Fotografía: En el hospital los soldados se contaban anécdotas de cómo cayeron
heridos.
Villa Montes.- Zumbido de cigarras y grillos. Trepidar de camiones. Grupos de
gentes. Cae la tarde con la melancolía de todas las tardes. Se rompe la última
luz en los cerros azules y cubre el bosque verde una nube de polvo cada vez más
oscuro. Al borde del camino el hospital. Penumbra y silencio. Entramos
amortiguando los pasos en el piso de cemento y acompañados de uno de los
médicos recorremos un pabellón en sus 25 metros de largo. Todas las camas
blancas y bien dispuestas están ocupadas por heridos. Hombres de todos los
lugares de la patria; junto a la indiferente palidez de los del altiplano, la
jovial cordialidad de los del valle.
Hombres venidos de tan lejos, traídos a través de una distancia inexplicable
mastican todos ellos en el silencio de las horas, el dolor la fatiga de ahora.
Todos ellos, acariciaron el fusil y empuñaron la cuchilla en una suprema hora
de emoción. Sus pupilas cansadas ahora, fulguraron adentro frente al tableteo
de las ametralladoras enemigas. Respiraron sudorosos y cansados después de los
asaltos. Los proyectiles enredándose en la piel de cada uno de los ellos, marcó
en la corteza del bosque un gesto de heroísmo ignorado…
Ahora es un hombre pálido de rostro alargado y pupilas hundidas…
¿…?
Caí en el camino de Boquerón a Yujra; no me acuerdo como. Solo sé que antes de
caer maté un pila que estaba detrás de un árbol. No puedo respirar bien…
Interrogamos al médico.
Si –nos contesta-. Tiene un disparo que le rozó el pulmón. Está fuera de
peligro.
Los ojos del hombre relucen de alegría. Sabe que ha de vivir; que ha de
regresar a su hogar y a sus hijos. Ya no habla. Nadie habla. Una brisa cruza
por las ventanas altas y un aire fresco mueve las sábanas blancas.
Otra cama. Es un hombre alegre.
Quiero curarme pronto y volver al frente. Estos "pilas bandidos" me
lo tienen que pagar.
¿…?
Tengo tres heridas de ametralladora. Dos en el brazo y una en la pierna. Solo
me duelen cuando me cura el doctor Calderón. Mete y saca la gasa con mucha
fuerza.
Su voz tiene el timbre sonoro y el tono cantado de los "chapacos"
tarijeños. Se nota que es alto y fornido. Lo evacuaron hace poco.
¿…?
Caí al amanecer en el kilometro siete. Nuestro observador que cuidaba una
ametralladora pesada se durmió y los "pilas" nos rodearon.
Se ríe.
Tuvimos que salir de los "pahuichis" –continúa– y pegarles. ¡Qué bien
les pegamos!
¿No pasaron?
¡No pasarán!
Se ríe de nuevo y se da aire con un abanico.
Delante nuestro tenemos ahora un hombre con la cabeza vendada, el rostro
barbudo hinchado y extremadamente pálido. Los labios abiertos. Habla
hábilmente.
Soy del regimiento Sucre 25 de infantería. Caí ayer en el kilómetro siete. Un
cascote de shrapnell que estalló muy cerca me hirió en la cabeza. Quiero
regresar. Estar con mis amigos. Avanzar.
En su pupila descubierta, tiembla tristemente un cansado dolor. Su fatiga.
Prudentemente nos retiramos e interrogamos al médico.
El casco de granada, le voló el ojo derecho –nos dice– El no lo sabe. Mañana se
le opera para sacarle las esquirlas.
Pensamos en la bella juventud de ese muchacho dolorosamente trizada. Algo
extraño se nos coge al cerebro y nos marea. El médico sigue conversando
indiferente, insensible, lejano mientras cae a nosotros el peso enorme de esa
desgracia oculta en el rincón oscuro…
Este hombre ha muerto tres paraguayos con su bayoneta. Es de la altipampa.
Indiferente y huraño. Habla poco y en mal castellano. Su rostro apergaminado no
se conmueve. Difícilmente logramos saber algo.
…
Me hirieron en kilómetro 7.
…
Volveré.
Pasan luego camas y camas. Heridos todos. ¿Dónde?
En el kilómetro 7.
En la amplia sala silenciosa parece que danzara fantásticamente el kilómetro 7,
trazando con las bombas, las bayonetas, las heridas el gesto heroico glorioso
que llenará la historia.
Todos quieren volver. Parece que aparte de la Patria, tuviera para ellos el
bosque bajo y espinoso una extraña atracción. Inconteniblemente revuela en el
hospital una esperanza de retorno amasada en las horas de silencio. El sueño de
esos heridos se mece bajo un enloquecido afán de gloria…
Ignoramos quiénes son y de dónde son. Sin embargo, la guerra despierta en todos
un impulso de ternura fraternal. Se ama a todos aquellos hombres. Todos ellos
se aman; en el frente debieron reunirse en un solo haz y llamarse por un
nombre. Aquí no importan las palabras. Más bien sobran. Entrar donde ellos es
sentir un deseo de abrazarlos, de hablarlos de quererlos.
Salimos. Afuera ya es de noche. Un cielo luminoso por las infinitas estrellas
cae blandamente sobre el pueblo extendido. Regresamos solos por la ruta
empolvada, con el cerebro sobrecogido de una extraña sensación.
Las heridas las vendas, los colores, las vidas rotas, los nervios desechos,
únicas, verdaderas palabras que escribirán la historia…
J.R.L.
Villa Montes
Diario La Mañana 11 de diciembre de 1932 / Página 4
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