La mañana del 1 de noviembre de 1979 camiones como éste
transportaron tropas al centro de la ciudad para acallar la resistencia
ciudadana. / La Razón. / Por: RAFAEL SAGÁRNAGA L. / Este artículo fue publicado
en el periódico el País de Tarija.
A las 2:30 del 1 de noviembre de 1979 casi 200 tanques,
tanquetas y carros de asalto tomaron La Paz y las principales ciudades
bolivianas. Decenas de cazabombarderos y algunos helicópteros estaban listos para
despegar en las bases de la Fuerza Aérea.
Las unidades de artillería antiaérea fueron puestas también
en alerta. Miles de soldados empezaron a desplegarse por las calles y a
parapetarse en los edificios públicos y las esquinas. Toda la maquinaria bélica
del país, renovada significativamente algunos meses antes, fue movilizada en
una acción propia de un conflicto internacional.
El hecho sobresaltó al continente mucho más de lo
acostumbrado. Los miembros de 30 delegaciones que en horas previas habían
participado en la asamblea General de Organización de Estados Americanos (OEA),
en su mayoría cancilleres, se encontraban en La Paz. Incluso el secretario de
Estado de EEUU, Cyrus Vance, estuvo cerca de ser uno de los afectados. Los
cancilleres de toda América quienes vinieron a saludar la restauración de la
democracia en Bolivia eran testigos directos de una nueva asonada.
Broma o desastre
Nadie ha podido hasta la fecha explicar las razones exactas
por las que los militares bolivianos se prestaron a semejante escándalo. Más si
se valora que en la Asamblea de la OEA, Bolivia había logrado el mayor triunfo
diplomático de su historia en el pleito marítimo que sostiene con Chile. El
Gobierno transitorio de Wálter Guevara Arce había conseguido que la demanda por
los puertos arrebatados exactamente un siglo antes, cobre carácter continental.
América declaraba que la mediterraneidad boliviana era un asunto multilateral
que afectaba el proceso de integración y exigía un arreglo. La postura chilena
de que el caso sea declarado asunto bilateral no prosperó. En la cita del 30 y
31 de octubre, el gobierno de Augusto Pinochet había sido señalado
reiteradamente por no permitir la vigencia de las libertades ciudadanas y por
su actitud hostil con los países vecinos. La votación resultó abrumadora: 27
votos a favor de Bolivia, uno para Chile y dos abstenciones. Una verbena
popular celebró aquella victoria sin precedentes.
Sin embargo, esa misma noche, los militares bolivianos
convirtieron literalmente en una caricatura mundial la conquista. Aquellos que
cada día entonaban estribillos anti chilenos, con el armamento destinado a
disuadir a los generales mapochinos, fueron motivo de inspiración, por ejemplo
para los dibujantes de los diarios españoles. En el propio Santiago de Chile,
el 14 de noviembre, la revista Hoy señalaba: “El lastimoso golpe militar en
Bolivia ha provocado, entre muchos chilenos, una especie de orgía de autosatisfacción.
(...) Algunos medios de comunicación aguzaron sus sucedáneos de ingenio para
echar el desastre a broma. (...) La piedad de unos hacia Bolivia contrastaba
con el desdén de otros”. (1)
Los ganadores
Sin que nadie hasta hoy haya justificado por qué
precisamente se articuló el golpe ese 1 de noviembre, queda claro que hubo dos
beneficiados: los defensores en juicio de responsabilidades que se había
iniciado contra el ex presidente Hugo Banzer y la vapuleada imagen de la
política exterior chilena.
La participación banzerista se hizo sentir en gran parte de
la revuelta, pero nunca fue completa. El coronel Alberto Natush Bush quien
encabezó el golpe, fue ministro durante más de cuatro años en el gobierno de
Banzer, pero tomó el poder en complicidad con hombres del MNR de Víctor Paz
Estenssoro y del MNRI de Hernán Siles. A ello se sumó la participación de
allegados cercanos al ex dictador como su yerno, Luis Alberto Valle, y el ex
ministro Fernando Kieffer. (2)
Uno de los amigos más cercanos a Banzer, entrevistado por el
periodista argentino Martín Sivak, describió la actuación del ex dictador: “Él
(Banzer) estuvo muy activo en el golpe de Natush, desde Key Biscayne, donde
vacacionaba, Banzer tenía una línea abierta, instruía, pedía y ordenaba. Obviamente
hablaba con Natush. Con los que hablaba les pedía que se plegasen a la
conspiración. En un momento estuvo a punto de tomar un avión, pero un huracán
se lo impidió”.
