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JUAN LECHIN OQUENDO, LA LEYENDA


Por: José Loayza Portocarrero // Este artículo fue publicado en Siglo y Cuarto Documentos Históricos, el 20 de mayo de 2018. // Foto: el presidente Siles y Lechin.

Dicen que los machos más bragados, de esos que concluyen el amor para empezar otro, eran capaces de reengancharse en la firma de la Patiño Mines, y se embarcaban en los primeros camiones que salían a Llallagua.

— ¿Tú también vas a la Patiño Mines, muchacho?

—Sí señor, allá trabaja mi padrastro Luis Delgadillo, jefe de la oficina de empleos.

—Ajá. ¿Conoces alguna mina, cuántos años tienes?

—Tengo 22 años, nací el 19 de mayo de 1912, y vengo de la mina Corocoro.

—Si te sirve mi advertencia, déjame decirte que a la tierra adónde vamos, hay parásitos que se visten de anarquistas e ingenian paros y huelgas para negociar con la empresa un "cuarto intermedio", que es la mitad para ti y la otra para mí. Los honestos, los defensores de la causa obrera, los que sintetizan el sentimiento y el valor obrero, son llamados “traidores". Evítalos, por suerte hasta hoy ningún dirigente maneja el sindicalismo con engaños y mañas. ¿Cómo te llamas?...

—Lechín, me llamo Juan Lechín Oquendo; para lo que usted mande señor.

La segunda vez que Lechín viajó a Llallagua, fue en 1939, después que dejó la Dirección de Industria y Comercio y ocupó el cargo de Subprefecto de Uncía. Más tarde tendría la extraña misión de destruir la Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia (CSTB) que nació ese año al mando de Antonio Carvajal y Alipio Valencia Vega, éste último, el nervio palpitante e intelectual de la organización y militante del PSOB, partido que no coincidió con el Gobierno de Villarroel, y tampoco su aliado el PIR, que ya contaba con militantes y cuadros sindicales.

El Gobierno de Villarroel vio como necesidad crear una organización paralela y con esa mira planificó la organización de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), y eligió a Lechín, para destruir al sector más movilizado de la CSTB, el PSOB y el PIR. El Congreso Constituyente de la FSTMB se realizó del 10 al 23 de junio de 1944. Asistieron 25 empresas, y se definieron cuatro objetivos, todos movimientistas. El 11 de junio salió elegido Emilio Carvajal como Secretario General, Arturo Ruescas Secretario de Relaciones, y Juan Lechín Secretario Permanente. Ninguno era trabajador de interior mina, el primero era de la oficina tiempos, el segundo transportista, y el tercero Subprefecto de Uncía. Néstor Capellino, importante miembro del MNR, fue quien le ordenó a Carvajal, que incluya a Ruescas y a Lechín como delegados.

Al año siguiente, en el II Congreso de Potosí, el MNR hizo que Lechín sea elegido Secretario General de la FSTMB junto a Mario Torres Calleja. Guillermo Lora confirma esa misión: “El lechinismo, ha sido el vínculo del MNR con los sindicatos y por medio de ese canal ha llegado hasta amplias capas de cuadros sindicales la labor corruptora e inmoral del partido de gobierno. El mayor pecado de la camarilla lechinista consiste en la corrupción de toda una legión de valiosos dirigentes. Cuando no ha podido prostituir, ha enviado a la cárcel a quienes han tenido el valor de resistir su nefasta influencia”.

Se dice que Lechin llegó a ese puesto por su amistad con Hernán Siles Zuazo. Más tarde se supo que Paz sirvió en el Chaco en la Batería Seleme de artillería con el entonces capitán Antonio Seleme, quien debía ocupar la presidencia en la revolución del 9 de abril. Paz era padrino de bautizo de su hijo. Es decir, existía una íntima amistad entre Paz, Seleme y el grupo árabe enfrentado en la obstinada pugna árabe-israelí, esto hizo que la posición nacional−socialista de Paz, apoye a los árabes, a la que correspondían los Lechín, Irma, Afcha, Asbún y otros.

