El Che en la lavandería del hospital Señor de Malta, en
Vallegrande; la foto fue tomada por un soldado.
Por: Erick Ortega, con apoyo documental del periodista
Carlos Soria Galvarro / Publicado en el periódico La Razón, el 17 de junio de
2013.
Allá por febrero de 1967, Hugo Choque Silva era un diestro
jugador de frontón que se lucía en las canchas barriales de la ciudad de La
Paz. Tenía 15 años y ganas de llevarse el mundo por delante. Pero el destino le
tenía preparada una jugada diferente porque meses después se convirtió en el
soldado más joven de la guerrilla de Ernesto Che Guevara, a la que ingresó con
el pseudónimo de Chingolo.
La historia fue dura con él. Se cuenta que cuando fue
capturado dio valiosa información al Ejército boliviano que pisaba los talones
a los guerrilleros en Ñancahuazú (Santa Cruz), quienes se instalaron en la zona
desde noviembre de 1966. También se supo que se quitó el uniforme guerrillero y
que se enfundó la vestimenta castrense. Lo que no se mencionó es que el muchacho
lloraba desconsoladamente cuando escuchaba surcar los aviones militares en el
cielo; que se unió al líder argentino-cubano sin saber nada de la lucha armada.
Las vivencias develadas por Chingolo se llenan de polvo en
una bodega del Archivo Histórico Militar de las Fuerzas Armadas, en el Estado
Mayor de la zona de Miraflores, en la ciudad de La Paz. El sitio es un búnker
impenetrable para investigadores civiles, para periodistas; los militares son
los únicos que tienen vía libre para escudriñar centenares de hojas de los
documentos originales de los “prisioneros de guerra” durante la travesía del
Che en el país. A pesar de que pasaron 46 años, es material clasificado, de
acceso restringido.
Informe La Razón revisó el trabajo documental de Simón
Orellana Chávez, militar retirado que estudió la carrera de Historia, llegó a
ser director del archivo castrense y hace un par de años escribió su tesis: La
campaña de Ñancahuazú, una reconstrucción a través de la Historia Oral. Otro
beneficiado con la información pertrechada en el Estado Mayor es el coronel
pasivo Diego Martínez Estévez, quien elaboró un par de libros con datos
inéditos de la guerrilla; el último aún no fue presentado oficialmente y su
público lector es selecto porque, según su versión, nadie más ha podido hojear
el legajo al que accedió.
Una fuente militar entregó fotografías inéditas de la época
que ilustran este reportaje y revela algunos detalles sobre esta lucha armada
que se libró en Bolivia en los años 60 del siglo pasado; su único requisito es
la reserva de su identidad. Paralelamente, tras dos meses de gestión, el
Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas rechazó a través de una respuesta
escrita, la solicitud de Informe La Razón para revisar los testimonios de
insurgentes bolivianos que acompañaron al Che.
El 14 de junio, Ernesto Guevara de la Serna habría cumplido
85 años. El 9 de octubre de 1967 murió en una escuelita de La Higuera, cerca de
Ñancahuazú. Su cadáver fue trasladado, posteriormente, a Vallegrande. Así nació
un mito mundial. A continuación se rescatan fragmentos de relatos de parte de
la milicia que estuvo a su lado en su travesía final y que cayó en manos de los
militares. Son narraciones que revelan a combatientes inexpertos, enlistados
por azares del destino y/o con mentiras, sus hazañas y sus sufrimientos.
Todo empezó en 1959. Aquel fue un año inolvidable para Fidel
Castro Ruz y un grupo de guerrilleros barbudos que llevaron la revolución
socialista a Cuba. El movimiento armado derrocó al dictador Fulgencio Batista y
entre los rebeldes estaba Ernesto Guevara, quien pretendió repetir la receta de
la guerra de guerrillas en otros confines del orbe. Viajó al Congo (África) y,
luego, a Bolivia, en noviembre de 1966.
