La amarillenta luz de la tarde tiñe todo el valle. Los
churquis que orillan el camino están rodeados de un halo dorado, las hierbas
que alfombran los campos envejecen anudadas al estío.
Las tropas de Gregorio Araoz de La Madrid marchan en
silencio, cansadas de ganar distancias. Habían torcido la ruta ordenada por
Belgrano para dirigirse a Tarija en busca de cabalgaduras.
Ya les falta poco para llegar a la Villa. Va adelante el
escuadrón Húsares, seguido por el primero y segundo regimientos de infantería.
Cerrando la tropa, marchan las dos compañías de Milicias de Tucumán.
Finalizado el lomerío de Calderilla, deben encarar el
descenso de la Cuesta Del Inca. De improviso, de un bosquecillo oculto en un
recodo, sale un grupo numeroso de jinetes que los saludan con sus armas en
alto. Adelante va un paisano que espoleando a su caballo, alza su brazo trunco.
La sorpresa inicial da paso a la satisfacción de los
gauchos.
Eustaquio Méndez se presenta.
Soy el jefe de los montoneros chapacos. Sabíamos de su
llegada y quisimos ser los primeros en decirles: Bienvenidos, aquí tienen
nuestros brazos y nuestras armas para que juntos zurremos a los iberos
La Madrid y Eustaquio Méndez tertulian a la sombra de un
molle. Analizan la situación de la guerrilla tarijeña y se ponen de acuerdo
acarea de la estrategia de lucha.
Como a conocedor de estas tierras, le pido a nombre de la
Patria, que tome a su cargo la operación de limpieza de nuestro camino -
solicita La Madrid al jefe montonero.
Teniente coronel: descanse usted y sus hombres aquí. Desde
mañana nosotros evitaremos que Mateo Ramírez pueda darle alguna sorpresa.
¡Nadie avisará de la llegada de ustedes al español!.
Más tarde El Moto se retira con sus fuerzas. Va
diseminándolas por puntos estratégicos para que cumplan con la misión que la
Patria requería en esos momentos.
El último retazo del día ostenta una nube roja en la montaña
y el viento que lame las lomas deja tras de sí, rumores de esperanza
LA TROMBA DEVASTADORA
El 14 de abril de 1817 los hombres de La Madrid avistan
Tarija: La capilla de San Juan blanca y solitaria como velando a la villa desde
su altura. El caserío de tejas rojas extendiéndose en bajada hacia el río que
corre abrazando a las cañas.
Cuando las tropas del Plata bajan por la Tablada, encuentran
a los hombres de Mateo Ramírez que les cortan el paso.
La Madrid ordena montar los cañones y entrar en pelea.
Ramírez, sorprendido por el nuevo enemigo, del que no tenía noticia alguna,
trata de retroceder cuando los montoneros de Méndez cargan sobre ellos como una
cerrazón de lanzas que mojadas en mil heridas buscan florecer en nuevas
amapolas.
Eustaquio Méndez en medio del combate, se devela una vez más
como una tromba devastadora. El peligro pone en sus ojos una mirada enérgica y
un rictus de desprecio en la boca sucia de insultos y de maldiciones.
Al término de la contienda, muchos realistas yacen en
distintas actitudes: unos doblados sobre sus armas, otros con los brazos
abiertos de cara al sol. Los sobrevivientes se entregan resignadamente.
Después de la contienda, La Madrid ocupa la parte alta de la
villa: San Roque y La Loma de San Juan.
Los chapacos de Méndez rodean el poblado para evitar que
Ramírez pidiera refuerzos a las tropas acantonadas en Concepción.
En la capilla de San Juan, transformada en puesto de
comando, el jefe argentino escribe al Gobernador de Tarija, exigiéndole la
rendición de la plaza:
“Si en el término de media hora, no se rinde usted a
discreción con toda la división de su mando, tanto usted como ella serán
pasados a cuchillo.- Dios guarde a usted muchos años.
Gregorio Araoz de La Madrid
El día cae junto al repique sonoro de las viejas campanas. A
lo lejos el sol se hunde como un cuchillo sangriento en la garganta de la
serranía y la noche que avanza está saturada de incertidumbres.
