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EL CUADRO GENERAL DE GUERRA QUE ENFRENTO HILARIÓN DAZA

 Fuente: CONTRIBUCION HISTORICA A LOS BICENTENARIOS DE BOLIVIA Charcas y Murillo - Tomo I / Del escritor Enrique Rocha Monroy.



Las instrucciones del Ministro de Guerra al ejército chileno mostraron, al principio, cautela y escrúpulos por la evidente agresión a Bolivia. Antes de la toma de Antofagasta instruyó al coronel Emilio Sotomayor “establecer la jurisdicción que Chile tenía hasta el paralelo 23”, territorio que comprendía Antofagasta, Mejillones y Caracoles, respetando la soberanía de Bolivia sobre el desierto de Atacama y los puertos de Cobija y Tocopilla.
Antes de tomar Cobija y Tocopilla, recomendó explicar a las autoridades bolivianas que se habían visto obligados a “tomar posesión transitoria del litoral... a fin de garantizar los intereses chilenos”, garantizando, asimismo, “la permanencia en el puesto que hoy ocupan, de todos los empleados civiles de su dependencia, para que continúen como hasta ahora sirviendo los intereses de Bolivia”. Por su parte, el Presidente chileno Aníbal Pinto advertía a su agente diplomático en Lima que “si Chile se quedaba de dueño de todo el litoral boliviano tendría que ser con 'compensación de alguna suma de dinero', pues esa era la 'única solución que restablecería de una manera estable y cordial las relaciones entre uno y otro país'”. Datos, éstos, que son oportunos de recordar, cuando menos para poner en brete a una cáfila de pseudo historiadores chilenos que fuerzan los hechos para “probar” que Bolivia jamás tuvo acceso al mar, agrupados en el sitio web www.soberaniachile.com, quienes, para decir lo menos, son unos crudos.
Se tomó, como pretexto del atropello, la fijación de un impuesto de 10 centavos por quintal de salitre por el gobierno de Daza, que el Prefecto del Litoral, coronel Severino Zapata, decidió ejecutar, notificando de embargo y remate a la compañía principal que operaba en el puerto boliviano. El día fijado para el embargo y remate era el 14 de febrero de aquel año; en el ínterin, el súbdito inglés Jorge Hicks, gerente del negocio, había enviado numerosas comunicaciones a Valparaíso y Santiago, propiciando la toma de Antofagasta, puesto que el acorazado chileno “Blanco Encalada” tenía -ya meses- surto frente a nuestro puerto. Dice Querejazu que, desde La Paz, partió la orden de sobreseer a la compañía y desestimar el remate de sus bienes, pero no llegó a tiempo. Los chilenos alegaron que defendían a una compañía chilena, cuando era inglesa, y que rechazaban el decreto de 1º de febrero que rescindía el contrato de explotación del salitre firmado con la mencionada compañía. Al amanecer del 14, tropas del acorazado “Blanco Encalada”, reforzadas por efectivos llegados de Valparaíso, tomaron Antofagasta.
El cuadro demográfico no podía ser más adverso a nuestros intereses: de 6.000 habitantes en Antofagasta, 5.000 eran chilenos, 600 bolivianos, de los cuales sólo 350 eran varones entre ancianos y niños. En Caracoles, un 95 por ciento de la población eran chilenos. Para colmo, no había telégrafo que comunicara el Litoral con la capital de la República y aun la cancillería de Santiago se comunicaba con su cónsul en Antofagasta por correo. Por eso, Querejazu emite este juicio: “Es necesario tener muy en cuenta estos detalles para apreciar cómo, en los cruciales días de la primera mitad de febrero de 1879, los actores de los sucesos, en ciertos casos, obedecieron instrucciones que no tenían ya validez por haber sido substituidas por otras que estaban en camino”. Y cita el caso más grave, del Prefecto de Antofagasta, que no recibió a tiempo instrucciones para sobreseer a la empresa de salitres y evitar así el pretexto de la invasión.
El Presidente Daza recibió un ultimátum del gobierno chileno, que otorgaba un plazo de 48 horas para derogar el decreto de 1º de febrero, pero lo rechazó y tampoco aceptó el arbitraje. ¿Por qué lo hizo? ¿Confiado en el tratado de alianza con el Perú firmado -secretamente- en 1873?
Según múltiples versiones, el gobierno peruano no hubiera respetado el pacto si no consideraba inminente la invasión chilena a su territorio.
Aun así, respondió a la gestión del canciller boliviano Serapio Reyes Ortiz, en Lima, poniendo como condición para movilizar sus tropas que los costos de guerra fueran de exclusiva cuenta de Bolivia.
Echada nuestra triste suerte, las escasas fuerzas bolivianas se concentraron en Calama, mientras el ejército chileno ocupaba -sin combatir- el mineral de Caracoles y los puertos de Cobija y Tocopilla. Luego destacó una poderosa fuerza sobre Calama y tomó esa población, pese a la heroica resistencia de 135 bolivianos, bajo el comando de Ladislao Cabrera, y con el episodio heroico de Eduardo Abaroa, vecino de San Pedro de Atacama, nuestro máximo héroe, de quien se conservan dos frases históricas que debemos grabar a brasa viva: “Soy boliviano, esto es Bolivia y aquí me quedo. Preferiría morir antes que huir como un cobarde” y la que culminó su vida y lo nació a la eternidad “Que se rinda su abuela… carajo”.
El 3 de abril de aquel año, Chile declaró la guerra al Perú. Las acciones, ante todo, debían ser marítimas, pero el Perú pidió refuerzos terrestres bolivianos para Tacna, adonde llegaron el 30 de abril, al mando del Presidente Hilarión Daza. La superioridad chilena en barcos y armamento era abrumadora y no tardó en manifestarse. Perú perdió el blindado “Independencia” y sólo le quedó el “Huáscar” como buque mayor, al mando del Almirante Miguel Grau, pero cayó en la batalla naval de Punta Angamos y, a partir de entonces, la única defensa posible para Bolivia y Perú se redujo a operaciones terrestres.
“De Grau sólo se encontró un pedazo de uno de sus pies y algunos de sus dientes incrustados en la pared de madera de su puesto de mando”, cuenta Querejazu y añade una frase de Mariano Baptista, para ilustrar el impacto que generó la noticia: “Un soplo de muerte heló los corazones”.
Las tropas chilenas se movilizaron por mar a Ilo y tomaron Moquegua. Un contingente aliado, bajo el mando de los coroneles bolivianos Eliodoro Camacho y José Manuel Pando, provocó la retirada del enemigo, pero luego se replegó a Tacna, donde se sellaría la suerte de Bolivia en la batalla del Alto de la Alianza.
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