En el país formó un tejido de apoyo político a su causa. Se
respaldó en el Partido Comunista de Bolivia que, después, fue acusado de dar la
espalda al proyecto. Contra viento y marea, el Che decidió sembrar la semilla
izquierdista para derrocar al presidente de entonces, el general René
Barrientos Ortuño, en el marco de un proceso revolucionario continental. De
esta forma, empezó la selección de combatientes que crearon el Ejército de
Liberación Nacional (ELN). Pero esta historia tuvo sus claroscuros.
Por ejemplo, según las declaraciones de Chingolo a sus
captores, él fue reclutado cuando jugaba en el frontón del cine Imperio, en la
calle Sebastián Segurola del barrio paceño de Gran Poder. Los expedientes son
contradictorios respecto a su edad porque algunos informan que era un
quinceañero y en otros se dice que tenía 16 años. Nadie dudaba de que no estuviera
en edad para empuñar un arma. Sin embargo, “(...) era un niño que lloraba
desconsoladamente cuando los aviones tiraban bombas”, escribió sobre él Antonio
Domínguez Flores en su testimonio de campaña.
En Ñancahuazú, el nombre de guerra de Domínguez fue León.
Cuando el Ejército lo atrapó fue obligado a narrar sus experiencias junto al
Che. El trinitario de origen campesino se sentó a escribir y escribir. Pasó
varios días recordando minuciosamente los detalles de su ingreso y su salida de
la aventura insurgente. Cuando acabó de reconstruir sus vivencias había
completado diez cuadernos, los cuales son un “botín de guerra” en el Estado
Mayor.
Sin quitar el carácter valioso de los textos, el periodista
Carlos Soria Galvarro —uno de los más importantes estudiosos de la guerrilla
del Che en Bolivia— explica que todas las declaraciones de los combatientes
prisioneros, incluida la de León, tienden a atenuar sus responsabilidades;
tratan de quedar bien para salvar la vida.
Los cuadernos de León fueron recopilados por el historiador
Simón Orellana y brindan detalles respecto a su alistamiento: “Llegó Freddy
Bejarano, el Ratón… a buscar un hombre para funcionario del Partido (Comunista
de Bolivia) para venir a La Paz a atender una hacienda… dándome mucha facilidad
para que yo pueda venir con mi familia… hablé con mi compañera, ella me aceptó
porque vivía en una pobreza desesperante... me daba mucha lástima (ver) a mi
pobre mujer y a mis hijos que sufríamos muchas miserias”. Por esto, León
decidió viajar a la sede del gobierno con la esperanza de internarse en
territorio yungueño y dejar atrás su faena de ladrillero en Trinidad.
Otras historias tienen un tenor similar. Serapio Aquino
Tudela, más conocido como Serapio, cambió el frío de Viacha por el verdor
cruceño en Ñancahuazú. Su tío Apolinar Aquino lo reclutó y él dejó su casa
alegando que quería buscar trabajo en Cochabamba. Tenía 16 años cuando se
incorporó a la guerrilla. Moreno, de ojos risueños y cejas espesas, realmente
creía que era posible cambiar el mundo. Tenía diez hermanos y anhelaba volver a
su hogar con el triunfo de la revolución bajo el brazo. Desde niño arrastró un
problema físico: su padre le daba golpizas hasta que un día le rompió un
tobillo, secuela que lo acompañó hasta el último día de su existencia.
Combatientes. En el campo de batalla, Serapio fue el peón de
una granja en Ñancahuazú, el cuartel general de los rebeldes; después formó
parte de la retaguardia que caminó por la senda oriental. Sin embargo, no todos
los combatientes creían en la posibilidad de cambiar el mundo. Según los
documentos militares clasificados, uno de los reclutados que fue atraído
solamente por las promesas fue Pastor Barrera Quintana, quien fue rebautizado
como Daniel.
