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ALGUNOS DETALLES DE LA FUGA DEL SIGLO EN BOLIVIA

Por: Rafael Sagárnaga López  / El Pais de Tarija, 2 de Noviembre de 2015.

Cansados de una de las peores formas de tortura, heridos por reiteradas crisis emocionales, un 3 de noviembre de 1971, 15 presos políticos tomaron, literalmente, el cielo por asalto y le causaron el primer sofocón a la dictadura de Hugo Banzer Suárez.
Jesús Taborga siente una particular emoción cuando ve filmes como Papillón o el Conde de Monte Cristo. Aquellas historias lo sobrecogen, le recuerdan su propia historia. Otros nueve ex prisioneros políticos de la dictadura de Hugo Banzer, hoy repartidos por el mundo, comparten en gran medida esa percepción. No del todo, porque para ellos sólo hubo un confinamiento.
A la hora de recordar hechos heroicos, los activistas de las asociaciones de víctimas de la dictadura tienen como referente a este filósofo beniano. Es más, aquella experiencia suma entre los guiones en proyecto del célebre cineasta Jorge Sanjinés. Y, sin duda, recuerda que la realidad muchas veces si no iguala, supera a la ficción.
“Poco antes de la madrugada del 22 de agosto de 1971, agentes del Gobierno allanaron mi casa y me llevaron a dependencias de la Dirección de Orden Político (DOP)”, recuerda Taborga al iniciar su relato. El golpe de Estado, que causó al menos 98 muertos, se había consumado la noche del 21. En horas siguientes más de 5.000 personas, especialmente universitarios y sindicalistas, fueron detenidas. Jesús, a sus 22 años, cursaba el segundo año de Derecho y Filosofía en la Universidad Mayor de San Andrés y militaba en la Juventud del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML).   

“Se lo llevaron a donde hoy funciona la Prefectura, a ese edificio que queda frente al Palacio de Gobierno y también frente al Legislativo. Nosotras fuimos a reclamar al coronel (Rafael) Toto Loayza que era nuestro vecino. ‘Ya, se perdió nomás, ¿acaso no saben que es comunista?’, nos respondió. Esa vez era un pecado ser político”, recuerda la esposa de Taborga, Yolanda Chávez.  
El 23 de agosto el entonces universitario fue fotografiado junto a granadas, carabinas y dinamitas que -asegura- nunca había visto. El 24, el matutino El Diario publicaba la imagen bajo el titulo: “Extremista escondía un arsenal”. Las esperanzas en su liberación empezaron a desvanecerse.
Tras una semana de encierro, interrogatorios e insultos en frías celdas de cemento el grupo de 30 prisioneros fue obligado a formar en el patio de la DOP. “‘Van a volver a sus casas…Los vamos a llevar hasta sus domicilios’, nos dijeron”, recuerda Taborga. Luego los obligaron a subir a empellones dentro de varios jeeps militares. Sin posibilidades de ver el exterior, a los detenidos les alarmó que el viaje empezase a tardar mucho más de lo previsto.
Una hora más tarde, el grupo llegó a la base aérea y se embarcó en un avión militar Douglas C-47. “Cuando alzó vuelo temimos lo peor. Sabíamos que en otras ocasiones habían lanzado gente a la selva o al lago Titicaca. Recordamos cómo unos años antes botaron desde un helicóptero a Jorge Vásquez Viaña, uno de los guerrilleros del Che. Casi instintivamente  empezamos a agarrarnos entre todos los detenidos. Nos conminamos luego a resistir en bloque cualquier intentona de que nos echen al vacío”.
Sin embargo, tras una hora de vuelo, el aeroplano inició su descenso. Una bocanada de calurosa humedad recibió al contingente de presos. Inmediatamente una voz les anuncio: “Este es el puesto militar de Alto Madidi”.
Luego se les instruyó las normas que deberían seguir. Una treintena de soldados armados con granadas y ametralladoras los vigilaría. Se les impuso limitaciones para las charlas y no debían formar grupos de más de cinco personas. Su actividad inmediata era la construcción de galpones con materiales extraídos del bosque.   
A partir de ese instante, los prisioneros empezaron a sentir el rigor del confinamiento. El acoso de los mosquitos resultaba incesante durante día y noche. “Parecía que se turnaban. De día los “polvorines” o “ejenes”, de noche salían los zancudos. Para los que nacimos en el trópico era molesto, pero pasaba, sin embargo los que llegaron del altiplano vivían un infierno de 40 grados”, recuerda Jesús Taborga.
De mal a peor. Los militares continuaron enviando contingentes de prisioneros hasta completar un total de 90. La comida resultaba escasa y poco nutritiva. Cada 20 días llegaba un avión con lo suficiente para la clásica lagua cuartelaría. Entre los presos sólo había un médico quien debió improvisar sus atenciones ante la falta de fármacos. Poco a poco resultaron afectados y derruidos física y emocionalmente.
“Empezamos a sufrir el efecto de microorganismos que se introducían en nuestros cuerpos. La picazón nos obligaba a arrancarnos los cabellos o la piel con nuestras uñas. Muchos empezaron a caer enfermos debido a la virtual inanición. Otros enfermaron de paludismo o cayeron víctimas de los tábanos. También hubo picaduras de tarántulas, víboras y mantarrayas. A mí me atacó un tipo de hongos que puso una de mis manos en riesgo de ser amputada. Así la dictadura nos impuso la tortura de la naturaleza”, concluye el ex prisionero de Madidi.
 Pero no sólo los presos políticos resultaron castigados. Un padecimiento similar afectaba a varios de sus custodios. Entre la monotonía y el dolor, algunos de los conscriptos comenzaron a compartir sus ocasionales meriendas con los prisioneros y viceversa.
Poco a poco, en filas de los recluidos empezaron a debatirse alternativas de acción antes de que la selva los aniquilase. La furibunda disputa política de esos tiempos no hizo excepciones en el campamento. Los miembros del Partido Comunista de Bolivia (PCB) se marginaron de la idea de una sublevación. Por su parte, los militantes del PCML, el naciente Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) apoyaron la fuga. En el conjunto de presos el Gobierno también había ubicado varios soplones.
