Pacaguaras y caucheros
Por Martha Paz (http://www.pieb.com.bo/sipieb_nota.php?idn=9467)
Llamado también ‘el árbol que llora’, ‘el emperador’, ‘el rey máximo’, ‘oro
negro’ o lágrimas de la selva’, el árbol de la goma o Heveas brasiliensis,
endémico de la Amazonia, ha sido aprovechado incluso desde antes de que
llegaran los españoles a América. Se sabe que los indígenas de la región, desde
remotos tiempos precolombinos, se alumbraban con teas que preparaban haciendo
estopas con fibras vegetales que prendían luego de impregnarlas con el látex o
savia de los árboles de caucho. Otros practicaban algunos adminículos
utilitarios, como zapatos y vasijas dúctiles e irrompibles, e impermeabilizaban
las canoas con las que navegaban por los ríos, así como los cueros, pieles y
cortezas de ciertos árboles que usaban para cubrir algunas partes de su
humanidad. Se sabe también que muchos amerindios, como es el caso de los de
Chiquitos y los de Moxos, elaboraban con el caucho pelotas de goma de gran
rebote con los que practicaban juegos peculiares, uno de sus mayores y más
gratos pasatiempos.
Al producirse el descubrimiento de América, esos objetos causaron tal impresión
en los reinos portugués y español que, en principio, los portugueses pensaron,
por ejemplo, que las telas impermeabilizadas que el cronista don Gonzalo
Fernández de Oviedo y Valdés les llevó en 1536, eran fruto de hechicerías. Los
españoles, en cambio, fueron más prácticos y pronto usaron pedazos de siringa
para borrar del papel escritos a lápiz. Los lusitanos no se quedaron atrás en
1776 cuando enviaron a Belén do Pará, desde Lisboa, un importante lote de
mochilas con el propósito de que sean impermeabilizadas con la sustancia.
La industrialización del caucho, que había empezado a fines del siglo XVIII,
recibió un buen espaldarazo en 1839, cuando Charles Goodyear descubrió por casualidad
la vulcanización y, en 1845, cuando Alexander Parque, perfeccionó el proceso
practicándolo en frío. Así, los zapatos de goma, las ligas de mujer, los
preservativos, los cojines y camas inflables, los toldos, los lápices con
borrador, los cables pero, muy especialmente, las llantas neumáticas para
bicicletas y automóviles, que patentara Jhon Dunlop, provocaron tal fiebre de
oro en el mundo que, dice Horacio de Linden, así como se habla de la Edad de
Hierro y del Bronce, también se puede hablar de la Edad del Caucho.
Obviamente, eso generó que la economía en los países de la Hoya Amazónica,
entre ellos Bolivia, se revitalizara después del declive de la economía de la
quina, que tuvo su auge no más de 30 años y que, desde 1879, perdió importancia
porque los ingleses robaron semillas del Perú, plantaron quina al sur de la
India y originaron la producción barata de quinina al sudeste de Asia. La
quinina era muy cotizada para controlar las fiebres altas que causaba la
malaria o paludismo.
Aportes nuevos para la historia
Tradicionalmente, la historia boliviana habla de un único periodo de auge de la
goma: entre 1880 y 1920. Oscar Tonelli Justiniano, en su libro El caucho
ignorado, aporta interesantes novedades históricas, como que no fue uno solo el
boom de la goma en el Oriente Boliviano, sino tres: el primero, en el periodo
de transición de siglo ya mencionado; el segundo, durante la Segunda Guerra
Mundial; y, el tercero, a partir de 1950 y hasta la década de los 80. Es que el
árbol de la goma "fue un irresistible imán, un apetitoso y chorreante
panal, que se mostró y cautivó a una ingente cantidad de aventureros, que
buscaron saciar su apetito por las riquezas naturales que se ponían a su
alcance", dice este investigador que, en 2009, recibió el Premio Nacional
Serrano de Investigación en Historia.