En el folder de la Sección II: Declaraciones Informativas
Pastor Barrera, La Paz, 1967, del Archivo Histórico Militar, su testimonio
reveló: “Un amigo me lo presentó a José Guevara (Moisés), éste me orientó con
propagandas comunistas, me retiré de la mina de San José (Oruro), me habló de
muchas cosas, maravillas y decidí ir con él… Me dijo que si estaba de acuerdo
en ir a las guerrillas, ‘vas a ser un gran hombre, vas a estudiar en libros, de
ahí vamos a dar una beca a Cuba’, me decidí por emoción...”.
Antes de su incursión en Ñancahuazú, Daniel era un orureño
que se ganaba algunos pesos con distintos oficios y durante buen tiempo fue
albañil, según una declaración policial citada en los registros de Soria
Galvarro. En la zona de combate fue muy amigo de Vicente Rocabado Terrazas;
además los dos eran orureños. Rocabado contó que trabajaba en un taller
mecánico y que fue enrolado en el grupo insurgente con falsos compromisos.
Cuando desertó, explicó a los efectivos castrenses de qué
manera fue seleccionado: “… (Moisés) él me dijo que teníamos que ir a un frente
guerrillero para derrocar al gobierno… nos iban a dar plata y que iban a
remitir plata a nuestros familiares… yo no tenía trabajo. El objeto que me
animó a mí era el de llegar a la zona y convencerme de la existencia de
guerrillas para luego tomar contacto con el Prefecto…”.
Desertores. Otro guerrillero con menos convicciones
ideológicas, pero con muchos sueños personales, era José Castillo. Tenía un
objetivo fijo cuando se decidió por seguir al Che; aunque nadie le informó nada
sobre un levantamiento armado. En la declaración que le arrancaron sus captores
redactó: “El motivo (de mi incorporación) era conseguir una beca (de estudios)
en la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), como miembro de la
Juventud Comunista Boliviana (PCB)”. Así, con dos décadas de vida encima,
Castillo abandonó su oficio de carpintero, tapicero y ferroviario. Dejó atrás
su nombre real y fue llamado Paco.
En la aventura guerrillera participaron 27 bolivianos (ver
infografía en la página final del suplemento). La mayoría eran cuadros muy
apreciados por el Che, entre los más valiosos estaban los hermanos Roberto y
Guido Peredo Leigue (Coco e Inti, respectivamente). El primero murió en combate
y el segundo cayó en 1969, cuando comandó otro foco insurgente con el Ejército
de Liberación Nacional.
Y el Che tenía en la mira a algunos de sus soldados. El 13
de mayo de 1967, su diario guarda una referencia sobre Moisés y sus enlistados.
“Bueno; aunque el tiempo de contacto es poco, se mostró siempre entusiasta y
pasó con éxito la prueba. La falla es la mala selección del personal que
trajo”. Se refería a aquellos que retrasaban al grupo. Entre éstos se
encontraba Paco.
Él abandonó su sueño de alcanzar una beca en la Unión
Soviética y pidió su baja. Posteriormente, ante los militares, dijo: “(…)
Sufría horriblemente por el clima, la mala alimentación, el cansancio físico de
las góndolas que le (sic) ordenaban hacer transportando vituallas”. Años
después, en entrevista con Soria Galvarro, Paco remarcó que, a pesar de sus
deseos de abandonar a sus camaradas, permaneció empuñando su viejo máuser junto
a los guerrilleros y que hacía méritos para dejar la “resaca”, apelativo que
utilizó el Che para denominar a los cuatro guerrilleros que eran los “menos
calificados” para la lucha.
Los mosquitos y el calor no sólo conspiraron en contra de
Paco, quien estaba acostumbrado al frío del poblado orureño de Challapata. Por
ejemplo, León apuntó en uno de sus cuadernos: “(…) estábamos un poco
desesperados porque había de toda clase de marigüises (insectos grises o negros
que son del tamaño de la cabeza de un alfiler), mosquitas y abejitas muy
fastidiosas que no se podía estar un momento quieto, además estos bichos se
entran a la boca y a los ojos…”. Incluso el Comandante, el 9 de noviembre de
1966, trató el asunto: “Me saqué seis garrapatas del cuerpo”. Todo esto se
transformó en llagas que minaron la resistencia de los combatientes.