LA GLORIA INMARCESIBLE
Es el 15 de abril de 1817. Leves claridades asoman apenas
tras los cerros de oriente. Cubierta por un manto tejido en mescolanza de noche
y alba, la villa de Tarija duerme aún el último sueño.
Todo está quieto y callado; ni un pájaro madrugador se alza
en vuelo; hasta el río detiene su corriente en los remansos...
Sin embargo, cubriendo cada senda, callejón, zanja o recodo
piquetes montoneros vigilan al enemigo.
De pronto, el galope de un caballo hace huecos en el
silencio. Es un combatiente de Francisco de Uriondo con un parte para La
Madrid.
Teniente coronel - le dice - Los iberos se acercan. Forman
una columna de infantes y de jinetes a las órdenes de Malacabeza.
El jefe argentino discute el caso con Eustaquio Méndez y
concluye:
Hay que evitar que esa fuerza se una a la de Mateo Ramírez.
Mis montoneros darán cuenta con ellos - promete de inmediato
El Moto.
El jefe argentino piensa unos momentos, después habla:
¡No! Los enfrentaré yo con una fracción. Usted, en cambio,
evitará que los iberos del pueblo salgan de él para atacarnos por retaguardia.
¡De acuerdo, Teniente Coronel - termina El Manco.
Poco después, monta en su caballo overo y parte a galope
tendido.
Horas más tarde La Madrid avista a los peninsulares en los
campos de La Tablada.
“Son muchos más que los que esperaba” - piensa La Madrid.
Inmediatamente remite a un emisario a la Loma de San Juan ordenando el envío de
refuerzos. Después busca la posición más ventajosa para la batalla.
Mientras tanto las fuerzas de Ramírez intentan salir de
Tarija chocando con los jinetes de Méndez que como ciclones hacen estallar
relumbres de muerte.
No hay salida sin iberos encharcados en su propia sangre; no
hay huerto cuyos surcos no alojen a un guerrillero dormido de un tajo.
Cuando los soldados del rey, retroceden hasta la villa,
Eustaquio Méndez y los suyos cruzan el río y suben las cuestas hacia La
Tablada. Allá la situación es peligrosa para los patriotas argentinos. Entonces
el Manco se lanza como una tromba ciega por el ala izquierda. Ofrece su pecho
al enemigo y lancea sin asco. Un proyectil le quema el cabello alborotado y una
lanza rasga su camisa.
Después del primer barullo, los combatientes se dispersan
buscando campo abierto para matar o para morir abarcando más suelo en el abrazo
definitivo.
De pronto Eustaquio Méndez recuerda que su hijo José también
pelea por la Patria; lo busca y encuentra cuando éste rubricaba su nombre con
rasgos encendidos de coraje. Un lancero realista lo ataca con ímpetu salvaje.
El joven pierde el equilibrio y cae. Eustaquio Méndez tuerce su caballo
fustigándolo con energía. El animal se para sobre sus patas y cobrando impulso,
brinca llevando al héroe al lado de su hijo.
José entabla una desigual pelea. Eustaquio Méndez
transfigurado semeja un dios de la guerra. Con un movimiento preciso ensarta su
lanza en la garganta del ibero que cae con los ojos volcados y la cara
violentamente contraída por el dolor.
Del fragor del combate, como brotando de las entrañas del
suelo, el clarín enemigo toca a retirada y los soldados del rey corren
desbandados.
Por el norte, entre una nube de polvo, llega el refuerzo
patriota enviado por Antonio Giles a pedido del coronel Gregorio Araóz de La
Madrid.
¡Concluyeron antes que lleguemos! - dice un gaucho a El
Moto, quien le responde.
Así es. La victoria es nuestra. La gloria... sólo Dios lo
sabe.
Después los patriotas recogen a los heridos conduciéndolos
al campamento. Los muertos son entregados a sus familiares o amigos. A los que
nadie los reclama, los entierran a la sombra de cruces de palo.