La alternativa entre orientarse, tras tomar el campamento, hacia la frontera con Perú o secuestrar el avión de las provisiones marcó el segundo debate. El punto más delicado era la cantidad estimada de muertos durante la proyectada captura de los militares. Pero un día los planes se facilitaron y cobraron prisa. “¡Cuente conmigo profesor, para cualquier tipo de fuga. Les voy ayudar a salir de este infierno, pero que sea rápido!”, le dijo el cabo Felipe Mita a Taborga, una tarde de octubre. Ambos por aquel entonces compartían además la memoria de haber sido docentes escolares. Mita tenía voz de mando sobre cinco reclutas y aseguró que se plegarían a la movilización.         

A partir de ese momento las reuniones furtivas se intensificaron. Los líderes de cada grupo articularon una cuidadosa selección para evitar a los soplones. Los encuentros se efectuaban de noche en el extremo de la pista o en pleno monte. Entonces calcularon los días que faltaban para la llegada del Douglas C-47. Éste podría aterrizar o bien con contingente militar de recambio o con sólo provisiones y encomiendas. De ello dependían los riesgos de la confrontación. “En la víspera de la potencial llegada del aeroplano formamos dos grupos que tomarían el campamento. Uno lo encabezaba el capitán Arturo Montalvo quien había sido edecán del presidente Ovando y por ello se hallaba también como prisionero. Él lideraría a Mita y sus conscriptos. El otro grupo estaba compuesto por civiles”, rememora Jesús Taborga.
Y el 30 de octubre, la escuadrilla de Mita apuntó sus armas contra los otros militares. “¡Manos arriba, carajo! ¡Que nadie se mueva! ¡Tiren sus armas al suelo!”, gritaba el cabo sublevado. Al principio, el grupo sorprendido consideró que Mita bromeaba. Media hora más tarde, el teniente que comandaba el destacamento de Alto Madidi suplicaba por su vida. Los insurgentes se la garantizaron, si se portaba bien. Entonces empezó la espera del avión carguero. Y se hizo más larga de lo previsto. “No llegó ni el día 20 ni el 21. Entre nosotros cundió la idea de que los militares se habían enterado. Preveíamos una salida por el monte. Para crispar más nuestros nervios, la tercera noche una manada de jaguares rodeó el campamento. Sus rugidos generaban fuertes ecos”.
El 3 de noviembre el Douglas C-47 llegó a Alto Madidi. Los insurgentes habían organizado trincheras alrededor de la pista y un grupo de avanzada que se acercaría a la nave. “Fuimos las primeras en saberlo”, relata la esposa de Taborga. “Cada vez que llevábamos las encomiendas, esperábamos el retorno del avión por si nos trajera cartas y noticias de ellos. Pero ese día 4, los aviadores nos avisaron que no había vuelto y que el campamento estaba tomado”.
En Alto Madidi, las acciones cobraron un ritmo vertiginoso y angustiante. La aeronave sólo podría llevarse a 16 personas. Varios de los elegidos se resistieron a partir por miedo a represalias contra sus familiares. El piloto fue obligado a buscar en sus cartas de vuelo la pista más cercana de los países vecinos. La única posibilidad, dadas las reservas de gasolina, era Puno. Eso en lo que oficialmente señalaba la carta.
“Viajamos muy tensos, repitiéndole al capitán que no nos engañe ni ose ningún contacto con tierra. Luego vino un arriesgado paso por la cordillera. El avión pasó como por entre dos paredes de hielo. Poco a poco vimos el lago. Luego vino lo más crítico”, resume Taborga.
Cuando apareció Puno, no había aeropuerto a la vista. La pista señalada en la carta había sido abandonada años antes, ni siquiera la habían inaugurado. El trazo se hallaba plagado de pedrones. Mientras tanto el avión consumía los últimos litros de su reserva de combustible. Los pilotos sobrevolaron la ciudad anunciando la emergencia.
“En el límite el piloto tenía como única opción el aterrizaje forzoso. Nos pidió que nos preparemos para el impacto. En ese momento sentí que todo podía haber sido en vano y acababa ahí. Imaginé el momento en que nuestros cuerpos se fraccionarían”.
Taborga recuerda que tras un indescriptible sacudón, vino el silencio. Uno de sus amigos le preguntó: “¿Estamos vivos o muertos compañero?” 
-“Más vivos que nunca compañero, ahora podemos tomar el cielo por asalto”. La fuga se había consumado. Poco a poco empezaron a aparecer campesinos peruanos y luego autoridades sorprendidas por el primer avión que aterrizaba en Puno. La sorpresa se volvía mayor al ver salir de la nave a hombres armados, barbudos y famélicos. Algunos, como Montalvo, incluso se desvanecieron afectados por la debilidad que les causaba el paludismo.   
“16 confinados huyeron del Alto Madidi”, anunciaba en su principal titular el matutino Presencia el 4 de noviembre. El matutino Hoy tenía un título central similar. Hacia Puno comenzaron a llegar periodistas desde Arequipa e incluso desde Lima. 
Unos días después el grupo era recibido en Chile por el Gobierno de Salvador Allende. La fuga añadió otros giros a las vidas de políticos y conscriptos. El capitán Montalvo poco después se asiló en Suiza donde formó familia y reside hasta hoy. Uno de los conscriptos hizo lo propio en Holanda, otros en Suecia. Mita retornó a Bolivia años más tarde. Taborga pasó una odisea adicional cuando dos años después fue arrestado por la dictadura de Pinochet y residenciado en una isla del sur. “Allí los militares definían muchas veces la muerte y desaparición en el mar de algún detenido”. Tres meses después también salió exiliado a Europa y en 1978 volvió a Bolivia, nuevamente a la filosofía y el activismo político. 
Todo pasa. Hasta mediados de 2014, ocasionalmente, el ex cabo aymara compartía un pan de arroz en el café camba que tiene el filósofo en La Paz. Casi, logró llegar al homenaje que la Cámara de Senadores rindió a los fugitivos del Madidi en noviembre. Pero falleció a causa de una enfermedad seis meses antes. Sólo cinco de aquel singular puñado de fugitivos llegaron a la ceremonia. Y como en cada encuentro recontaron su historia recordando –como repite Taborga- que “las libertades no se dan, sino se toman”.
