FAMOSAS MINAS DE PLATA ROSICLER – COLQUECHACA
Por: Javier Badani Ruiz / Este artículo fue publicado en la Revista
Escape (La Razón), 2 de enero de 2011.
Ceferino Chili acaba de perder una cabeza. Y no es cualquier
cabeza. Se trata del cráneo de Cruza Llave, la que fuera esposa de Tomás
Katari.
Fue por estos cerros que cobijan a la población de
Colquechaca, en el norte de Potosí, que a finales del 1700 esta pareja
protagonizó una de las primeras rebeliones indígenas en contra de las
autoridades coloniales españolas. Y fue también en estos parajes que este
cacique originario fue traicionado, apresado y lanzado a un barranco. Llave
—asegura Chili— también fue muerta. “De generación en generación ha pasado el
cráneo por mi familia; milagroso era.
Cuando se perdían llamas, mi abuelo le ponía una cinta en la
frente y hormigas en la nariz. Al día siguiente el ratero confesaba. En bolsita de nylon yo
lo prestaba. Algún vivillo me lo había cambiado por otra cabeza”, lamenta
Chili, quien asegura ser descendiente directo de la pareja Katari.
Así es Colquechaca, una tierra llena de historias. Y no
podría ser de otra manera. Después de todo fue aquí que se labró gran parte de
la tradición minera que sostuvo a la Corona española y, posteriormente, a la
naciente República de Bolivia.
La importancia de esta población queda patentada al hacer un
recuento por los nombres de los personajes históricos que transitaron por sus
callejuelas de piedra, ávidos de fortuna y en distintas épocas. Entre ellos,
figuras de la política nacional como Aniceto Arce, Gregorio Pacheco e Hilarión
Daza (los tres fueron presidentes del país). Y empresarios como Francisco
Argandoña (príncipe de La Glorieta) y Simón I. Patiño.
Ya para la Colonia esta región acuñaba su propia moneda de
plata, el pisu, y se ufanaba de contar con el primer Banco de Rescate de
Minerales (1770). En la época republicana, la riqueza de sus vetas reemplazó la
fama del agónico Cerro Rico de Potosí, alimentó el patrimonio de la burguesía
chuquisaqueña y “salvó a Bolivia en la Guerra del Pacífico”, según escribió
entonces Daniel Sánchez Bustamante.
De aquella gloria pasada hoy sólo quedan historias, fachadas
de viviendas descascaradas —muchas vacías— que hablan de grandes lujos y
bocaminas precolombinas y coloniales que se niegan a morir de la mano de la
explotación, a pequeña escala, de los mineros cooperativistas.
BOSTA EN EL BOLSILLO DE PATIÑO
Unas 10 horas se requieren para llegar a Colquechaca (puente
de plata) desde La Paz. Todos los días un bus parte de la Terminal paceña hasta
Llallagua (Potosí) y de allí es necesario tomar otro vehículo.
Enclavada en un cañadón, son dos las callejuelas (Bolívar y
Sucre) que surcan como serpientes toda la extensión de esta ciudad, capital de
la provincia Chayanta.
La génesis de Colquechaca, y en sí de la minería en el norte
de Potosí, se encuentra a 10 minutos de la población, en Jankonaza, el primer
asentamiento español en el área.
Fue el conquistador Diego de Almagro, a su paso a Chile,
quien descubrió el potencial minero. Los ibéricos se instalaron entonces en las
ruinas que dejaron los incas, quienes se dedicaron allí a la explotación de la
plata.
De este lugar, los españoles se trasladaron, en 1538, unos
kilómetros más arriba, a Aullagas, que desde esa ápoca fue su nuevo hogar. Las
minas de esta región fueron declaradas como Patrimonio del Rey.
Muchos mineros, azogueros, políticos y hacendados asentados
en estas minas hicieron grandes inversiones. Unas 20.000 almas llegaron a
habitar el lugar, cuyo auge duró de 1550 a 1600. Poco a poco, los habitantes
descendieron hacia el lugar donde actualmente se alza Colquechaca, tras el
descubrimiento de nuevas minas. De Jankonaza y de Aullagas —que fue despoblada
totalmente en los años 70— ahora sólo se observan ruinas de piedra, muchas
destruidas por saqueadores que llegaron al lugar en busca de tapados de plata.
