Fuente: CONTRIBUCION HISTORICA A LOS BICENTENARIOS DE
BOLIVIA Charcas y Murillo - Tomo I, / Del escritor Enrique Rocha Monroy. /
2010. // Foto:Hilarión Daza.
Desde enero de 1880, que dejó el Perú para irse a París, Hilarión Daza preparó
un manifiesto para defenderse ante la historia. En él, acusó a Chile por la
intervención armada; confirmó que él hubiera preferido una estrategia defensiva
en el altiplano andino, pero “el ardor patriótico de las poblaciones bolivianas
y los urgentes llamados que recibió del Perú, lo obligaron a llevar el ejército
a Tacna”. Su intención era volver a Bolivia con esas tropas, unirlas a la
Quinta División -dirigida por Narciso Campero- que patinó literalmente en
camino a la guerra, y entrar a Caracoles para dividir al ejército chileno en
dos frentes. Se defendió, asimismo, ante la Convención Nacional de 1881. “Si a
los más oscuros criminales se les concede el derecho de defensa, es imposible
que a un boliviano que fue General, Ministro, Presidente de la Nación, jefe de
sus ejércitos en campaña, se le niegue lo que no se niega a los más
desgraciados. ¿Soy delincuente?
Castígueseme. Ábranseme las puertas del tribunal; iré, entraré en su templo.
Bolivia puede exigir cuanto poseo: mi sangre, la de mis hijos, pero mi honra
jamás”. Junto a esta carta pública, había otra privada, al entonces presidente
Narciso Campero, que decía: “Empeño a Vuestra Excelencia, solemnemente, mi
palabra de que no conspiraré, no alentaré a mis amigos, no seré un nuevo
espíritu del mal lanzado en el torbellino de nuestras discordias”, todo para
conseguir el salvoconducto.
Campero autorizó su ingreso, mediante Resolución de 1º de febrero de 1883, para
que Daza se presentara ante la próxima legislatura y asumiera defensa en el
juicio de responsabilidades incoado en su contra. Las Cámaras no iniciaron el
juicio; Daza permaneció aún 10 años en París, donde vivió en el número 41 del
Boulevard des Capucines, gozando de una rica herencia que heredó su esposa,
hermana de doña Balvina Gutiérrez v. de Richter.
Ilusionado con volver al país y con que un manto de perdón y olvido hubieran
borrado sus responsabilidades en la guerra, escribió desde Arequipa al nuevo
jefe de Estado, Mariano Baptista, pero el Congreso inició el juicio, aunque en
el debate resultó claro que no se podía sindicarlo de traición a la patria ni
por violación de las garantías constitucionales sino por mal manejo de fondos
públicos, y, por tanto, sería la Corte Suprema de Justicia el tribunal que conocería
el caso. Daza se desplazó hasta Antofagasta, para ingresar por tren a Uyuni y
luego a Sucre, por diligencia. Telegrafió al Presidente Baptista, el 17 de
febrero de 1894, anunciando que había sido notificado legalmente y que marchaba
a presentarse ante la Corte Suprema a asumir su defensa. “Daza tenía miedo. Al
sentirse tan cerca temió que el tiempo hubiese aumentado los odios contra él en
vez de disiparlos. Temió que hubiese elementos que le esperaban para
ultrajarlo, incitados por la propaganda hecha por sus enemigos”, escribe
Querejazu. Envió un nuevo manifiesto al pueblo boliviano, reiterando su
propósito de someterse al alto tribunal; pero entonces, el gobierno, con el
doble propósito de garantizar la seguridad de Daza y de acallar las críticas de
la opinión pública por el permiso de ingreso otorgado, comisionó a las
autoridades de Lípez para que lo detuvieran y condujeran a Sucre. El Prefecto
de Oruro dispuso el envío de una pequeña guarnición de tropa, al mando del
Teniente Coronel Andrés Guzmán Achá, Intendente de Policía de esa ciudad. En la
tropa de Guzmán Achá vino el hombre que victimaría a Daza: se llamaba José
María Mangudo. Alguna vez había insultado públicamente a Daza y éste lo degradó
de capitán a soldado raso. “Pertenecía a la clase militar de los atrasados en
los ascensos, que empeñan su casaca en las chicherías, rasgan la guitarra y son
terror de los corregidores y los indígenas, al hacer valer sus galones para
proveerse gratuitamente de corderos y gallinas”, cita este retrato Querejazu.