Lista de fugitivos de Alto Madidi
1. Arturo Montalvo (militar)
2. Jesús Taborga
3. Luis Mazzone Roca
4. Jorge Rodríguez Rueda
5. Dardo Suárez Justiniano
6. Alejandro Pérez Méndez
7. Juan Ramírez Torrico
8. Matías Chuve Yaruba
9. Benjamín Herrera Romero
10. Felipe Mita Ticona (soldado)
11. Gregorio Humerez  (soldado)
12. Edmundo Nina Sarzuri (soldado)
13. Lorenzo Vargas Huanca (soldado)
14. Daniel Bustillos Jové (soldado)
15. Daniel Yarari Sumpero
16. Miguel M. Velasco
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ESCAPE DE LA PRISIÓN VERDE
Por: Alejandra Balderrama Parada / Pagina Siete 17 de julio de 2016.
Transcurría agosto de 1971 y  Bolivia sufría el cruel golpe de Estado encabezado por el entonces coronel Hugo Banzer Suárez, apoyado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario MNR, y Falange Socialista Boliviana FSB, partidos con los que instaura un gobierno militar de facto. 
Al día siguiente del golpe, el 22 de agosto, aproximadamente a las tres de la madrugada, en un domicilio de la calle Nicaragua en la zona de Miraflores, aparecen una docena de agentes del ministerio del Interior, fuertemente armados. Uno de ellos grita "¡Abran la puerta o la derribamos, aquí se guarda armamento y se esconden socialistas y comunistas subversivos!” "¿Entendieron carajo?”.
 "Sin atender ni entender razones, se metieron a la fuerza hasta mi dormitorio con pistolas en mano, saquearon mi vivienda, me llevaron entre golpes y empujones, en condición de apresado por miembros de la Dirección de Investigación Nacional (DIN)”, recuerda Jesús Taborga, que  fue el primero en llegar al recinto carcelario de San Pedro,   con la mirada fija en recortes de periódico y fotografías que guarda como un tesoro pírrico de aquella  terrible experiencia.
Poco a poco llegaron más dirigentes de organizaciones obreras, sindicales, políticas y populares, todos capturados  con la misión de silenciar y amedrentar a la oposición. 
"¡Ahora verán lo que es gobernar, comunistas de mierda!”, eran las palabras e insultos que escuchaban todo el día estos presos, para quienes  los días se  hacían largos. Los  pisos de cemento concentraban el   frío, que rebotaba a sus cuerpos. Ignoraban  cuál sería su destino.
Después de una semana de torturas físicas y psicológicas, Taborga y otros 69 apresados fueron trasladados a la base aérea de la ciudad alteña, para abordar una nave militar  de dos hélices, un Douglas C-47. "Pensamos en lo peor; que desde el avión nos lanzarían; ya era conocido que años atrás, exactamente en 1967, fue arrojado en el Chapare desde un helicóptero, Jorge Vásquez Viaña, El Loro, quien colaboró con Ernesto Che Guevara en la guerrilla de Ñancahuazú. Todas las ideas posibles rondaban por nuestras cabezas”, cuenta  Taborga en compañía de su esposa Yolanda Chávez, quien escucha atentamente y en silencio el relato de su compañero de vida.       
Una vez en el aire y tras aproximadamente una hora de vuelo, el avión empezó a disminuir la  velocidad y de pronto tomó contacto con la tierra. Al bajar,  los prisioneros -70 en total- se encontraron en medio de una selva inmensa y salvaje. Se acercaba el mediodía y la temperatura bordeaba los 40 grados. El intenso calor hizo que rápidamente se despojaran de sus ropas.   
Taborga y los demás prisioneros eran personajes identificados como de "izquierda” y él en especial, pues había participado anteriormente como dirigente de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
Estaban en una prisión en la selva amazónica de Alto Madidi. 
 "Como se conoce, hubo un movimiento un año atrás, en 1970, en la UMSA,  inspirado por el Mayo francés, o Mayo del 68 en Francia. Se quería hacer cambios estructurales profundos en la universidad boliviana y hubo varios choques entre universitarios con bandas delincuenciales que apoyaban a la derecha, como los Marqueses. A partir de ese momento  fue fichado como comunista”, recuerda con nostalgia Yolanda Chávez, su esposa.
El infierno verde
"Al principio no sabíamos dónde nos encontrábamos. Mientras conversábamos , y queriendo obtener respuestas, escuchamos: "¡A trabajar carajo! ¡Empiecen a construir sus pahuichis! (vivienda rústica de palmeras y madera), ni el diablo escapa de este infierno verde!” cuenta Taborga, refiriéndose a estos  hombres armados, quienes se burlaban  constantemente de sus detenidos.      
El comandante militar del campamento asignó responsabilidades por grupos. La vida dentro del campo de concentración se hizo prontamente monótona y desgraciada. Entre  las tareas asignadas figuraban  cortar la palma, llevar al hombro hojas de motacú, recoger madera, cavar pozos y seleccionar bejucos y lianas.
La mirada de Taborga  se pierde por un momento y cambia el tono de voz.  Ya casi quebrado recuerda: "al pasar los días y las semanas, varios de los compañeros cayeron enfermos por inanición, paludismo, altas fiebres, nos defendíamos con trapos para no ser picados por mosquitos, tábanos, pulgas y demás las alimañas del lugar”.
Después de días, semanas y meses ya nadie quería alejarse y menos fugar de aquella inhóspita región, pues varias malas experiencias calaron hondo en el grupo.
 N. Antequera, un estudiante de medicina, entró al río, pisó una raya que lo picó. Estuvo varios días quejándose de dolor.  Otro caso, con más fortuna, fue el de Nicanor Hervas, quien se perdió en la selva por un día, tuvo que dormir arriba de los árboles, para no ser devorado por las fieras. Y  René Higueras gritó una noche: "¡auxilio!”.
Fue socorrido tras sufrir la picadura de una araña negra en la garganta.
Así transcurría su vida en aquel campo, sin esperanzas y acostumbrándose día a día al maltrato. Pero  Taborga entabló amistad con uno de los guardias, el cabo Felipe Mita, quien fue maestro rural en su comunidad, ambos individuos eran educadores y compartían el amor por la enseñanza. 
