Por: Ivone Juárez Zeballos / Pagina 7, 14 de junio de 2015. - Disponible en: https://www.paginasiete.bo/revmiradas/2015/6/14/zambo-salvito-forajido-aterrorizo-59547.html
// Fotos: 1) Salvador Chico, el Salvo Salvito y su banda delictiva, fotografiado por el peruano
Villaalba. / 2) banda delictiva del Salvo Salvito. / 3) Salvador Chico, Salvo Salvito.
Son las 12:15 del 23 de diciembre de 1871. El mediodía de
verano ha caído sobre la plaza Caja de Agua (hoy plaza Riosinho) de la ciudad
de La Paz, hasta donde la gente de todas las clases sociales ha llegado por
miles para presenciar el fusilamiento de siete miembros de la banda de
forajidos que durante 10 años aterrorizó a La Paz. Asaltos, robos, atracos son
los delitos que pesan en contra de los bandoleros. Se habían adueñado de los
caminos de La Paz, donde caían sobre los incautos e indefensos arrieros y
viajeros para robarles sus pertenencias: cargas, dinero, animales, todo de lo
que pudieran llevarse, incluso sus vidas. Por la investigación que se pudo
realizar, se tiene confirmado que cometieron 17 asesinatos a palos, golpes,
pedradas y estrangulamiento. Su ferocidad fue tal que entre sus víctimas se
encuentran dos bebés de pecho, que fueron estrangulados a sangre fría ante la
mirada desesperada e impotente de sus madres.
Los delitos son demasiados, crueles y los peores, por eso
han sido condenados a la pena capital. La gente amontonada mira azorada a los
siete condenados que comienzan a ser amarrados por los militares a los
banquillos del suplicio. Con los ojos vendados, desesperados y entre sollozos
esperan su final. Frente a ellos, dos de sus cómplices, cuyos delitos son
menores, los miran aterrados: su castigo, además de la cárcel, es presenciar el
fusilamiento de sus secuaces.
Entre los condenados está el temido Salvador Chico, más
conocido como el Zambo Salvito. Es el jefe de la cuadrilla de malhechores. Los
mismos miembros de la banda así lo identificaron, después de largas
declaraciones, pues los cómplices le habían jurado silencio, luego de ser
amenazados de muerte en caso de denunciarlo o confesar sus crímenes. Dicen que
el forajido tiene 33 años.
En medio del gentío, que enmudecido presencia los
preparativos de la ejecución del Zambo Salvito y parte de su banda, se
encuentra Luciano Valle, redactor del periódico El Illimani. En su crónica
publicada el 25 de diciembre de 1871, y rescatada por los historiadores Randy
Chávez y Carlos Gerl, relata los hechos:
"A las once y media de la mañana del día veintitrés de
los corrientes, Salvador Chico (cabecilla), Rufino Mamani, Marcelo Mendoza,
Lorenzo Siñani, Juan de Dios Condori, Simón Lucana y Pablo Quispe (sorteado),
fueron conducidos del cuartel del celadores al lugar de la ejecución, en medio
de la fuerza armada y de un inmenso gentío que manifestaba su emoción profunda.
Cada uno de los reos estaba ayudado de las conmovedoras oraciones de dos
sacerdotes; seguían a estos Remijio Jimenez y Estevan Espinoza, condenados a
presenciar la ejecución de sus codelincuentes. El Sr. Fiscal del Partido, Dr.
Saturnino Andrade, el Sr. Juez de la causa, Dr. Paton y el Secretario del
Tribunal, D. Manuel Belmonte iban en seguida a presenciar la ejecución de la
pena. La primera compañía del Batallón 3° de Omasuyos, al mando del Sargento
Mayor Miguel Villar escoltó a los reos, el resto de dicho Batallón cubrió la
retaguardia.
Llegados los reos al campo de Caja de agua (hoy plaza
Riosinho), después de haberse desmayado varias veces en su tránsito, fueron
introducidos dentro del cuadro formado de antemano con arreglo a la ordenanza
militar.
Los banquillos de los siete reos espresados (sic) estaban
colocados en línea recta frente a la población; los asientos de Remijio Jimenez
y Estevan Espinoza, condenados a presenciar la ejecución, ocupaban los costados
colaterales. A las doce y cuarto amarraron en los banquillos del suplicio a los
desgraciados reos y mediante todas las formalidades de ley y todos los
consuelos espirituales de nuestra augusta relijion (sic), terminaron su
existencia, a una descarga cerrada que hizo una mitad de la compañía que los
escoltó; más de diez mil personas confundieron su grito de horror con la
espantosa detonación de aquella descarga.
Los infelices ejecutados espiraron en el acto; sus cuerpos
quedaron espuestos (sic) hasta las cinco de la tarde en sus respectivos patíbulos.
La ley caía sobre la cabeza de estos desgraciados, hasta el extremo de
quitarles la vida, porque ellos habían cometido el crimen de quitar la vida de
otros. La sociedad que así castiga, comete igual o mayor injusticia que el
ignorante o empedernido hombre que se lanza en el terreno del crimen, tal vez
sin reflexión, por falta de conocimiento, de instrucción y de moralidad”.