A las 22:30 del 27 de febrero de aquel año, salió la comitiva de la oficina del
jefe de estación a la casa donde se había alquilado una habitación de descanso
para el ex presidente. Guzmán Achá y Ballivián escoltaban a Daza; detrás venía
Mangudo y la tropa. De pronto, Daza tuvo un presentimiento y le dijo a Guzmán
Achá: “No me traicione, coronel”.
Instantes después lo victimaron los sargentos Ibáñez y Ortiz. La oposición
acusó al gobierno de querer evitar, con el crimen político, la publicación de
denuncias documentadas que Daza traía en su viaje de retorno. El gobierno
ordenó una investigación, fueron sobreseídos Guzmán Achá y Ballivián, pero
tiempo después Mangudo se declaró único responsable de haber instigado a los
sargentos Ibáñez y Ortiz, a quienes había ofrecido ascensos si hacían “un gran
servicio a la patria [...] puesto que el general Daza era el más
desnaturalizado de los bolivianos, el único responsable de la pérdida del
Litoral”.
Examinando la vida de Daza, uno percibe la mano oscura del destino que,
ciertamente, se ensañó con él; pero también abriga la certeza de que fue lo
contrario de lo que los ingleses dicen “the right man in the right place”.
Lástima que su conocida descendencia no lo haya vindicado, quizá porque no
encontró suficiente documentación para aliviar su memoria de los cargos
abrumadores, pero quizá parcialmente injustos, que se le reprochan.
Sin embargo, el historiador Enrique Vidaurre Retamoso, en su esclarecedor
libro: “El Presidente Daza” reivindica la figura de Hilarión Daza.
Transcribimos párrafos de su alevoso asesinato:
“Y para conocimiento del drama que debía desarrollarse en la ciudad de Uyuni,
se transcribe seguidamente un detallado relato, hecho por un periódico sobre
aquel crimen perpetrado en Uyuni, con todas las características de la alevosía
y de la premeditación, hecho que conmovió hondamente al país.
Ese relato testifical dice: Desde el jueves último, venía asegurándose que Daza
llegaría a este puerto en unos días más.
El sábado 24 de febrero de 1894, desembarcó Daza en Antofagasta. La novedad del
arribo de este personaje atrajo a mucha gente al muelle de pasajeros por donde
debía desembarcar, y se notaba verdadera ansiedad porque llegara el momento del
desembarco.
Entre los concurrentes había muchos jóvenes bolivianos con el deliberado
propósito de hacer a Daza una manifestación hostil, y para lo cual habían
reclutado a algunos desocupados.
No pasó mucho y atracó al muelle el bote que conducía a este caudillo.
Pisó la escala en medio de las miradas de todos y con paso lento se dirigió
entre la multitud al Hotel Sudamericano, en cuyo establecimiento debía
hospedarse.
Ya en la plazuela del muelle principiaron a sentirse gritos aislados y
ofensivos. Siguió Daza, siempre con paso lento y deteniéndose a cada instante,
como para cerciorarse y conocer bien a las personas que tan indigna acogida le
hacían.
Una vez en el hotel y pasados los primeros momentos, no tuvo inconveniente en
recibir la visita de amigos y periodistas, que fueron tratados galantemente por
Daza. Contestó con la mejor disposición a todas las preguntas que se le hacían.
Mi ida -dijo- obedeció al desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar
en Tacna, el 27 de Diciembre de 1879. Me fui a Arequipa en donde esperé a mi
familia y con ella emprendí viaje a Europa, fijando mi residencia en París.
Mi regreso obedece a un llamado del Presidente de la Corte Suprema de Sucre, en
el juicio sobre el esclarecimiento, pedido por mí, para levantar las
inculpaciones y calumnias de mis enemigos políticos.
