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LA BATALLA DEL ALTO DE LA ALIANZA Y LA ACCIÓN DE LAS AMBULANCIAS ALIADAS


“el dolor desgarrador de las llamadas rabonas al buscar en el campo de batalla entre los cadáveres el destino final de sus amados o parientes… mujeres vestidas con mantas y polleras descoloridas, algunas cargando una criatura en la espalda o llevando un niño de la mano, circulaban entre los cadáveres; encorvadas buscando al esposo y quizás al hijo, que no volvió

GUERRA DEL PACÍFICO

Quince días antes de la batalla de Tacna, se realizó la revista del Servicio Sanitario y designó al personal que afrontaría las emergencias en donde: La plana mayor estaba constituida por los cinco miembros de la Junta Directiva. El Jefe Mayor era el médico Zenón  Dalence que tenía bajo su mando a 15 facultativos y cirujanos, 48 camilleros en la ambulancia sedentaria, a Vicenta  Paredes Mier como Inspectora de Cocina, Ignacia Zeballos como hermana  de ambulancia y a ocho inválidos del  combate de Tarapacá como vigilantes.  
Veremos además que fue la mujer boliviana, quien tuvo un papel preponderante en las ambulancias militares. La historia boliviana ha recogido los nombres de Ignacia Zeballos, Andrea Rioja de Bilbao, Ana M. de Dalence, María N. Vda. de Meza y su hija Mercedes Meza. Cabe resaltar que Ignacia Zeballos, es considerada la “primera enfermera boliviana” que portó un brazalete de la Cruz Roja en la campaña militar. Desde entonces la bandera de la Cruz Roja, flameó en las ambulancias al lado del pabellón nacional boliviano. 
La batalla del Alto de la Alianza y la acción de las ambulancias aliadas 
La batalla del “Alto de la Alianza” fue un hecho de armas que se desarrolló cerca de la ciudad peruana de Tacna el 26 de mayo de 1880, en el marco de la Guerra del Pacífico, considerada una de las acciones militares más importantes del conflicto. En esta se enfrentaron los ejércitos aliados de Bolivia y Perú, ambos dirigidos por el general boliviano Narciso Campero, contra el ejército de Chile, comandado por el general Manuel Baquedano, que luego de un feroz combate resultó en victoria. Según el historiador militar Carlos Dellepiane, las fuerzas aliadas que hicieron frente al ejército de Chile fueron 9849 hombres, de los cuales 4601 eran bolivianos y 5788 eran peruanos. Mientras para las fuerzas chilenas en combate, el historiador William Sater da la cifra de 14147 hombres, basado en documentos oficiales de ese país.   
El 26 de mayo de 1880, los hombres que portaban una Cruz Roja en el brazo y la gorra, libraron una lucha diferente en los campos del Alto de la Alianza. Su misión era la de salvar vidas, independiente de la nacionalidad del herido caído y no por ello exento del fuego cruzado. Es aquí donde Zenon Dalence (1881), médico boliviano y encargado del cuerpo de ambulancias del Ejército de Bolivia, nos da un claro símil entre el combatiente y el médico ambulante:
¡cuán diversa y a la vez idéntica perspectiva la que se ofrecía en esos momentos al guerrero que, viendo próxima la batalla, se preparaba á salir victorioso en ella, aunque fuera á costa de sus existencias, en defensa de su patria; y la del soldado de la «Cruz Roja» que, preparándose también á cumplir su misión, si bien en un rol pasivo respecto al enemigo, ¡podía hallar igualmente la muerte en el sentimiento de la humanidad!
Mientras el coronel del ejército boliviano, Miguel Aguirre (1880) en sus “Lijeras Reminiscencias del Campo de la Alianza”, sobre la acción de las ambulancias militares de la Cruz Roja boliviana dijo:
Me asomé á la Ambulancia boliviana, situada á doscientos metros más ó menos de la retaguardia de nuestro Ejército. El distinguido Dr. Dalence, Jefe de ella, el Inspector Sr. Julio Quevedo (…) y sus dignos colaboradores permanecían tranquilos y resignados en su puesto, en medio de la lluvia de bombas, listos para ejercer su sublime misión.
