Por: Lupe Cajías – Periodista / Pagina Siete, 15 de julio de
2018. // Tomado y disponible en http://www.paginasiete.bo/ideas/2018/7/15/la-paz-cuna-de-libertad-tumba-de-tiranos-186998.html // Foto: El Obelisco de La Paz.
Algunos creen que la frase “La Paz, cuna de libertad, tumba
de tiranos” es sólo una consigna cómoda para repetirla en discursos. Las
crónicas muestran que detrás de esas palabras hay una historia larga y una
historia corta que resume esa actitud permanente de los paceños y de quienes
llegan desde todos los puntos cardinales como nuevos vecinos.
UNA HISTORIA LARGA
El espacio geográfico del valle tibio,
rodeado de montañas rojas y violetas, bañado por las aguas cristalinas de las
montañas, era un punto de intercambio de productos de la tierra en las lejanas
épocas de los indios pacajes y de los señoríos aymaras.
No perdió su fortaleza en los cortos años que estuvo bajo
dominio incaico, cuando llegaron las huestes del imperio español. La influencia
milenaria de la civilización tiwanacota y sus formas de organización social y
económica habían sobrevivido a todas las oleadas invasoras, sea para el trabajo
agrícola, el culto, la guerra, la expansión hacia la costa (de ida y de
venida), hacia las estribaciones de la cordillera, hacia el piemonte de la
selva amazónica.
Aunque los antiguos
documentos en diferentes archivos americanos y europeos destacan sobre todo los
roles de los mallkus y curacas en el norte del actual departamento de Potosí y
los valles hacia el suroeste del actual departamento de Cochabamba, en las
distintas provincias de los señoríos aymaras paceños se mantuvo el sistema
social y económico.
Los habitantes de estos parajes, incluyendo los que poblaban
las alturas del páramo, se distinguieron por su vocación comercial, habilidad
que pasaron de generación en generación y más tarde desde su original paisaje
hasta las veredas urbanas y actualmente hacia el oriente o hasta las metrópolis
latinoamericanas, en Estados Unidos o en España y Alemania.
Esa habilidad de fenicios habría de distinguirlos por
centurias.
Por ello, la ciudad ya era la referencia más
importante cuando se desató la gran sublevación de indios en 1780. El
formidable alzamiento no sólo estaba motivado contra las reformas borbónicas
que desconocieron los acuerdos o “modus vivendi” que se había logrado desde las
visitas del Virrey Toledo, o contra los nuevos impuestos y restricciones al
comercio de tejidos propios, sino que canalizó décadas de resistencia a la
dominación hispana, sea directa -sangrienta- o cultural, con la imposición de
un segundo Estado no formalizado y la práctica de sus visiones de mundo más
tradicionales.
La organización de las
fuerzas rebeldes, sus estrategias para cercar a los criollos y a los
metropolitanos, su capacidad de combinar ataques con defensas llaman la
atención. ¿Qué espíritu podía ser tan poderoso para impulsarlos a la guerra aun
cuando las fuerzas estatales eran obviamente muy superiores en armas y
escuadras? ¿No era una primera muestra del terremoto que se descontrola cuando
se impide el ejercicio de la libertad personal o colectiva?
No vamos a entrar en los
detalles, mas hay elementos que parecen increíbles para el observador actual.
¿Cómo tuvo la idea Julián Apaza de adoptar un seudónimo como un guerrillero
moderno, cómo escogió dos nombres tan simbólicos como Tupac -serpiente y de
recuerdo del líder quechua/inca- y Katari/serpiente de homenaje al guerrero de
Chayanta y Macha?
¿Cómo incorporaron con
tanta fuerza a las mujeres, Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, a ser la vanguardia
podríamos decir de los soldados y encargarse de la logística de la tropa? ¿Qué
episodio similar podríamos comparar con alguna acción en este nuevo milenio, en
cualquier parte del mundo, con estas hembras que sacudieron a los militares de
oficio? Quizá las guardias misteriosas de Kadaffi, quizá las milicianas
kurdas.