Desde entonces conversaban continuamente de sus experiencias al frente de una pizarra y fue cuando ambos soñaron con  un plan de fuga, pues el guardia compartía las mismas penurias del clima que los confinados.
Los que huyeron  de Madidi
- Arturo Montalvo 
- Jesús Taborga 
- Luis Mazzone Roca
- Jorge Rodríguez Rueda
- Dardo Suárez Justiniano
- Alejandro Pérez Méndez
- Juan Ramirez Torrico
- Matías Chuve Yaruba
- Benjamín Herrera Romero
- Felipe Mita Ticona
- Gregorio Humerez
- Edmundo Nina Sarzuri
- Lorenzo Vargas Huanca
- Daniel Bustillos Jove
- Daniel Yarari Sumpero
- Miguel M. Velasco
La idea de escapar de aquel inhóspito lugar se fue dando  poco a poco entre los más cercanos y confiables. Ponían a votación una serie de planes que tal vez podrían conducirlos a la libertad, o a la muerte... Al  final concluyeron que fugarían así sea  a costa de sus vidas. Lo primero que debían hacer era apoderarse del armamento de los vigilantes, reducirlos y ponerlos en custodia. Una vez con las armas en su poder  y el campo bajo  control,  procederían a secuestrar el avión, que debía llegar  el 30 de octubre, para escapar  hacia Chile, donde  Allende había ganado las elecciones y formó  un gobierno abiertamente populista.
La aventura
Se organizaron en dos grupos, uno de civiles y otro de militares. El grupo castrense estaba dirigido por el capitán Arturo Montalvo, quien fue asistente del general Juan José Torres.  Una vez que se cumplió con el objetivo se apresó al comandante del campo de concentración. "Ya solo esperábamos al avión, pero creo que calculamos mal, ya que lo estuvimos esperando ese día y otros más, la paciencia tiene un límite. Empezamos a cuestionar nuestro accionar, sin embargo al medio día del 3 de noviembre escuchamos el ruido de los motores y vimos que el avión dio varias vueltas antes de aterrizar. No sospecharon nada desde el interior; actuamos como de costumbre y nadie se dio cuenta que el campo era nuestro”, relata Taborga. 
Entonces, tomaron el  avión sin sobresaltos, pero  la tripulación y su capitán, Raúl Villaroel, quería que los confinados abortasen el escape hacia Chile, ya que solo había combustible para una  hora y media, insuficiente para llegar al destino trazado. 
Entonces surgió la idea de fugar primero hacia Puno, Perú, país bajo el mando del  militar Juan Velasco Alvarado, de tendencia populista. Despegaron hacia su destino sin tener en cuenta que en Puno no había aeropuerto; ni si quiera una pista de aterrizaje provisional. "Aterrizamos con el ‘Jesús en la boca’ y gracias al capitán Villaroel y a su pericia de buen piloto boliviano es que salimos ilesos de aquella horrible experiencia”, recuerda Taborga.
Tras aterrizar en Puno, fueron trasladados hasta un centro médico donde fueron  atendidos. La prensa peruana seguía al grupo donde fuera y  estaba impactada por cómo este grupo de valientes había fugado hacia la libertad  de un campo de concentración, en una dictadura, y la hazaña de tomar dicho campo y luego robar un avión.
"Fugaron confinados de Alto Madidi en aeronave de las Fuerzas Armadas de Bolivia”, tituló  Hoy. "16 confinados fugaron de Alto Madidi a Puno secuestrando un avión”, dijo Presencia el 3 de noviembre de 1971) y "Fugitivos de Alto Madidi fueron conducidos a Arica”, destacó Ultima Hora.
"Tras permanecer el Puno nos dirijimos hacia nuestro destino planeado, Chile, donde recibimos el asilo político tan ansiado de parte del presidente Salvador Allende,pero 11 meses más tarde, en septiembre de 1971,   Augusto Pinochet protagonizó el golpe de estado más sangriento de América y tuvimos que salir exiliados nuevamente pero esta vez hacia Europa... Esa historia es para otra nota”, sonríe Jesús Taborga, moviendo positivamente la cabeza.
Café Moxos, el rinconcito
Conocí a Jesús Taborga en 2004; tuve el gusto y placer de compartir un sinfín de tertulias con él. Era algo así como una baraja de testimonios, historias y vivencias.  Hace un par de semanas fui a su rinconcito, el Café Moxos, como era habitual.  Me prestó la revista Tricontinental, la que, a primera vista, parecía no tener  valor alguno.  
Pero al pasar sus páginas me detuve  en la página 62 y allí estaba el grupo de valerosos hombres que fugaron de Alto Madidi (La prisión verde) en la dictadura de Banzer y alcanzaron la libertad en la Chile de Allende... y entre ellos estaba Jesús Taborga.
Le agradecí por prestarme la revista, pues estaba elaborando esta nota sobre la fuga de confinados políticos de aquella prisión.  Me  pidió que lo visite en dos semanas, cuando por fin se cumplió el plazo establecido fui con unas ganas locas de recibir unas fotografías que quedaron pendientes para la nota y algunas anécdotas más...

Llegué a la puerta de su rinconcito, pero me enteré de  que un día antes había fallecido.

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SOBREVIVIENTE DEL INFIERNO VERDE

Por: Javier Claure C.

Arturo Montalvo pasó su niñez y adolescencia en los centros mineros de Catavi, Llallagua y Siglo XX (Bolivia). Su primer idioma fue el quechua y dice haber descubierto secretos de la naturaleza cuando, de niño, jugaba en los socavones de su pueblo. Fue precisamente en esos lugares, en los que el proletariado minero boliviano, muchas veces, llevaba a cabo sus asambleas en locales clandestinos con el propósito de reivindicar sus derechos y conquistas sociales.
Con tan sólo diez años, Montalvo, fue espectador de la Revolución del 52. Dirigentes sindicales como Federico Escóbar, Juan Lechín Oquendo y otros líderes mineros y campesinos fueron un ejemplo a seguir, comenta con entusiasmo. Las injusticias sociales y el maltrato a la población en esos sectores marcaron profundamente sus convicciones ideológicas. Fue dirigente de los mineros y campesinos (laimes y jukumanis) del norte de Potosi. Además, fue declarado hijo predilecto de Uncía.
