Por: Javier Méndez Vedia. / El Deber, 3 de Septiembre de
2017. // https://www.eldeber.com.bo/extra/La-Esperanza-el-primero-en-producir-azucar-blanca-20170901-0094.html
1967. Se escuchan disparos en el desmantelado ingenio La
Esperanza, a 65 kilómetros de Santa Cruz, cerca de Montero. Los soldados corren
de un lado al otro, tumbándose y levantándose. Se agrupan, acechan, atacan. Hay
30 instructores estadounidenses mostrando a los soldados bolivianos cómo usar
las armas recién llegadas. Los soldaditos bolivianos entrenan para enfrentar a
su enemigo, que está a más de 320 kilómetros, oculto en una zona llamada
Ñancahuazú. Van a enfrentarse al Che Guevara y sus guerrilleros.
EL GIGANTE DE CONCRETO
Dionisio Baldelomar cuenta cómo ocurrió todo este movimiento. Fue el
único ruido que interrumpió el silencio de medio siglo que hasta hoy
arropa al gigante que tiene en su propiedad. En las entrañas de ese gigante de
hormigón armado se produjo por primera vez azúcar blanca en Bolivia.
Era el 7 de junio de 1944. Hacía frío. El mugido constante
de las calderas y el clac, clac de las correas transportadoras retumbaban en
los 40 metros de la sala. Luis Iturralde, el cerebro y motor del ingenio,
tirita junto a tres técnicos argentinos y a su concuñado Eduardo Aponte. A 20
metros de altura asomaban las chimeneas y a ras del piso, en canales de
cemento, corrían las mieles, que luego se iban bombeando al tanque de
cocimiento hasta extraer la sacarosa. Al final del proceso, el futuro se
desgrana, dulce y blanco.
DESDE LA SORBONA
1936. El sueño de La Esperanza está empezando. Se están desvaneciendo los
dolores de la Guerra del Chaco y flota en el país un olor a patriotismo. El
arquitecto Luis Iturralde Levy, que está en la madurez de sus 35 años, es
ya conocido en La Paz. Ha visitado Santa Cruz varias veces y se ha enamorado.
No solo del paisaje, sino de una mujer. La primera vez que llegó a la ciudad,
en una avioneta, aterrizó en El Trompillo, que era una pista de tierra. La
gente esperaba “bajo un techo de motacú sobre ocho horcones, que hacía las
veces de aeropuerto”. En una de sus constantes visitas, ya en 1939, se encontró
con Ernesto Aponte, un agrónomo beniano que veía mucho futuro en la
industrialización de la caña de azúcar.
Aponte ya había conversado con algunos hacendados como Waldo
Bravo, dueño de La Esperanza, un predio de más de 1.600 hectáreas cerca de
Montero. La fortuna que Luis Iturralde trajo de Francia era grande, pero no era
suficiente para iniciar la aventura de un ingenio. Sin embargo, estaba
convencido de que podía hacerse.
Ahora se llega en dos horas hasta La Esperanza. En la década
de los 40 se salía en camioneta, se continuaba en tractor y luego a caballo,
“sobre todo en época de lluvia”, recuerda Chicho Iturralde, hijo del arquitecto
pionero. Seis horas demoraba el viaje hasta el predio de Bravo. Pese a que ya
se hablaba del Plan Bohan y de la ‘marcha hacia el oriente’, el país estaba
desvinculado. La carretera a Cochabamba no existía, la política nacional seguía
a tumbos y llegaban rumores de una segunda guerra mundial. Pese a todo esto,
había optimismo. Los jóvenes Iturralde y Aponte pensaban que ni bien el
Gobierno supiera de su proyecto y de su alcance nacional, sería el primero en
colaborar con carreteras. En noviembre de 1939, con 50.000 dólares, quedó
fundada la sociedad Gil, Bravo y Cía, que luego, en mayo de 1941, se convirtió
en Sociedad Industrial Azucarera La Esperanza S.A.