Hace ocho meses que debió tener lugar este viaje mío, pero el Gobierno de
Baptista tuvo a bien cerrarme las puertas de mi Patria y sólo hoy me permite el
regreso.
Llegando, pues, a la capital boliviana, pediré que principie el juicio, y
abrigo la seguridad de desvanecer por completo los injustos cargos y calumnias
de que me han hecho víctima mis enemigos políticos. Esperemos todavía, creo que
mis declaraciones comprobadas con documentos que oportunamente presentaré,
vendrán a dar la verdadera luz sobre los acontecimientos de la Guerra del
Pacífico, y determinarán a los que deben llamarse los traidores de la Patria.
CIRCULARON EN ANTOFAGASTA LOS MÁS EXTRAÑOS RUMORES:
"Daza viene vendido a Chile".
"Trae 200'000 pesos para hacer revolución".
"Va a entregar los Lípez".
"Tiene la revolución combinada y resuelta".
La víctima, el hombre culpable ayer, a su regreso mártir y héroe de leyenda,
por obra de sus asesinos, no varió su itinerario. Afable, sagaz, con cierto
barniz social del que antes carecía.
Daza tomó en Antofagasta el tren del lunes 26 de febrero. Atravesaba la zona,
si no vendida por él, al menos perdida para Bolivia.
¿Quién podría decir que ese hombre no tuvo en el corazón amarguísimos
estremecimientos?
¿Quién negará que principiaba su expiación?
Al llegar a Ollagüe, un Comisario de Policía procedió a practicar una requisa
de su equipaje y persona.
- Nada traigo, señor Comisario -le dijo-. En mi maleta hallará Ud. dos
revólveres muy finos. En mi otra caja sólo llevo papeles y ropa. Llegó el
convoy a Juliaca, donde un hombre alto, muy alto de estatura, tomó el pasamanos
del balcón del tren y penetró en el coche.
- Señor -dijo aquel gigante-, soy Subprefecto de Lípez, tengo orden del
Gobierno de intimar a Ud. se dé por preso.
- Muy bien -repuso Daza-. Estoy a sus órdenes...
YA NO ERA EL MISMO.
No usaba la pera aquella, llamada un tiempo yankee.
Su bigote ralo y entrecano, acentuadas las facciones por un reposo de 14 años
de vida tranquila, sin los cuidados de hacer feliz a su pueblo. Delicado el
cutis, aprisionadas sus manos en irreprochables guantes de preville, era Daza
un gentleman, correctísimo. Vestía una americana de casimir azul oscuro, con
dibujos negros casi imperceptibles. Su sombrero era de alta copa y de falda
flexible.
El hombre había engordado un poco y, aunque los años no agobiaron todavía su
espalda, notabas que su apostura y esbeltez de otra época, sufrieron
detrimento.
Afable, cortés y político, Daza era una figura simpática, atrayente. Hablaba
francés, inglés e italiano, y era fecundo en recuerdos de Niza, Roma, París,
donde si bien había perdido el tiempo en frivolidades, no por ello dejó de
aprovechar en maneras y trato sociales, apropiándose ideas y reflexiones de
alguna importancia.
Su plan ostensible, para lo futuro, lo expresaba en estas palabras: Una vez
justificado de los cargos que se me hacen, si no puedo avecindarme en algún
paraje próximo a La Paz, como Sorata, por ejemplo, volveré a Europa a consumir
los años que me quedan.
El equipaje de Daza consistía: en una maleta de mano conteniendo ropa blanca y
prendas de vestir, otra más pequeña que la anterior con doce o quince juegos de
botones de pecho, prendedores, cadenas, etc., joyas de distintas clases que
eran de su uso personal; la otra maleta contenía preciosos artículos de
tocador, escobillas, peines, espejos, perfumes y un llavero.
En la bodega, Daza traía 2 maletas francesas grandes, especie de baúles mundos,
cuyo contenido sólo saben los que han intervenido en su registro e
inventariación.
Además era suyo un cajón de madera, reforzado con sunchos de hierro y
cuidadosamente embalado.
Durante el trayecto de Juliaca a Uyuni, no ocurrió ningún incidente digno de
mención; 1'500 metros antes de llegar a Uyuni, el tren disminuyó su velocidad y
se arrastraba con lentitud sobre los rieles.