El 17 de abril de 1952, 8 días después de la revolución, el MNR fundó la COB, esta exigió la Nacionalización de las minas, que Paz no proyectaba en la previedad, fue la brevedad de los hechos y la obediencia a las masas y a su aclamación delirante, lo que le hizo anunciar esa medida cuando se presentó para dar su discurso en el balcón del Palacio. Ya en el Salón Rojo, los invitados y los que se invitaron posaron con los rostros lindos mientras saltaban las luces de los flashes para el matutino. Por primera vez el mundo veía como el proletario levantaba los bocadillos de tres en tres y alzaba las copas espumosas de las charolas con un apuro de por sí se acabe. A medianoche el Presidente escuchó tras su hombro una voz filosa, era Juan Lechín, líder de la FSTMB, le recordó que la dirigencia minera estaría ligada a su gobierno, siempre y cuando se nacionalicen las minas y se institucionalice la fuerza obrera. Ambos sonrieron, sus voces pedantes demostraron que la adoración a la verdad no era su religión, se guiaron por su momento exitista, y se podría decir que sonrieron para desdecirse, no para decirse nada, pues la repugnancia de sus afectos les hizo percibir en ese momento, una potencia meramente oportunista.

Más tarde Paz le preguntó a Siles quién era Lechín, pese a que sabía dónde nació y era siete años menor que él, hijo de la señora Juana Oquendo y del libanés Juan Lezín Rheim. Pero tenía que saber si Siles era o no su confidente leal. Sabía también que era de tendencia trotskista, no por haber leído algún texto anarquista, sino por haber sido adoctrinado por Guillermo Lora, con quien compartió una vivienda por seis meses el año 45, o sea que Lora era tan amigo de él como era Siles.

El 31 de octubre de 1952, Paz dictó el DS. 3223, nacionalizó las minas de Patiño, Aramayo y Hochschild, y las primeras medidas que exigió Lechín como Ministro de Minas y Petróleo, después de haber criticado a la Rosca sus defectos de producción y la no preparación al socialismo, fue: 1. Disponer la reincorporación de trabajadores de antes de1949, esto creo 5.000 supernumerarios en las empresas. 2. Exigir al gobierno que se indemnice a todo el personal de las minas nacionalizadas por el tiempo de servicios, o sea a los 15.000 trabajadores efectivos más los 5.000 supernumerarios. 3. Crear “El Control Obrero con derecho a veto”, este experimento frankensteniano pretendía armonizar dos cabezas en un solo cuerpo. En síntesis, la Nacionalización murió en el momento de su alumbramiento por no poder hacer en la práctica lo que maravillosamente se decía en los discursos.

De pronto el país se convirtió en un palenque de gallos, a diario se vertían orgullos e insultos sarcásticos, o se alardeaba con frases fanfarronas, o se parloteaba de política con citas marxistas y chispeantes sin silencios ni respetos pero con excesivas ínfulas para terminar en un plano de confusión y desorganización según el capricho del sindicato, de Comibol o el partido. Esta situación agravó las deficiencias de la administración con la consiguiente disminución de la producción minera y la elevación del costo de producción. A esto se sumaron las muecas feroces e implacables del Control Obrero con derecho a veto para desautorizar atribuciones protagonizando peleas dramáticas únicamente por disputar la popularidad de los trabajadores al estilo del burócrata.

El padre Gregorio Iriarte, decía: “La minería nacionalizada no quiso asentarse sobre la injusticia pero lo hizo sobre la irracionalidad. De la explotación del hombre por el hombre se pasó al favoritismo y al compadrerío. Del desconocimiento total del Sindicato como fuerza viva y necesaria, se pasó al “caciquismo” sindical. Huyendo del autoritarismo dictatorial e inhumano de las ex Empresas, Comibol cae en un trasnochado paternalismo”.

Los enconos obreros a los que se sumó el MNR, eclipsaron lentamente lo promisorio, y pronto el país se dio cuenta que no era dable que duerman en el mismo cajón perros y gatos, no por sus instintos sino por sus intereses. Se dieron algunas ideas para ordenar lo desordenado, pero Comibol ya estaba en terapia agónica, y las minas en metástasis, y esa terrible realidad se ocultó porque había que evadir la responsabilidad para no perder la vinculabilidad política, el resto no importaba.

Aún hay mucho que hablar de Lechín, y lo haremos en las próximas entregas. El maestro Juan Lechín Oquendo, murió en La Paz, el 27 de agosto del 2001, y con él se llevó a la tumba a la COB.

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