Por: Randy Chávez / Este artículo fue publicado en Página 7
el 17 de diciembre de 2015.
Cusipata, altura de alegría. Así llamaban los indígenas
aymaras al lugar que hoy ocupa la plaza Riosinho. Quirquincha, uno de los
caciques que dominaban el caserío de Chuquiago, tenía ahí uno de sus feudos. En
1555, siete años después de que los españoles fundaran Nuestra Señora de La Paz
(1548), Juan de Rivas, uno de los fundadores, preocupado por aprovisionar de
agua a los habitantes españoles, que se abastecían de agua de riachuelos y
pozos que perforaban, decidió instalar en Cusipata la primera pileta de la
ciudad.
Con el apoyo de las autoridades españolas y mano de obra
aymara, Juan de Rivas hizo instalar unas canaletas de cal y piedra para captar
las aguas del riachuelo que bajaba desde la cabecera del cerro, a cuyos pies
estaba Cusipata. Ese cerro es conocido hoy como el Calvario. La cadena de
cañerías llegó hasta la planicie de Cusipata, donde se construyó una caja de
agua y los españoles instalaron la primera pileta. Ésta quedó a una cuadra de
lo que hoy es la plaza Riosinho, entre las actuales calles Sucre y Jenaro
Sanjinés. La pileta fue bautizada con el nombre aymara de "huajra pila” o
"guajra pila”, porque un cuerno de buey le servía como tapón.
El trabajo demandó la construcción incluso de puentes para
instalar las canaletas en los terrenos en pendientes y representó para el
Cabildo una inversión de 3.500 pesos y otro monto que tuvo que ser financiado
por los pobladores. Desde este lugar, a través de un sistema de canaletas, se
distribuyó agua a las otras piletas públicas que se fueron habilitando a medida
que crecía la ciudad.
Lugar de encuentro y fiesta
Con los años, Cusipata, para entonces ya conocida como la
Caja de agua, se fue convirtiendo en el lugar preferido de los mestizos de la
ciudad para pasar días de campo, entretenidos con juegos de azar, que muchas
veces terminaban en alborotadas peleas a puños e incluso a espada en
mano.
Durante las fiesta de Carnaval, en la Pascua y la fiesta de
la Cruz, los artesanos y aymaras se reunían en días de campo y sonados bailes,
que terminaban en la plaza mayor (Murillo) al son de encendidos huayños
interpretados con instrumentos de cuerda y viento.
El campo de Cusipata fue propiedad del corregidor Miguel
Lino Loaiza hasta 1750. A partir de entonces los terrenos fueron cedidos a la
fundación de Zona Norte. En el centro del lugar, donde actualmente se encuentra
la plaza Riosinho, se erigió una humilde capilla para agradecer los favores de
la Santa Cruz, instalada donde hoy se encuentra la calle Jaén.
Mercedes Celedonia Menacho, una vecina generosa, pagó
íntegramente la construcción del templo, que fue consagrado por el obispo
Matías Ibáñez de Segovia, el 3 de mayo de 1751, con la participación de los
vecinos del lugar.
La fecha de fundación de la capilla se convirtió en motivo
de celebraciones y a partir de 1751, cada 3 de mayo se daba la Sihuay Saahua,
una gran fiesta que la gente disfrutó hasta 1782, cuando la capilla se derrumbó
y sólo quedó una plazuela que tomó el nombre del lugar: Caja de agua.
Barricada durante la guerra
En 1814, a un año del final de la Guerra de la Independencia
(1809 - 1825), las tropas españolas que apoyaban a la realeza construyen una
barricada en las dos esquinas de la plazuela Caja de agua, sobre lo que hoy se
conoce como la calle Sucre. La defensa fue denominada Chutillo, por la
elevación del terreno en el lugar. Esta barricada les sirvió a los españoles
para defenderse de las tropas del cura Idelfonso de las Muñecas y del coronel
Mariano Pinelo, patriotas que luchaban por la independencia de la corona
española.
Al lugar, el 24 de septiembre de 1814, llegó doña Vicenta
Juaristi Eguino con 20 patriotas, y desde una de las casas vecinas gritó al
jefe realista que defendía la trinchera: "Ceda usted. Yo peroraré a la
tropa; la llenaré de plata. Y si no cede, le haré fuego por la espalda con
estos soldados”. El comandante, luego de oír el ultimátum de la mujer, entregó
armas y la trinchera.
Tras la guerra, la Caja de agua se convirtió en un campo de
fusilamiento de los condenados a muerte. Uno de los fusilamientos más
significativos fue el del forajido Zambo Salvito, en 1871.
El 7 de julio de 1950, mediante ordenanza municipal, la plazuela
denominada entonces Caja de agua fue bautizada como Riosinho, en honor a los
soldados bolivianos que el 12 de diciembre de 1900, en el arroyo Riosinho,
enfrentaron a una tropa brasileña en la Guerra del Acre (1899 - 1903).
En este enfrentamiento Maximiliano Paredes tuvo una
conmemorable actuación, ofrendando su vida para evitar que su batallón fuera
sorprendido por el fuego enemigo.
En homenaje del héroe, en 2012, la Alcaldía impuso en la
plaza su estatua, construida en cemento con patina de bronce por el escultor
Efraín Callizaya.
Donde fue fusilado el Zambo Salvito
Instaurada la República, después de la Guerra de la
Independencia (1809 – 1825), debido a su ubicación, prácticamente en un rincón
de Nuestra Señora de La Paz, la Caja de agua, hoy plaza Riosinho, se convirtió
en un campo de fusilamiento de los condenados a muerte.
El 23 de diciembre de 1871, Salvador Chico, más conocido
como el Zambo Salvito y gran parte de su banda de asaltantes y asesinos fueron
fusilados en el lugar. El delincuente, que había sembrado terror en La Paz, fue
conducido al lugar por una compañía del Batallón 3° de Omasuyos. La comitiva
que llevaba al condenado ingresó a la plaza por la calle Sucre.
Una inmensa muchedumbre se concentró en los alrededores de
la plaza para presenciar la muerte del forajido. El lugar se llenó de gente,
que incluso trepó a los techos de las casas circundantes para presenciar el
ajusticiamiento.
Otro acontecimiento sobresaliente que quedó registrado en la
historia de la plaza Riosinho se produjo en la tarde del 21 de julio de 1946,
cuando en el lugar se reunieron personas que se hicieron pasar por
revolucionarios. Su real intención era atacar y tomar el cuartel Calama, que se
hallaba a cuatro cuadras de la plaza.
Desde el lugar hicieron su entrada hasta la plaza Murillo,
precipitando la caída y la muerte del presidente de entonces Gualberto
Villarroel, que había sido asesinado en el Palacio de Gobierno y arrojado por
uno de los balcones a la plaza Murillo, donde la muchedumbre tomó su cadáver y
lo arrastró hasta uno de los faroles ubicado en la plaza, donde lo colgó.
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