Tonelli, fallecido hace algunos meses, aclara además que esos periodos de auge
se dieron no sólo en los bosques amazónicos del Beni, La Paz y el Territorio
Nacional de Colonias (hoy Pando), sino también en los bosques amazónicos de
Santa Cruz, con sus provincias Velasco, Ñuflo de Chaves y Guarayos. Si en el
Beni el árbol del caucho se descubrió, según otros historiadores, a mediados
del siglo XIX, en Santa Cruz, de acuerdo a Tonelli, fue descubierto en 1892. Esta
última fecha constituye un aporte más a la historia. La expedición por el Río
Verde que hizo posible ese descubrimiento estuvo conformada por Emilio Peña,
Wenceslao Áñez y Arístides Romero. Posterior a ellos, otros aventureros
recorrieron, igualmente con suerte, las zonas aledañas a los ríos Paraguá,
Iténez, Tarvo, San Martín, Uruguaito o Río Negro, San Miguel y demás ríos y
afluentes de la zona.
Fueron precisamente esos pioneros, específicamente Peña, Áñez y Romero, quienes
pusieron al descubierto el grave error cometido en 1877 por los exploradores de
la Comisión Mixta Boliviano-Brasileña Demarcadora de Límites, que colocaron el
hito fronterizo en el Río Tarvo en lugar de hacerlo en el río Verde, más
cercano al Brasil. Con esta alerta de la expedición de 1892, más dos
expediciones posteriores a cargo de extranjeros -J. M. Vaudry, en 1906, y Percy
Harrison Fawcett, en 1908-, además de muchos trámites internacionales, Bolivia
recuperó el territorio comprendido entre los ríos Tarvo y Verde a través del Tratado
de Roboré de 1958. "Este fue todo un proceso cuya historia es poco
conocida y, diría, dejada de lado por los historiadores nacionales…",
señala Tonelli y dedica al asunto muchas páginas.
El primer auge de la goma
Es el que más se conoce, del que se ha escrito mucho, del que inclusive se ha
realizado una titánica teleserie local de 40 capítulos. Comprende el periodo
1880-1920, poco más o menos. Es la época de los pioneros que, como dice
Tonelli, debieron de ser “hombres rudos, valientes arrojados y, sobre todo,
dispuestos a realizar grandes emprendimientos y afrontar peligros”. Es cuando,
de forma aparejada, se practicó el reenganche, el tráfico de carne humana, el
sistema de la deuda eterna, el empatronamiento, la ley de la guasca, el chicote
y el barrote. Los siringueros, además, debieron enfrentar enfermedades como la
malaria o paludismo, la fiebre amarilla, la espundia, la viruela, así como los
ataques de fieras predadoras, serpientes, cocodrilos, pirañas, vampiros, arañas
y escorpiones.
Santa Cruz de la Sierra y sus pueblos aledaños experimentaron un fuerte
despoblamiento en esos años porque soportaron un drenaje migratorio al Beni
que, según cálculos, alcanzó a las 80.000 personas, principalmente hombres (por
eso, en 1913, en la ciudad había una relación de un hombre por cada siete
mujeres). Pero esto no fue en vano. La economía de la goma en el Beni, que
permitió la conformación de grandes fortunas en manos de los llamados ‘barones
de la goma’ entre los que destacan Nicolás Suárez y Antonio Vaca Díez, aportó
grandemente al erario nacional. Tonelli afirma que la historia económica
nacional prácticamente ha ignorado que, en el periodo 1895-1914, los ingresos
al erario nacional por concepto de la economía del caucho fueron bastante
superiores o por lo menos iguales al del estaño y, por varios años, mayores que
los generados por la plata y el estaño juntos. Mostrando cuadros estadísticos
de las tasas por derecho de arrendamiento de estradas y más números sobre los
gravámenes aduaneros de exportación, el investigador indica que tal
contribución llegó a significar en algunos momentos más del 20 por ciento del
presupuesto anual de Bolivia.
Las casas comerciales que funcionaban en la región, de capitales ingleses y
alemanes, permitieron, a su vez, que se sintiera la bonanza en la cotidianidad
de la capital cruceña ya que, al exportar las bolachas de goma, importaban
muebles y enseres de lujo que le dieron a la Santa Cruz de la Sierra de la
época otro estilo de vida.
Tanta riqueza tenía que traer consigo un conflicto bélico. Fue con el Brasil,
la llamada Guerra del Acre, entre 1899 y 1903, por la que Bolivia perdió
191.000 kilómetros cuadrados, que se sumaron a los 164.000 que Bolivia asimismo
le había cedido a ese país en 1877 a través de un extraño acuerdo entre
presidentes. Al respecto de la Guerra del Acre, Tonelli detalla los graves
errores diplomáticos que cometió el gobierno boliviano y destaca la labor que
cumplió la Columna Porvenir, financiada por Nicolás Suárez, para evitar que
también se perdiera a fines de siglo y a favor de Brasil lo que hoy es el
territorio de Pando.