Atormentado por el clima y relegado por ser parte de la
“resaca”, Paco fue el único sobreviviente de la refriega militar contra la
columna encabezada por el cubano Juan Vitalio Acuña Núñez, alias Joaquín, el 31
de agosto de 1967, en el Vado del Yeso. Murieron ocho insurgentes, entre ellos
la única mujer de la revuelta, Tania, nombre de guerra de la argentina Tamara
Bunke; uno escapó y fue abatido a los pocos días: Restituto Cabrera; otro fue
capturado y ejecutado al instante: Freddy Maymura.
Otros aguantaron menos. Fueron los casos de Vicente Rocabado
y Pastor Barrera, quienes escaparon a las tres semanas de su incorporación. No
llegaron a disparar un tiro y dieron por terminada su aventura. Así, cuando la
cúpula guerrillera supo de su deserción, León los encontró y tenía la tarea de
eliminarlos. “Me dieron la misión de irlos a buscar y charlar con ellos o
hacerlos desaparecer entregándome una pistola o revólver calibre 38… salí a las
nueve de la mañana y llegué a Lagunillas a las dos de la madrugada… enseguida
fui al alojamiento, entré al dormitorio y los vi a los dos desertores durmiendo
enfocándoles con mi linterna… me toqué el revólver, pero no me animé de hacerlo
(disparar a los disidentes) sobre todo a matar a dos compañeros a sangre fría…
pronto me acordé que tenía hijos y ellos también… al amanecer, hablé con ellos…
me dijeron que no se iban acostumbrar a esa vida de sufrimientos…”.
León también fue testigo de una charla entre Coco Peredo y
los desertores. “Coco charló con ellos, también trató de sacarlos afuera de la
ciudad, pero no logró hacerlo. Al mismo tiempo, Coco cometió un error, con los
desertores, les dio dinero para que rápido se hubiesen desaparecido”. Es que en
cuanto Coco les dio la espalda, los dos excombatientes acudieron a la Dirección
de Investigación Criminal y al Comando de la Cuarta División para sentar la
denuncia sobre la presencia de extranjeros armados en la región cruceña.
Cotorras. Fue entonces que Eusebio Tapia decidió abandonar
la causa. Él era parte de la columna del cubano Joaquín. Cuando fue atrapado no
se calló ante los militares: “Ramón es jefe principal, al cual todos respetan y
tienen miedo...”, Ramón era el sobrenombre del líder de la expedición armada:
Ernesto Che Guevara.
Era un escenario difícil, Paco le confesó a Soria Galvarro
que Chingolo se abrazaba a él cada vez que escuchaba las explosiones de las
bombas lanzadas por los aviones. Mientras que el cronista Orellana, en base a
los documentos que leyó, señala que Chingolo no aguantó más y trasladó a los
uniformados hacia la cueva donde la guerrilla tenía documentos y las medicinas
para el Che, sobre todo para su asma. Aquello resultó vital para que sus
captores tengan datos sobre el enemigo.
Cuando el Che observó por primera vez a León tuvo una buena
impresión de aquel joven. El 16 de junio de 1967 escribió su evaluación luego
de tres meses de observar a su soldado. “Bueno. Es trabajador y disciplinado y
parece decidido para el combate, aunque no ha sido probado a fondo”. En las
condiciones más complejas, el muchacho causó una mejor impresión en el Che, a
tal punto que éste subrayó en su diario: “A su espíritu trabajador une decisión
para el combate, es uno de los mejores proyectos como combatiente”.