Los encargados de la custodia de Daza, enviados desde Oruro, que esperaban en
Uyuni la llegada del convoy de Antofagasta, para cumplir su misión, tuvieron el
proyecto de desembarcar al General sin entrar en la estación.
En Uyuni, el 27 de febrero, desde tempranas horas se sentía mucha excitación en
el pueblo con la noticia de que el General Daza llegaba en el tren de esa
noche.
Esa misma mañana aparecieron carteles fijados en varios lugares, incitando al
pueblo para castigar al traidor de "Camarones". A las 7 de la noche
había gran grupo del pueblo en la calle Ferrocarril esperando la llegada del
tren y, cuando éste se puso a la vista del pueblo, se lanzó a la estación. Pero
la autoridad, en previsión de desórdenes, había puesto guardias en la puerta
para que impidieran la entrada; el tren se encontraba como a un kilómetro de
ésta, donde detuvo su marcha, con cuyo motivo toda la pueblada tomó en
dirección a él, porque se dijo que Daza bajaba allí; la pueblada llegó a
encontrar el tren a medio kilómetro antes de la entrada a la estación donde
lanzó piedras y balazos al coche de pasajeros y una parte fue al encuentro de
Daza que lo creían venir a pie. Desengañados de que Daza no había bajado del
tren, se lanzaron otra vez sobre la estación dando gritos de "Muera el
traidor de Camarones", "Queremos la cabeza de Daza", pero la
guarnición les volvió a impedir la entrada a la estación.
Diez soldados, bajo el mando de un oficial, guardaban a cada una de las puertas
de la estación. La puerta de entrada al tren, tenía también un piquete, al
mando del Capitán Mangudo.
Aprovechando la lentitud de la marcha del convoy y, sin duda, en obedecimiento
a órdenes superiores, Mangudo penetró al coche de pasajeros, después de ordenar
al maquinista forzar presión y acelerar el movimiento.
- ¡Canalla! -dijo Mangudo al abrir la puerta del coche y dirigiéndose a Daza-:
aquí dejarás tus huesos, al fin has caído en nuestras manos.
Daza no se dignó responder a esta soez imprecación.
MANGUDO NO PARECÍA ESTAR DEMASIADO EBRIO.
A unos quince metros antes de franquear la puerta de entrada, un grupo, como de
20 personas, profirió gritos de muerte y amenazas contra el preso y arrojó
piedras al coche, disparando tres tiros de revólver y rompiendo con bastones
los cristales de las ventanillas.
- ¡Esto es inaudito! -dijo Daza-. Yo vengo a mi país, que ya creí constituido y
gozando de garantía. Que se me veje, que se me fusile o insulte, si así les
place, pero no tienen derecho de hacer sufrir ninguna tropelía a mis compañeros
de viaje.
Una vez el tren en el recinto de la estación, penetró al coche el Intendente de
la Policía de Oruro.
- Buenas noches -dijo-, General ya sabe Ud. cuál es mi misión.
- Buenas noches, Teniente Coronel. Ya sé su comisión: me tiene Ud. a sus
órdenes.
- ¿Cuál es su equipaje? ¿Qué cosa tiene Ud.?
- He aquí: esto es lo mío -repuso Daza-. Guzmán tomó de la asa la maleta
necesaire y precedió al General para bajar a la plataforma.
Allí había agrupados hasta unos ochenta individuos, toda gente formal conocida,
única a la que fue permitido tener acceso a la estación, bajo garantía del jefe
de ella.
Los primeros grupos que rodearon a Daza, satisfecha su curiosidad, se
dispersaron.
Daza traía un paquete de manifiestos en la mano, y consiguió distribuir algunos
ejemplares a sus amigos.