Comenzó su carrera militar en los años 60 y confiesa que el ser militar, según su apreciación, era una forma de encarar su patriotismo por el país que lo vio nacer. Era una manera de luchar y defender al pueblo, no de reprimirlo; confiesa. 
Después de haberse recibido del colegio militar, perteneció a un grupo de oficiales progresistas que actuaban bajo el nombre "Legión de honor". Criticó duramente al dictador, que colaboró con el Plan Cóndor, Hugo Banzer Suárez; por tener una conducta en contra del pueblo. Trabajó en el gobierno de René Barrientos, Alfredo Ovando y Juan José Torres. Se declaró ser un capitán reformista en pro de su pueblo. Finalmente, fue arrestado por órdenes de Banzer y deportado a una prisión en la selva amazónica de Alto Madidi.
Después de permanecer en ese infierno verde por mucho tiempo, dirigió a un grupo de prisioneros y, con armas en las manos, asaltaron el avión militar, Douglas C-47, para fugarse. Los titulares de los diarios, durante la dictadura de Banzer, anunciaban la noticia: "Fugaron confinados de Alto Madidi en aeronave de las Fuerzas Armadas de Bolivia" (Hoy, periódico de la mañana). "16 confinados fugaron de Alto Madidi a Puno secuestrando un avión" (Presencia, 3 de noviembre de 1971). "Fugitivos de Alto Madidi fueron conducidos a Arica" (Ultima Hora). 
Montalvo vive en Estocolmo más de 30 años. Además, es un artista que, a pesar de muchos trabajos en su haber, se aísla de la fama. Ha patentado una técnica para trabajar con vitrales que ya tiene difusión internacional, pero ese no es el tema de nuestra conversación. Su vida está llena de anécdotas y ha mantenido, durante décadas, algunos secretos que hoy piensa revelarlos en esta entrevista: 
Javier Claure (JC): Cuando René Barrientos estaba en el poder, solicitaste una baja indefinida ¿Por qué? 
Arturo Montalvo (AM): Cuando Barrientos tomó la presidencia, me nombró secretario privado del Ministerio de Gobierno. El Ministro del Interior de aquella época era Quiroga, un militar de la aviación, pero fue sustituido por Antonio Arguedas Mendieta, un mecánico de aviación fiel a los principios de Barrientos. Este señor era alpinista y fue él quien ocultó, en las alturas del altiplano boliviano, las manos del Che. Después de un tiempo, escapó a Cuba para entregar a Fidel esas manos luchadoras por la justicia, tan requeridas por la CIA. 
Cuando Arguedas se fue a Cuba, pedí mi baja de ese cargo porque, entre otras cosas, debía dedicarme a tareas de carácter represivo y policial. Y yo no perseguía ese objetivo. Más bien me dediqué a mis actividades artísticas. Me adjudique un contrato, de 1.500 dólares, con la gerencia de administración de aereopuertos de Bolivia (Aasana). Y durante un año de trabajo pinté algunos cuadros de tipo tiwanacota en la torre de control del Aereopuerto Internacional El Alto. 
J.C: ¿Y ya no te incorporaste más en el Ejército? 
A.M: Bueno, después de un tiempo Barrientos reclamó mi presencia y me citó a su casa. Era un día sábado, me acuerdo muy bien. Me reprimió por haber abandonado el Ejército. En esos momentos hizo una llamada telefónica a su edecán, David Fernández, para comunicarle que el día lunes Montalvo se presentará en el Palacio de Gobierno y será nombrado el nuevo edecán. Entonces nuevamente retomé mi carrera militar. A manera de anécdota, te cuento que Barrientos fue mi padrino de matrimonio, pero no pudo estar presente en la ceremonia por motivos de viaje. Arguedas estuvo en su lugar.
Una vez tenía que viajar a Panamá, por órdenes de Barrientos, y encargar un avión repleto de regalos para las Fuerzas Armadas. Este hecho lamentablemente no se llegó a cumplir, ya que Barrientos murió en un accidente aéreo. 
J.C: ¿Y qué pasó después de la muerte de Barrientos? 
A.M: Todos sabemos que la muerte de Barrientos sacudió a las Fuerzas Armadas desde sus cimientos, y cambió las estructuras dentro el Ejército. Gracias a él existía una cierta unidad en los ánimos castrenses. Barrientos era considerado una especie de líder de los campesinos. 
J.C: ¿Quiénes conformaban parte del grupo "Legión de honor"? 
A.M: Éramos un grupo de 9 oficiales con ideas de izquierda. Luchábamos por una Bolivia independiente y libre de ideologías extranjeras. El General Hugo Banzer Suárez perteneció también a esta Legión, y juró fidelidad ante Ovando y Barrientos. Sin embargo, Banzer traicionó este juramento causando un baño de sangre en Bolivia, con la ayuda de Videla y la CIA, durante el golpe de Estado del 71. Pero también es cierto que dentro el Ejército habían oficiales progresistas y oficiales que se oponían a toda conquista social. Esto se puso en evidencia, inmediatamente después de la muerte de Barrientos. Entonces ahí los traicioneros se quitaron la máscara. En lo que concierne a mi persona, jamás abandoné a los principios de la "Legión de honor". 
J.C: Me conversabas en una ocasión que eras edecán del presidente Alfredo Ovando Candia. ¿Podrías contarme algo de esa época? 
A.M: Sí, claro fui edecán de Ovando, pero también era el secretario privado de su esposa Elsa Omiste. Ella había fundado una organización de nombre "CONAME" para beneficios sociales y trabajábamos juntos. 
