Por: Ricardo Sanjinés Ávila – Los Tiempos de Cochabamba /
Revista OH¡ 17 de abril de 2016.
Los balazos en la cabeza acabaron con la vida del líder de
la oposición boliviana en abril de 1959. La autopsia encargada por el gobierno
estableció la hipótesis de un suicidio, refrendada por una comisión de expertos
contratada por la OEA. Pero pocos lo creyeron y la versión de un asesinato
enervó a la población, rebelando a la juventud que seguía a Oscar Únzaga de la
Vega, cautivada por su arrojo frente a la corrupción y el matonaje del proceso
revolucionario.
Aquel día cumplía 43 años y ese fatal natalicio lo encontró
en una casa de la Zona Norte, desde donde tomaría el poder. Todo estaba
previsto, pero el Ministro de Gobierno, Walter Guevara Arze, estaba enterado de
lo que iba a suceder. Únzaga había sido traicionado
La vida de Únzaga permanece cubierta por una espesa bruma de
dudas sobre sus propósitos e ideología. Sus adversarios políticos lo borraron
de la historia al considerarlo incompatible con el proceso de la Revolución
Nacional, salvo en el papel de “enemigo” y catalogaron su partido, FSB, entre
las tendencias totalitarias del siglo XX. Pero nadie puso en duda su honestidad
y patriotismo.
Fue prototipo de un nuevo tipo de político latinoamericano
de esencia cristiana, dispuesto al sacrifico por ideales superiores, que no
buscaba el poder por los placeres que éste otorga. Fundó un partido de clase
media pretendiendo una revolución social no marxista ni sangrienta. Bajo la
influencia del pensador francés Jacques Maritain, a su vez seguidor de Santo
Tomás de Aquino, su doctrina se basó en la posibilidad de que todos los seres
humanos vivan en la tierra como hombres libres y gocen, en respeto mutuo, de
los frutos de la cultura y del espíritu.
ENTRE GUERRAS
A lo largo del medio siglo XX, la suerte de Bolivia estuvo
atada al poder político y social de una minoría criolla, patriota y honrada
pero colonialista, expresada en los partidos Liberal y Republicano, atados
ambos a la actividad minera andina, mirando desdeñosos al mayoritario
componente quechua, aimara y camba.
La guerra con el Paraguay por el dominio de regiones
petroleras en el suroriente, juntó en las trincheras a blancos, mestizos e
indígenas. Allí Únzaga perdió a su hermano y entre los grandes militantes
falangistas estuvieron el Coronel Manuel Marzana, héroe de Boquerón y el
Mariscal Bernardino Bilbao Rioja, defensor de Villamontes.
Del Chaco salieron las ideas que animaron a la logia militar
Razón de Patria (RADEPA, fascista, 1934), el Partido Obrero Revolucionario
(POR, trotskista, 1936); la Falange Socialista Boliviana (FSB, socialcristiana,
1937), el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR, stalinista, 1940); y el
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, nacional-socialista, 1941). Los
hombres de todas esas siglas querían transformar socialmente el país.
La alianza RADEPA-MNR-FSB, tomó el poder (1943),
pretendiendo incorporar a los indios en la vida nacional. Eran los años de las
II Guerra Mundial y los aliados USA-URSS desbarataron tal revolución,
considerándola “pro-nazi”. El Presidente Gualberto Villarroel fue asesinado por
hordas del llamado Frente Antifasista y el poder regresó al esquema anterior
liberal-republicano al que se sumaron los comunistas.
LA REVOLUCIÓN
Siles Zuazo y Únzaga de la Vega lucharon juntos contra el
restaurado régimen colonial y compartieron el exilio en Chile (1950), pero
inopinadamente se divorciaron el 9 de abril de 1952, cuando los movimientistas
tomaron el poder detrás del Gral. Antonio Seleme, para luego entregarlo al Dr.
Víctor Paz Estenssoro, quien concretó la revolución con la reforma agraria, la
nacionalización de minas y el voto universal.
Pero las fallas morales de algunos de los gobernantes, el
control de la justicia para tapar negociados, la sumisión del aparato electoral
buscando el poder eterno y una represión inédita a cargo del célebre Claudio
San Román caracterizaron al régimen revolucionario, dividiendo al país en dos
bandos irreconciliables.