Interrumpiendo el relato de "El Litoral", pasemos a ver el manifiesto
del General Hilarión Daza a sus conciudadanos, el mismo del que también hizo
circular algunas hojas en el puerto de Antofagasta: "Al regresar a mi
Patria, después de una peregrinación de más de 14 años, tengo la obligación de
dirigir la palabra a mis compatriotas, no para pedir mi absolución ni
excitarles a un fallo desfavorable, porque está el Supremo Tribunal de la
Nación con los autos en su despacho, a fin de condenarme, si he faltado, o
absolverme si los cargos que se me hacen son injustos, nacidos de prevenciones,
cuya causa no quiero calificar.
Los cargos hechos a mi vida pública pertenecen a la historia, y mis
procedimientos como General del Ejército en la Campaña del Pacífico, ya han
sido fallados por la justicia y la sensatez del Senado Nacional.
El actual Gobierno, inspirándose en los sentimientos de justicia, ha dado campo
ancho a la defensa de mi honra y, en pos de ella, vuelvo a mi Patria sin odio
para nadie, y esperando que el tiempo eche el polvo del olvido al pasado, en
que la desgracia y no el crimen me ha perseguido. Deferente a los llamados de
la ley, vuelvo desde el viejo continente a vindicarme de los cargos que se me
han hecho y yo me inclino reverente ante el Supremo Tribunal de Justicia,
seguro de la integridad y la ilustración de los prohombres que lo componen. No
rehuyo el juicio y, por el contrario, lo busco, pues siendo ese mi propósito me
encamino a la Capital de la República: Y si en ese mi largo ostracismo aún me
quedan amigos fieles, ruego a éstos conserven el orden bajo cuya égida se
desarrollan la justicia, el progreso y la libertad.
Aleccionado por dolorosa y larga experiencia, y amando a mi Patria con toda la
ternura de mi corazón, sólo espero que mis compatriotas suspendan todo juicio
respecto al asunto judicial a que se me llama ante la Respetabilísima Corte
Suprema, cuyo fallo espero y lo busco con veneración y respeto.
El que fue Presidente de la República Boliviana, calumniado de mil modos, se
presenta en la frontera de la Patria, no como conspirador ambicioso sino como
el Magistrado Nacional que quiere vindicarse de cargos que se le han formulado.
Siendo éstos los motivos que me llevan a Bolivia, insisto en suplicar a mis
conciudadanos, esperen, como espero yo, el fallo del Tribunal Supremo de
nuestra Patria querida. Han pasado los tiempos de pasiones y debemos inaugurar
las épocas de justicia, porque sin ella será imposible todo adelanto nacional.
Con este motivo, e inmediatamente de haber sido notificado en la ciudad de
Arequipa con Exhorto de la Corte Suprema de Justicia de Bolivia, dirigí al
señor Presidente de la República el siguiente telegrama, y otro al señor Goitia
para que trasmita al señor Presidente de la Corte Suprema.
En conclusión, y al pisar el patrio suelo, llevo el olvido y, confiando en el
porvenir de mi Patria, busco el amparo de la justicia, al cual todo boliviano
tiene derecho.
Antofagasta, febrero 25 de 1894.
(Fdo.) Hilarión Daza.
Retomado el hilo de la anterior narración sobre el crimen de Uyuni, se dice
que:
Pasados ciertos instantes, Daza penetró a la oficina del señor Turriaga.
Allí departió tranquilamente con 3 ó 4 personas de entre los curiosos, que le
hicieron compañía hasta horas 9:15 de la noche. Vengo a defenderme -dijo, entre
otras cosas-. Tenemos autoridades constituidas; yo me pongo al amparo de la
ley, y no temo al fallo de la justicia.
Habían calmado los gritos y algazara que desde por la tarde se oían en la
calle.
Se decidió que Daza no se quedara en la estación a pasar la noche y,
despidiéndose de todos, encabezó la marcha a su alojamiento.
Al salir de la estación, iba el pobre desgraciado en medio del Intendente señor
Ballivián y del Coronel Guzmán Achá. El primero iba a la izquierda del General
y el segundo a la derecha, enganchado del brazo, en prueba de íntima amistad.
