Este artículo fue publicado en el periódico paceño Página
Siete el 6 de mayo de 2018. // Foto: Quiroga Santa Cruz una de sus victimas.
Miembros del Instituto de Terapia e Investigación sobre las
Secuelas de la Tortura y la Violencia de Estado escribieron colectivamente un
artículo, en el que exponen las huellas que dejaron los castigos ejercidos
durante la dictadura del general fallecido.
García Meza ha muerto, pero el horror que ha sembrado sigue
vivo en los que sufrieron la represión política. Con motivo de su fallecimiento
el pasado 29 de abril, el Instituto de Terapia e Investigación sobre las
Secuelas de la Tortura y la Violencia de Estado (ITEI ) realizó un artículo
sobre las secuelas biopsicosociales dejadas por su gobierno dictatorial.
Siendo el ITEI la única institución que ofrece servicios de
rehabilitación médica y psicológica a las víctimas de tortura y violencia
estatal, la misma ha llegado a atender y recoger (entre 2001 y 2018)
testimonios sobre los sufrimientos de 232 (2/3 varones, 1/3 mujeres) personas
afectadas en la dictadura de García Meza. Esas personas dan cuenta del impacto
biopsicosocial de la violencia y la tortura durante ese periodo, tanto a nivel
individual como colectivo.
Los resultados aquí presentados corresponden al número de personas atendidas en
el ITEI. Los testimonios son recolecciones fidedignas de los discursos de las
personas afectadas, quienes han dado la debida autorización para su
publicación.
1. SECUELAS FÍSICAS
La dictadura de García Meza ha dejado a su paso incontables secuelas
físicas en la población boliviana, intensos dolores que a veces no desaparecen
del cuerpo ni de la memoria. Muchas de las personas atendidas en el servicio
médico del ITEI sufren hasta hoy, padeciendo secuelas físicas crónicas debido a
las diversas formas de tortura sufrida: heridas cortantes, punzo-cortantes,
hematomas, fracturas de huesos en diferentes partes del cuerpo, uñas
arrancadas, dientes rotos y tímpanos rotos, son algunos de los
ejemplos.
Una dirigente del Magisterio Urbano da cuenta de esa tortura física,
misma a la que es sometida repetidas veces, a pesar de estar embarazada:
“…La primera vez fue muy duro, después ya sabía lo que venía. Me hacían
desvestir completamente, yo seguía vendada y me hacían echar en un colchón que
era con goma. Sentía que era de plástico.
Me ataron la primera vez y después fue igual siempre: las
manos hacia arriba a los pies, jalada, tensada en las esquinas del colchón.
Como no me podían golpear en el vientre, porque yo les decía “no me golpeen en
el vientre, estoy embarazada”, me pegaban en el pecho y me hacían picana
eléctrica. Primero en los extremos de una mano y el pie. Hubo un momento en el
interrogatorio que me echaron agua, entonces la picana era terrible, yo sentía
que vibraba todo mi cuerpo hasta los dientes y que me sacudía…”
Tras someter al cuerpo a tales suplicios, los lugares de detención ofrecían
poca o ninguna atención médica. Muchas de las lesiones se curaron con una
funcionalidad defectuosa. Las torturas mediante el uso de métodos de sofocación
produjeron en las víctimas enfermedades pulmonares crónicas como bronquitis o
neumonías, así como las quemaduras y mutilaciones dejaron huellas
indisolubles.
A consecuencia de la tortura en el gobierno de García Meza, varias personas se
ven afectadas por síntomas cardíacos (dolores punzantes en el pecho y
palpitaciones sin causa orgánica aparente) y dolores de cabeza crónicos.
Las torturas por suspensión (de las extremidades) dejan dolores crónicos en
diferentes articulaciones. Otras secuelas del aparato locomotor son artrosis
de caderas y rodillas, que además empeoran a medida que pasan los años.
La mujer de un minero de Caracoles recuerda el sometimiento a otra posición
forzada:
“Así peladitos y sobre el hielo les han hecho sentar, sobre el hielo estaban
sentados, temblando”.
En muchos casos, las posiciones forzadas y los golpes provocaron lesiones de
trayectos nerviosos que les impidieron (en su momento) realizar cualquier
actividad. Al final de su testimonio, la dirigente del Magisterio Urbano
dice:
“Yo tenía que volverme a vestir y no tenía fuerzas, mi cuerpo era una goma, no
podía ni pararme”.
Por si fuera poco, todas estas secuelas ahora complementan y empeoran dolencias
típicas de la edad.
Muchas de las personas afectadas pasan los 60 años, por lo
que las secuelas de la tortura empeoran de sobremanera cuadros de salud como la
Diabetes tipo 2 o la hipertensión arterial.
2. SECUELAS PSICOLÓGICAS
Igual de graves que las secuelas físicas, son las secuelas psicológicas
sembradas por la dictadura de García Meza, frutos oscuros que se siguen
cosechando hasta hoy.
