí de
que esperara y cediera a la Cinemateca, creada recién en 1976, esa obra que su
padre le había dejado en herencia.
El Dr. Bazoberry me contaba que su padre había filmado
la película con una cámara “de juguete”, una pequeña Pathé de cuerda, aunque
según un artículo de la época, se trataba de una Kinamo. Lo importante es que
cargaba rollos de apenas 25 metros y en esas condiciones tuvo Bazoberry que
hacer su mediometraje.
A lo largo del conflicto filmó cerca de 25.000 metros
de escenas cotidianas en los campamentos y en el frente de guerra. La pasión
con la que encaró el proyecto era objeto de burlas de quienes lo rodeaban, pero
él persistió a pesar de las dificultades, que al final no fueron tantas en el
momento de filmar como después. Cuando ya había impresionado una gran
cantidad de rollos, descubrió con tristeza que el calor del Chaco (40 grados),
había inutilizado una buena parte de lo filmado. La película se había
convertido en una masa inservible. A partir de ese momento optó por enviar los
rollos a su familia, a Cochabamba, a medida que filmaba.
No tuvo la suerte de Bazoberry de contar con el apoyo
oficial con que contaron otros cineastas para realizar películas en el Chaco. A
él lo contrataron como fotógrafo de hospitales de campaña y de
aerofotogrametría, de modo que hizo el documental por su cuenta, aprovechando
los vuelos sobre el escenario del Chaco y su prolongada estadía en los
campamentos, y tuvo que luchar contra el pesimismo de sus superiores para
tratar de convencerlos “de que algo saldría”. Sus fotografías trascendieron
como postales y los diarios de entonces publicaron las imágenes del Chaco que
él enviaba.
Esta información está contenida en una carta redactada
por el propio Bazoberry al final de su vida, una carta que tiene la
particularidad de estar certificada por las firmas de David Toro y del General
Enrique Peñaranda, ambos ex – Presidentes de la República con quienes tuvo
cercanía durante la guerra. En su carta afirma que “esta propaganda gráfica
ayudó sobremanera a levantar el espíritu patriótico, cual evidencia la enorme
referencia y propaganda de prensa en todo el país”.
Al concluir la guerra, Bazoberry se trasladó a España.
En Bolivia no había infraestructura cinematográfica suficiente para hacer el
trabajo de posproducción de su película, de manera que decidió invertir todo lo
que tenía para cumplir su objetivo en Barcelona, donde viajó en octubre de
1935.
Con tres mil metros en buen estado tuvo Bazoberry que
montar La Guerra del Chaco, en los laboratorios Bosch (Barguño, según su
hijo). Para financiar el costo que representaba el trabajo de laboratorio,
trabajó para esa misma empresa filmando cortos comerciales. Más de un año vivió
de manera precaria, mientras la familia pasaba por una circunstancia no más
ventajosa en Bolivia. Sin estos sacrificios no hubiese logrado nada.
Todo lo que incluí en mi texto de la Historia del
cine bolivianoconstituye una descripción exacta de la película que
podemos volver a ver ahora en la Cinemateca. Pero lo que me impactó es cómo en
2015 podemos hacer una lectura tan diferente a la que se podía hacer cuando se
estrenó en 1936.
La guerra del Chaco que vemos hoy es una película
trágica. El tono triunfalista que tenía en 1936 tiene ahora el sabor amargo de
la derrota. Cuando vemos a los militares bolivianos de alto rango pavonearse en
el campo de batalla como si fueran héroes victoriosos, no podemos sino sentir
la amargura de la impostura.
Es cierto que Bazoberry no tenía otra opción en ese
momento: tenía que falsificar la realidad para que el pueblo boliviano asumiera
la derrota con vaselina. Tenía que salvar el cuello de generales incapaces y de
una clase política indolente cuyas equivocaciones llevaron al desastre. Las
risas de Peñaranda (¿de qué se ríe general?), la “confraternización” con los
militares paraguayos, el desfile de los derrotados frente al balcón del Palacio
Quemado y otras escenas “patrióticas” aparecen ahora con una carga de ironía
que entristece.
Bazoberry incluyó fotografía fija para alargar el film
en vista de que el metraje original no era suficiente. Incluso
añadió escenas filmadas en España, como la del cónsul de Bolivia en Barcelona,
vestido de soldado, simulando ser un combatiente que entrega al Comando el
parte de una batalla.
El film comienza con una galería de retratos de los
héroes muertos en la contienda, todo ello con el fondo musical del Himno
Nacional, y algunas leyendas que van apareciendo entre los retratos. A
continuación, se ven las personalidades de la guerra: Salamanca, en su pose
característica de “fakir con sobretodo”, como lo definiera Augusto Céspedes;
David Toro ofreciendo un cigarrillo a un oficial; Germán Busch en medio de las
trincheras; Enrique Peñaranda golpeando su bota con una fusta.