Yo siempre era honesto a los principios progresistas de la Patria, pero habían oficiales que no me podían ver al lado de Ovando. El día que se presentaron los rumores del golpe de Estado, encabezado por Hugo Banzer y el comandante del Ejército Rogelio Miranda, estábamos reunidos en la casa de Ovando. El general nos había convocado a una reunión de suma importancia. En esa asamblea se encontraban los ministros de su gabinete y algunos oficiales más cercanos a Ovando. Ese mismo día sobrevolaban, por el cielo, aviones de guerra comprometidos con Banzer. El propósito de esas amenazas era, naturalmente, la dimisión de Ovando. Ahí estábamos conversando como hacer frente a semejante intimidación, pero Ovando nos sorprendió con una actitud bastante débil y poco coherente. Nos manifestó que había decidido dejar el poder. Todos quedamos sorprendidos y confusos. En ese momento, le suplicamos que debiéramos hacer resistencia, pero él sentía temor. Su forma de obrar era demasiado pasiva y conformista. Mientras los aviones hacían, cada vez más demostraciones de fuerza sobre la casa de Ovando; el general se ponía más nervioso. Al mismo tiempo, las llamadas telefónicas de Banzer, lo conminaban a dejar el poder. La situación iba de mal en peor, lo que ocasionó el malestar físico de Ovando. 
J.C: ¿Cuál fue tu reacción al ver que Ovando no quería la resistencia? 
A.M: Bueno, cuando Banzer dio el ultimátum a Ovando para que deje el poder, yo levanté la mano y pedí que se me otorgue la oportunidad de mediar ante Banzer. Le pedí al General Ovando que se me diera la orden para dirigirme, en nombre de su gobierno, a la casa donde se encontraba Banzer. La misión era tomarlo preso y hacer que sus soldados amotinados vuelvan a sus bases. Sabía que esta tarea era casi imposible, pero yo debía intentarlo a cualquier precio. Estaba consciente de que debía tomar decisiones drásticas, si el caso así lo exigía, incluso sacrificar mi vida. 
J.C: ¿Y cómo fue el encuentro con Banzer? 
A.M: El capitán de policía, Carlos Fernández, y yo fuimos los encargados de esta difícil tarea. Llamé al Ministerio del Interior, por teléfono, y lo único que pedí era un periodista para que nos acompañe y escriba, tal vez, una trágica historia, en la ya trágica historia de Bolivia. Y así nos dirigimos al lugar donde se había atrincherado Banzer, con mucha seguridad y a buen recaudo. Me presenté en nombre del General Ovando, por medio de uno de sus guardias, pero me negaron rotundamente la entrada al recinto. Indicaron que nada se tenía que hablar y que mi presencia estaba demás. Desde ese instante Banzer jamás olvidó mi nombre. Así que tuve que volver a la casa de Ovando con esta mala noticia. 
J.C: ¿Y qué pasó al final? 
A.M: Cuando entré a la casa de Ovando, su propio jefe de seguridad, Luis Arce Gómez, y los otros ministros presentes en la reunión lo habían abandonado totalmente. Después se supo que Luis Arce Gómez estaba comprometido con el supuesto golpe de Estado. Entonces no me quedaba otra cosa de tomar las responsabilidades que aquel momento exigía. Me hice cargo de Ovando y su familia. Ordené la retirada y puse en una maleta algunas de sus pertenencias más necesarias. Los subí a una movilidad y cuando todos estaban sentados, tuve la impresión de que quizá no alcanzaríamos al lugar deseado. Pensé entonces en el lugar más cercano: la Embajada de México. Antes de partir di la última mirada a la casa que quedaba completamente abandonada. Ni siquiera cerré las puertas con llave. Y partimos rumbo al recinto diplomático. Cuando los vi dentro la embajada, me sentí aliviado. Ovando me preguntó: ¿Por qué tú no ingresas? Le contesté que la misión no estaba cumplida y que debía quedarme en Bolivia para hacer resistencia al golpe. Aunque a decir verdad, no se veían posibilidades para hacerlo. De todas maneras, no quise asilarme y nuevamente volví a la casa de Ovando. Entré al living y me puse a pensar. Estaba totalmente solo y desesperado sin saber qué hacer. Después de un momento, se me ocurrió llamar a la casa del General Juan José Torres, a quien lo habían marginado por sus ideas progresistas de izquierda.
J.C: ¿Y lograste algún contacto con él? 
A.M: Si, él me contestó y me invitó a su casa para conversar. Apenas llegué me sirvió una taza de café, pero le rechacé, alegando que no había tiempo. Pensó que estaba bromeando. Y enseguida le expliqué la grave situación que el país estaba atravesando. Le dije que acababa de trasladarlo a Ovando y su familia a la Embajada de México. Y que precisamente en ese momento Bolivia no tenía presidente y, por lo tanto, debiera hacerse cargo del país. Era nuestro deber y obligación hacer resistencia al golpe. Después de una larga conversación, Torres aceptó mi propuesta: "hacer la resistencia". Nos pusimos en contacto con el mayor Cejas que era el comandante de una unidad de artillería ubicada no muy lejos de la ciudad de El Alto. Sabíamos que este mayor era leal a las ideas de izquierda. Y así empezamos hacer la resistencia desde el aeropuerto de la base militar en El Alto. 
Un grupo reducido de la Fuerza Aérea se unió a nuestra lucha. Pero tuvimos temor que, por la noche, los golpistas nos atacarán con un número mayor de hombres. Sin embargo, hicimos la resistencia. Aunque hubo un par de oficiales que se daban por vencidos de ante mano. Jorge Gallardo fue uno de ellos. Tenía espasmos nerviosos y no quería separarse de mí, me decía que debíamos abandonar porque todo estaba perdido. El miedo se apoderó de él, y yo le dije que se marchará. 
Finalmente, logramos tomar contacto con el sindicato de transporte y otros sindicatos. Se declaró una huelga general donde se paralizó toda Bolivia. Y Banzer no tuvo otro remedio que abandonar el país. Había fracasado el golpe de Estado. Nosotros triunfamos la lucha sin un solo muerto. Y después del triunfo, el General Torres acompañado de algunos dirigentes sindicales, el capitán Banegas que manejaba el coche y todos los que habíamos hecho resistencia, ingresábamos al Palacio Presidencial aplaudidos por las multitudes. Al día siguiente Torres fue proclamado presidente de Bolivia. 
J.C: ¿Algunos problemas después de la proclamación? 
A.M: Si, horas después de la posesión de Torres, la radio patrullas, me notificaron que una movilidad se dirigía, a toda velocidad, hacia El Alto y que adentro se encontraba el General Ovando. Me quedé confundido, era impensable ya que lo había dejado a él, y su familia, en la Embajada de México. Inmediatamente pensé que se trataba de un secuestro. Por la urgencia que requería el caso, no tuve tiempo de dar órdenes a nadie. Tomé mi propia movilidad y me di a la fuga en busca de ese extraño coche que causaba sospechas de toda índole. Logré dar alcance a la movilidad exponiendo mi seguridad. El coche paró y, para mi asombro, ahí estaba sentado Ovando. Lo saludé, y me contestó que todo marchaba bien. Me sorprendió mucho ver a ciertos oficiales del ejército junto a Ovando. Precisamente esos oficiales lo habían abandonado en los momentos más cruciales, pero el oportunismo se hacía sentir fuerte. Cuando las turbulentas aguas se calmaron pedían a gritos, sin ningún fundamento, que Ovando vuelva al poder. 
Estos trajines siguieron su curso sin éxito, ya que Torres habló con Ovando para persuadir sus actos malintencionados. El General Ovando había perdido el poder por su propia inseguridad y cobardía de hacer resistencia a las tropas de Banzer. 
Yo portaba un arma automática aquel día. Esto me causó, posteriormente, grandes problemas. Me acusaron que estaba detrás de Ovando para matarlo. Ese fue el mal pago que recibí por mi lealtad a la Patria. 
J.C: ¿Qué cargo ocupabas en el gobierno de Torres? 
A.M: Durante el período de Torres, trabajé tres meses como Ministro del Interior, hasta que su gobierno se organice. Fui nombrado directamente por Torres en el momento que nos hicimos cargo del gobierno. Por aquel entonces yo tenía solamente 26 años y sentí, en mis adentros, que ese cargo era mucho para mí. Entonces lo llevé a Jorge Gallardo como mi asistente, pero él quería algo más. Por insistencia de Gallardo, hablé con cierta gente para que se hiciera cargo del Ministerio (un grave error), y posteriormente fue nombrado Ministro del Interior. Yo pasé a la sección administrativa que tenía que ver con los fondos del Estado. Lo que más me sorprendió es que Gallardo se volvió rico de la noche a la mañana. Hacía gastos desmedidos. Yo como subalterno de él, debía depositar en su oficina, la cantidad de dinero que él pedía. Esta conducta ilícita me indignó, le llamé la atención severamente. No quise formar parte de esa corrupción y, en medio de muchas discusiones, decidí renunciar a todos los cargos que me ofrecían. 
J.C: ¿Por qué renunciaste a esos cargos, siendo así que tú luchaste para que Torres suba al poder?
A.M: Parece paradójico, ¿verdad? Pero una de las principales causas fue los desfalcos que se cometían en el Ministerio. Además, Jorge Gallardo junto a su hermano estaban planificando un golpe de Estado contra Torres. Me quisieron involucrar en ese acto inmoral de traición y, lógicamente, ese proceder no formaba parte de mis principios. Torres, a su vez, no me escuchó las prevenciones que yo le transmitía acerca de este golpe de Estado y de los robos. Él siempre comentaba: "No debemos desconfiar de nuestros propios hombres". Esta ingenuidad de Torres me desconcertó, y entonces se frustraron mis ideales de justicia y lealtad a la Patria. Pues no tuve más remedio que dejar mis actividades dentro el gobierno.
Sin embargo, tuve el honor de acompañarlo a Torres hasta el Palacio de Gobierno. Y no me arrepiento, porque pertenecía a los oficiales progresistas. Su error fue, no dar crédito a mis palabras de advertencia. Antes de retirarme de su gobierno, le di mis gracias haciendo el saludo no con la mano militar, sino con un apretón de manos.
J.C: ¿A qué te dedicabas después de haber renunciado a todos esos cargos? 
A.M: Como te conté anteriormente, no quería salir del país. Cuando me sentí libre de todos los cargos en el gobierno de Torres, me dediqué, entre otras cosas, a uno de mis hobbies: a participar en carreras de autos. De esa manera desafié a todo el mundo con mi presencia. Banzer se había refugiado en Argentina después de su fracasado golpe de Estado, pero conspiraba desde allí para un segundo golpe con la ayuda de militares de ese país. Cuando tomó el poder, dio órdenes para mi apresamiento. 
J.C: ¿O sea que Banzer tenía la mirada puesta en tu persona? 
A.M: Por su puesto, tenía muchas razones para hacerlo. Yo lo califiqué como traidor, mucho antes que diera el golpe a Ovando. Su comportamiento, no fue otra cosa que una traición a los principios patrióticos que él también demostraba, en ciertas ocasiones, ante los oficiales progresistas. Aunque siempre desconfiábamos de su lealtad. Era ególatra, no estaba contento con sus propias medidas y nos decía que había recibido una formación especial contraria a la nuestra. Siempre hablaba de sus antepasados aristócratas y nunca mostraba buena cara ante las medidas sociales en pro de la clase desposeída. 
Muchas veces le siguieron sus falsos pasos. Recuerdo que Ovando lo llamó, una vez, para que rinda cuentas de reuniones informales con ciertos oficiales, de los que también dudábamos de su lealtad. Banzer respondía dando respuestas satisfactorias y continuamente lo visitaba a Ovando para despejar dudas. Yo criticaba severamente esa actitud. Lo llamábamos "buscapegas" y traidor a los principios que habíamos planteado los oficiales progresistas: "Las Fuerzas Armadas deberían actuar en favor del pueblo". 
Luego vino su primer intento de golpe de Estado, en el que fui intermediario entre Ovando y Banzer. No me recibió en su casa, pero mi nombre se lo había grabado en mente de por vida. Se me acusó que estaba detrás de él para matarlo. Un tremendo error de él y su familia. Como miembro de la "Legión de honor", mi tarea no era matar a nadie. Además, se inventó que había viajado a Buenos Aires para liquidarlo cuando él vivía allí. Tomando en cuenta todos estos aspectos, pues yo era, según Banzer, el enemigo número uno y ordenó mi apresamiento. 
J.C: ¿Y cómo fue tu apresamiento? 
A.M: Una verdadera odisea. Me pusieron en una celda fría. No tenía derecho a tomar agua y menos a comida. Pero gracias a mis compañeros presos, recibía algo de comida por un espacio que los presos mismos se ingeniaron. Me encontraba mal de salud, me dio una terrible pulmonía. Los demás presos se dieron cuenta que padecía de este mal y me sacaban al patio clandestinamente. Hacían un círculo humano y yo, en el centro, me tendía sobre la tierra para tomar sol. De esta manera fui recuperando, poco a poco, gracias a esa solidaridad y, pues, esto me daba fuerzas para seguir luchando. 