El aliado de ayer, FSB, se puso al frente y después de un
agrio cara a cara Paz versus Únzaga éste se convirtió en un perseguido. El
gobierno abrió campos de concentración en Corocoro, Uncía, Catavi, Curahuara de
Carangas y habilitó centros de tortura como el de Ñanderoga en Santa Cruz. Por
las celdas pasaron miles de bolivianos y otros tantos sufrieron prolongado
exilio, entre ellos doña Rebeca, la anciana madre de Únzaga. En ese tiempo,
“derechos humanos” era un tema exótico.
Únzaga volvió para las primeras elecciones con voto
universal (1956), en las que un fraude gigantesco reprodujo el poder para
el MNR. El gobierno del Presidente Paz Estenssoro dejó una inflación
incontrolable como herencia al nuevo Presidente Hernán Siles Zuazo y éste debió
acordar un proceso de estabilidad con el FMI, necesario en esas circunstancias,
pero con un costo social que le enajenó la amistad de los trabajadores. Oscar
Únzaga ofreció apoyo que Siles rechazó, sometido anímicamente por la corriente
pazestenssorista. Cercado en una casa al pie del Montículo por milicianos que
tenían la orden de asesinarlo, Únzaga fue salvado por el vecindario y tuvo que
volver al exilio.
RESISTENCIA CRUCEÑA
Mientras tanto, Santa Cruz reclamaba atención a sus
necesidades y aspiraciones ante los oídos sordos del gobierno. En 1956, 47
jóvenes cruceños, presos en las celdas del Control Político por reclamar
regalías petroleras para su departamento, fueron embarcados en un avión del LAB
para su trasladado a Curahuara. En pleno vuelo, redujeron a sus custodios y
desviaron el vuelo a Salta-Argentina, donde los recibieron como héroes. Fue el
primer secuestro aéreo de la historia universal. El nombre de Únzaga alcanzó
nombradía internacional.
En 1957, el Presidente del Comité Pro Santa Cruz, Dr.
Melchor Pinto Parada, inició la lucha por las regalías del 11%. El gobierno del
Presidente Siles dijo que esa exigencia se fundaba en “el egoísmo camba”,
exacerbando a los cruceños. El petróleo boliviano exaltaba intereses brasileños
y argentinos en pugna. Un alzamiento en la región petrolera, podría desembocar en
una guerra civil que en el peor de los escenarios amenazaba cambiar la
fisonomía geográfica de la región. Únzaga creía que si FSB asumía la
conducción revolucionaria, sólo cambiaría el gobierno garantizando la
unidad nacional, otorgando las regalías que Santa Cruz demandaba. Con esas
ideas reingresó al país en octubre de 1957, con la cobertura de Luis Mayser. El
industrial Ramón Darío Gutiérrez lo recogió en un avión en la frontera,
alojándolo en una estancia.
El Comité Pro Santa Cruz convocó a un cabildo. El gobierno
decretó el Estado de Sitio prohibiendo manifestaciones públicas, hubo
enfrentamientos y cayeron los primeros muertos. Siles se dio cuenta de la
gravedad de la situación y recibió a una comisión constituida por el Director
de EL DEBER, Lucas Saucedo; la Presidenta de la Unión Cruceñista Femenina,
Elffy Albrecht; el intelectual Humberto Vásquez Machicado y el líder de la
Unión Juvenil Cruceñista (UJC), Carlos Valverde. Tras negociar dos semanas, se
aceptaron las regalías del 11%.
Pero un incidente con agentes del Control Político que
dieron muerte al universitario Jorge Roca, quebró esa paz. El gobierno dispuso
la intervención de milicias armadas, el comando del MNR realizó atentados
dinamiteros y Únzaga movilizó a los falangistas. Hubo una batalla sangrienta en
la antigua Avenida de Circunvalación y los milicianos se rindieron en la tarde
del 8 de noviembre. Santa Cruz había vencido, pero el riesgo de un
enfrentamiento continuaba latente.
TEREBINTO
Moviéndose en la clandestinidad, Únzaga se trasladó a La Paz
desde donde se puso a la cabeza de un levantamiento combinado que estalló en
Santa Cruz con Mario Gutiérrez en mayo de 1958. La delación hizo abortar la
acción en La Paz y los rebeldes, luego de tomar la capital oriental, debieron
entregarla a la UJC, que se había mantenido al margen del alzamiento
falangista. Acusando al Dr. Melchor Pinto de una supuesta “asonada
separatista”, el gobierno ordenó “recapturar” la ciudad.