Más tarde llega la rendición de Mateo Ramírez la misma que
se concreta en La Pampa, al este de la Villa.
Se entregan a discreción el Coronel Mateo Ramírez, tres
tenientes coroneles entre los que se cuenta a Andrés de Santa Cruz, todos los
oficiales y trescientos soldados. El botín está formado por cuatrocientos
fusiles, ciento cuarenta armas de diferentes clases, ocho cajas de munición,
una bandera y otros pertrechos.
Por la noche, cuando todo ha concluido, hay berbenas en las
plazas y fiestas en los salones.
Eustaquio Méndez y sus montoneros van camino de San Lorenzo.
No llevan poncho, el cielo les presta uno claveteado de astros.
ASALTO EN SAN LORENZO
Después del triunfo de la Batalla de La Tablada, el clima de
paz en que vive Tarija con la gobernación de don Francisco de Uriondo, dura muy
poco tiempo.
Los guerrilleros continúan acosando a los españoles: Méndez
por Canasmoro, Pilaya y San Lorenzo; Manuel Rojas por Yesera, Bermejo y Orán;
los hermanos León por Toldos, La Merced, Tariquía...
Es el mes de noviembre de 1.817. Don Eustaquio Méndez está
en Churqui Huayco atendiendo las labores de su hacienda. Desde allá la guerra
le parece lejana; sin embargo él sabe, que en cualquier momento, debe correr
con sus huestes al reclamo de la Patria.
La tarde alarga las sombras de los molles dando mayor
frescura al amplio patio. Doña María Estefanía atisba el horno donde cuecen
bollos de harina morena... Toda la casa está envuelta en el apetitoso aroma.
Don Eustaquio ayudado por Eliodoro, su hijo, pone herrajes
nuevos a un potro; es cuando Paulita, le pregunta:
Papá, ¿cuándo acabará la guerra?
Cuando la ganemos- es la respuesta.
Doña María Estefanía calla; apoya la pala en el horno y mira
a su alrededor: los percheles quemados, la chacra totalmente arrasada y en el
churquial, la hacienda que merma cada vez. . .
De pronto un silbido fuerte rompe la paz del hogar.
¿Quién será?— dice la dueña de la casa.
¿Quién será?— repiten los hijos mirando en distintas
direcciones.
El silbido se repite aproximándose; todos están tensos.
Después de unos momentos emerge la silueta de un chapaco que les saluda con el
sombrero en alto.
¡Es de los nuestros !— aclara don Eustaquio.
Manda a decirle su cumpa Crisóstomo Aparicio— habla el
hombre a tiempo de desmontar del asno— que Manuel José Vaca está en San Lorenzo
con unos doscientos realistas; dice que él se encargará de reunir a los
guerrilleros de La Calama y San Lorenzo pa’ cuando usté diga...
Don Eustaquio tiene los labios apretados y los ojos con
tintes oscuros; medita unos instantes y después da órdenes rápidas:
Vos, hijo - dice al muchacho — corré a Canasmoro y decile a
López que haga reventar tres camaretazos. Que a las once de la noche deben
reunirse en Lajas. Yo me encargo de los Séllanos y de los de Carachimayo...
Ya montado en su potro don Eustaquio Méndez habla al
emisario:
Decile a cumpa Crisóstomo que vigile a los godos; ya sabemos
que Manuel José es astuto y escurridizo. La cita es para esta noche y tené
cuidado porque mi brazo es largo y duro pa’ los “lengua larga ...
Desde hace rato Eustaquio Méndez planea la acción con su
Estado Mayor.
Somos pocos -dice- por eso hay que procurar sorprenderlos.
Espero que luchen como bravos, veloces y certeros. ..
Poco después se encaminan hacia San Lorenzo. Es una noche
oscura; apenas si algunas estrellas lanzan sus destellos mortecinos... Cuando
están cerca del acantonamiento español, los patriotas se deslizan silenciosos
de árbol en árbol, de mata en mata. .. A las cinco de la madrugada con la
elasticidad de felinos caen sobre los hombres dormidos. Algunos abren sus ojos
espantados; se esfuerzan en gritar; pero el estertor de la muerte, les cierra
la boca...