Recurriendo a créditos –siempre retaceados- del Banco
Agrícola y a la herencia que le dejó su padre, fallecido en 1941, Luis
Iturralde compró más acciones y pudo encarar la compra de maquinaria de segunda
mano en Tucumán, después de haber recibido una parte de máquinas de Estados Unidos
y Cuba.
Visitó esa provincia argentina en febrero de 1943. En
Tucumán había varios ingenios y, además, con la Segunda Guerra Mundial ya en
curso, era complicado comprar maquinaria de Europa, Japón o Estados Unidos, que
había dirigido su industria pesada a la fabricación de armas.
En octubre, la maquinaria ingresó a Bolivia y en diciembre
se instaló en el ingenio. El crédito se había consumido con la compra y el
tiempo de zafra había pasado. Iturralde tuvo que vender bienes en La Paz,
Cochabamba y Santa Cruz para aportar dinero a la empresa. Se consiguió una
fracción del dinero necesario, con la garantía de una casa suya en La Paz.
Estos trámites se realizaban solo en La Paz, así que era necesario viajar
constantemente desde La Esperanza hasta la sede de Gobierno.
DINERO DE LO ALTO
En esa época, usaban la avioneta de un amigo para enviar dinero. Chicho
Iturralde recuerda que una avioneta Cessna sobrevolaba la parte seca de La
Esperanza, cuyos alrededores se anegaban en tiempo de lluvia. El piloto esperaba
el momento preciso para arrojar las maletas con dinero. En una ocasión, junto
con una de las maletas, cayó la puerta de la avioneta, recuerda Chicho
Iturralde.
En febrero de 1944 pidieron una ampliación del crédito, que llegaría hasta Bs
1,5 millones. No fue así. El banco solo autorizó Bs 500.000, con la condición
de que la propiedad en garantía sea vendida cuanto antes. Así se llegó a ese
día de surazo de junio de 1944. Es un día histórico para la industria azucarera
cruceña y boliviana. Por primera vez se produjo azúcar blanca en el país, viejo
comprador de azúcar Cartavio, de Perú. Paradójicamente, uno de los socios de La
Esperanza fue, en sus inicios, uno de los dueños de ese ingenio peruano. A los
pocos meses de iniciada la actividad, se retiró de la sociedad. Fue a él a
quien Iturralde le compró las acciones con el dinero de su herencia paterna.
EL EJE BERLÍN-ROMA-TOKIO
En 1942 se creó la Corporación Boliviana de Fomento. La intención del Gobierno
con la CBF era apoyar con financiamientos a los industriales. Los socios de La
Esperanza se enteraron de que la CBF planeaba desarrollar el aprovisionamiento
de azúcar. Por eso, se apresuraron a buscar a los ejecutivos de la CBF para
conseguir un crédito. Para aprobarlo, llegó hasta La Esperanza un funcionario
estadounidense, porque la CBF estaba financiada por Estados Unidos.
Los nuevos y entusiastas azucareros necesitaban 150.000
dólares para comprar equipos de segunda mano y abastecer a los 50.000
habitantes que tenía Santa Cruz y sus bucólicos alrededores. La CBF propuso
entregar 130.000 dólares. Fueron aceptados. Con eso podría comprarse un tractor
D8 para alistar los campos, construir ambientes y comprar otra maquinaria
agrícola. Luego se pensaría en una ampliación del crédito para la maquinaria
azucarera usada que se adquiriría en Tucumán. Pero, de pronto, se enteraron de
que el gerente de la Corporación Boliviana de Fomento, un estadounidense, no
iba a desembolsar el dinero.
Iturralde fue al despacho del estadounidense, que lo recibió fríamente.
-”No podemos autorizar la compra de maquinaria de Argentina.
Ese país no ha roto relaciones con las naciones del Eje (Alemania, Italia y
Japón)”.