El domingo 18 de mayo de 1958, cuatro mil campesinos de
Ucureña fueron movilizados en camiones y aviones con la misión de “escarmentar
a Santa Cruz”. Saquearon casas, destruyeron bienes, violaron mujeres y mataron.
Un grupo de jóvenes fue sometido a suplicio inaudito en Terebinto y antes de
asesinarlos les sacaron los ojos con cuchillos, extrajeron las vísceras y
amputaron sus genitales en escenas de horror que han sido recogidas en libros,
periódicos e informes oficiales.
UN AÑO DE CLANDESTINIDAD
Mientras doña Rebeca vivía escondida en Miraflores, Oscar
permaneció clandestino en Sopocachi, en la casa de Lidia Pinto Landívar y su
madre María Landívar viuda de Pinto, en la Plaza España. De ese refugio sólo
estuvieron enterados Gonzalo Romero y Walter Alpire. Lidia era hermana del
capitán Saúl Pinto y sobrina del Dr. Melchor Pinto Parada. La señora María era
el discreto correo entre Únzaga y el Gral. Alfredo Ovando, Jefe de Estado Mayor
del Ejército.
Autocensurada la prensa (hordas movimientistas habían
saqueado y destruido los periódicos La Razón de La Paz y Los Tiempos de
Cochabamba), los falangistas se jugaban el pellejo en la edición prohibida de
su periódico Antorcha que circulaba de mano en mano y emitían riesgosas
emisiones de radio desde distintos lugares del territorio nacional. Dos
diputados falangistas, Jaime Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel,
recibiendo instrucciones de su jefe en complicados sistemas de mensajeros
secretos, desplegaban acciones en el Parlamento defendiendo el petróleo para
evitar que sea explotado por intereses extranjeros.
En marzo de 1959, Únzaga cambió de refugio, instalándose en
la calle Batallón Colorados, donde llegó subrepticiamente el coronel Rafael
Loayza, por cuya cabeza el gobierno ofrecía recompensa. Llevaba un plano con
una secuencia de acciones en un espacio de treinta manzanos del centro paceño.
Era el esquema del golpe final.
En un encuentro a media noche en el templo de Don Bosco, el
Director General de Policías, Cnl. Julián Guzmán Gamboa comprometió a Únzaga la
potencia del Regimiento de Carabineros Aliaga que disponían de 600 hombres,
ametralladoras pesadas, piezas de artillería, enlaces por radio y unidades
motorizadas.
En esos días el Cnl. Armando Escóbar Uría había realizado
viajes de consulta al interior de la república, estableciendo que “las Fuerzas
Armadas con una casi completa unanimidad pedían el cambio de gobierno”. En la
noche del lunes 30 de marzo, en una casa de la calle Capitán Ravelo, se
reunieron Oscar Únzaga y el Gral. Alfredo Ovando. Trabajaron a puerta cerrada
desde las 22:00 hasta las 3:00 de la mañana y aprobaron el plan de acción
revolucionaria que se llevaría a efecto en abril próximo. El gobierno había
recibido en las últimas semanas armamento moderno depositado en el Cuartel
Sucre a tres cuadras de la Plaza Murillo. El Jefe del Ejército lo entregaría a
los falangistas y consolidaría el nuevo gobierno.
ABRIL DEL 59
El mes comenzó con una tormenta social. El movimiento
campesino estaba dividido y su expresión más sangrienta era la rivalidad
Cliza/Ucureña. El gobierno había descongelado los precios de las pulperías de
COMIBOL, las radios mineras entraron en acción y se declaró el estado de
emergencia. Hubo ocultamiento de artículos, especulación en los mercados y la
pobreza se extendió. La situación fue arrastrando a los trabajadores de la
banca, petroleros, ferroviarios y magisterio.
El 9, séptimo aniversario de la Revolución Nacional, obreros
y mineros se negaron a participar de la marcha organizada por el gobierno, que
se limitó a empleados públicos y campesinos acarreados en camiones. Transmisión
por Radio Illimani, comida, alcohol... El mismo espectáculo de todos los años
expuesto ante un público desmotivado. En determinado momento, entre las
columnas que marchaban a desgano surgieron voces que gritaron “¡mueran los
nuevos ricos!” y la manifestación degeneró en choques entre marchistas. El
Presidente acusó a la “prensa reaccionaria y vende patria”. Era el momento de
la rebelión.
PROPÓSITOS
Aunque no hacía cargos personales al Presidente Siles Zuazo,
Únzaga juzgaba la conducta moral de muchos líderes del MNR, así como el
enriquecimiento ilícito a la sombra del Estado. El gobierno falangista partiría
de una premisa ética: probidad y transparencia en la administración de los
recursos públicos y decencia en el comportamiento de los gobernantes.
Convocaría a una Convención Nacional para reimplantar el
principio de independencia de poderes, garantizando la libertad de prensa,
desmontando el aparato de represión y las milicias armadas, liberando a las
Fuerzas Armadas y la Policía de la militancia política obligada. Aprobaría un
Estatuto de Partidos y un Código Electoral que asegure la representación
proporcional de mayorías y minorías eliminando la perpetuación del poder de un
partido único. Proclamaba que el voto universal sólo podía ser un bien
democrático con el libre acceso de todas las fuerzas políticas en el territorio
nacional, eliminando los feudos políticos en el campo.
Consolidaría la Reforma Agraria como un régimen de derecho
que tienda a elevar los niveles de producción y consumo, con el acceso de
cualquier boliviano a la tierra y a su justa adquisición. En vez de rifles
habría riego, semilla, tecnología, facilidades para comercializar, acceso a los
mercados eliminando intermediarios, creando un mercado consumidor potencial que
también estimularía a la industria nacional.
Gonzalo Romero, Ministro Secretario, dirigiría una gran
campaña social por la que todo joven egresado de cualquier carrera
universitaria, quedaba automáticamente reclutado para convertirse en formador
del “nuevo hombre boliviano”, en un trabajo sostenido con recursos del Estado,
incluyendo la transferencia de elementos educativos, salud e instrucción
cívica. El propósito era que el indígena, excluido hasta el 52, luego
convertido en “carne de cañón”, se sienta digno y orgulloso de ser boliviano.
Postulaba una República donde la educación sea el rasero que
iguale a todos los habitantes; desde la parvularia hasta la universitaria, para
formar ciudadanos conscientes, con energía de trabajo, responsables y dueños de
una elevada conducta moral y patriótica. Enarbolaba las banderas de la
Autonomía Universitaria, en casas de estudios superiores donde se forje el alma
nacional, se estimule el estudio de las ciencias, la tecnología y las
artes.
Proclamaba el respeto a quien hace fortuna con el trabajo
honrado, defendía la libertad de empresa sujeta a una justa ganancia, la
reinversión de un porcentaje de utilidades, el establecimiento de una Normativa
de Inversiones ecuánime, que atraiga capitales y garantice la propiedad privada
en función social.
Respetaría los convenios internacionales, pero invocando el
derecho internacional de post guerra, consideraba inadmisible la “renuncia ad
infinitum” del territorio marítimo boliviano contenida en el Tratado de 1904
con Chile, apelando a la moral cristiana para rectificar ese crimen y
proclamaba la reintegración marítima como tarea fundamental de la política
exterior boliviana y no como un artificio de política interna. Esa tarea sería
confiada al internacionalista cruceño Mario R. Gutiérrez, nuevo Canciller.
Defendía la moral y el derecho de creer en Dios. Planteaba
batalla contra quienes pretendiesen prohibir las religiones, pero admitía la
libertad de abrazar cualquier religión o ninguna y la independencia del Estado
respecto a la fe. Creía en la familia, como célula mayor de la organización
social del país, planteando su protección bajo el axioma de que la calidad de
las familias proyecta la fortaleza espiritual de las naciones.
Admitía una sola jerarquía: la del intelecto con honorabilidad.
Afirmaba que los capaces intelectual, espiritual y moralmente debían estar a la
cabeza de los países y no los antivalores antagónicos a tales categorías.
DETALLES FINALES
En su nuevo refugio de la calle Batallón Colorados, el jefe
falangista aprobó detalles del plan final con el Cnl. Julián Guzmán Gamboa y el
Gral. Alfredo Ovando Candía: el lapso de las 11.00 a las 13.00 del domingo 19
será decisivo. Ovando facilitará la acción en el Cuartel Sucre, las armas del
Regimiento Escolta se entregarán a los combatientes en los atrios de San
Francisco y San Agustín y estos confluirán sobre el Palacio Quemado, Congreso,
Legislativo, Cancillería, Prefectura. El levantamiento civil en el resto de la
ciudad será rápido y contundente. Aviones de la FAB al mando del Gral.
Barrientos exterminarán los reductos milicianos en El Alto.
Tomada la Central Telefónica, toda la potencia de fuego del
Regimiento Calama asegurará la ciudad, la estación de trenes, el aeropuerto
Panagra, los ministerios, etc. Al anochecer, las Fuerzas Armadas tomarán
control del país.
Pero la noche del sábado 18, el Ministro de Gobierno, Walter
Guevara conocía lo que iba a suceder, aunque ignoraba la hora. Únzaga había
sido traicionado.
¡A LAS ARMAS!
Aquel domingo, 19 de abril, Oscar Únzaga cumplía 43 años.
Pasó la noche anterior en la casa de su prima Cristina. A las 6.00 rezó,
desayunó frugalmente con su ayudante René Gallardo y se puso a la espera de los
acontecimientos, mientras sus camaradas se desplazaban hacia los puntos
convenidos. A las 10.00 se le unieron Enrique Achá y Julio Álvarez Lafaye. El
dirigente universitario Fausto Medrano era el enlace entre el exterior y el
cuartel general falangista de la calle Larecaja 188.
A las 11.00 comenzaron las acciones. Producida la toma de
Radio Illimani (Roberto Freire) se propaló la noticia: “El gobierno del MNR ha
caído y FSB se alzó en armas”. Únzaga y sus acompañantes se sintieron
emocionados. El Control Político quedó bloqueado a punto de metralla (Jaime
Gutiérrez). Los falangistas llegaron a la central telefónica (Raúl Portugal),
pero su portón estaba cerrado con cadenas. El Cuartel Sucre fue tomado sin
bajas (Walter Alpire), estaban las armas, pero no había municiones. El plan se
alteró, pues no había aún armas para tomar el centro metropolitano, ni se
intervino la red telefónica que exigía el Director General de Policías.
A las 11.30, el país y el gobierno estaban enterados por
Radio Illimani de que “había tomado el poder un Comando Supremo Revolucionario
presidido por Oscar Únzaga e integrado por los Generales Alfredo Ovando y
René Barrientos y el Cnl. Julián Guzmán Gamboa”. Pero nada de eso había
sucedido aún.
El Presidente Siles puso a salvo su familia y citó a sus
ministros en el Cuartel de San Jorge. Acudió también el Gral. Ovando y,
receloso, el mandatario se negó a acompañarlo al comando del Ejército,
ordenándole volver al Gran Cuartel de Miraflores. Luego Siles, que era hombre
valiente, decidió constituirse en el Palacio Quemado, en el trayecto fue
atacado el automóvil pero era un blindado y el Presidente llegó a la Plaza
Murillo indemne.
Enterado minuto a minuto de lo que sucedía, el Gral. Ovando
movilizó un destacamento al Cuartel Sucre, en tanto se combatía San Francisco y
los falangistas intentaban tomar las oficinas de Tránsito donde existían
algunas ametralladoras. Súbitamente la transmisión de Radio Illimani fue
cortada, dejando a Únzaga en el limbo.
A las 12.20 el contingente militar enviado por Ovando llegó
al Cuartel Sucre, los falangistas respiraron aliviados. Grande fue su sorpresa
cuando los uniformados les intimaron rendición y, con los brazos en alto,
dispararon sobre esos 24 jóvenes y los remataron con un tiro en la cabeza. Sólo
salvaron sus vidas Mario Gutiérrez Pacheco, que hacía de centinela fuera del
recinto y logró huir, Víctor Sierra con una decena de disparos en el cuerpo a
quien dieron por muerto, además del dirigente campesino Luciano Quispe,
escondido detrás de un turril.
En la tarde el gobierno retomó Radio Illimani matando a
varios de los que la intervinieron, llevando preso al que leyó las proclamas,
Roberto Freire, mientras fuerzas combinadas de milicianos y militares leales al
gobierno batían los últimos puntos críticos. Al terminar la tarde, el grupo de
Jaime Gutiérrez daba la batalla final en San Francisco muriendo la mayoría,
cayendo herido su líder. Empezaron los apresamientos.
EL DRAMA FINAL
En la casa de la calle Larecaja 188, permanecen Únzaga,
Gallardo, Achá, Álvarez y Medrano, asistidos por Cristina de Serrano y sus
hijas María Eugenia (16 años) y María René (13 años). A las 19.00, María
Eugenia y María Renée divisan en la calle un grupo de hombres con
pasamontañas y fusiles. “¡Los milicianos!”.
Tras segundos de estupor, todos se ponen de pie. Unzaga y
Gallardo toman sus armas. Oscar, sereno, quema un papel. Los milicianos
ingresan a la casa haciendo disparos. Los cuatro conjurados se esconden al
interior del cuarto de baño de los suegros de Cristina y María Eugenia se queda
en el living junto a Fausto Medrano, mientras su madre y su hermana se
sorprenden ante la presencia de un hombre armado (Juan Mancilla Serrano,
Subprefecto de la Provincia Muñecas, sastre de oficio, con taller a poca
distancia de la casa), quien ha ingresado a la casa por la ventana de la
esquina Larecaja-Oquendo.
Desde la ventana del baño Únzaga y sus acompañantes ven a
los milicianos en la calle armados de ametralladoras. “Estamos vendidos”, dice
Achá y pregunta: “¿Nos defenderemos?”. La respuesta de Únzaga es negativa. “No
podemos comprometer a la familia que nos cobija…”.
Los milicianos han llegado ya al departamento apuntando con
sus armas a Cristina y María Renée que lloran a gritos. Empieza la requisa,
fracturan cerraduras, abren cajones, revisan el comedor y pasan al living,
donde está María Eugenia y Fausto Medrano haciéndose pasar como enamorados. Los
milicianos allanan el dormitorio de los niños, se aproximan al comedor, sólo
falta el dormitorio de sus abuelos y los que están a obscuras dentro del baño
sienten los pasos de los milicianos a pocos metros. Los fogonazos de tres
disparos rompen la penumbra. Y mientras todos aguantan la respiración… los
milicianos dicen “aquí ya no hay nada más que hacer” y deciden irse. ¡Milagro!
En el living Cristina, sus hijas y el dirigente universitario Fausto Medrano
rezan agradeciendo a Dios. ¡Oscar se ha salvado! Pero la alegría les iba a
durar muy poco.
Achá sale y encuentra a Cristina. “Dios mío, nos salvamos…”,
dice ella. Achá le responde “Si señora, pero Oscar y Gallardo están heridos”.
Cristina ingresa desesperada al cuarto de baño, todo está a obscuras, tropieza
con un cuerpo, se inclina y toca con la mano un tobillo todavía tibio. Es
Oscar Únzaga tendido de espaldas y casi a su lado René Gallardo, los dos con
las cabezas destrozadas y ensangrentadas.
Escenas dolorosas se suceden. Las mujeres, llorando en
silencio, afrontan la situación. Sin fuerzas ya, extenuados y en crisis, los
tres últimos camaradas de Únzaga y Gallardo -Achá, Álvarez y Medrano-, hombres
fogueados en mil combates, huyen sintiéndose huérfanos.
Al lado de los cadáveres están dos armas, la pistola Mausser
calibre 32 de Únzaga y el revólver Smith Wesson calibre 38 de Gallardo.
Cristina y dos niñas se enfrentan al drama de no saber qué hacer en el final de
un día sangriento, con dos muertos en casa y uno de ellos nada menos que el
jefe del alzamiento.
Horas después recogen los cadáveres y empieza la otra
batalla médico-legal para establecer la causa de esas muertes. “Suicidio”,
establece inicialmente la autopsia. Pero la cabeza de Únzaga muestra la
trayectoria de dos balazos y entre sus dedos de la mano derecha hay una colilla
de cigarrillo a medio consumir. Un nuevo misterio se inscribió en la larga
lista de crímenes políticos.
Sucedió un 19 de abril de 1959, cuando Oscar Únzaga cumplía
43 años. Sus camaradas recuerdan hoy el centenario de su nacimiento.
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