Imagen: La batalla de Suipacha del 7 de noviembre de 1810,
en el que la presencia indígena es motivo de diversas interpretaciones
Una imagen vale más que mil palabras, señala un dicho
popular acerca de la elocuencia de las imágenes. Al contrastar las escenas de
diversas obras de arte que ilustran las luchas por la independencia boliviana,
se observan varones uniformados y caucásicos, algo muy alejado de lo que
realmente sucedió según las investigaciones de los
historiadores especializados que, por ejemplo, señalan que en contados
casos las guerrillas llegaron a vestir un tipo de atuendo distintivo. Resulta
evidente que esas pinturas no buscan reflejar tanto los hechos como una idea de
ellos, es decir, sirven para construir representaciones míticas de esos
sucesos. Sobre la base del libro “Mitos expuestos: Leyendas falsas de Bolivia”,
CORREO DEL SUR describe algunos elementos de este tipo.
“Los mitos resumen y dan versiones para una forma de
historia que puede ser transmitida notablemente, de manera oral considerando
también la función didáctica. Las elaboraciones míticas, aunque muchas de ellas
no sean escritas, pueden traspasar generaciones, y ese también es otro objetivo
de los mitos. Claro que también sufren cambios durante sus reelaboraciones y
retransmisiones, recibiendo y generando varias interpretaciones”, apunta el
historiador brasileño Ernesto Cerveira, en la introducción de su ensayo sobre
“El mito de la continuidad de la frontera colonial”.
Las escenas pictóricas referidas, por ejemplo, serían
drásticamente cuestionadas por la información primaria que se encuentra en los
testimonios escritos de la época que guardan los archivos; correspondencias,
informes, documentos públicos, partes de guerra, diarios o crónicas muestran
por ejemplo que una porción mayoritaria de las masas sublevadas luego del 25 de
mayo de 1809, eran indígenas.
“Los ejércitos patriotas comandados por criollos estaban
conformados mayoritariamente por mestizos e indígenas, incluso esclavos pardos
y morenos. En el cerco de La Paz participaron entre 15.000 y 19.000 indios
aymaras y quechuas, que combatieron al mando de comandantes criollos y
mestizos. Las tropas indias estaban situadas en Pampahasi, pero se extendían
por Pequepunco, Palca, Cohoni, Potopoto, Coroico y Songo.
Estaban comandadas por Juan Manuel de Cázeres y los caciques
Titicocha, Santos Limachi, Vicente Choque, Pascual Quispe, entre otros. A esas
tropas se sumó, posteriormente, el ejército de cochabambinos al mando de
Esteban Arze, que presionó sobre Oruro con el concurso de indios que fueron
calificados por los españoles como ‘muchedumbre de caballería’ y ‘agolpamiento
de naturales’. Venían de los confines de Tapacarí, Sacaca y Chayanta, e
incluían 5.000 indígenas de Arque que se les habían sumado”, escribe el
historiador paceño Luis Oporto, en su trabajo “1809-1825 Indios y mujeres en
las luchas independentistas”.
Pero el componente social indígena no es el único que
invisibiliza las obras de arte sobre el proceso revolucionario, también se
omite la participación de las mujeres en las guerrillas, exceptuando el caso
del levantamiento de la coronilla del 27 de mayo de 1812, un espacio de
consenso en las tradiciones historiográficas decimonónicas, en el que se aceptó
la presencia de la mujer, como si fuera un único hecho particular, sin embargo,
la participación de mujeres en las guerrillas fue importante, señala el
historiador chuquisaqueño Benjamín Torres.
Precisamente las investigaciones de Torres sobre la teniente
coronel Juana Asurdui de Padilla y otros líderes guerrilleros, permitieron
cuestionar varios mitos sobre las luchas de independencia que daban por hechos
los libros de historia. Uno de ellos fue la correcta escritura de Juana
Asurdui, y la determinación de su fecha de nacimiento el 26 de marzo de 1780, y
no el 8 de marzo de 1781 como apunta el clásico decimonónico del abogado potosino
Samuel Velasco Flor “Vidas de bolivianos célebres”.