Diez días después de su segunda valoración a León, el 16 de
septiembre, el argentino-cubano se lamentó la desaparición de su camarada tras
el asalto del Ejército a La Higuera, sin dejar rastros. Sus compañeros lo
vieron escapar y él pensó que había hecho lo posible por salvar su vida ante el
ataque. Sin embargo, León fue uno más de los que traicionó a su Comandante. Una
vez que se alejó de la columna insurgente se entregó a un grupo de trabajadores
del Servicio Nacional de Caminos; luego fue enviado a las autoridades
militares. Según Soria Galvarro, el Che afirmó que León “habló como una
cotorra”. Fue servil a los militares porque testificó en un juicio contra el
francés Regis Debray (Danton) y el argentino Ciro Bustos (Pelao), afines al
movimiento revolucionario.
Los uniformados le prometieron liberarlo después de
colaborar con ellos; no obstante, León permaneció preso durante tres años:
recuperó su libertad en 1970, durante el gobierno del presidente izquierdista
Juan José Torres. Posteriormente, la huella de este combatiente desapareció,
aunque se presume que volvió a Trinidad para reunirse con su familia; murió en
el olvido. Pero dejó un documento valioso para los historiadores, sus diez
cuadernos resguardados en el Estado Mayor, que escribió de forma voluntaria.
Así como el Comandante se equivocó con las primeras
apreciaciones sobre León, también lo hizo con Orlando Jiménez Bazán, el Camba.
En marzo de 1967, después de cinco meses de trabajo, escribió lo siguiente
sobre él: “Regular; débil físicamente y sin que se le note hasta ahora un buen
espíritu. Quedó en el campamento convaleciente de un paludismo que puede haber
influido en su carácter”. Más tarde, el Che fue más duro con sus críticas y en
septiembre, redactó en su diario: “Vegeta esperando su libertad”.
Para rematar, a fines de aquel mes, criticó: “En la sorpresa
de La Higuera (el Camba) desaparece, dejando su mochila en el camino. Se
confirma su captura y creo que habló como un loro”. De apariencia endeble,
delgado, pero con huesos prominentes, el Camba fue atrapado por el Ejército en
La Higuera y, luego, fue presentado ante sus enemigos para que éstos supieran
que su rival era bastante frágil.
De acuerdo con las pesquisas de Soria Galvarro, el Camba fue
golpeado y torturado; pero, en el mismo juicio donde compareció Chingolo, no
declaró en contra de Bustos y Debray. “Al contrario, sostuvo que ellos (los
acusados) no cumplieron misiones militares en la guerrilla y menos participaron
en emboscadas”, resalta el periodista. En su diario, el 6 de octubre de 1967,
el Che contó que fue “menos bellaco”. El Camba estuvo detenido hasta 1970;
emigró del país y falleció en Suecia, en 1994.
Héroes. La vida y la muerte de Serapio tienen una alta dosis
de ironía. Desde su niñez, el viacheño arrastró un problema en un tobillo. Por
ello, en cierto momento, sus compañeros de lucha lo vieron como una carga.
Según el relato del camarada León, Roberto Coco Peredo dijo de él: “(No puede
ser) que este muchacho no sepa nada...”, refiriéndose a las tareas de Serapio
en la finca donde se pertrechó una parte de los combatientes, en Ñancahuazú.
Pero cuando Serapio se paró frente a un agente policial y le
reclamó por el abuso de los patrones hacia los trabajadores de la zona, su
imagen fue cambiando ante los ojos de sus colegas. Eso sí, las largas
caminatas, el esfuerzo en un clima hostil y la inminente lucha con los soldados
acabaron mermando al joven, quien quedó rezagado en las marchas y pasó a
enrolar la “resaca”.
El 9 de julio de 1967, cerca del cañón del río Iquira,
Serapio caminaba junto a los de su escuadra. Una columna de reclutas del
Ejército logró detectarlo. Éstos le hicieron señas para que permaneciera
callado y así atrapar al resto de sus camaradas. El muchacho que se incorporó a
la guerrilla soñando con un triunfo de la revolución para mejorar la condición
económica de los suyos, sacrificó su existencia por la de sus compañeros. Gritó
y una ráfaga de balas lo mató. Pero él no murió; quedó inmortalizado como el
hombre que dio su vida por los demás… esta última frase es, precisamente, una
de las máximas del mítico Che Guevara.
La humillación del cadáver de Tamara Bunke, alias ‘Tania’
R ubia. Simpática. Traicionera con el enemigo y fiel con sus
camaradas e ideales. La vida de la guerrillera Tania, alias de la argentina
Haydée Tamara Bunke Bíder, tiene innumerables facetas de heroísmo que la han
convertido en una leyenda. Informe La Razón obtuvo datos que dan más luces
sobre la personalidad de este personaje nacido el 19 de noviembre de 1937 y
abatido el 31 de agosto de 1967, durante el ataque militar en el Vado del Yeso,
en la región de Ñancahuazú.
Se supo que envió una carta a su amado Ulises y que él nunca
llegó a leerla porque aquella correspondencia fue capturada por el Ejército
boliviano. También una fuente militar —que pidió reserva en su identidad—
afirma que el cuerpo de Tania fue maltratado tras su muerte. Todo esto es parte
del mito que rodea a la única mujer que acompañó a Ernesto Che Guevara en su
última travesía. En vida, ella era dueña de una sonrisa blanca, tenía ojos
grandes, unos labios delgados y una nariz recta y fina. El cabello ondulado le
caía debajo de los hombros y cuando caminaba por las calles se amarraba una
cinta; en la selva o vestida con el uniforme militar siempre se ponía una boina
oscura, ladeada.
Sentimental. Trabajó como espía y obtuvo información de
importantes autoridades nacionales, según sus biógrafos. Por ejemplo, los
militares hallaron fotos de ella junto al presidente René Barrientos Ortuño.
Estuvo a cargo de la organización de la guerrilla y no era parte directa de
ésta; pero cuando fue a encontrarse con el Che y sus hombres en Ñancahuazú, no pudo
volver sobre sus pasos y no le quedó más remedio que formar parte de la columna
guerrillera de Joaquín, el cubano Juan Vitalio Núñez.
El último día de diciembre de 1966, el Che escribió en su
diario de campaña que Tania fue a la región para recibir instrucciones. Los
militares descubrieron su jeep y bloquearon su salida, y la dejaron en la
selva. La única vía de escape que podía vislumbrar era empuñando un arma. Era
valiente y el combate puso a prueba su talante.
Tras una discusión con el Comandante, ella lloró. El
argentino-cubano cuestionó que no era capaz de entender sus órdenes, al menos
es lo que citó el argentino Ciro Bustos, quien era parte del grupo rebelde y
escribió un manuscrito que ahora está en manos del Ejército.
“Ramón (pseudónimo del Che) parecía dispuesto a descargar su
bronca y tomó de blanco a Tania que salió a lloros (ella no debió ir a la zona;
su indisciplina dejó sin contactos externos a la guerrilla)”, redactó Bustos,
citado por el coronel retirado Simón Orellana. Este documento inédito no es el
único que se refiere el carácter de la heroína. Su novio Ulises Estrada, en su
libro Tania la Guerrillera, narra cómo ella “estalló en un arranque de llanto y
disgusto” luego de que su pareja incurrió en una compra evitable. Le dijo, en
tono de reproche, que “con el dinero de la compra de esa ropa ambos podían
comer varios días”.
El autor se convirtió en uno de sus biógrafos; su verdadero
nombre es Dámaso Lescaille, combatiente cubano. En su texto relata que cuando
se despidieron para seguir por diferentes senderos revolucionarios, él le habló
con dureza y cariño. Tania se puso a llorar, se recostó en su hombro y le
susurró: “Por eso es que yo no quería que me despidieras, pues sabía que me
ibas a hacer llorar”. Y en medio de sollozos, le arengó: “Patria o muerte”.