El dinero era de Estados Unidos, así que Argentina, considerada prácticamente
nación enemiga, no podía beneficiarse de él. Ernesto Aponte viajó a Perú y
Chile para buscar maquinaria, pero no había nada que se ajustase a las
necesidades de La Esperanza.
Dos meses después, Argentina rompió relaciones con los
países del Eje y desapareció el motivo para bloquear el crédito. La condición
para aprobarlo era el visto bueno de Mr. John, experto estadounidense de la
CBF. Iturralde fue a Buenos Aires para conocer los permisos de exportación de
maquinaria, mientras Ernesto Aponte y Mister John miraban máquinas en
Tucumán.
Poco después se encontraron en Buenos Aires, y ni bien
llegó, el hosco Mister John dijo:
- Mister Iturralde, quiero música, bebida y mujeres.
Aponte e Iturralde tuvieron que seguirlo a un cabaret y a
una whiskería, donde bailó y pidió whisky y champagne, durante casi dos días.
Todo, pagado por los azucareros bolivianos. Era necesario complacerlo, porque
de él dependía la compra de las excelentes máquinas que estaban en Tucumán.
Volvieron de Buenos Aires a Tucumán, donde Mr. John apenas miraba la
maquinaria, con lo que dejó claro que no sabía nada de industrias azucareras.
Solo se sintió animado cuando escuchó que se había anunciado el fin de la
Segunda Guerra Mundial. El semblante hosco de Mr. John cambió y dijo:
-”El fin de la guerra cambia todo. Me opongo a la compra de
la maquinaria argentina. Volvemos a La Paz y voy a pedir al directorio de la
CBF que otorgue un crédito de 500.000 dólares a La Esperanza. Yo viajaré a
Estados Unidos y me encargaré de la compra de maquinaria nueva”.
Iturralde rechazó la oferta, porque la deuda era muy grande
y los equipos tardarían al menos cuatro años en llegar. En cambio, las máquinas
de Argentina estarían ya instaladas para la zafra de 1946; tuvieron que ser
rechazadas.
Según el investigador de la industria azucarera Fernando
García, ese fue el momento en que La Esperanza comenzó a venirse abajo. No por
la falta de crédito, sino por haberlo aceptado. Además, la CBF no aprobó
500.000 dólares, sino 400.000. De esta suma se descontaron los 130.000 dólares
iniciales, así que terminó desembolsando solo 270.000.
La vida diaria en La Esperanza continuaba entre reuniones
familiares y la rutina de producción. Familias como la de Salvador Ric Riera,
un republicano español, se asentaron en La Esperanza, que sumaba unas 5.000
personas. Había pulpería, un pequeño mercado, viviendas para administrativos y
obreros, escuela, un hospital y un hangar. También ocurrían algunos hechos
curiosos. Cuando se aprobó el crédito de la CBF, llegó un interventor que fue
meteorólogo de la RAF de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. El
interventor tenía un comportamiento extraño. Pedía constantemente alcohol para
ahuyentar los mosquitos, pero en realidad se lo bebía. Tenía delirios en los
que conversaba con su madre muerta, se escondía de ladrones imaginarios y se
extravoaba en los campos. La crisis alcohólica final obligó a llevarlo amarrado
a un tractor hasta Santa Cruz, donde lo internaron en un hospital privado. La
CBF no volvió en enviar a ningún interventor.
La maquinaria fabricada en EEUU llegó afines de 1947 y funcionó en julio de
1949. Ese año produjeron 5.420 quintales. Nada significativo, porque en 1946 La
Esperanza produjo 5.000 Con las viejas máquinas.
Con esa ampliación, fue necesario construir una laguna
artificial para surtir al ingenio. Con 38 hectáreas, “fue la obra hidráulica
más importante hasta entonces en el oriente boliviano”, anota el investigador
Fernando García.
Mientras tanto, el Gobierno seguía prefiriendo el azúcar
Cartavio. La solución era adquirir un nuevo crédito para completar el ingenio y
producir más.