Durante el golpe de Estado, la furia de García Meza se descargó
particularmente contra los dirigentes mineros de Caracoles, quienes organizaron
la más heroica defensa contra el golpe. Al respecto, un dirigente minero
cuenta:
“Recibí golpes en el estómago, casi me dejan desmayado. […] Recuerdo a Sabino
Pari, todo torturado, su cara puro verdes, su cuerpo hinchado, amarrado de las
manos. Cuando llegamos al Estado Mayor, me han encapuchado. Ahí me han
torturado, grave. Me han golpeado, me han dado patadas en el pecho, en el
estómago y en la espalda, parecía como un palo, cuando me sonaban, me hacían
gritar”
El dirigente minero tuvo que ser hospitalizado, como resultado de la vastedad y
la brutalidad de los golpes. A su vez, muchas de las esposas de
dirigentes mineros fueron violadas en presencia de sus hijas e hijos. Una
miembro del comité de amas de casa, esposa de un dirigente minero (que logró
huir), cuenta lo siguiente:
“Yo escuchaba de mi vecina que estaba gritando, pero si hubiera salido a
auxiliarle, los soldados que estaban en mi puerta no hubieron respetado a
nuestras hijas. En la vista de nuestros hijos nos han violado los soldados. Era
triste, triste hemos pasado. Han amenazado con violación a mi hija. Por eso yo
he rogado: ‘Por favor, hagan lo que sea, pero no nos toque, a lo menos a mi
hija’. Tenía 14 años, ya era jovencita”.
Las violaciones sexuales han dejado a varias mujeres destrozadas en su vida
íntima. “Lo que me hizo ese hombre no puedo perderlo de mi cabeza”, cuenta una
mujer. Con esos actos, se arruinó la vida de familias enteras y se fomentó una
mentalidad perversa en los militares.
Por otra parte, los dirigentes fabriles sufrieron una dura represión por
haber entrado en la huelga general. Una dirigente fabril relata:
“Arce Gómez me golpeó con la cacha del revólver. Me decían: ‘¿Para qué te metes
en política?, ahí está tu UDP, eres una tonta útil’. García Meza me dijo:
‘Danos datos, delatas y te damos trabajo y protección para toda tu familia’”.
Las palabras obscenas, humillantes y zoológicas como puta, tonta útil, perra de
mierda… eran el pan de cada día.
Así, los testimonios que acabamos de mostrar son representativos de la
represión que tuvo que sufrir toda una población, expuesta a una violencia
perversa. En consecuencia, las secuelas fueron terribles: desde el silencio
obligado y culposo de las esposas de los dirigentes mineros, hasta las
indelebles huellas en los cuerpos de los torturados.
En la tortura, se trata de acceder a la mente del individuo, por lo que
las palabras del torturador tienen una gran repercusión. Su esencia destructiva
pasa por lo que Françoise Sironi llama “ataques al pensamiento”, a través de
los cuales se toca una fragilidad afectiva. Eso aprende el torturador en su
formación, y por eso aplica una terminología más o menos adaptada a producir un
efecto desestabilizador en la mente de la víctima.
En los testimonios, hemos presentado el relato de una dirigente fabril
que fue calificada como tonta útil por García Meza. Si bien ella supo resistir
a la tortura y no delató, luego de su liberación, se retiró de toda actividad
sindical y social. Años después, durante un proceso de psicoterapia, menciona
esa frase que se mantuvo grabada en su mente: “¡Eres una tonta útil!”. Aunque
las frases del torturador sean aprendidas y aplicadas indistintamente, las
personas aludidas las viven subjetivamente. Sin quererlo ella misma, se dejó
apropiar (y vulnerar) por el pensamiento ajeno.
Pero el daño no es solamente en las víctimas, sino también en las Fuerzas
Armadas, institución a la que se ha convertido en fábrica de victimarios y
verdugos. El solo hecho de que García Meza nunca haya sido destituido como
General (manteniendo el prestigioso título hasta el momento de su muerte),
produce un daño irreparable en la jerarquía militar boliviana. El sadismo que
predominó en el accionar militar bajo el General García Meza nunca ha sido
reparado, más bien se ha mantenido, haciendo del mundo militar una nefasta
máquina de violencia a servicio del Estado.
García Meza representó la omnipotencia de un poder que reprime sin
límites ni consideración alguna. La evidencia está en el ataque sin escrúpulos
que dirigió hasta a los niños, sembrando duraderos traumas en una generación
que no había terminado de crecer. Esa brutalidad tenía el fin último de
aniquilar –en la subjetividad de cada individuo, ya sea joven o mayor, hombre o
mujer– toda voluntad de reacción, rebelión y resistencia. En ese afán, los
militares arremetían, como una horda salvaje, contra una población minera, o se
daban el gusto de humillar personalmente a una dirigente fabril.
En general, los daños profundos que deja la tortura en la persona quedan
invisibilizados, ocultos en lo más profundo del individuo, en sus sueños, en su
silencio, en su memoria, en su tensión anímica. Y pueden aparecer en su
comportamiento, en sus relaciones humanas, con su pareja, con sus hijos e
hijas… sin que uno sea consciente de que esas manifestaciones son el producto
del trauma, de la tortura sufrida.
