Vista de la mina La Salvadora (Fundación Simón I. Patiño)
Los dos socios estaban frente a una quiebra. Al cabo de tres años de angustias
y sacrificios la sociedad "Patiño - Oporto" no tenía más crédito y
estaba acosada por deudas y pleitos.
La montaña había sido avara en su rendimiento. En cambio se tragó todos los
ahorros que Simón I. Patiño había acumulado pacientemente en más de 15 años de
humilde empleo en la firma comercial de don Cincinato Virreira, en la empresa
minera Huanchaca y en la casa "Germán Fricke y Compañía".
El inventario de las existencias en el rancho que servía de pulpería de
"La Salvadora" no podía ser más pobre: "Una caja de conservas de
salmón, un saco de harina de trigo, un cajón de té, tres libras de velas, dos
paquetes de fósforos, cuatro libras de fideos, tres paquetes de cigarrillos,
tres paquetes de dinamita, un quintal de pólvora, dos paquetes de guías, dos
quintales de carbón, un tambor de coca, cuatro martillos, algo de tela de
alambre, dos carretillas, cuatro lampas, diez capachos ... y dos mulas en el
corral".
—"¿Qué podemos hacer, compañero?" —preguntó Sergio Oporto lleno de
desaliento.
—"Es que no hemos trabajado bien" — repuso Patiño. "No hemos
llevado las cuentas con buen orden. Nunca hemos sabido si estábamos teniendo
utilidades o no. Esa no es la manera de trabajar: Yo quería que hagamos una
verdadera empresa, pero usted se encaprichó en manejar las cosas
rudimentariamente, explotando sólo para comer, de la mano a la boca, día a día,
sin planear para el porvenir".
—"Yo creo que la culpa es más bien de usted, que me empujó a contratar más
barreteros y hacer otros gastos innecesarios como las mulas y las carretillas,
soñando con grandes cosas".
—"Quien no arriesga no gana. Yo quise correr riesgos pero viendo por dónde
íbamos. No trabajando a oscuras, sin contabilidad y sin plan. Yo no puse mis
ahorros para eso. Si invertí mi capital era para que creciera, no para que
desapareciera en el socavón de un cerro. Los mineros que trabajan como usted
acaban por ser vencidos por las dificultades. Hay tantos ejemplos. En cambio yo
he visto en Huanchaca cómo se trabaja con buena técnica, con inversiones, con
riesgo y ambición, pero calculando las posibilidades de cada esfuerzo. Es lo
que hacen aquí en San José y en el socavón de la Virgen, como también Sainz,
Minchin y los Bertin, en Llallagua. Por eso se están haciendo ricos. Todavía me
acuerdo lo que don Aniceto Arce tenía en su empresa de Huanchaca cuando yo
estuve allí: 12 baterías de molienda, 18 hornos de calcinación, 10 hornos para
quemar piñas de plata, un motor inglés Coorpound, 4 calderos Root, una sección
de amalgamación, una maestranza, 62 carretas, cientos de mulas, caballos y
burros... ¡y hasta un ferrocarril!".
—"Yo prefiero mi sistema, yendo poco a poco, sin correr tantos peligros ni
hacerme tantas ilusiones".
Patiño hizo el planteamiento que había convenido con su esposa la noche
anterior:
—"Si usted quiere, le compro su parte y yo sigo solo a mi
manera".
— ¿"Y las deudas"? —inquirió Oporto, nerviosamente.
—"Si yo me quedo como único dueño de "La Salvadora" también me
haré cargo de todas las deudas" — contestó Patiño, firmemente.
Oporto no esperaba esta proposición providencial. Aceptó sin titubear. Si él,
que tenía experiencia en minería y había estado sobre el trabajo, no había
podido hacer más, Patiño, hombre de ciudad y de escritorio, no sabía a lo que
se metía. ¡Que se friegue si ese es su deseo!
La escritura de disolución de la sociedad, fechada el 16 de agosto de 1897,
decía así: "De común acuerdo y amigablemente hemos convenido ambos socios
en proceder a la disolución de nuestra sociedad. El señor Oporto declara que hace
transferencia real y definitiva de todos sus derechos y acciones sobre la mina
"La Salvadora" a favor del señor Simón I. Patiño, a quien reconoce
desde hoy como único y legítimo dueño. A su vez el señor Patiño declara que el
señor Oporto queda libre de toda responsabilidad sobre los negocios de la
propiedad. Ambos socios renuncian a cualesquier reclamos
ulteriores".
Patiño dejó su empleo en la casa Fricke. Había dicho tiempo atrás a su socio:
"La vista del amo engorda al caballo". Le tocaba ahora a él poner en
práctica tal consejo. Era y sería por el resto de su vida una característica en
él inspirar sus actos en refranes populares. Su educación en Cochabamba había
sido rudimentaria y tuvo que dejar las aulas antes de terminar la secundaria
para ganarse el pan de cada día, siendo todavía un adolescente. Su instinto le
enseñó que la mejor forma de suplir su falta de instrucción era buscar como
guía la sabiduría que la humanidad había adquirido a través de siglos de
experiencia y que estaba consagrada en los dichos del pueblo. Así, también,
cortó su vinculación con Oporto, porque esa sabiduría le aseguraba que
"más valía ir solo que mal acompañado".
Convenció a Arturo Fricke de que la única manera de cobrar lo que le adeudaba
"La Salvadora" era darle nuevos medios para seguir trabajando la
mina. Necesitaba más avíos y dinero. La firma conocía su seriedad y honradez.
El dirigiría las labores en forma más racional que Oporto, con un criterio más
empresarial; y estaba seguro de los buenos resultados. Todos sus esfuerzos se
encaminarían a una producción constante de barrilla de estaño de buena ley,
cuyo valor destinaría primeramente a cancelar los adelantos de dinero y
mercaderías.
El entusiasmo y la convicción de Patiño acabaron por ganar el apoyo de Fricke.
Patiño se instaló en la rústica habitación construida como depósito de
herramientas, dinamita, pólvora y víveres, ubicada dentro del perímetro de su
concesión, en una ondulación del terreno que unía las cumbres Juan del Valle y
Espíritu Santo, a corta distancia del socavón de su mina.
Fuente: Llallagua: historia de una montaña de Roberto Querejazu Calvo.
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