Ulises se incorporó a la causa cubana cuando era joven. Fue
parte del Movimiento 26 de Julio que arremetió contra el dictador cubano
Fulgencio Batista hasta 1959. Desde entonces tuvo una amistad a prueba de fuego
con Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, además de otros revolucionarios. Él era
instructor de Tania. Y se presume que ambos siguieron ligados sentimentalmente
a pesar de la distancia.
El coronel boliviano retirado Diego Martínez Estévez afirma
que Tania escribió una última misiva a Ulises; pero el destinatario no logró
leerla porque los militares la interceptaron y la retuvieron. Recién por 1986,
Martínez logró leerla y actualmente guarda una fotocopia de ésta. El periodista
Carlos Soria Galvarro y el cineasta argentino Norberto Forgione avalan la
autenticidad del documento y que se mantuvo en el anonimato durante décadas,
hasta que Martínez decidió publicarla en su libro (leer la carta en el apoyo).
En la plaza Colón de la ciudad de Cochabamba, Martínez se
entrevistó con Informe La Razón y mostró copias del mentado correo. Relata que
el original se encuentra preservado en el Archivo Histórico Militar del Estado
Mayor de La Paz. “Está junto a varios documentos que nunca serán revelados. De
la historia del Che, de los diarios y de las cartas no se conoce ni el 20%”. En
la misiva revelada, Tania se refiere a sí misma como una Penélope que aguarda a
su Ulises. Hace la relación con la epopeya griega de Odiseo, en la que la
protagonista pasa la mayor parte de su vida esperando a que regrese su amado.
Faltaban 40 minutos para que llegue las seis de la tarde del
último día de agosto de 1967 y la guerrillera se alistaba para cruzar el Río
Grande con la escuadra de Joaquín. Ante los ojos de los militares se descubrió
su imagen esbelta en medio del agua. Llevaba una cámara colgada y no pudo
empuñar su arma cuando fue atacada. Su cadáver apareció luego de tres días de
búsqueda. La fotografía de éste muestra a una persona con el cabello corto,
casi al ras, el estómago hinchado y la ropa hecha trizas.
Inmortal. La fuente confidencial de Informe La Razón postula
que el cuerpo sin vida de Tania fue humillado. Quienes lo hallaron habrían
cercenado sus senos y le cortaron el cabello. Los efectivos castrenses
—presuntamente Rangers— juraron no hablar nunca de lo ocurrido. ¿Por qué
hicieron esto? Según la persona contactada, los soldados dieron rienda suelta a
su rabia porque no podían concebir el haberse enfrentado con alguien del sexo
femenino que los había puesto en aprietos.
El historiador cochabambino Gustavo Rodríguez Ostria, uno de
los más importantes biógrafos de este personaje, señala que aquello puede ser
cierto o no; pero que no aporta ningún elemento para esbozar el carácter de la
guerrillera. “Eso sí, (los militares) estaban cansados y patearon el cadáver,
pero no investigué nada más”.
Lo que pasó con los restos de Tania es un secreto oculto
entre un puñado de hombres. Sí, hay certeza de que el mandatario René
Barrientos ordenó que la entierren con honores. Y, el sitio donde estuvo su
cuerpo, en el municipio cruceño de Vallegrande, es constantemente visitado. Es,
en una palabra, inmortal.
Una Penélope triste
Mi querido Ulises:
Más pronto de lo que creía, he sabido de ti. Eso me ha hecho
muy feliz y claro que no puedo decir “lo he visto y me ha ……………” , pero de
todas maneras en compensación con Penélope tengo infinidad de ventajas como es
que de vez en vez te palpo casi o por lo menos te respiro (con un poco de
imaginación) y la otra es que aunque pasen muchos años nunca seras un
desconocido para mi, ya nos adelantamos al tiempo.