Un pasaje que siempre recuerdo; es cuando el hijo de Banzer vino a la cárcel para agredirme. Gritaba a voz en cuello: "...que lo saquen a ese carajo de Montalvo que quería matar a mi padre. Quiero ver su cara". Vinieron los guardias, me sacaron de mi celda y me pusieron frente a él, pero a buena distancia. Estaba rodeado de carabineros y seguía gritando: "...ahora te tengo en mis manos, se acercó para maltratarme con una mirada de odio". En ese momento, los 500 presos políticos dieron unos pasos adelante para ir a su encuentro. El agresor se sintió entonces humillado e impotente de tomarme en sus manos. Finalmente, viendo esa avalancha de gente, se dio la vuelta y asustado siguió sus pasos hacia la calle. Pero tuvo el valor de gritar "te haré podrir en la cárcel". 
J.C: ¿Y cuánto tiempo estuviste en la cárcel? 
A.M: Pues al día siguiente del altercado con el hijo de Banzer, a eso de las tres de la mañana escuché mi nombre. Un guardia vino a mi celda y me pidió, en voz alta, que recogiera mis pertenencias. Los otros presos se despertaron, pero no pudieron detener mi partida. Me desearon suerte y repetían que debía ser fuerte, recuerdo bien. En esos instantes, presentía lo peor. Estaba dispuesto a todo, inclusive a la muerte. Me llevaron en un jeep militar a toda velocidad hacia el aeropuerto de El Alto. Luego me embarcaron en un avión de transporte. No sabía el destino. Ahí empezó una tortura psicológica. Contaba los minutos que me quedaban de vida. De repente, me di cuenta que había otra persona más en el avión, también en calidad de preso. Era el médico del Che Guevara, el doctor Higueras. Cuando lo vi a este señor, sentí un apoyo moral que se convirtió en una luz de fuerza y alegría. Éramos dos en la batalla. Luego de un par de horas de vuelo, el avión descendió en una parte de la selva amazónica. 
J.C: ¿Qué pensaste en esos momentos? 
A.M: Cuando descendió el avión, divisé a lo lejos que otros presos políticos alzaban los brazos dándonos la bienvenida. Posteriormente nos enteramos que el lugar en el que habíamos aterrizado se llama Alto Madidi. Era una selva infernal donde el calor y los mosquitos nos atacaban todo el tiempo. Banzer decidió eliminarme de la manera más disimulada enviándome a ese campo de concentración. Así podía culparle a la selva de mi destino y quedar libre de culpa. Nunca se supo de la cantidad de muertos que se enterraron en el cementerio de Alto Madidi.
J.C: ¿A qué te dedicabas en Alto Madidi? 
A.M: Desde que puse mis pies en ese campo de concentración, pensaba solamente en la fuga. Pero ¿cómo realizar esta fuga? Esa era la pregunta de cada día. El primer obstáculo era la gente con diferencias ideológicas irreconciliables. Entonces empecé a elaborar mentalmente un esquema que pudiera unirnos. La consigna era "libertad o muerte", nada de conversaciones políticas. Y así comandé a un grupo de 16 jóvenes dispuestos a morir. Estábamos conscientes que no teníamos mucho que ganar, pero nuestra misión era seguir adelante pase lo que pase. Entonces empezamos con un entrenamiento militar intensivo. 
J.C: ¿Existe algún libro o documento que relata la vida de los presos en Madidi? 
A.M: Sí, por su puesto. Hay un libro de Lucho Mazone y me parece que su relato es lo más correcto. Aunque mis apreciaciones tienen otro ángulo de vista. En cambio el libro que escribió Jorge Gallardo es una calamidad y lleno de falsedades. En la primera hoja del libro, me di cuenta que va por muy mal camino.
J.C: ¿Lo llegaste a conocer a Luis Arce Gómez? 
A.M: Si, lo conocí en el Colegio Militar cuando estudiaba. Luego se recibió de oficial, pero por alguna causa fue dado de baja. Extrañamente tenía entrada a esa casa de estudios. Se dedicaba a sacar fotos a los cadetes y ganaba algún dinero vendiendo retratos.
Tuvo una controvertida carrera militar. Con el correr del tiempo, lo vi nuevamente de uniforme ocupando el cargo de jefe de seguridad de Ovando. Me extrañó muchísimo. Se dice que Ovando lo llevó a ese cargo, porque su padre, Lucho Arce, era un viejo militar muy amigo de Ovando.
Hoy en día sabemos que Luis Arce Gómez ha estado en la cárcel de Estados Unidos por delitos de narcotráfico y ahora está cumpliendo otra pena en el penal de Chonchocoro.
J.C: Finalmente ¿cómo ha sido tu vida en exilio durante estos últimos 30 años? 
A.M: Primero que nada, te diré que nunca pude volver a Bolivia por la permanente amenaza de Banzer. Él decía amnistía para todos, menos para Montalvo. Así que tuve que esperar hasta que muera para visitar Bolivia. 
Hicieron desaparecer todos los documentos de mi carrera militar. Hoy no existo, ni si quiera, en los registros de cocina de las Fuerzas Armadas, pero tengo la satisfacción de haber trabajado honestamente por Bolivia. Y esto pueden atestiguar aquellas personas, con un sentido cabal, que estaban cerca de mí durante el gobierno de Torres.
Cuando llegué a Suecia, como exiliado, era un país con muchas ventajas y, claro, había que prepararse. Trabajé en la televisión sueca y en un Instituto para el Desarrollo Técnico, llamado NUTEK. 

En cuanto a mi carrera artística se refiere, creo que he logrado algunas cosas que me están dando mucha satisfacción, pero vuelvo a recalcarte gracias a un tenaz esfuerzo y mucho trabajo. De lo que me siento orgulloso, es de haber patentado una técnica para trabajar con vitrales y ya tiene alcance internacional. Así que como verás, he echado raíces en este país pero, a pesar de los años, no me olvido de mi patria Bolivia.

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