La guerra está representada en los aviones que
evolucionan en el cielo del Chaco, en los soldados que se arrastran sobre los
espinos (los terribles “Karawatas”), en las “chapapas” de observación y los
nidos de ametralladoras, en los heridos transportados en camillas. Con
música de Rimsky Korsakov se dramatiza un combate reconstruido por medio de
montaje cinematográfico. En otra escena, el Comando visita el campo
de batalla, entre los cadáveres paraguayos vencidos sobre los alambrados.
La guerra termina, se firma el armisticio en Buenos
Aires, con Tomás Manuel Elío, el Canciller, representando a Bolivia. Una
leyenda dice: “El dios Marte ha recogido sus flechas en su carcaj de oro, y la
Paz despliega sus alas plateadas sobre los campos de batalla”. Al
parecer este y otros textos del film fueron escritos por el poeta
Capriles. Ha concluido la guerra, los pañuelos blancos reemplazan a
los fusiles en el frente, y los enemigos de antes se confunden en un abrazo. Se
intercambian regalos. Un boliviano entrega a un oficial paraguayo
una bala, y un paraguayo entrega a un boliviano un cenicero hecho por un
proyectil. El film concluye con el desfile de los excombatientes frente al
Palacio de Gobierno, en La Paz.
Armando Montenegro comentó así la obra: “Todos los
hombres que han ido al Chaco, han de sentir nuevamente la tremenda realidad de
la guerra cuando vean esta película. La traidora mañana del bosque,
el tronar de los cañones, el tableteo trágico de las ametralladoras, el fuego,
el cansancio, el heroico satinador, son cuadros que al combinarse entre la
fotografía y la sincronización, dan un resultado sorprendente”.
Luis Bazoberry García vendió dos copias de La
Guerra del Chaco al empresario del Teatro Princesa, Simón Audino, quién
tenía la intención de exportar una de ellas al Perú, y explotar otra en
Bolivia. Con las dos copias restantes Bazoberry se trasladó a la
Argentina, y allí llegó a un acuerdo de distribución con la firma
Paramount. El gerente de la empresa, el señor Bauer, consiguió de la
censura argentina la autorización para exhibir el film, pero a condición de que
Bazoberry cortara la galería de retratos de los héroes bolivianos. En
esas condiciones el film comenzó a anunciarse en Buenos Aires, se hicieron
afiches, y publicidad en la radio, pero Bauer, a pedido del Presidente de la
República, hizo una proyección privada a la que asistió el Embajador del
Paraguay, y a resultas de la cual el gobierno argentino prohibió
definitivamente la exhibición del film.
Bazoberry regresó a Bolivia angustiado, habiendo dejado
las copias de La Guerra del Chaco en manos de un amigo suyo
apellidado Guardia. Se sumó a la lista de cineastas desilusionados,
cansados de haber gastado energías en obras que no fueron valoradas en su
momento, ni más tarde.
A principios de los años 50 Bazoberry volvió a
presentar su película en el Teatro Achá de Cochabamba y la prensa la acogió con
comentarios favorables. Raúl Montalvo A., el cineasta que participó
en Warawara, escribió un texto haciendo brevemente la cronología del cine
el Bolivia, y refiriéndose sobre todo al sacrificio con que Bazoberry hizo su
película, “luchando con la imperfección del equipo, es decir, de las cámaras no
muy luminosas como las actuales, película de poca velocidad, que requería mucha
actividad en la luz, trabajo cuidadosos de revelado dadas las circunstancias
tórridas del ambiente..”
Otro artículo junto al de Montalvo afirma que el
público “vivió horas de intensa emoción patriótica” al ver el film, y propone
que éste pase a pertenecer al Estado Mayor General o al Ministerio de
Defensa. Por suerte el pedido del articulista no fue
escuchado. De ser así, la película de Bazoberry se hubiera perdido
como las otras. La misma proposición es reiterada por Samuel Mendoza
hacia el año 1962, cuando La Guerra del Chaco volvió a estrenarse en
el Cine Tesla de La Paz.
Bazoberry vivió hasta sus últimos años luchando por
lograr su desmovilización del ejército, que no fue atendida a pesar de las
recomendaciones que presentó de varios ex Presidentes que habían sido superiores
suyos durante la guerra. La película que hizo no le aportó ninguna
satisfacción, ni reconocimiento, salvo del Teniente Coronel Germán Busch, Jefe
del Comando y más tarde Presidente de la República, quién le envió una nota de
felicitación firmada con lápiz rojo.
El 3 de agosto de 1964 murió Luis Bazoberry García,
“aquel gran señor de la bondad, el arte y la profunda simpatía humana de su
conducta”, según escribió Armando Montenegro en una hermosa nota
necrológica. Esa crónica dice también: “Bazoberry supo cuajar en sus
fotografías, toda la majestad del horizonte, de la nube y del color. La
ciudad naciente del alba no le ocultó ningún secreto, ni la agonía de la tarde,
su cósmica serenidad”.
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- CAMUFLAJE BOLIVIANO EN EL FORTíN "MADREJONCITO"
- FALANGE SOCIALISTA BOLIVIANA Y OSCAR úMZAGA DE LA VEGA
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