El nuevo pueblo floreció gracias al hallazgo de nuevas vetas
en las minas coloniales de San Bartolomé y Gallofa, en la segunda mitad del
siglo pasado.
De aquellos días quedan en Colquechaca coquetos balcones que
adornan las casas republicanas. Fue en una de estas viviendas donde pasó parte
de su infancia el barón del estaño Simón I. Patiño. “Un día, cuando el niño
Simón jugaba a las cachinas (bolas de vidrio) en el corral de la caballeriza,
su cachina cayó al trasero de un jumento. Y, en el momento en que Patiño se
aprestaba a retirar la bola, el pollino le descargó toda la bosta en el
bolsillo en presencia de un arriero, quien profetizó: „éste será millonario‟”,
escribió Jesús Aliaga en su libro Reseña histórica.
Leyendas y cuentos colquechaqueños. Décadas después, el emprendedor
cochabambino se convertiría en una de las personas más acaudaladas del planeta,
gracias a la explotación del estaño potosino.
En 1919, Patiño —ya convertido en un acaudalado minero—
retornó a esta población, tras haber adquirido la mayoría de las minas de la
región que se hallaban entonces en manos de capitales chilenos.
El proyecto del empresario era gigantesco. Fundó la Compañía
Colquechaca Boliviana, instaló tres centrales hidroeléctricas de última
generación y mecanizó la explotación de los minerales. Su apuesta principal era
la mina San Bartolomé, ubicada en la propia área urbana de Colquechaca.
Esta estructura mantiene todavía en su interior vestigios de
la cancha de pelota vasca que hicieron construir los ingenieros de origen
español, entre otras estructuras.
La pureza de la plata —denominada rosicler— provocó el
constante robo del metal. Los mineros elaboraban pequeñas cápsulas con la tripa
de la llama o del cerdo y allí cargaban hasta siete libras de plata en polvo.
Luego, aún dentro de la mina, introducían el paquete en su ano.
De esta tradición nació la frase “Colquechaqueños, siqui
(culo) máquinas, siete libreros”, que todavía es utilizado ahora al momento de
referirse a los trabajadores de esta zona potosina. Alertados de este hecho,
los administradores de las empresas obligaron durante mucho tiempo a los
obreros a realizar —desnudos— ejercicios
físicos, una vez que abandonaban la bocamina, para obligarlos a expulsar las
cápsulas. A la salida de la mina San Bartolomé, por ejemplo, permanece en pie
el salón que fue usado para este efecto, hoy convertido en teatro.
A pesar de haber realizado en Colquechaca una de las
inversiones mineras más grandes para la época en Bolivia, el emprendimiento de
Simón I. Patiño fracasó.
La mina San Bartolomé se inundó, dejando hasta la fecha las
vetas de plata anegadas.
“Quise devolver a la antigua mina de Colquechaca su pasada
grandeza e invertí para ello más de un millón y medio de libras esterlinas, sin
haber obtenido en este caso, desgraciadamente, un resultado satisfactorio”,
escribió en 1939 el magnate al entonces presidente Germán Busch.
Luego de la nacionalización de las minas, a mediados del
siglo XX, las vetas argentíferas de este municipio fueron explotadas por la
estatal Comibol. Sin embargo, la baja en los precios de los metales provocó un
éxodo de Colquechaca en los años 80 —impulsada por la relocalización— que ahora
es paliada gracias al alza en la cotización de los mismos.
Medio millar de cooperativistas extraen actualmente plata,
zinc, plomo y estaño.
Uno de ellos es Samuel Ojeda, minero que en tan sólo 25 días
de explotación logró amasar una pequeña fortuna, dos millones de bolivianos,
después de encontrar en la mina Gallofa una veta de plata pura y de alta ley.
EL BATALLÓN MINERO
Una de las mayores vetas halladas a comienzos del siglo XX
fue la de la mina Santa Teresa, descubierta por Ismael Benavides. Las crónicas
de la época señalan que para Carnaval los mineros, encabezados por los
patrones, bajaban al pueblo portando en sus cuellos guirnaldas de plata.
“En (la mina) San Isidora los trabajos de explotación se
realizaban diariamente al son de la música ejecutada por bandas contratadas
para todo el año en Challapata (Oruro).
Los cerros de plata que salían del interior del socavón
favorecían también a todos cuantos se acercaban por el lugar, ya que la
patrona, a una petición del visitante, le entregaba una buena porción de plata
—en la cantidad que cabía en sus manos— a cambio de un bailecito o cuequita”,
describe Jesús Aliaga.
El auge minero de Colquechaca durante la época republicana
fue breve, duró unos 50 años. Tiempo suficiente, sin embargo, para colocar a
esta ciudad en los anales de la historia de Bolivia. Fueron las minas de este
municipio, por ejemplo, las que financiaron la campaña bélica boliviana durante
la Guerra del Pacífico.
Los industriales mineros que trabajaban en la zona
financiaron los gastos del Ejército. Incluso el empresario Aniceto Arce
organizó el Batallón Vengadores de Colquechaca, conformado por mineros del
lugar. Los inexpertos soldados se enfrentaron a las fuerzas chilenas en la
batalla de San Francisco, donde murió la mayoría.
Una década después, en plena Guerra Federal —que enfrentó a
las burguesías de La Paz y de Chuquisaca— su suelo se estremeció por el ataque
de 5.000 indígenas que estaban a favor de las fuerzas federalistas de José
Manuel Pando.
“Aquí se habían instalado desde siempre grandes empresarios
chuquisaqueños. Por eso cada año se festejaba el 25 de mayo —en honor al
levantamiento de 1809, en la actual Sucre— que el propio 6 de agosto, día
patrio. Colquechaca apoyaba a Severo Fernández Alonso (entonces presidente de
Bolivia)”.
El Tata Jarro comandó el ataque de los originarios, quienes
ingresaron a Colquechaca al son de los pututos y vitoreando al general Pando.
“La gente del pueblo, más por el instinto de supervivencia, enfrentó la
violenta arremetida protagonizando encarnizada batalla donde sucumbieron
indios, mineros y hasta gringos.
Los cadáveres adoquinaban por centenares las calles
estrechas. El general indio, Tata Jarro, cayó herido. Posteriormente fue hecho
prisionero, arrojado después a las mazmorras de la cárcel. Jarro murió comido
por los piojos”, narra Jaime Vera Rodríguez.
LOS GUARDIANES DEL PASADO
“Colquechaca, ¡Oh! tierra mía/en tu seno la plata floreció/tus
calles mudas ahora lloran/el brillo de tu fama se eclipsó”. La nostalgia por la
gloria pasada está incrustada en cada recoveco de Colquechaca. Sin embargo, son
pocos los que buscan recopilar y difundir la memoria de este pueblo. La propia
Dirección de Cultura de la Alcaldía desconoce su historia e, incluso, brinda al
visitante información errónea; por ejemplo, sobre las viviendas patrimoniales.
Pero hay personajes quijotescos como René Quintana Romero,
quien desde sus 15 años viene recolectando documentación y la tradición oral de
esta región. Su colección incluye fotos de comienzos del siglo pasado donde se
observa a hombres con trajes de casimir inglés y mujeres con ropa francesa;
tiendas al estilo europeo con maniquís incluidos y mitayos de la época del auge
de la plata del 1800.
“Colquechaca debería ser declarada patrimonio nacional, por
su importancia desde antes de la Colonia, cuando sus minas de plata eran
explotadas por los collas. En cambio
ahora la ciudad está sumida en el olvido”, lamenta el ex concejal, mientras apunta
el lugar donde se alzaba el cuartel español donde fue preso Tomás Katari.
El grito de rebelión de este líder indígena está presente en
la voz de los originarios de la región. Ceferino Chili busca emular los pasos
de su antepasado. Ahora postula para ser designado cacique. “Si tuviera la
cabeza de Cruza Llave, supiera si voy a ser elegido”, dice. Por ahora, Chili
debe conformarse con consultar al desconocido cráneo que atesora en una bolsa
nylon.
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