Era fines del siglo XVIII y aunque habían historias de
troyanas y de españolas valientes frente a tropas invasoras, pocos casos se
igualan con estos roles que aún parecen imposibles en medio de feminismos y
políticas de género.
LAS “BULLAS” DE 1809
En 1805 y en 1809, cuando
comenzaron las primeras “bullas” independentistas -como las registran los
informes coloniales- La Paz ya era una principal referencia de la Audiencia de
Charcas. Potosí, con su relevancia para la primera acumulación capitalista, eje
articulador de la futura nación, no lograba el peso político de la ciudad
norteña que conectaba sus riquezas con los mares del sur.
Charcas, también heredera
de la organización indígena precolombina, sede principal de las decisiones
estatales, académicas y eclesiásticas para la Audiencia y receptora de las
instructivas de ultramar, de Lima y luego de Buenos Aires, no tenía más de
20.000 habitantes cuando comenzó la revolución de mayo.
El rol de los paceños
durante los 15 años de guerra fue marcadamente de audacia y de coraje. No
faltaron las traiciones y envidias como en el resto del continente. Sin
embargo, no hubo tregua.
Una vez más, las mujeres
se encargaron de tomar decisiones fundamentales para el curso de la guerra.
Entre todas, la más libertaria fue Vicenta Juaristi Eguino, la criolla que
conspiró con sus distintos maridos y amantes para apuntalar la utopía de la
Proclama del 16 de Julio de 1809.
No sólo entregó joyas y
bienes para ayudar a financiar las vituallas para los patriotas, también llevó
cartas clandestinas, escondió a insurrectos, defendió a perseguidos, fue ella
misma detenida. Al comprender que la victoria estaba cercana, dejó las tareas a
sus hijos, ella ya había aportado lo suyo. Temía el desorden futuro, el
aprovechamiento de los patriotas recién convertidos, pero les dejó las nuevas
batallas a sus hijos. Murió en época republicana y fue ampliamente homenajeada;
al contrario de lo que se repite, la sociedad no era tan pacata y la lloraron
hombres y mujeres, y nadie se atrevió a censurar sus muchos amoríos.
Dejó una casa en la
actual esquina Potosí y Ayacucho, como logró identificar el historiador Alberto
Crespo. ¿Qué diría ella y qué diría el custodio de la memoria de los paceños
si al volver a la tierra vieran lo que ha sucedido? El gobierno del
cocalero Evo Morales la mandó demoler y en su lugar se construyó un palacete
con el estilo de los casinos estadounidenses.
Adiós historia, adiós memoria colectiva. El único
guerrillero sobreviviente de las republiquetas que logró un puesto entre los
doctores que crearon a la nación y que en 1826 debatieron la primera
Constitución Política de la República de Bolivia fue un paceño.
LA PAZ EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN
La Paz tenía cerca de 70.000 habitantes en el censo de 1830, era el principal
centro de intercambio comercial del país con sus vecinos y con Europa, y ya
pesaba como ninguna otra ciudad o ningún otro departamento en las definiciones
políticas, sean palaciegas o sean montoneras.
Es importante recordar que La Paz se desarrolló y obtuvo
ventajas con relación al resto de otros centros urbanos o productivos por el
trabajo, esfuerzo y capacidad de sus propios habitantes y parroquianos.
En este inicio del nuevo milenio no faltan voces que
creen que La Paz creció y logró bienestar y calidad de vida por el favoritismo
del centralismo. Antes de cualquier centralismo, los paceños ya tenían una
ciudad primorosa, con mercados muy bien surtidos, cajas de agua, callejones,
calles y avenidas, iglesias barroco mestizas, imaginería, orfebrería,
cerámicas, tejidos, cesterías, carbón y minerales.