Las secuelas, en muchos casos no resueltas, se transmiten al entorno y a su
descendencia, en la “transmisión transgeneracional del trauma”.
Es así que, para todas las personas afectadas por la represión política
del gobierno de García Meza –tanto los que han sido agredidos directamente,
como el entorno familiar y social–, hay un antes y un después. En varios casos,
lo que se puede llamar “la confianza básica en el ser humano” ha sido
destrozada. El temor se ha vuelto una constante. Y hay heridas que no han
podido sanar. Hay casos en los que han podido recuperarse de las heridas
físicas, pero las heridas psíquicas siguen acompañando a la persona.
3. SECUELAS SOCIALES
Las heridas psicológicas de la tortura se abren y se contagian, repercutiendo
en secuelas sociales donde la relación en y con la familia ya no es la
misma.
García Meza encabezó una dictadura cuya práctica usual era la condena a la
prisión y el ejercicio de la tortura, instaurando un sistema de persecución que
llevó a muchos militantes y dirigentes a vivir en clandestinidad (o marchar al
exilio). En esa huida, se impuso un fuerte desarraigo entre ellos y sus familias,
algunas de las cuales están separadas hasta hoy.
En ese capítulo oscuro de la historia boliviana, el entorno familiar del
perseguido político sufrió la marginación y la estigmatización social. Al
respecto, dice la esposa de un mártir de la calle Harrington:
“Era increíble porque después del 15 de enero, había gente que nos volteaba la
cara en la calle, éramos como la peste. Yo me acuerdo que mi hija que estaba en
el colegio, tenía unas amiguitas que de pronto dejaron de ser sus
amiguitas”
En este contexto, incontables familias sufrieron el deterioro de sus
condiciones de vida. Al perder su forma de sustento usual, se vieron obligadas
a iniciar relaciones de dependencia con otros. En el mismo testimonio, dice la
esposa del mártir:
“Yo trabajaba pero el que mantenía la casa era mi marido. Imagínate la
proporción de sueldos, yo ganaba 2.800 bolivianos de esa época y mi marido
ganaba 11.000. De un día al otro mis 2.800 tuvieron que ser para todo”.
Caso análogo el de la esposa de un dirigente minero de Caracoles, quien es
echada de su casa por falta de ingresos económicos:
“El jefe de bienestar me ha dicho: ‘tu esposo para formar Comité de Huelga
había sido hombrecito, ahora no tiene trabajo, usted me sube a su casa,
prepara sus cosas y se me va, necesito esa vivienda para dar a otra
persona’”.
En el caso de los niños, el deterioro de las condiciones de vida afectó su
desarrollo normal, desde la falta de alimentación hasta la imposibilidad de
continuar con sus estudios. Un minero de Caracoles dice sobre su hijo:
“Ha salido bachiller, pero ahora está desordenado, no tiene interés por nada.
Él dice: ‘yo prefiero morirme’”.
La práctica de la tortura en su dimensión social, por constituir una forma de
control social basada en el terror produce efectos a nivel colectivo que
afectan gravemente el tejido social. La gente llega a asumir la tortura como
parte natural de un proceso de investigación estatal, por lo que la sociedad se
vuelve permisiva frente a los atropellos y violaciones de los Derechos Humanos.
Deuda enorme que le debemos a García Meza: la familiarización con el maltrato y
la cotidianidad de la tortura, acto tan normal como el de ir a trabajar.
De tanto acostumbrarse a la tortura, nace el silencio. Las víctimas callan por
diferentes motivos: el temor a represalias por parte de las autoridades
responsables, el desconocimiento de sus derechos y la absoluta convicción de
que no se obtendrán resultados de iniciarse una acción penal en contra de los
torturadores.
La impunidad de García Meza y sus allegados se alimentó por mucho tiempo del
silencio de los torturados y sus familiares.
4. REHABILITACIÓN
Para cumplir sus obligaciones legales e internacionales concernientes al
derecho a la rehabilitación, el Estado plurinacional de Bolivia debería:
- Establecer una normativa legal que garantice la rehabilitación de las
personas afectadas por la tortura.
- Establecer un programa de apoyo a las víctimas con servicios especializados
(psicólogos, psiquiatras, médicos y abogados en el área de traumatología
psicológica).
- Establecer programas de diplomado y maestría consistentes en la
rehabilitación de víctimas de la tortura.
Tras las dictaduras, se ha creado un programa de reparaciones para las
víctimas de tortura. Sin embargo, las reparaciones dispuestas han sido
limitadas solamente a la compensación económica, misma que -a causa de un
reconocimiento por demás restrictivo- reciben escasas víctimas.
Hemos recorrido el otro legado del dictador García Meza: el de las
secuelas biopsicosociales que deja a su paso un dictador. Vale la pena recordar
esas secuelas y tenerlas siempre presentes, para que la historia no vuelva a
repetirse.
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