Por: Omar J. Garay Casal / El País, 25 de octubre de 2015.
Anécdota uno: (La honradez de un soldado frente a la
deshonestidad de un superior)
En condición de chofer de un camión Ford Cuatro,
perteneciente al ejército boliviano, que transportaba alimentos, agua, material
de apoyo y logística desde los almacenes de abastecimientos hasta uno de los
campamentos militares en plena Guerra del Chaco, el soldado Rigoberto de los
Ríos fue el único testigo de un accidente de otro motorizado idéntico al suyo,
que transitaba por delante, trasladando varios camaradas. El que, en un abrir y
cerrar de ojos se desbarrancó, incendió y produjo la muerte de todos sus
ocupantes, a los que no pudo auxiliar debido a la magnitud del fuego y a la
inaccesibilidad del terreno. Cuando se disponía a abandonar el lugar para dar a
conocer a sus superiores la noticia, en la vera del camino pudo observar una
maleta de cuero, constatando una vez abierta que contenía gran cantidad de
dinero contante y sonante, como nunca antes había visto en su vida.
Mientras reiniciaba el recorrido rumbo al campamento, por su
aún aturdida cabeza, empezaron a rondarle ciertas ideas. Este imprevisto era
los más cercano a haber descubierto la llave que abría la puerta que le
permitiría escapar del infierno, que para todos los soldados representaba la
injusta guerra donde se hallaban involucrados sin desearlo. Ello sin embargo lo
convertiría en desertor, deshonrándolo de por vida junto a su familia; estigma
que no estaba dispuesto a cargar sobre sus espaldas. Otra posibilidad sin tener
que desertar, fue ocultar el dinero hasta la finalización del conflicto, para
luego si continuaba vivo, disfrutarlo en paz y libertad algo que igualmente
importaba traicionar a sus compañeros que en esos momentos combatían y
ofrendaban sus vidas por defender la patria; muchos en estado lamentable,
desnutridos, con hambre, sin dormir, casi desnudos, al borde de la inanición y
sin municiones. Una tercera posibilidad tenía que ver con devolver el dinero
encontrado, decidiéndose finalmente por lo último, convencido que era lo que
correspondía a un soldado de honor.
A su arribo al campamento militar y comunicado el hecho a la
oficialidad, fue merecedor del reconocimiento público por parte de sus superiores
y de la entrega de una módica suma de dinero, como recompensa por haber
recuperado la remesa que servía para pagar los gastos en que incurría la tropa:
en las diferentes líneas defensivas o de combate a lo largo del escenario de
guerra.
Siendo además e inesperadamente acreedor, de una pequeña
reprimenda de parte del comandante de sección, quién finalizado el acto
central, bajando el tono de la voz y casi susurrándole al oído, lo tildó de
“tonto” por no haberse adueñado o apropiado del dinero encontrado _agregando a
manera de remate_ “que él no hubiese dudado en apoderarse del dinero
encontrado”.
Comentario que llenó de ira al humilde soldado, a quién no
faltaron ganas de gritarle en el rostro del deshonesto superior “que cada uno
no puede ser sino quién es”, algo que finalmente decidió no hacer por temor a
represalias.
Anécdota dos: (Una paradoja que salvó vidas)
El soldado Rigoberto de los Ríos, se ufanaba por su aseo y
pulcritud, en tal sentido le gustaba tener siempre su uniforme limpio, planchado,
con la totalidad de sus botones brillando y rigurosamente alineados con la
hebilla del cinturón; como correspondía a un verdadero soldado y servidor de la
patria. En contraposición, si sorprendía a algún camarada con la chaqueta
descuidada, desabotonada, desaseada, abierta o semi abierta, se fastidiaba y le
recriminaba en el acto.
Cuestión esta última que paradójicamente, en tiempo de
guerra, sirvió para que muchos de sus camaradas zafaran no sólo del calor
infernal, despiadado y abrazador que los martirizaba mientras combatían en las
ardientes arenas del chaco (por ello la denominación de “infierno verde”); sino
también porque evitó que sus ocasionales enemigos cuando los sorprendían
heridos, famélicos e indefensos, los atraparan haciéndolos prisioneros de
guerra. En el intento por agarrarlos, los pilas muchas veces se quedaban con
las manos vacías o con sólo las camisas de sus enemigos que instantes previos
habían puesto sus pies en polvorosa.
