Por: Alfonso Gumucio Dagrón / Publicado en el periódico
Página Siete, el 2 de febrero de 2014
Los golpes militares nos enseñaron a cuidar nuestros
movimientos, a caminar por las calles en dirección contraria al flujo de los
vehículos, a darnos la vuelta de improvisto cada cierto tiempo para constatar
si no había nadie siguiéndonos, a caminar por la sombrita aunque fuera de
noche...
La facilidad e impunidad con que los golpistas militares o
paramilitares jalan el gatillo de sus armas nos ha privado de mucha gente
valiosa que no tenía para defenderse más que la palabra. El problema es que la
palabra no sirve de mucho frente a matones uniformados o sin uniforme, cuya
consigna es eliminar a quien consideran su enemigo.
El 17 de julio sabíamos que la mano se venía con todo el
peso del general García Meza, émulo de la violencia de su vecino Pinochet.
Estábamos en la oficina del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado
(CIPCA), allá arriba en la calle Sagárnaga, siguiendo por la radio los aprestos
golpistas que temprano en la mañana de ese día habían comenzado en Trinidad.
La radio nos proporcionaba detalles de la reunión del
Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (Conade), reunido en ese momento
en las oficinas de la Central Obrera Boliviana (COB), en El Prado. Juan Lechín,
Marcelo Quiroga Santa Cruz, Simón Reyes, Óscar Eid y otros dirigentes políticos
y sindicales, así como militantes de los derechos humanos, debatían las medidas
a tomar.
La reunión del Conade acababa de concluir cuando de pronto,
en vivo y en directo, se escucharon disparos a través de la radio y la voz de
algún reportero anunció que la COB estaba siendo atacada a tiros. Luego,
silencio. Eran aproximadamente las 11:30 de la mañana.
En CIPCA decidimos salir a la carrera a "defender la
COB”. Voluntariosos y comprometidos con la defensa de la democracia, creíamos
que se podía hacer algo con las manos desnudas, sin más armas que nuestra
presencia en el lugar de los hechos. Mientras bajábamos raudos la calle
Sagárnaga hacia la avenida Mariscal Santa Cruz recuerdo que nos cruzamos con un
dirigente del MIR que subía a toda velocidad en dirección contraria.
Cuando llegamos a la COB lo peor ya había sucedido en apenas
10 o 15 minutos. Los paramilitares ya se habían ido llevándose presos a los
dirigentes y dejando un rastro de sangre sobre la escalera de madera que
llevaba al primer piso del edificio que días después fue destruido por el
coronel Arce Gómez. La sangre de las gradas era de Marcelo Quiroga Santa Cruz,
de Gualberto Vega Yapura y de Carlos Flores Bedregal, las primeras víctimas de
ese día nefasto.
Sólo encontramos en la puerta a Julio Tumiri y a Lupe
Cajías, que habían logrado salvarse y cuyos cuerpos temblaban tanto por la
experiencia que acababan de vivir, como de indignación por lo sucedido. Alguien
llegó corriendo y dijo: "Vienen las tanquetas del Tarapacá”. Ya no había
nada que hacer allí, era el momento de hacerse humo hasta contar cero.
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