Es así que la batalla se inicia cerca de las 9:00 a.m. con un potente duelo de artillería entre ambos bandos y no tan eficiente debido a que muchos proyectiles aterrizaron en la arena sin estallar dado la calidad arenosa del suelo tacneño. Como lo evidencia Miguel Ramallo (1901), combatiente boliviano en el Regimiento “Libres del Sud”:  El cañón seguía crujiendo; las granadas pasaban sobre nuestras cabezas con aquel sonido infernal que les es propio y se enterraban en la arena; algunas se estallaban, pero solo a su estallido se levantaba una gran columna de arena que se esparcía en el aire y luego descendía sobre nosotros como menuda lluvia. Sin embargo, después comprometido el combate y el intercambio de fusilería de la infantería, varios proyectiles menores principiaron a caer cerca de las carpas de las ambulancias, evidenciando su inconveniente ubicación. Motivo por el cual, los jefes de las respectivas ambulancias aliadas decidieron ordenar su inminente traslado metros detrás.
Para entender los estragos de la violencia en el campo de batalla, citamos a Eufronio Vizcarra (1884), quien en su “Narración Histórica de los Combates de Tacna y Arica”, señala que donde quiera que se dirigiese la vista en el campo de batalla se encontraban las señales del martirio y la muerte. Y donde la arena estaba “enrojecida por la sangre, los cadáveres tostados por la pólvora, los miembros humanos esparcidos en completo desórden, las cabezas de las soldados aplastadas por los cascos de los caballos, los ayes y las maldiciones de los heridos.”
Creemos conveniente transcribir el dolor desgarrador de las llamadas “rabonas” al buscar en el campo de batalla entre los cadáveres el destino final de sus amados o parientes. Doña Ignacia Zeballos, enfermera boliviana a través de sus ojos de mujer no dice lo siguiente: 
El cuadro no sólo era de mortandad, tenía un elemento vivo, pero mucho más triste que la figura de los muertos; mujeres vestidas con mantas y polleras descoloridas, algunas cargando una criatura en la espalda o llevando un niño de la mano, circulaban entre los cadáveres; encorvadas buscando al esposo, al amante y quizás al hijo, que no volvió a Tacna. Guiadas por el color de las chaquetas, daban vueltas a los restos humanos y cuando reconocían al que buscaban, caían de rodillas a su lado, abatidas por el dolor al comprobar que el ser querido al que habían seguido a través de tantas vicisitudes, tanto esfuerzo y sacrificio, había terminado su vida allí.
Las ambulancias peruanas y bolivianas fueron hostilizadas por parte de algunas tropas chilenas luego de la batalla y mientras desplegaban su labor asistencial a los heridos. No obstante, cabe resaltar que hubo esfuerzos e intervención de algunos oficiales chilenos por evitar dichas agresiones hacia la neutralidad de las ambulancias aliadas en sus labores humanitarias amparadas en el Convenio de Ginebra de 1864 y 1868.
Tenemos que considerar que dichas agresiones a las ambulancias aliadas por parte de algunas tropas chilenas se basaban en el saqueo y “repase” de heridos peruanos y bolivianos presentes tanto en el campo de batalla como en las ambulancias; incluso amenazando la vida de los médicos, cirujanos y practicantes que se interpusieran en su camino.
Sobre el repase, hay que señalar que esta fue una práctica en común ejercida por los tres países en conflicto. Por ejemplo, José A. Trico, sargento 2do chileno del “Atacama” Nro. 1 narra a su madre en una carta fechada el 15 de junio de 1880, cómo en un primer momento de la batalla, cuando las fuerzas chilenas retroceden frente al avance aliado, “el enemigo al pasar por nuestros heridos los destrozó a bayonetazos.”
Zenon Dalence (1881), jefe de las ambulancias de la Cruz Roja boliviana, desglosa también la acusación de encontrar múltiples cadáveres de soldados aliados con claros signos de haber sido rematados luego de caer heridos. Pero nos deja un relato que nos demuestra que también hubo gestos de humanidad y caballerosidad de parte de la oficialidad chilena, como en el siguiente caso: Se nos dio aviso de que muy cerca de nuestro campamento había un herido que requería nuestros cuidados; concurrimos por él con una camilla: era el capitán Adolfo Vargas, del regimiento Libres del Sur, que atravesado del pecho por una bala, daba muy pocas esperanzas de vida. Poco después llegó, traído en ancas por un jefe chileno de pequeña estatura, barba cana y de anteojos, el teniente coronel Felipe Ravelo, herido en la pierna izquierda, con fractura de uno de sus huesos. Agradecimos al expresado jefe su delicadez y procedimos a acomodar a atender a nuestro valeroso herido.

(La acción de las ambulancias de la Cruz Roja peruana y boliviana en la Batalla del Alto de la Alianza - Aramis López Chang). #cortegosky

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