Se podía conectar con Lima, pasando por la Garita, por Alto
Lima, por los caminos al oeste, con Buenos Aires al sur, con el puerto
boliviano de Antofagasta o con otros muelles peruanos y chilenos.
La Paz tuvo, además, el rostro mestizo, como ninguna otra
gran urbe continental, ni siquiera en México o en Guatemala hay una experiencia
similar. El turista moderno puede recorrer varios rostros en pocas horas, desde
las alturas que en estos días amanecen nevadas y la impresionante montaña de
colores que la ampara, el Illimani. No está dividida solamente entre las
antiguas parroquias de indios de Chuquiago Marka o la plaza y las calles
ajedrezadas del centro criollo, sino que está el mestizaje paceñísimo de
Churubamba, la influencia de la selva hacia la salida a los Yungas, los
vestigios de los antiguos barrios señoriales, la influencia estadounidense
hacia el sur y hacia barrios cerrados, los paseos y parques hacia la salida a
Río Abajo y una amplia red desde épocas precolombinas hasta los valles y los
cocales.
Desde siempre y también ahora, la oferta gastronómica es la
más variada de Bolivia. Ahora con muchos nuevos emprendimientos, desde el más
premiado “Gustu” hasta las caseras en el Mercado Camacho, las sandwicheras en
La Florida y los jóvenes que estrenan carromatos, desde donde difunden sabrosas
fusiones en un fenomenal nuevo logro de los paceños.
Desde hace unos lustros con un ingrediente más llamativo, el
amazónico. Tarde, pero todavía a tiempo, La Paz como ciudad y como departamento
comprende que además de ser pluricultural es multigeográfica y que puede
consumir trucha del lago Titicaca, pero también pacú o surubí de sus ríos
caudalosos. Tiene más de 50 variedades de papa, arroz, maíz, maní o hierbas
finas, champiñones, yuca o plátanos y todas las frutas que caben en la
imaginación.
De pronto, la ciudad que estaba somnolienta con tanta
agresión política, bloqueos y cismas, despierta y se convierte en un extraordinario
destino para comer rico.
Su fuerza económica generó desde el inicio las presiones
para ser sede del poder político y militar, además del productivo que había
logrado expandir con sus habilidades comerciales.
Las residencias alternativas del gobierno entre Sucre y La
Paz estaban usualmente tensionadas y ambas urbes contemplaban la sucesión de
asonadas, golpizas y muertes.
En La Paz, los habitantes castigaban a los tiranos. Un caso
ejemplifica la reacción popular a los abusos y es una lección que sigue
vigente.
Aunque tantos caudillos bárbaros habían ingresado al poder
para repartirse los bienes del Estado y para perder partes del territorio
original, el populacho convivía con los excesos; algunos periodistas los
denunciaban, otros se oponían tímidamente.
Distinto fue cuando el director de policías, Plácido Yáñez,
mandó asesinar a los opositores apresados en el Loretto, antiguo edificio
situado en el actual terreno del Palacio Legislativo. La soldadesca los
acribilló cuando dormían, entre ellos al yerno de Isidoro Belzu, Jorge Córdova.
Una imagen tan estremecedora como la del Hotel de Las Américas en 2008.
Los artesanos bajaron desde las laderas a castigar al
culpable de tanta malicia. Subieron desde las avenidas las caseras de los
mercados. La plebe mató al matador.
Los políticos creyeron que era hora de aprovechar esa
reacción ciudadana, pero hombres y mujeres volvieron a sus casas. Habían
ajusticiado a Yáñez, el perverso que mató a personas que estaban en
dormitorios, había pasado la línea roja de los muchos conflictos anteriores.
Así sucedió en otras ocasiones. Incluso en 1946, el
populacho colgó a Gualberto Villarroel en una orgía sangrienta, por sus medidas
sociales pero también porque había mandado matar de forma vil y traicionera a
antiguos congresales y a personalidades, como Luis Calvo, entre otros.