Por su parte el periodista Irwin Alcaraz, en su libro “El
prisionero de Palacio” aseguró que la bancada de Acción Democrática
Nacionalista (ADN), la única que no se presentó en el Congreso ese 1 de
noviembre, “marchaba con discreción detrás del golpe”.
Las razones del General
A Banzer no le faltaban razones para apoyar a Natush. Las
denuncias que públicamente le espetaban el diputado Marcelo Quiroga Santa Cruz
y el abogado Aníbal Aguilar sobreabundaban en pruebas. Desde que tres meses
antes asumiese el poder el gobierno de Guevara, la imagen del ex dictador se
desmoronaba día a día. “No hay ninguna consistencia para asumir una defensa
jurídicamente sólida. El destino de Banzer es absolutamente incierto”, señaló
en su tiempo su propio abogado defensor Hugo del Granado. (2)
Sin embargo, Natush, entrevistado por Sivak declaró que “este
partido (ADN) no participó en la primera etapa”. (2) A ello se suma la
perspectiva de que el golpe en esos días tenía fuertes vientos en contra. La
amenaza de un desconocimiento generalizado a un nuevo gobierno militar tanto
interna como externamente era clara. De hecho, la Embajada de EEUU había
señalado que sólo se formalizarían lazos con gobiernos democráticos.
Es más, la propia participación de Natush en el conato
militar resultó forzada y hasta contradictoria. Así lo muestran “El Prisionero
de Palacio” y los diálogos que testimonia en el ex presidente David Padilla en
su libro autobiográfico “Decisiones y recuerdos de un General”. En ambos casos
se describe a un entorno de avezados militares ligados a mafias internacionales
como los instigadores de la asonada. Así queda claro que el general Luis García
Meza y aquellos que en 1980 apuntalaron su narcodictadura convencieron a Natush
tras incesantes presiones.
Los novios de la muerte
Sin embargo, García Meza y los suyos tampoco actuaban solos.
Un selecto grupo de nazis y neonazis fungía desde mediados de 1978 como mentor
del ala más virulenta de las FFAA. Entre los llamados “novios de la muerte”,
organización que ha inspirado decenas de libros, figuraban personajes como
Klaus Barbie, Joachin Fiebelkorn y un grupo neofascista italiano encabezado por
Pierre Luigi Pagliai y Stefano Delle Chiaie. (3)
Y es en Pagliai y Delle Chiaie donde el círculo del golpe de
Todos Santos tiene un singular cierre. Tristemente célebres a nivel mundial por
haber sido coautores del atentado de Bolognia, en 1980, los neofascistas
italianos ya habían participado en turbios emprendimientos en Sudamérica desde
principios de los 70.
Un agente de inteligencia, entrevistado por la periodista
Mónica Klein en 1984, revela la participación de Delle Chiaie en el golpe de
Augusto Pinochet. Asegura que fue uno de los pocos civiles que tuvo acceso al
Palacio de la Moneda tras el asalto que terminó con la vida de Salvador Allende
(5). Es más, en el libro “Chile la Memoria Prohibida” un grupo de
investigadores chilenos describe con lujo de detalles cómo los dos italianos
fueron parte de la DINA, la policía política de la dictadura chilena, desde
1974 hasta 1978. (4)
Hasta 1976 Delle Chiaie fue uno de los principales
responsables de los atentados más importantes encargados por junta militar
chilena. Sin embargo, a partir de 1997 el neofascista italiano recibió misiones
de espionaje en Perú y Argentina. Entonces aquellos países bordeaban una guerra
con Chile.
A fines de 1978, Delle Chiaie llegó a Bolivia como un
rescatador de cueros y anticretó un departamento en el edificio el Mirador (4).
