Foto: Loreto 1880. / Fragmento de la nota escrita por Luis
S. Crespo, publicada en el periódico El Diario / 14 de Julio de 2014.
El comandante general del departamento de La Paz, coronel
Plácido Yáñez, aprovechando la ausencia del gobierno, hizo tomar presos en la
mañana del 29 de septiembre de 1861 a un buen número de personajes del partido
de Belzu y Córdova, pretextando que había descubierto un secreto plan de
conspiración. Todos estos presos fueron encerrados en el Loreto y custodiados
por una doble guardia. El general Jorge Córdova fue alojado en el coro del
edificio.
A las 12 de la noche del 23 de octubre, se oyó en la plaza
cierta vocería y disparos de fusil, producidos según unos, por los comisarios
de policía capitaneados por Monje, quienes simulaban una revolución por los
cordovistas. Yáñez, que vivía en el palacio, despertó sobresaltado, saltando del
lecho, pistola en mano. Hizo levantar de la cama a su hijo Darío, y poniendo en
pie su guardia, salió a la plaza, donde sintió detonaciones más frecuentes, y
se encontró con algunos grupos de cholos que acudían de diversas calles,
especialmente de la del Comercio.
“Basta”, exclamó con estentórea voz. Este “basta” resumía la
tempestad de su alma.
Se encaminó al Loreto, donde estaban los presos, y
dirigiéndose a los soldados de la guardia, les dijo: “pronto, hay que hacer
heder a pólvora la cabeza de estos pajueleros... Belzu... Tapia... Córdova...
Hermosa... Espejo... Balderrama... Ubierna... salgan afuera... ¡fuego!... que
pataleen estos picaros. Mejor es desterrarlos a la eternidad... ¡fuego!... Que
no quede ni uno para semilla... fuego!... fuego!...”. “Y todos eran fusilados
en el orden en que Yáñez pronunciaba sus nombres; se los mataba uno por uno, de
manera que cada víctima presenciase la muerte de sus compañeros y sintiese lo
sublime del horror antes de expirar. Unos, en camisa, se ponían de rodillas
implorando misericordia, pero no había misericordia; ni siquiera una hora, un
minuto; para recibir los auxilios espirituales, mucho menos…
Unos de pie, otros de rodillas, algunos con la venda en los
ojos, los más sin ella, iban recibiendo las descargas que los derribaban sobre
el pavimento de la plaza, dejándolos en una agonía lenta y dolorosa”.
“En seguida Yáñez hizo traer a los demás presos que estaban
en la policía y en la cárcel y mandó ejecutarlos en la puerta del Loreto. Acto
continuo ordenó que fuesen fusilados los detenidos que se hallaban en el
cuartel del Batallón 2°. Los militares José Santos Cárdenas y Leandro Fernández
pasaron a aquel lugar y ejecutaron dicha orden inexorablemente. Fernández fue
el que subiendo al coro del Loreto con algunos soldados había poco antes
fusilado en su lecho al general Córdova”.
La ambigua luz de la mañana siguiente iluminó un fúnebre
panorama. Los cadáveres hacinados en desorden en el pavimento de la plaza;
despojos humanos esparcidos por doquier… ¡Tal fue el terrible cuadro que
alumbró el sol del 23 de octubre de 1861!...
EL DIARIO: La Paz, 16 de julio de 1925.
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