Es posible imaginar que tampoco hoy los paceños quedarían
indiferentes si alguien asesina a la cúpula de los actuales opositores o a
líderes de la sociedad civil.
La Paz escogió ser tumba de tiranos y algo que molesta a sus
habitantes es el abuso desde el Estado.
LA PAZ SEDE DE GOBIERNO
La Paz es sede del Gobierno, Ejecutivo y Legislativo
desde 1898, después de una guerra fratricida que dejó profundas heridas y
que habría podido evitarse con un poco más de cordura y sensatez.
El nuevo siglo saludó a la ciudad en pleno desarrollo
social, económico y urbanístico. Barrios emblemáticos como El Prado, Sopocachi,
San Jorge, Obrajes, parte de Miraflores reflejan aún hoy el gusto exquisito de
las nuevas élites. Los liberales alentaron la expansión de la educación y
crearon normales para beneficiar a las maestras mujeres, alentaron los centros
culturales y deportivos, las factorías modernas de tabaco, bebidas, hilados.
Durante medio siglo fue la principal ciudad boliviana
receptora de los migrantes europeos expulsados de sus antiguos hogares por
causas económicas, pero sobre todo por causas políticas durante las dos guerras
mundiales. Esa nueva sangre trajo tecnología y progreso, aun cuando aquel no
llegó a una mayoría, como sí conseguían otros gobiernos como Batlle y Ordóñez
en Uruguay o Figueres en Costa Rica. Las laderas se llenaron de villas obreras.
La Paz, con apoyo de migrantes centroeuropeos, fue la
pionera en tener conjuntos estables de teatro moderno, compañías de danzas,
escuelas de bellas artes, más tarde una orquesta sinfónica, los museos
nacionales.
A lo largo del siglo XX y hasta nuestros días es la
urbe que más se sacrifica por combatir a los tiranos, sean militares o civiles.
Y sus mujeres siempre en primera plana, sean sufragistas, como Carmen Sánchez
Bustamante de Sánchez de Lozada; activistas como las barzolas y abogadas del
MNR; conspiradoras como las falangistas, guerrilleras guevaristas, defensoras
de la democracia, grafiteras.
La Paz siempre abrió sus puertas a los forasteros, sean
bolivianos o extranjeros, eslavos o gitanos, empresarios o buhoneros.
LA PAZ SOLIDARIA
Además, los paceños y quienes deciden vivir en La Paz
se convierten, a veces a la fuerza, pero generalmente como anónimos voluntarios
que sustentan las muchas luchas sociales del pueblo boliviano.
Cada día, desde hace décadas, llega alguna marcha, una
protesta, un cerco y la ciudad abre sus brazos, sean las esposas y
madres de presos políticos; las mineras ayunando en el Arzobispado; a
discapacitados, a los universitarios, agrarios, gremiales y cocaleros.
La Paz cobija a los rebeldes, los tolera. Muchas veces los
alimenta, les da un espacio para que duerman, aunque lancen dinamitas, aunque
destrocen sus avenidas, aunque pinten sus edificios y, tristemente, maten a
algún ocasional peatón.
Quizá el recuerdo más simbólico de todo ello quepa en un día
de octubre, en un año del nuevo siglo, en un momento irrepetible, cuando los
niños del kindergarten miraflorino, los banqueros de la Camacho, los
intelectuales del Alexander, las barrenderas de la alcaldía, los profes de la
“U” y tantos, tantos, tantos más salieron a vitorear a los marchistas que
defendían el bosque y con él al futuro de la humanidad ¡Viva el TIPNIS!
gritaban y se peleaban con estrechar la mano de la mujer descalza. ¡Viva el
TIPNIS! y le alcanzaban una gelatina, una gorra, una frazada.
Esa es La Paz, esa es mi ciudad. Al que no la conoce, no la
comprende, mal le irá.
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