Dicha edificación, ubicada en la zona de Miraflores, tiene una vista
privilegiada sobre el Estado Mayor de las FFAA bolivianas. Por su parte Pagliai
tuvo un arribo similar a Santa Cruz, en las inmediaciones de la Octava División
de Ejército. De manera sorprendente, ambos se convirtieron primero en
responsables de la seguridad de los militares golpistas de noviembre. De Delle
Chiaie se asegura que actuó tras los coroneles del Comando de Operaciones
Conjuntas (COC).
Según el personaje entrevistado por Klein, Delle Chiaie fue
designado por Pinochet como responsable de instigar, financiar y supervisar el
golpe del 1 noviembre de 1979. Asegura que incluso tuvo “la gentileza” de
entregar al dictador chileno “en calidad de ´trofeo de guerra´ los planes de
contingencia bolivianos que poseía el COC en relación a una eventual
conflagración Chile-Perú-Argentina-Bolivia”.
Más allá de la certeza de dicha afirmación, la participación
de los asesores de Pinochet en los esquemas militares bolivianos, resulta más
que sugestiva. Nada más oportuno en el contexto de aquella derrota diplomática
del 31 de octubre ante el continente.
La masacre
Bajo ese telón de fondo el golpe del 1 de noviembre de 1979
derivó en masacre. Natush se mostró conciliador. Tras acusar al gobierno de
transición de desestabilizar al país e intentar un prorroguismo, quiso
encabezar un régimen civil-militar con Congreso en funciones y libertades
ciudadanas. Pero el rechazo fue generalizado y el país se paralizó. En las
calles miles de personas insultaban y hostigaban a los militares con piedras y
palos.
Ignorando al Presidente, el ala dura de los militares ordenó
abrir fuego a los tanques liderados por el coronel Arturo Doria Medina. Los
cazas T-33 y helicópteros alzaron vuelo y se dedicaron a ametrallar las
barriadas paceñas. Los registros de la Asamblea de Derechos Humanos señalan con
nombres y apellidos que en menos de 8 días cayeron fatalmente 280 civiles de
toda edad y condición. Los cuerpos de decenas fueron trasladados a fosas
comunes y a lugares inhóspitos. (1)
Mientras, el canciller del régimen Guillermo Bedregal hacía
esfuerzos por anunciar la lista de países que reconocía al régimen. No pasaron
de 12 y varios tenían nombre apenas conocido. El ministro de Trabajo Raúl
Guzmán anunciaba a su vez los nombres de extravagantes sindicatos que
supuestamente apoyaban al régimen. El país permanecía paralizado, sólo una cadena
radial militar rompía el silencio.
El 13 de noviembre, mediadores de la Iglesia y
representantes políticos instaron a los militares a dejar el poder. En las
calles una manifestación multitudinaria era en cabezada por un cartel donde se
leía: “NATUSH NI TU MADRE TE RECONOCE”.
Sólo, sin apoyo y aislado en Palacio, Natush pactó el
retorno a los cuarteles a cambio de que Lidia Gueiler, la presidenta de la
Cámara de Diputados, asuma la Presidencia. Poco antes el ministro de Finanzas,
Agapito Feliciano Monzón, ordenó sacar de las bóvedas del Banco Central 3,5
millones de dólares que fueron repartidos entre los golpistas. La masacre
concluyó sólo con el sabor de la democracia preservada y un superlativo favor a
Pinochet.
Ninguno de los implicados en el golpe fue procesado por
aquellos sucesos. La mayoría continuó, e incluso concluyó satisfactoriamente,
sus carreras políticas y militares hasta la jubilación de rigor. Delle Chiaie y
Pagliai se dieron el lujo de retornar después del atentado de Bolognia. El 19 de
noviembre de 1980 el juez Gonzalo Valenzuela otorgó la nacionalidad boliviana a
Pagliai. Durante el régimen de García Meza los dos italianos allegados a
Pinochet trabajaron como asesores en las FFAA, sólo un lustro después la
justicia internacional logró capturarlos y procesarlos.
(1) La masacre de Todos los santos – Asamblea Permanente de
DDHH (1980)
(2) El Dictador Elegido – Martín Sivak (2001)
(3) Barbie Altman – Carlos Soria Galvarro (1983)
(4) Mi Personaje Misterioso – Mónica Klein (1985)
(5) Espionaje y servicios secretos en Bolivia – Gerardo
Irusta M. (1997)
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