Un tiro alerta a los godos y entonces la lucha se
generaliza. Los hombres se embisten con coraje. En un instante El Moto siente
que un arma le corta el hombro derecho; se da vuelta y para un segundo golpe;
salta sobre el español y ambos caen; forcejean y se revuelcan... Eustaquio Méndez
queda sobre su enemigo, hace un esfuerzo y su machete alcanza el cuerpo del
combatiente. ..
En ese momento entra en el campo una fracción chapaca;
Manuel José Vaca que peleaba como un bravo, piensa que el refuerzo es numeroso
y da orden de retirada.
Después de la acción montonera, el Jefe ordena que uno de
sus hombres: Guerrero, siga a los iberos para exterminarlos. Este logra el
encuentro en la Cuesta del Inca y traba desigual combate. Manuel José Vaca
ordena un movimiento envolvente y el héroe chapaco cae herido; sus compañeros
viéndose perdidos emprenden la huida sin poder rescatar al guerrillero.
¡Degüéllenlo! -grita Manuel José - ¡Aquí y ahora…!
El patriota se hiergue sereno; tiene un gesto de desprecio
en la boca...
¡ Aquí tienen mi cuello. ..! — grita — ¡ Viva la Patria ...!
PAMPA DE SELLA
Es Tarija Cancha un lugar del valle sanlorenceño cuyas
huertas tienen linderos de margaritas silvestres. Allá, en una casa oculta
entre higueras y saúcos, hay una “tomada”. Sobre troncos cubiertos por phullos
están sentadas las mozas de la comarca; más allá los hombres “tiran la taba.
De rato en rato un chapaco ebrio aventa las palomas rubias
con su violín de pascua enamorado.
De pronto, se escucha los ruidos inequívocos de un tropel de
caballos. Cunde la alarma entre los presentes pero es calmada por el dueño de
casa que les dice:
¡Debe ser cumpa Eustaquio con sus amigos!
Después de unos momentos llega una veintena de jinetes entre
los cuales está Eustaquio Méndez. El guerrillero desmonta ágilmente y grita:
¡Un yambuy grande de chicha para mis hombres! ¡Todos estamos
sedientos! —acuota— mientras guiña a una moza de ojos garzos.
La corretiada ha debido ser larga, cumpa; las bestias
espumean de cansancio.
Pero valió la pena -habla sonriendo el jefe manco-¡Les dimos
una buena zurra…!
Realmente Eustaquio Méndez está contento. Después de tres
días y tres noches de caminar por atajos, de sortear abismos y de cabalgar
crestas, asaltaron a los españoles arrebatándoles cuanta arma transportaban
éstos.
Tal es la actividad de los hombres que comanda Méndez desde
el año 1918 a 1924. Tenaces en su afán de ganar una Patria, merodean sin
descanso apareciendo, allá donde los realistas menos lo esperan, como fantasmas
que dimanan de las gargantas más ocultas o de los desfiladeros más abruptos...
Todos los años de la guerrilla del sur, la red de avisajes
mantenida por Eustaquio Méndez trabajó con eficiencia. Por ella sabe qué
contingentes extranjeros salen o llegan a Tarija. Cuando esto ocurre su sangre
circula más aprisa por sus venas y un fuego rojo se alza en su cerebro. Es
entonces que recuerda a sus compañeros sacrificados y escucha el grito ausente
de los que trataron de encender a machetazos la luna de la libertad.
Esta vez los españoles tienen otra cuenta que saldar con los
patriotas ¡el degüello de Manuel Rojas en 1821! El Manco cierra los ojos y ve
al guerrillero tarijeño que presentó sin miedo su garganta al victimario.
Es el día 15 de enero de 1822 Eustaquio Méndez y sus hombres
se disponen a tomar la Plaza de Tarija, animados por el nuevo empeño del pueblo
potosino que se levantó en armas contra la dominación de España.
Con ese propósito El Moto reúne a sus hombres en un punto
del Alto Carachimayo y, desde allá, toman el rumbo del sur. A poco se les une
don Crisóstomo Aparicio con los guerrilleros de San Lorenzo.
