Fuente: Lydia - Escrito
por Alfonso Crespo / Pags. 206 – 207.
A las tres de la tarde del 15 de enero de 1981 sesionaban en
un apartamento dela calle Harrington los siguientes dirigentes del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR): Ramiro Velazco, Enrique Suarez, José Reyes,
Ricardo Navarro, Artemio Camargo, Arcil Menacho, Gonzalo Barron, Jorge
Baldivieso y una joven: Gloria Ardaya. No estaban conspirando sino simplemente analizando
ciertas medidas económicas dictadas por la Junta Militar.
Ignoraban que la víspera tres personajes siniestros: Guido
Benavidez, Javier Hinojosa y Arturo Torrico, dirigentes del DIM, brutal
organismo de represión, enterados de la reunión del MIR, gracias a la delegación
de un agente infiltrado, Adhemar Alarcon, ponían los últimos toques a un
operativo destinado a eliminar a los asistentes a la reunión del día siguiente.
Crimen a mansalva, estúpido, que se pretendió disfrazar de enfrentamiento
armado, llevando el cinismo a punto de afirmar que uno de los paramilitares había
muerto. Se dio su nombre y al día
siguiente se le enterró. Algún tiempo después fue descubierto le engaño pues el
supuesto muerto estaba en vida con el nombre cambiado, alejado de La Paz. ¿A quién
se enterró en lugar suyo?
Más tarde, en el juicio de responsabilidades se supo la
verdad.
El testimonio de Gloria Ardaya sobre lo ocurrido en la
Harrington fue estremecedor:
“Estábamos a punto de terminar la reunión en la calle
Harrington, cuando escuchamos el ruido y el frenazo de dos jeeps; de ellos
bajaban elementos armados. Cuando nos acercamos a la ventana, vimos que un
nutrido grupo de gente armada trepaba por las rejas. Nos dispersamos de la habitación
y yo me metí bajo la cama; el compañero Pepe Reyes dijo: ‘Hipótesis confirmada´…
Les preguntaron sus nombres. En ese momento se escuchó ráfagas de ametralladora
muy nutridas. El piso sobre el cual estaba yo encogida bajo la cama, se movía; ametrallamiento
que duro cinco minutos. Entro un olor indescriptible de pólvora y mucho humo,
momento en que se abre la puerta del dormitorio, entra a la habitación el
compañero Artemio Camargo, que botaba espuma por la boca. Yo escuchaba quejidos
de otros compañeros que aparentemente morían ese momento… Después de eso
escuche unos gritos en el cuarto piso: auxilio, socorro, nos van a matar… ayúdennos.
Era el compañero Gonzalo Barrón, que gritaba: ´no me maten´ después escuche un
ametrallamiento y no escuche más”.
Luego, Gloria Ardaya relato en medio de lágrimas la forma
como fue encontrada, torturada, vejada, humillada, las permanentes amenazas de
muerte durante su cautiverio.
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