Pero si declinó el primer auge de la goma antes de la Primera Guerra Mundial
fue, otra vez, debido al robo de semillas en Brasil por parte de los ingleses y
las plantaciones masivas de árboles Heveas brasiliensis en varias regiones
asiáticas y africanas, y también porque se empezó a producir caucho sintético
en los países del primer mundo. Ambos factores provocaron la drástica caída de
los precios que se pagaban en el mercado internacional. Bolivia no se pudo
recuperar ni siquiera reemplazando las bolachas de goma por las láminas de goma
que permitían reducir costos y mejorar la producción.
Como es de imaginar y como Tonelli lo sistematiza primicialmente en su libro,
la crisis fue tan fuerte (si en 1906, el 99 por ciento de la producción mundial
de caucho silvestre era amazónico, es decir, proveniente de Bolivia, Brasil y
Perú, antes de la Primera Guerra Mundial el porcentaje cae al 3 por ciento; si
la libra de goma elástica costaba 3 dólares u 8 chelines en 1910, en 1916
cuesta 55 centavos de dólar o 2 chelines) y rápida que los empresarios
bolivianos se rindieron, algunos tomando trágicas decisiones, como don Carlos
Romerscheil Amelunge que tenía una casa comercial, bancaria y exportadora.
Debido a los trastornos en sus negocios, se sumió en un profundo estado
depresivo y se suicidó en 1914. Este hecho trágico no fue el único que relata
el libro El caucho ignorado, publicado en 2010 por la Editorial El País. Dos de
sus capítulos están dedicados a contar en detalle una serie de altercados,
luchas y asesinatos que se dieron entre los pioneros de la goma.
El segundo auge de la goma
Se dio a partir de la Segunda Guerra Mundial, con la gran demanda de caucho que
tenían los países aliados desde que Japón, con el ataque a Pearl Harbor en
1941, empezó a dominar los países e islas del Asia Oriental así como las aguas
del Océano Pacífico, e impidió el traslado del caucho asiático a Europa y
Norteamérica. Estados Unidos creó la empresa transnacional The Rubber
Development Corporation que se instaló en la Amazonia (y, por lo tanto, en
localidades benianas y cruceñas) para habilitar las viejas estradas y barracas
gomeras sudamericanas, y garantizar así la compra de bolachas de caucho, eso
sí, a un precio ínfimo y, como antes, haciendo uso del enganche, el
empatronamiento y la deuda sin fin de los siringueros. "La actividad
siguió siendo un trabajo ímprobo, cuajado de sacrificios, sudor, lágrimas y
vidas humanas", dice el libro.
El autor señala que, desde mediados de 1942, cuando las fuerzas aliadas y
norteamericanas iban obteniendo el dominio en el Pacífico, los países del Eje
-Alemania, Japón e Italia- empezaron a demandar caucho amazónico, pagando por
él un 1.000 por ciento más que los estadounidenses. De ahí que se fue formando
un mercado ilegal para la goma en la frontera argentina y en la misma Buenos
Aires. "Fue un periodo histórico, fascinante, sembrado de aventuras y
lances, llenos hasta cierto punto de fantasías y romanticismos", manifiesta
Tonelli. Es que los actores del contrabando eran jóvenes cruceños,
especialmente de clase media y alta, que, además de riquezas, buscaban
prestigio gracias a lo que podían contar después de enfrentar mil y un peligros
y de darse la buena vida en los cabarets porteños y en los hoteles de los
pueblos intermedios.
De todas formas, en este periodo la producción no fue tan alta como durante el
primero, porque la producción de caucho sintético acaparó el 70 por ciento de
la demanda mundial.
El tercer periodo de la goma
En los años 50 Brasil apostó por la producción masiva de caucho para su propio
consumo, dado que la industria paulista había entrado en un acelerado
desarrollo, que se estaba construyendo Brasilia y estaban en ejecución otros
megaproyectos. Los benianos y cruceños aprovecharon la oportunidad para
explotar y exportar goma al país vecino por aproximadamente tres décadas más,
cuando Brasil ya no necesitó más comprarles porque su mercado había sido
satisfecho con sus propios árboles.
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