Con todo esto, te quiero demostrar, si no lo has adivinado
ya que estoy estudiando ¡al fin!, y por supuesto como en general me gusta la
carrera venzo los obstáculos…. ….y toda mi fortaleza se desmorona….porque a mi
ejercito….no lo resisto, yo creo que mi “Ulises” con toda…
Pero por lo menos…
Seguire estudiando……. a que llaman a mi…….. aunque ya me esta……
un poco largo
….porque a mi inclusive ma ha llamado la atención esa
persistencia y a la vez me gusta que no lo haya olvidado
….descansar en la mesa de noche porque no quiero ser una
Penélope triste
…si – ya se – pero no es verdad eso que estas pensando, esta
vez no lo voy a dejar, es mi prueba y mi espera.
Los……. nuestros estan muy bien, la mayor tan ….como siempre,
y el más pequeño tan “hablador” como idem. Si yo progreso en Historia como el
en “lenguaje”
¿Tu crees que se puede vivir mucho tiempo si te falta parte
de ti mismo?
Bueno, ya se, espero. ¿Me prometes escribir en cuanto tengas
una oportunidad?
Saluda a los amigos de mi parte
Con todo esto te quiero demostrar, sino lo has adivinado ya,
que estoy estudiando ¡al fin! y por supuesto como en general me gusta la
Carrera, venzo los obstáculos en………………… Lo hago yo.
Cuídame siempre como a….
Tu mujer.
Los ríos, escenarios de guerra. El periodista Carlos Soria
Galvarro señala que el terreno en el que se de- sarrolló la guerrilla estaba
surcado de ríos. En Puerto Mauricio se dio de baja a la mayoría de los rebeldes
de la columna del camarada cubano Joaquín. A la par, a diario, los militares
del Ejército mojaban sus botas en riachuelos.
El cadáver de Coco Peredo, quien murió en la emboscada de El
Batán.
Una de las varias caminatas de militares en la zona; andaban
hasta 30 kilómetros
Diferentes edades en la lucha. Una de las imágenes “robadas”
a los guerrilleros, a quienes les gustaba retratarse. Ni Loyola Guzmán
(exguerrillera) ni Carlos Soria Galvarro (periodista) pudieron identificar a
los dos insurgentes. Se supone que el barbudo es un combatiente cubano y el de
su lado, uno de los guerrilleros más jóvenes que llegó a territorio boliviano
para luchar junto al Che.
Selich y su brindis victorioso. Según la fuente que pasó las
fotos a Informe La Razón, la de arriba se tomó tras de la muerte del Che, el 9
de octubre de 1967. En este brindis victorioso se encuentra el entonces
teniente coronel Andrés Selich (centro). Tuvo un rol importante respecto a las pertenencias
del guerrillero porque con él se fueron rollos de películas y otros objetos.
Fue asesinado por la dictadura de Hugo Banzer, después de ser torturado.
El cuerpo sin vida de la heroína. Tania la combatiente
argentina, en vida, instantánea que habría estado en poder del Che.
El ‘Camba’ junto a sus captores. Orlando Jiménez Bazán
(centro) fue bautizado con el alias de Camba. Como guerrillero, no gozó de la
confianza de Ernesto Che Guevara. Tras su apresamiento brindó algunos datos de
la guerrilla y sus captores se tomaron fotografías junto a él.
El cuerpo sin vida de la heroína. El cadáver de Tania. La
persona que entregó las imágenes a Informe La Razón afirma que los militares
que lo encontraron, después de tres días de búsqueda, le cercenaron los senos y
le cortaron el cabello.
Armas dañadas en el agua. Los soldados del Ejército
boliviano caminaban horas por las quebradas y por los ríos de Ñancahuazú.
Cargaban armamento que pesaba hasta 20 kilos, en especial morteros. La fuente
que proporcionó el material fotográfico asegura que las armas se estropeaban
cuando eran sumergidas en el agua.
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