Este artículo fue publicado originalmente en el matutino Página
Siete el 6 de mayo de 2018. // http://www.paginasiete.bo/rascacielos/2018/5/6/que-se-vaya-carajo-178701.html // Fotos: 1) El
Tcnl. Emilio Lanza, junto a sus oficiales, en mayo de 1981. / 2) Soldados del
CITE en Cochabamba durante el alzamiento de 1981. // Fotografías: Lucio Flores, Rafael C., Lydia Gueiler y
archivo personal.
EL ÚLTIMO DICTADOR
Y SE FUE.
Varias veces en estos 37 años, después de la salida de Luis García Meza del
gobierno, recordé aquel evento sucedido en mayo de 1981 en Cochabamba cuando
los propios militares se enfrentaron al dictador. Había ya inquietud, cierto, y
un plan se gestaba para sacarlo. Pero ese hecho es importante por dos razones:
porque el anillo de seguridad que rodeaba a Luis García Meza era infranqueable,
era temible y la violencia de aquel narcoestado amenazaba con recrudecer.
Nadie, menos aún un camarada de rango inferior osaría desafiarlo, de lo
contrario, la pasaría muy mal. (Desde la sociedad civil, derrotar a un régimen
de esas características sin participación militar, era simplemente impensable).
Y lo enfrentaron, y sacudieron una estructura que parecía invencible, hasta
tumbarlo. Al día siguiente de aquellos hechos, García Meza anunció su salida,
aún si luego se arrepintió, como hacen los dictadores. Tres meses después, en
agosto, se fue.
La segunda razón es fundamental. La reacción no planificada
de aquellos militares, hastiados de ese gobierno profundamente corrupto,
permitió “ventilar los trapitos al sol” –cosa que sus camaradas reprocharon y
no perdonaron jamás- y mostrar a la sociedad que derrocar a ese régimen era
posible desde adentro y hacia fuera y no según la costumbre del pasanaku del
poder. De hecho, el plan que gestaban otros generales para sacarlo, había
negociado con el propio dictador para que la suya fuese “una salida honrosa” y
de alguna manera así fue, pues la dictadura pasó el gobierno a una Junta de
Comandantes idéntica a la que inició el golpe.
Podría decirse que lo que hicieron aquellos militares rebeldes fue un fracaso.
Yo creo que no. La distancia de los años nos permitirá mirar esa historia
–ojalá– en toda su complejidad.
¡QUE SE VAYA, CARAJO!
La mañana del 11 de mayo de 1981, 14 oficiales paracaidistas
del Centro de Instrucción de Tropas Especiales CITE en Cochabamba abordaron
cuatro movilidades: dos vagonetas Bronco decomisadas al narco y dos jeeps del
Ejército.
En la primera iba el mayor Luis Iriarte, segundo comandante,
y en la segunda el comandante, teniente coronel Emilio Lanza. Se dirigieron a
la Escuela de Armas donde sabían que estaba el hombre más temido del país.
El general Luis García Meza, Comandante del Ejército, Comandante en Jefe de las
Fuerzas Armadas, Capitán General y Presidente de la República, era la Santísima
Trinidad. Y esa mañana de mayo, diez meses después de haber arrebatado a sangre
y fuego el gobierno a una débil democracia, había llegado a la ciudad de manera
imprevista y estaba reunido con los alumnos de aquel instituto militar.
Los hombres del CITE desembarcaron de un brinco y tomaron posición dentro y
fuera del lugar. Sólo cinco ingresaron al salón principal donde estaba el
Presidente. Lanza entró por la puerta trasera. Lo escoltaban tres oficiales que
se colocaron dos en las esquinas y uno por detrás, cubriéndolo. Los otros dos
entraron por la puerta delantera y se acomodaron a los lados con los fusiles
apoyados junto al pecho, prestos para la acción.
Luis García Meza estaba sentado frente al salón mirando a su audiencia junto a
varios otros comandantes además del gobernador de la ciudad, coronel Rómulo
Mercado, y el embajador boliviano ante la Organización de Estados Americanos
OEA, Alberto Quiroga, al que habían traído desde Washington para esta reunión.
Quiroga, un abogado reconocido, gozaba del aprecio y la atención de los
oficiales, pues tenía además el don de la buena labia y en esta ocasión se
explayaba intentando convencer a la audiencia de que el Gobierno
estadounidense, que tenía a la dictadura boliviana en ascuas, estaba a punto de
reconocer al régimen golpista.
Cuando Lanza y sus oficiales entraron, Quiroga calló y durante tres segundos
nadie supo lo que pasaba, tres segundos de silencio invadieron el ambiente de
una tensión absoluta. La Santísima Trinidad palideció, bajó las manos que
estaban sobre la mesa donde se apoyaba y comenzó a chorrearse lentamente, las
tripas escurridas. Lanza lo miró de frente con el ceño fruncido y toda la
adrenalina del mundo en esa hora crucial. Los oficiales, que habían estado
escuchando sentados, no vieron a Lanza sino el rostro del Presidente de la
República que palideció como si hubiese visto a la misma Parca. El hombre más
poderoso del país se hundía en el asiento, desplomándose por dentro, el rostro
descompuesto. Entonces todos se dieron la vuelta para mirar a Lanza.
Mi papá era un tipo menudito: un metro sesenta y cinco centímetros. Delgado y
más que deportista era ágil, inquieto. Saltaba en paracaídas como nadie lo
había hecho hasta entonces; era el mejor paracaidista militar que se conozca.
Mi papá vivía desafiando al destino.
García Meza, aún indispuesto, amargo, aún sabiendo exactamente lo que estaba
sucediendo, las vísceras revueltas, vomitó: ¡Qué quiere, Lanza!
El eco retumbó como temblor en las entrañas de aquellos hombres uniformados,
tiesos por el pánico. Luego se hizo un silencio que se vivió eterno.
El muro de la dictadura se había quebrado. El dictador tenía los días contados.
Y mi papá también.
Lanza fue apresado y, avisado de que paramilitares habían
llegado de La Paz con la intención de matarlo, huyó de su encierro con ayuda de
sus oficiales. En la clandestinidad preparó el segundo alzamiento que sucedió
quince días después, el 25 de mayo. Los camaradas que aseguraron apoyarlo
recularon. Se habló de los “bonos de lealtad”. El anillo que rodeaba al
Presidente era infranqueable.
Lanza y sus oficiales salieron al exilio donde se sumaron a
la resistencia liderada por el Alto Mando que luego de otro intento fallido
también había sido exiliado. Ingresaron al país nuevamente clandestinos.
Atrapados por la dictadura fueron torturados. Lograron huir y sumarse a las
fuerzas que finalmente lograron la caída de la dictadura en agosto de 1981.
Finalmente, en octubre de 1982, Bolivia recuperó la democracia. Lanza vivió la
revancha de la dictadura cuya sombra permaneció largos años en el país. Una
semana después de atrapado García Meza en el Brasil, en 1994, Lanza fue
encarcelado por un juicio inventado por la dictadura. Nunca se repuso de
semejante injuria. Murió por un infarto el año 2007. Lo enterraron los
paracaidistas del CITE en Cochabamba.
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