LA REVOLUCIÓN DE 1952
Inquietos por el discurso nacionalizador del MNR, los funcionarios de La
Esperanza se calmaron cuando Víctor Paz Estenssoro fue posesionado como
presidente. Iturralde y Paz tuvieron contacto por muchos años, porque el
mandatario trabajó como abogado en una empresa constructora de Iturralde. El 24
de septiembre de 1952, Víctor Paz visitó La Esperanza. Hubo una parrillada,
discursos halagadores y promesas de ayuda.
Poco después, Iturralde visitó al nuevo director de la CBF en La Paz, y recibió
otro baldazo de agua fría: La CBF no colaboraría con créditos porque planeaba
instalar un ingenio en la misma zona. No era novedad para Iturralde, que
contaba con el crecimiento de la población y por lo tanto, de la demanda de
azúcar.
Un nuevo estudio determinó que La Esperanza necesitaba $us 1,2 millones para
completar el ingenio y ampliar la destilería. Iturralde consideró que debía
hablar con el presidente de la República. Le concedieron la audiencia con
Víctor Paz, y acudió a la reunión en Palacio Quemado. Lamentablemente, en la
reunión estuvo presente el representante de la CBF, que se oponía al proyecto
de La Esperanza. Paz Estenssoro prometió que se entregaría solamente un 30% del
monto que necesitaba el ingenio.
En 1955 el Gobierno habló de atraer capitales extranjeros. Iturralde voló a La
Paz a conseguir la autorización para que una empresa francesa se integre a la
sociedad con millón y medio de dólares. El documento solo requería la firma de
Víctor Paz. La firma nunca llegó. Es más, el ingenio que estaba instalando el
Gobierno en la misma zona tenía ventajas para importar maquinaria. El dólar
para el ingenio estatal costaba 190 bolivianos y para La Esperanza 2.090
bolivianos. Contratar técnicos extranjeros le costaba 35 veces más.
Una nueva solución pareció llegar con una gestora de créditos llamada
Development Services. Estos consultores, que cobraban sueldos altísimos,
consiguieron un crédito de la International Development Corporation (IDC).
De los 2,5 millones prometidos, solo se aprobaron 1,7 millones. Todo
transcurría lenta aunque normalmente, hasta que en 1962 se cortó el flujo de
dinero. Extrañado, Iturralde viajó a Washington y, sin haber recibido aún
ninguna explicación, supo lo que pasaba. En una revista (quizá Newsweek) leyó
el titular de portada: "Bolivia, la segunda Cuba". En los hechos, La
Esperanza sufría un bloqueo y la excusa era la instalación de un ingenio en
Tarija, Ocho meses tardó este bloqueo en ser suspendido, gracias a las
gestiones de Iturralde. Se firmó un nuevo contrato, pero ya en 1963. Se había
perdido un tiempo valioso y La Esperanza quedó en manos de la IDC. Los
desembolsos continuaron solo para suspenderse poco después. Había maquinaria
nueva en Cochabamba que no se podía recoger. A la IDC poco le importaba, porque
ya se había cumplido su contrato y se retiró del negocio, aunque tenía una
carta escondida: en 1964, la IDC comunicó la decisión de liquidar la
empresa.
Entre marzo y septiembre de 1965 se liquidó todo. La propiedad de más de 4.000
hectáres, los tractores D8 y los camiones, los trapiches, la maquinaria de Cochabamba,
la destilería y hasta algunas torres de metal que ya estaban instaladas y que
jamás se utilizaron. Una parte de las obras civiles que debían recibir a las
nuevas máquinas quedaron sin uso hasta hoy. La caldera siete sigue funcionando
en un ingenio cercano. Bridas, cañerías, válvulas, repuestos para trapiche.
Todo se fue a precios de desastre. Así llegó al final el sueño de La Esperanza,
que hoy reposa quizá para siempre en un abrazo de bibosi y olvido.
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