Antes de la ejecución, mientras el Zambo Salvito y su banda
esperaban el día de su ejecución en la cárcel, el fotógrafo Ricardo Villaalba,
de nacionalidad peruana, se había ocupado de fotografiar a los temidos
delincuentes: nueve hombres y una mujer, Gregoria Uchani, acusada sólo de
encubrimiento, por lo que estuvo entre los tres cómplices que salvaron sus
vidas, pero que fueron a la cárcel para purgar sus delitos.
Villaalba fotografió a la banda íntegra, pero también de
manera separada al Zambo Salvito y a cada uno de sus secuaces. Los retratos
eran una muestra de la conmoción que generó en La Paz de finales del siglo XIX
la captura de los delincuentes, denominados entonces la cuadrilla de la
Halancha, en referencia al lugar donde fueron encontrados, un lugar despoblado
ubicado entre La Paz y Los Yungas (hoy avenida Periférica) donde la banda había
montado una de sus guaridas en unos túneles, donde planificaban sus robos y
atracos sangrientos.
Esa captura despertó el interés y la curiosidad de muchos,
sobre todo por la forma cómo fueron apresados los delincuentes por la Policía:
uno de los temibles bandoleros había sido encontrado con la bufanda de un
profesor que había desaparecido en el camino a Los Yungas. Los uniformados lo
interrogaron y terminó confesando que era parte de la banda del temible Zambo
Salvito, como señala el escritor Elías Zalles Ballivián, en su libro
Tradiciones y Anécdotas Bolivianas, publicado en 1930, 50 años después de la
ejecución de Salvador Chico.
"La Policía constató los hechos encontrando el cadáver
del profesor y una cueva donde apresaron al jefe de la cuadrilla y a sus
compañeros, entre los que faltaba un indígena apellidado Condori, quien fue
capturado poco después en la ciudad de La Paz. De esta manera, se realizó el
juicio criminal contra nueve reos en un salón del antiguo Loreto (hoy Palacio
Legislativo), donde, en uno de los episodios del caso, llevaron al juez una
voluminosa piedra ensangrentada y uno de los sindicados confesó que habían
matado con ésta a una pareja de esposos y a su niño recién nacido, infante que
por lastima de que quedara huérfano, uno de ellos se paró sobre él y le quitó
la cabeza”, relata Zalles Ballivián en su obra.
"Después de oír esa confesión, el abogado defensor se
levantó y pidió la muerte para los culpables y los presentes en el auditorio
exclamaron: "¡muerte!… ¡muerte!…”. Si el tribunal no hubiera estado
custodiado por los guardias los criminales hubieran sido linchados en el acto.
El juez condenó a muerte al jefe de la cuadrilla y a seis de sus compañeros
(...). Al siguiente día los reos fueron conducidos desde la prisión hasta la
plaza Caja de Agua, donde debían ser ejecutados”.
El hallazgo
Casi 150 años después, las fotografías de Villaalba y la
crónica del periodista Luciano Valle, publicada en el periódico El Illimani,
son prácticamente los únicos testimonios que demuestran que el Zambo Salvito
existió realmente y que fue un forajido condenado a la pena de muerte por sus
innumerables delitos, y así se convirtió en un mito, una leyenda para los
habitantes de La Paz que durante años, generación tras generación,
transmitieron de manera oral el destino fatal de este hombre a modo de ejemplo
del escarmiento que recibe el gusto por lo ajeno.
Estos dos registros fueron encontrados por los historiadores
Randy Chávez y Carlos Gerl, quienes, a través de su investigación de años sobre
la veracidad de la existencia de Salvador Chico - denominada Zambo Salvito -
primero, dieron con el periódico el Illimani de 1871 y, luego, con las
fotografías de Ricardo Villaalba, que se encuentran en el Museo de Arqueología
de la Universidad de Harvard de Estados Unidos, y que fueron facilitadas (en
copias) por Lisa Trever, historiadora de arte y profesora de la Universidad de
California, para mostrarlas a quienes alguna vez escucharon de este personajes
mítico que inspiró cientos de historias sobre su vida y destino fatal.
El Zambo Salvito, ese personaje de las historias y cuentos
que las madres y abuelas contaron a los niños como ejemplo del cruel destino al
que puede llevar el robo, sí existió. Vivió en La Paz desde los siete años.
Había nacido esclavo en Chicaloma, Los Yungas, de Zacarías y Rosa, quienes lo
bautizaron como Salvador Chico.
Su madre huyó con él a La Paz después de que su padre fuera
golpeado hasta morir por su amo, que lo acusó de haber robado un cesto de coca.
Ya en la ciudad, madre e hijo se instalaron en el Tambo San José de la Chocota
(hoy Illampu), donde la vida de este personaje comenzó a entretejerse entre el
mito y la realidad.
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Saludos el Fotógrafo Ricardo Villaalba era Boliviano, nacio en Corocoro.
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