Iban los tres delante, en el orden indicado, detrás de ellos, y cubriendo a
Daza, el Capitán Mangudo; a la derecha de éste, el oficial Ramos; a la
izquierda el oficial Valda. Detrás iba, como a doce pasos, una escolta de
soldados de veinticinco hombres. Antes de llegar a la vereda, por las
inmediaciones de la casa donde está la escuela, el señor Ballivián se había
separado so pretexto de unas llaves o de abrir una puerta. Al llegar a la
vereda, el Coronel Achá se cambió de lado, dando la vereda al General. En este
momento ordenó el Coronel, al Capitán Mangudo, pasara adelante para ver si
estaba despejada la vuelta de la esquina en donde no había un alma. Al llegar a
la esquina, el Coronel Achá, del brazo con el General, dijo: ¡Adelante mi
General!, deshaciéndose del brazo. Al decir esto, alguna cosa observaría el
General Daza, porque contestó: ¡Me traiciona Coronel!, y sobre la marcha se
sintieron las detonaciones, primero un tiro, después otro, y otro.
La escena fue muy rápida.
- ¡Cobardes! -exclamó el General- ¡Me han asesinado!... y cayó en tierra.
Ante todo, conviene tener presente que la calle estaba silenciosa, no se
advertía ni más ni menos animación que la de costumbre.
Una mujer se dirigía a su casa, por la acera fronteriza al lugar del asesinato.
Tres o cuatro curiosos vieron todo lo ocurrido de sobre la pared de calamina y
por entre las rendijas del cerco de la estación.
Un viejo extranjero, llamado D. Miguel, seguía a pocos pasos detrás del piquete
de la fuerza pública.
Un conductor de tren y un palanquero presenciaron casualmente la muerte de
Daza, desde una tienda situada a veinte pasos del lugar del siniestro.
¿Y qué había sido del pueblo?
Vamos a decirlo.
Se ha calumniado al pueblo atribuyéndole el crimen y he aquí lo que hacía el
pueblo soberano; no había en Uyuni más pueblo que 20 beodos, encabezados por
Alfredo Ross, muchacho díscolo y vago de profesión. Esos veinte beodos viendo
que Daza, una vez llegado el tren, no salía de la estación, se fueron en grupo
al "Hotel Gobillard" a beber cerveza.
Cuando Daza salió con sus guardianes, vino alguien al hotel y dijo: - Lo llevan
a Daza.
Corrieron los veinte beodos hacia la calle, mientras tanto la comitiva fúnebre
doblaba la esquina ya descrita; no habían avanzado los ebrios ni treinta metros
de la cuadra, cuando sonaron los disparos, y ellos, que al sentir las
detonaciones se creyeron atacados o descubiertos, emprendieron la fuga a la
desbandada, en dirección contraria a la que llevaba la víctima.
Daza recibió dos balazos, el uno le penetró en la parte posterior del hígado y
le salió bajo la tetilla derecha; esta bala al salir melló la tapa de oro de su
cartera y traspasó un retrato de su hija, en traje de primera comunión.
El otro balazo se internó en el omoplato y le salió en la clavícula. Asesinado
Daza, fue colocado bajo guardia, en la habitación que debía servirle de
alojamiento.
Los jefes no estaban en sus puestos. Un fotógrafo tomó algunas vistas.
El boticario de Uyuni, Quinteros, antes fogonero de Challapata, procedió, no se
sabe por orden de quién, a practicar la autopsia. Ya pueden imaginarse cómo se
haría la operación.
Quinteros se valió de un cuchillo de mesa, y como ni con ayuda de una piedra
podía romper los huesos, tuvo que prestarse un formón para abrir el pecho del
cadáver.
Y como quien destripa un pavo, sacó, sin método, por el gusto de hacerlo, pues
que él era incapaz de formar idea de su misión. Un prendedor de brillantes y un
reloj de oro de la víctima han desaparecido.
Un paquete de manuscritos del que Daza no quería desprenderse ni un momento y
que en el instante de su asesinato llevaba en la mano, también desapareció.
La maleta de joyas, rasgada a puñal, ha sido felizmente recobrada: eran estas
joyas las recibidas de la herencia de doña Balvina vda. de Richter, hermana de
doña Benita, esposa de Daza.
El 28, a horas cuatro de la tarde, fue inhumado Daza ante la estupefacción de
la población de Uyuni.
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