Nada en el ambiente presagia el combate; churquis y molles
alzan sus copas tupidas donde se guarecen los pájaros molestos con la presencia
humana.
El alba despunta con un pañuelo rosa desde el cerro de
Taucoma, mientras el río Grande hurga la playa con sus dedos turbios; después,
pecha y se lleva por delante cuanto encuentra...
Los guerrilleros, a trote largo, alcanzan Las Lomas
Patrióticas y cuando van a entrar en la Pampa de Sella, una numerosa fracción
realista, les cierra el paso.
¡A ellos, guerrilleros de la Patria...! - grita Eustaquio
Méndez hincando los estribos a su bestia mora. Esta, lanza un relincho y, de un
salto, adelanta a su jinete frente al enemigo.
Los hombres cruzan los aceros; gritan, forcejean, maldicen y
mueren... El ímpetu de los patriotas es tal que muy pronto ralean las tropas
hispanas. Eustaquio Méndez tiene clavada en su mente la figura del héroe
degollado; ella le pone más firmeza en su brazo coraje en su espíritu; por eso
siembra el terror y la muerte...
Cuando el triunfo parece coronar la acción patriótica,
llegan refuerzos para las tropas de España, Eustaquio Méndez se da cuenta que
la situación les será adversa desde ese momento y da orden de retirada. Los
hombres de San Lorenzo dejan el campo y se desparraman en diferentes
direcciones...
¡LIBRES!
El pueblo de San Lorenzo está de fiesta. De todas las
puertas cuelgan guirnaldas hechas de violetas, juncos y malvones. La campana de
la iglesia repica desde la madrugada lanzando al aire la buena nueva: ¡Terminó
la guerra...! ¡Terminó la guerra. ..!
De los cuatro puntos cardinales llegan, unos a caballo y,
otros, a pie, los montoneros de San Lorenzo.
La casa del héroe está llena de gente. Este luce el uniforme
de Teniente Coronel que le regalara el General Manuel Belgrano como
reconocimiento a su labor y entrega a la causa libertaria. Está verdaderamente
eufórico y siente que si alzara su único brazo, descorrería con facilidad el cielo.
El guerrillero recibe a sus compañeros de campaña con franca
alegría; para cada uno de ellos tiene una palabra de amistad y de
reconocimiento. Cuando habla, todos le escuchan con admiración y respeto:
¡El Alto Perú es libre!. Vencimos definitivamente a los
españoles. Ahora somos dueños de nuestro destino. Este suelo que lo defendimos
con coraje, que fue regado con sangre de paisanos, ¡amigos, hermanos!, es de
nosotros, los americanos que nacimos aquí y que lo amamos. Ahora sí podemos
gritar a los cuatro vientos:
¡El Alto Perú es nuestra Patria. ..!
¡Es nuestra Patria! - repiten los hombres que le escuchan
sin entender muy bien lo que esto significa.
Días después Eustaquio Méndez va a la ciudad donde lo
reclaman tanto los que quieren la anexión de Tarija a la Argentina como los que
demandan formar una nueva nación con las otras provincias altoperuanas.
Eustaquio Méndez tiene al respecto ideas claras y firmes,
dice:
— Estas tierras son gajos de un mismo tronco. Se hermanaron
en el Collasuyo, sufrieron un solo dolor en el coloniaje. Si todo nos une ¿Por
qué separarnos ahora? ¿No luchamos junto a los Padilla, a los hermanos Lanza; a
las mujeres de Cochabamba, a Rojas, Uriondo? ¿Acaso no nos dolió, por igual, la
horca ignominiosa o no sangramos con los degüellos bárbaros de nuestros
coterráneos?
En verdad ¡todo nos une! ¡Nada nos separa! Formemos pues,
nuestra Patria y hagámosla grande, ¡tan grande como nuestra sed de eternidad. .
.!
Del libro “La eternidad Doliente de Luz Aparicio de
Fuentes
Editorial CODETAR – UNICEF
Tarija – Bolivia. 1988
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