Los combates y enfrentamientos cuerpo a cuerpo; sucedían a
menudo, cuando los soldados de ambos ejércitos, se quedaban sin municiones e
inclusive sin bayonetas que se perdían en el fragor de la lucha o por haber
quedado enterradas en algún cuerpo enemigo.
Anécdota tres: (Una decisión valiosa e inteligente)
Durante un cese del fuego momentáneo, el soldado De los
Ríos, encontró por casualidad y abandonado, el uniforme que correspondía a un
militar de alta jerarquía del ejército boliviano; guardándolo para el caso de
reclamo posterior, algo que nunca aconteció.
No imaginó jamás, que ésta, aparentemente insignificante
decisión, mucho tiempo después lo beneficiaría. Ocurrió en circunstancias de
haber sido hecho prisionero por los paraguayos, quienes al sorprenderlo con el
uniforme en cuestión creyeron estar frente a un militar de alta graduación, al
que trataron con mayor respeto y consideración que a un soldado raso; por lo
menos mientras duró la treta.
Curiosamente fue hecho rehén por las fuerzas armadas
paraguayas, el mismo día que los gobiernos de Bolivia y Paraguay firmaron el
acuerdo de cese de fuego, noticia que no había llegado oportunamente al centro
de hostilidades, donde aún se continuaba combatiendo ferozmente.
El soldado Rigoberto de los Ríos, ingresó a la zona de
operaciones el 21 de noviembre de 1932 , habiendo sido prisionero en el sector
Ingavi, permaneciendo en esa calidad en las localidades de Ipacaray y Asunción
en el Paraguay por el tiempo aproximado de doce meses. Fue finalmente
repatriado el 30 de junio de 1936.
Anécdota cuatro: (El soldado muerto que mató al vivo)
En las incursiones de tropas paraguayas a líneas bolivianas,
fue común que los invasores tropezaran con escenas dolorosas y desoladoras, en
las que se apilaban soldados bolivianos mal heridos y otros muertos por haber defendido
con honor esa parte del territorio patrio.
En cierta ocasión, luego de un asalto enemigo, un hecho
llamó la atención de un soldado paraguayo. En un apartado del bosque seco y
árido, pudo observar el cadáver de un soldado boliviano, que había quedado en
posición de apronte con su fusil máuser cargado entre sus manos, apuntando al
frente y semi apoyado entre las ramas secas de un viejo árbol; donde
supuestamente trató de posicionarse o mimetizarse, sin resultado
obviamente.
Curiosidad que lo llevó a aproximarse cuidadosamente al
cadáver y al tratar de sonsacarle el arma, produjo que el gatillo se activara
accidentalmente, causándole la muerte instantánea al soldado invasor.
*Anécdota contada por el soldado Gerardo de los Ríos
Flores.
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* Son muy pocos los casos en que todos los integrantes
varones de una familia, se alistaron y enrolaron para la defensa del territorio
patrio. En la Guerra del Chaco, participaron cinco hermanos: Marcelino
(Zapador), Manuel (Héroe de Cañada Stronguest), Pastor (Reservista), Gerardo
(Soldado de línea) y Rigoberto de los Ríos Flores (Chofer), hijos del
matrimonio de Simón de los Ríos Paredes y Manuela Flores Cossío. Concluida la
guerra, los cinco regresaron sanos y salvos a su hogar.
* Firmada la Paz, los soldados en su mayoría, regresaron a
sus hogares con sólo el uniforme puesto sobre el cuerpo y algunos accesorios:
la gorra, cantimplora, una frazada doblada que portaban sobre la espalda y su
arma. En uno de los bolsillos, bien asegurado, traían la libreta de servicio
militar, que probaba el enrolamiento en el ejército y su posterior
desmovilización.
Fuente consultada: Familia De los Ríos.
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