Pero la participación de mujeres en las luchas contra el
régimen colonial, no es un fenómeno particular en la Real Audiencia de Charcas.
En los territorios del Bajo Perú, la mariscala Francisca de Zubiaga es otro
ejemplo de una mujer que alcanzó los más altos honores militares, tal como lo
refleja la escritora peruana-francesa Flora Tristán, en su libro
“Peregrinaciones de una paria”. La visión decimonónica de la historia y la
construcción de mitos sobre estos procesos se reflejan perfectamente en la
forma cómo la sociedad peruana reaccionó a los textos de Tristán que fueron
quemados en actos públicos.
Como explica Cerveira, todos estos mitos tienen una razón de
ser que se debe analizar desde el contexto histórico de donde emergen. Para el
autor brasileño, la construcción de las fronteras alrededor de los límites
territoriales coloniales no fue algo implícito a la fundación en las nuevas
repúblicas como se plantea sencillamente en muchos textos de historia.
Los componentes del modelo político del estado-nación, en el
que se articularon los países europeos luego de la transición al liberalismo,
era la meta, y los componentes indisociables eran la unidad territorial,
lingüística e histórica de un pueblo. Luego el afán de crear un estado nacional
sobre las nacientes repúblicas latinoamericanas, justifica la creación de
muchos mitos.
“De este modo, el territorio acabaría siendo uno de los
símbolos de la nueva ‘identidad’ que se presentaba como nacional, siendo el
elemento de vinculación más fuerte en el periodo de las monarquías. En el
periodo nacional, o pos colonial, no habiendo más dicha soberanía del rey,
sería el mismo suelo, símbolo exponencial de la nación, por lo tanto, que daría
el tono de unidad”, reflexiona Cerveira.
Por su parte, una de las obras literarias del periodo “Juan
de la Rosa. Memorias del último soldado de la independencia”, de Nataniel
Aguirre, es un vivo reflejo de la necesidad de impulsar el mito nacional, desde
una perspectiva de homogeneización étnica y cultural.
“A través de esta digresión (se refiere a la explicación del
proyecto liberal y los dos problemas que enfrentaba) podemos señalar algunos
puntos de contacto entre el proyecto de civilización que postula y
"vive" Juan de la Rosa y otra manifestación del pensamiento político
boliviano de fines del siglo XIX, el cual se materializó en las leyes
mencionadas (la ley de exvinculación, de 1874, y al pago del impuesto a la
propiedad privada). Ambos postulan la transformación del espacio y la cultura
de Bolivia con excesiva fidelidad a un modelo proveniente de Europa. Es decir,
pretenden insertar a la nación en una dinámica histórica con la que sólo tenían
en común tres siglos de pasado conflictivo, ignorando así la existencia real de
las otras fuerzas históricas y su institucionalidad, que continuaban en acción.
Son, pues, proyectos de homogeneización cultural que revelan una incapacidad de
integrar efectivamente las formas culturales indígenas en lo nacional”, explica
el novelista boliviano Edmundo Paz Soldán, en un estudio crítico de la obra.
El ansia sobre ese proyecto “liberal” en la nueva república
también es palpable en el mito sobre la influencia de los ideales de pensadores
de la ilustración. Muchas veces se ha escrito sobre cómo el estudio de Voltaire
o Rousseau marcó a los universitarios de Charcas, sin embargo no se aclara, que
la formación escolástica de las aulas de San Francisco Xavier versaba en
autores como San Agustín o Aristóteles; lo que en realidad sucedía era que los
textos de los ilustrados franceses e ingleses circulaban de forma casi
clandestina, aclara, el historiador Máximo Pacheco.
El componente social indígena no es el único que se
invisibiliza en las obras de arte sobre el proceso revolucionario, también se
omite la participación de las mujeres en las guerrillas, exceptuando el caso
del levantamiento de la Coronilla del 27 de mayo de 1812, un espacio de
consenso en las tradiciones historiográficas decimonónicas, en el que se aceptó
la presencia de la mujer, como si fuera un único hecho particular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario