Por: Rafael Archondo 4 de mayo de 2018. // Este artículo está disponible
en: http://hparlante.wixsite.com/digital-media/single-post/2018/05/04/García-Meza-y-los-gringos
// Fotos: Luis García Meza y Ronald Reagan.
// Para más: Historias
de Bolivia.
La muerte de García Meza el 29 de abril reverdeció un par de dudas sobre su
vida. La primera de todas, aún mal resuelta, es su pertenencia al ejército.
Para algunos fue dado de baja con ignominia en 1993, antes de su captura en el
Brasil, pero sus amigos desmienten aquello y para más señas, instalaron su
velorio sin rubores en plena Catedral militar. Es posible que aquel trato se
haya tornado irrenunciable, como lo fue la atención que recibió en el hospital
del seguro militar. A su ineludible degradación simbólica, se habría impuesto
su condición de jubilado. Cuán generosa es la democracia.
El caso es que García Meza murió, pese a los intentos por separarlos, en los
brazos de la institución que lo encumbró en la cima del poder político por el
lapso de 12 meses. Nadie le perdonará, ni a él ni a sus embaucadores, que no
hayan hecho nada para devolvernos a Quiroga Santa Cruz, el hombre al que
Bolivia no ha podido entregarle hasta ahora una tumba en casi 40 años. Los
militares bolivianos fueron particularmente crueles con quien le dio lustre y
dignidad a la labor pública. Ni al Che, al que tacharon como un “invasor
extranjero”, le dispensaron semejante vejación.
García Meza agonizó tras escribir una carta firmada en marzo de 2015 y
escondida hasta hace pocos días. En ella no revela nada nuevo. Vuelve a
atormentarnos con su penosa prosa aturdida, sus invectivas incoherentes y
vacuas. Para este dictador repudiado, todo fue culpa del dictador exitoso:
Banzer. No le perdona que lo haya empujado al delirio de 1980 para después dejarlo
en el camino a fin de sumarse raudamente a la ruta electoral que le devolvió la
Presidencia en 1997. García Meza debía ser castigado para que Banzer pudiera
ser perdonado. Las élites económicas y políticas de entonces necesitaban de un
dictador para prescindir del otro (foto).
A los gringos les pasó algo parecido. Aunque García Meza quiso ponerse a su
servicio, lo dejaron caer sin remordimientos. Recordemos. Ronald Reagan obtuvo
la nominación por el partido republicano el mismo día en que García Meza
ordenaba movilizar a los tanques. El cálculo de los golpistas bolivianos era
que la salida de Carter de la Casa Blanca, en noviembre de 1980, pondría fin a
su consecuente defensa de los derechos humanos. Reagan, pensaba el General, se
convertiría en aliado de todos los acuartelados anti-comunistas del cono sur.
El embajador que Carter había enviado a La Paz, Marvin Weissman, abandonó
Bolivia de inmediato. Partía oficialmente declarado como “persona no grata” por
los militares que preparaban el golpe, porque se opuso públicamente a la
sugerencia castrense de postergar las elecciones. Claro, García Meza quería
evitar que Siles Zuazo ganara los comicios como efectivamente ocurrió.
Para sorpresa de muchos, los Estados Unidos no repusieron un embajador en La Paz
cuando Reagan asumió el mando. Al general Gordon Sumner le preguntaron si le
interesaría el cargo y éste desistió de inmediato. Pero quien le dio el tiro de
gracia a García Meza fue Banzer, quien al ser consultado en Santa Cruz por
Alexander Watson, encargado de negocios de los Estados Unidos, sobre la
conveniencia de atar lazos con la “narco-dictadura”, aconsejó su aislamiento.
El embajador Edwin Corr llegó a La Paz bajo una condición inequívoca: el
retorno a la democracia. Los gringos derrocaban así al que imploraba por una
alianza. La caída de García Meza prueba la complejidad de la Guerra Fría. Jimmy
Carter no pudo impedir el golpe de 1980, y sin embargo, Reagan no hizo nada
para darle oxígeno. A diferencia de Chile o Argentina, Bolivia era y es un actor
irrelevante en el plano global. Estados Unidos podía darse el lujo de
franquearle la entrada a la plaza Murillo a una opción de izquierda.
Y así, sin mucha prisa, hemos tocado la principal fuente de amargura del
dictador recién fallecido: su estatura irrelevante en una guerra en la que
esperaba descollar. Que una sombra de olvido termine pues por sepultar al
tirano desechable.
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